Capítulo 58
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Diecinueve días atrás...
No tenía idea de cómo la niña había conocido a Nikolai, pero el miedo era latente en su expresión. Lo deduje no solo porque acababa de llamarme con ese nombre, sino por la forma en que me miraba después de tropezar conmigo en el pasillo.
—Escondida... De cualquier manera... —pronunció, como si delirara—. Están aquí.
Alma se inclinó hacia adelante y la ayudó a ponerse de pie. Fue al verla que Lizzie salió del trance. Sin embargo, su última declaración cambió el rumbo de todo.
¿A quiénes se refería?
Debieron asustarla tanto que escapó.
—¿Dónde están Samantha y Cheyanne? —pregunté, y la niña dio un brinco. Alma tampoco perdió tiempo y la tomó de los brazos, de manera que ambas se miraron.
—¿Dónde está mi hija, Lizzie? —preguntó, pero la niña parecía haber regresado a su silencio habitual—. Por favor, dime.
Después de un largo silencio, finalmente respondió:
—Ya estaba aquí.
—¿Qué dices? —inquirió la mujer—. ¿Quién?
—Esa persona... En los pasillos, y luego en la piscina.
—¿De qué habla? —Laurent me preguntó en un susurro. De pronto me sentí mareado. Me costaba pensar con claridad. No sabía a quién se refería, solo se me ocurría una persona. ¿Escapaba de él?
—¿Nikolai estuvo aquí? —pregunté, y Lizzie me miró con intensidad. Como si quisiera reconocerme en este rostro. Luego, de manera lenta, negó con la cabeza y pronunció:
—Natanael.
Era una cara que no me resultaba ajena en absoluto. Durante los últimos cuatro años, tratándose de un empleado en el bar de la piscina, donde se especializaba en servir bebidas a los huéspedes. Conocía su nombre y su historia, pero si él había logrado asustar a la niña y si era de quien intentaba escapar... ¿Dónde estaban ahora ellas?
Un escalofrío recorrió mi espalda, y por primera vez en mucho tiempo, el miedo me envolvió, amenazando con desequilibrarme. Sentía cómo me oprimía, tratando de ahogarme, pero yo no iba a permitir que me aplastara.
—Fue tras ellas —concluí, aunque mi boca se movió lento, de manera extraña. Todos me miraron, pero no permití que me hicieran preguntas. No había tiempo que perder—. José, mi intención no era en absoluto involucrarte en este asunto, pero si los policías ya están al tanto del estatus migratorio de Samantha, es muy probable que también estén buscando a su madre.
—Lo entiendo. Me haré responsable de cuidarla. —Miró a la mujer, quien no dijo nada porque no entendía el idioma en el que hablamos y parecía seguir sopesando las palabras de la niña. Sabía que la regresarían a su país de origen, con o sin Samantha, y cuando su semblante se deshizo al mirarme, debió intuir lo que había sucedido—. Y a la pequeña también.
—Ah, mierda. —Laurent pareció recordar algo—. Papá está aquí. Llegó en la mañana.
—¿Te dijo el motivo?
—Buscaba a una persona. Alguien que trabajaba en el hotel. Parecía desesperado por encontrarlo.
Me llevé a Laurent a un lado.
—¿Te dijo el nombre de la persona que buscaba? —pregunté, y negó con la cabeza—. ¿Quieres ayudarme con algo? Está bien, quítame a Oliver y estos tres de encima. Me estarán buscando.
Tenía esa ligera sospecha.
—¿Qué harás?
—Creo suponer a dónde se las llevaron.
—¿Cómo es posible?
—Porque tu padre está detrás del mío. Ya lo sabes, ¿no? Esa información debió estar entre los documentos que leíste sobre mí.
Asintió con lentitud mientras contemplaba el suelo. Su mente debía ser un caos, casi tanto como la mía.
—¿Por qué ese hombre siempre regresa? —me preguntó en un susurro.
—Cada vez que lo hizo, dijo que era por mí.
Se rio, sin gracia y con frialdad. Ciertamente, parecía una broma de mal gusto.
—¿Y tú irás a buscarlo a él? No sé quién está más loco de los dos. Decía que Nikolai era el líder de una banda criminal. —Me miró preocupado—. No vas a hacerlo solo.
—Te necesito aquí. Preciso que me ayudes a salir del hotel. —Ya que di la orden para que lo cerraran, estarían custodiando las puertas principales.
—Te irás solo —repitió—. Siempre quieres hacer las cosas de ese modo, así que no.
