Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 53



❦ ❦ ❦


Al día siguiente, Alastor dio su consentimiento para que comenzara mi entrenamiento, aunque con la advertencia de que debíamos ser más cuidadosos y evitar posibles accidentes. Cheyanne se volvió metódica y estableció horarios estrictos que registrábamos en nuestros teléfonos. En cuanto a Eloy, entendí que no regresaría al trabajo, y todavía me sentía culpable por lo sucedido Sin embargo, no insistimos, ya que Cheyanne había sido clara en la piscina al no permitirle intervenir hasta que fue necesario, lo que pesó en su conciencia. Alastor también fue duro consigo mismo por lo ocurrido, puesto que a Eloy lo contrataron con un propósito específico.

Nos tomamos con precaución el entrenamiento, siendo conscientes de no enfurecer a Alastor. Cheyanne no me forzaba a seguir si ya no podía más, y yo le comunicaba cuando sentía que era suficiente.

Utilizamos el gimnasio para mejorar mi estado físico, y después del incidente en la piscina, Cheyanne me presentó una cuerda, argumentando siento un ejercicio más beneficioso que la natación. Tras una semana, comprendí por qué lo decía: trabajaba la mayoría de mis músculos y mi resistencia, a pesar de que mi coordinación aún no era la mejor.

Cada vez que me encontraba con Alastor en la casa, ya fuera en busca de pistas sobre César o cuando compartíamos un rato juntos, podía notar lo preocupado que estaba por mi bienestar. Durante los primeros días, cuando apenas conseguí moverme tras las intensas sesiones de entrenamiento, evitaba tocarme por miedo a lastimarme. Sabíamos que debíamos trabajar en esa parte de nuestra relación, para que él comprendiera que no suponía un riesgo para mí. Sin embargo, al final del día, estaba tan exhausta que me quedaba dormida enseguida, y él muchas veces regresaba tarde, en altas horas de la madrugada. Era asombroso cómo una rutina de ejercicio podía transformar a una persona, tanto que incluso mi madre notó un cambio en mí durante nuestras últimas videollamadas.

Finalmente, una semana y media después del incidente en la piscina, Cheyanne decidió empezar con las lecciones de defensa personal.

—El propósito de esto es aprender a evitar una agresión. No se basa solo en la fuerza, sino en velocidad y astucia. Debemos ser capaces de eludir el enfrentamiento directo y, lo más importante, de no poner en peligro nuestras vidas —explicó Cheyanne mientras mordisqueaba una manzana—. Comenzaremos con técnicas básicas, y si tenemos tiempo, avanzaremos a otras.

—¿Existen diferentes niveles en esto? —pregunté.

—Sí, hay diversas técnicas de autodefensa. Por ejemplo, el krav maga se utiliza en las Fuerzas de Defensa y Seguridad israelíes para protegerse de situaciones violentas, incluidas las agresiones sexuales. También hay técnicas de autodefensa policial basadas en artes marciales. Así como programas específicos de defensa personal para mujeres, que promueven la autonomía tanto física como mental. Pero por ahora, nos centraremos en las técnicas básicas que son fundamentales y que se enseñan a todos.

—Entendido.

—Empecemos con cinco. La primera se refiere a la postura defensiva —Cheyanne se colocó detrás de mí y con su pie presionó el arco de mi pie derecho hacia afuera, desequilibrándome—. Tu posición corporal es incorrecta. El pie dominante debe estar ligeramente detrás del otro, y ambos a la altura de los hombros. Las manos abiertas o semiabiertas cerca del rostro, la cabeza inclinada y el tronco un poco girado —me acomodó como si fuera una muñeca, y la posición se sentía extraña.

Luego continuó, diciendo:

—El segundo punto trata sobre bloqueos. —Cheyanne arrojó el corazón de la manzana hacia mí, pasando entre mis manos y golpeándome en la frente antes de caer al suelo. Chasqueó la lengua, desaprobando mi reacción, y yo la miré molesta por la inesperada agresión—. Tus reflejos son deficientes. La idea es bloquear los ataques del agresor, desviando la trayectoria de sus golpes.