—Acompañarme te pondrá en peligro. Entiende. Por un demonio, Laurent. ¡Escúchame! Ese hombre es capaz de... —No logré terminar la frase.
—¿Qué hay de ti?
—No me hará nada —aseguré. Aunque en el pasado hubiera decidido entregarse al FBI en lugar de matarnos a los dos, ignoraba si ahora correría con la misma suerte. Pero eso él no debía saberlo, o nunca saldría de aquí.
—Te ayudaré a escapar. Solo prométeme que volverás. Los tres. —Jamás vi tanta determinación en su mirada. Asentí—. ¿Qué debo hacer?
—Crea un disturbio, una distracción.
—¿Cuál?
—Se te ocurrirá algo, lo sé. Danna —la llamé, y ella, que nos había mirado durante los últimos minutos sin saber qué hacer, se acercó rápidamente—. Acompaña a Laurent, puede que necesite de tu ayuda.
Como supuse, los policías daban vueltas por el vestíbulo del hotel. Mateo estaba con ellos, pegado igual que una garrapata. Laurent avanzó en su dirección; al principio, pareció no tener idea de lo que haría y luego continuó con total seguridad. Se deslizó con sigilo entre los policías, apenas rozando el hombro de Mateo en su paso. Cuando el chico se volvió hacia él, un golpe certero y contundente se estrelló contra su rostro, obligándolo a retroceder de manera aturdida. Por un breve instante, todo pareció congelarse mientras Mateo luchaba por recuperar el equilibrio y comprender lo que acababa de suceder. De pronto me sentí con un peso menos encima. Tendría que agradecérselo a Laurent después.
A Danna se le escapó un grito, lo que hizo que las personas alrededor, preocupadas por el clima, se fijaran en la pelea. El caos comenzó. Era mi señal.
Me deslicé a lo largo del vestíbulo, manteniéndome pegado a la pared, con la mirada fija en asegurarme de que todos continuaran distraídos. Laurent no pudo contener su ira y proferir un insulto hacia Mateo, y sin esperar a que los policías intervinieran, le propinó otro brutal golpe. Esta vez, Mateo se desplomó en el suelo, aferrándose a su rostro y soltando un grito de dolor. Laurent, listo para lanzarse sobre él una vez más, pero fue frenado en seco por los otros tres individuos, quienes los separaron. Fue entonces cuando aproveché la oportunidad para entrar en el pasillo que conducía a la lavandería.
Me escondí en ese lugar, fuera de la vista del personal, y usé la puerta de carga.
Bajo la lluvia torrencial y el viento furioso, me apresuré hacia el automóvil estacionado. Abriendo la puerta del maletero, extraje un arma de mi equipaje, luego lo cerré y avancé hacia el frente. Mis manos buscaron en la guantera hasta que hallé las llaves del Mercedes. Necesitaba un vehículo rápido.
Un destello atrajo mi atención al asiento donde Samantha había estado sentada. Su teléfono yacía allí, enchufado y cargando. Sin embargo, algo más capturó mi mirada en el suelo. Con cuidado, cerré la puerta del conductor y me incliné para alcanzar debajo del asiento, extrayendo una prueba de embarazo positiva.
Una extraña sensación se apoderó de mí. Mi mente comenzó a explorar distintas posibilidades. Sin embargo, un dolor de cabeza me asedió, pero me obligué a mandarlo lejos.
Regresé a la puerta del estacionamiento del hotel. Allí, bajo el techo y resguardado por una cerca, estaba mi Mercedes. Subí, encendí el motor y arranqué.
Creía tener una idea de dónde las habían llevado.
La persona responsable de todo esto, siempre volvía por mí. Pero, ya que no podía encontrarme, descubrió cómo atraerme hacia él.
Cuando estacioné el auto en el puente, un nuevo alerta interrumpió en mi teléfono. La tormenta, ahora en pleno furor, avanzaba implacable hacia la costa desde el sureste. La mala señal, consecuencia del clima inclemente, dificultó la recepción de un último mensaje que, en la pantalla, tras seguir la dirección de un enlace, desplegó un intrigante conjunto de números: coordenadas.
Casi dejé caer el teléfono al descubrir que la firma del remitente al final del mensaje era Natanael.
Esa evidencia fue la que arrojó claridad sobre toda la situación. Tenían a Samantha, y, sin importar a qué rincón del mundo la hubieran llevado, estaba dispuesto a emprender la búsqueda sin titubear.
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