Cheyanne volvió a rodearme y me sujetó por detrás. Dado que era más alta y delgada que yo, levantarme del suelo fue tarea sencilla. Sus brazos me aprisionaban alrededor de las costillas, lo que me dejó sin aliento y causó dolor. Me quejé y traté de liberarme, incluso clavando mis dedos en su piel, pero fue en vano. Por suerte, la herida en mi costado se había cerrado bastante bien, aunque no lo suficiente para evitar una cicatriz lineal.

—Lo que estás haciendo no sirve de nada —dijo con determinación, incrementando la presión. Moví los brazos otra vez, pero su agarre se mantenía firme—. Es inútil —volvió a insistir, y la ira se apoderó de mí. En un arranque, alcé el codo y le golpeé la cara, logrando que me soltara. Caí al suelo y la vi tambalearse mientras se tocaba la cabeza con una mano, sorprendida por mi respuesta. Luego, prosiguió:

—La tercera técnica se enfoca en impactar una zona del cuerpo del agresor para provocar dolor.

—Lo siento —susurré, masajeando mis costillas adoloridas mientras luchaba por respirar.

—No te disculpes frente a tu agresor, él no lo hará cuando intente matarte. Solo actuará.

Tragué saliva y traté de ponerme de pie, aunque fue en vano. Un hábil movimiento de su pierna hizo que resbalara y cayera de espaldas sobre la alfombra.

—Por último, en un derribo, debes asegurarte de que tu agresor permanezca en el suelo o esté aturdido el tiempo suficiente para escapar. Mantén tu postura defensiva en todo momento. Nunca te rindas ni bajes la guardia, ya que si te atrapan en el suelo o en cualquier superficie, serás vulnerable y el enfrentamiento podría terminar mal.

—¿Eso es todo? Dijiste que eran cinco técnicas. —Me senté, sorprendida de que no me doliera mucho después de la caída.

—La quinta es la menos recomendable.

—¿De qué se trata?

—De dificultar la respiración y el flujo sanguíneo, en otras palabras, asfixiar. Sin embargo, en la mayoría de los casos, y en tu situación, es mejor mantener la distancia. —Me molestaba que Cheyanne pensara que no estaba lista, de que me viera como incapaz e inútil. No lo era.

—Puedo hacerlo.

—No lo creo. Eres débil.

Apreté los dientes.

—¿Qué hay de un arma?

—¿Estarías dispuesta a matar? Porque una vez que levantas el arma, solo tienes segundos para decidir sobre la vida de otra persona. —De repente, el vívido recuerdo de Raine siendo retenido en el suelo por ese hombre, llenó mi mente. Sus ojos reflejaban miedo al darse cuenta de lo que había hecho, como si disparar no fuera su intención, pero se vio atrapado en un forcejeo, y ese acabó siendo el resultado. Estuve a punto de morir.

—No creo que estés lista para eso.

—Lo necesito.

—¿Por qué? —preguntó con tono neutral.

—Incapacitar. También puede ser utilizado en defensa propia, ¿verdad?

Cheyanne lo consideró por un momento, sin revelar ninguna emoción en su rostro. Me sentía ansiosa esperando su respuesta, como si necesitara su aprobación o consentimiento. Podía escuchar el eco de mi respiración acelerada.

—Está bien. Pero hablarás con Alastor cuando regrese. —En ese momento, no entendí lo que quiso decir. Sin embargo, tres días después, al encontrarme de nuevo frente a un arma, lo comprendí. Ni siquiera fui capaz de tocarla. Cheyanne solo me mostró las partes y su funcionamiento, pero esa noche tuve pesadillas. Una y otra vez, el sonido del disparo me despertaba entre temblores, sudando. También estaba el dolor en mi costado, tan real como la primera vez, pero desaparecía cuando abría los ojos. Alastor, que tenía un sueño ligero, me abrazaba con fuerza. Había notado mis pesadillas, y gracias a la conversación que tuvimos días antes, intuía la razón, pero optaba por guardar silencio al respecto. Era mi elección. Sabía que tenía su apoyo, y le prometí que cuando no pudiera más, renunciaría. Pero no me rendí. No podía hacerlo. Apenas estaba empezando.

Los entrenamientos con Cheyanne continuaron durante los próximos días. Ya no me sentía tan lamentable en forma, y tenía más energía. Tampoco volvió a mostrarme un arma. Su condición era que debía fortalecerme mentalmente, y ese era un entrenamiento todavía más complicado que el físico. Uno en el que ella no podía intervenir. Me dijo que esperaría a que yo estuviera lista y, cuando por fin lo creí, le pedí que me la entregara.

Al tomar su pistola por primera vez, sentí su peso hundiéndose no solo en mis manos, sino en mis entrañas, volviéndome torpe e insegura, aunque no estuviera cargada. Cuando Alastor entró en el gimnasio en ese momento y nos vio, no sé qué pasó, pero el arma se resbaló de mis manos y cayó al suelo. Me di cuenta por el sonido que hizo.

Supuse que, como había dicho Cheyanne, no estaba lista para tomar decisiones de vida o muerte. El recuerdo de cómo podría haber terminado mal, hizo que mi mente, consciente de que la pistola no estaba cargada, creara imágenes desagradables. La idea de lastimar a Alastor me atormentó, y el peso del arma resultó abrumador. No pude intentarlo de nuevo.

Todavía no estaba lista.

Aún no sabía cómo fortalecerme mentalmente.

Por otro lado, desde la primera vez que logré golpear a Cheyanne, nunca volví a sorprenderla o derribarla. A pesar de que trabajé en aumentar mi fuerza, ella se aseguró de que no pudiera hacerlo. Me tomó más en serio. Sin embargo, llegó el día en que los problemas llamaron a la puerta a través del timbre.

Alastor no estaba en casa, y Cheyanne se movió con agilidad, corriendo hacia la segunda planta. Luego regresó, examinando las ventanas cercanas. Pero no parecía ver nada fuera de lo común.

Mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Incluso Lizzie, que rara vez prestaba atención a algo más allá de la televisión, se puso de pie detrás de mí, con una mirada fría fija en la puerta principal hacia la que se dirigió Cheyanne.

—Quédate con la niña —me ordenó mientras escondía su arma en la parte trasera de su pantalón deportivo y encendía la pantalla del intercomunicador. Frunció el ceño al ver lo que había reflejado en él.

—¿Samantha Fernández?

—¿Emily? —Me acerqué a Cheyanne reconociendo la voz, pero me hizo un gesto para que guardara silencio y siguió haciendo preguntas.

—¿Quién eres?

—Emily Galván. —A diferencia de Mateo, ella entendía un poco de inglés, por lo que podía responder preguntas básicas en el mismo idioma. Cuando llegué junto a Cheyanne, reconocí su rostro reflejado en la pantalla. Era ella en verdad.

—¿Qué quieres?

—Hablar con Sam. —Sonó aliviada después de verme asomarme a través de la cámara. También mostró una sonrisa nerviosa.

—¿Estás sola?

—Uh, sí.

—Dudaste.

—¿Esto es necesario? —Le susurré a Cheyanne, y poco después me di cuenta de lo estúpida que fue mi pregunta.

—¿Quién demonios es y por qué sabe que estás aquí? —A ella no le importó bajar la voz para que Emily no pudiera escuchar lo que estábamos diciendo.

—Era mi amiga.

—Era —repitió.

—Está con Mateo ahora; el tipo al que amenazaste el otro día.

Eso tenía más sentido. Él sabía dónde estábamos, no era raro que Emily también compartiera esa información. Mientras Cheyanne conectaba las piezas, frunció el ceño.

—¿Puedo hablar con ella? —Emily insistió del otro lado.

—No. —Cheyanne me miró—. No es seguro.

—Entiendo. Tampoco iba a decir nada.

—De acuerdo. —Dio un paso para alejarse, pero el timbre volvió a sonar con insistencia.

—No se cansará, ¿verdad?

La miré con una ceja levantada, y eso bastó.

Cheyanne soltó un suspiro impaciente, y sacando el arma de su escondite, tiró de la corredera hacia su pecho y volvió a guardarla. No sabía mucho sobre armas, casi nada, en realidad, pero lo que me enseñó el otro día fue suficiente para notar que la había preparado para lo que fuera.

—Regreso en un segundo —me informó y salió de la casa.

El miedo se apoderó de mí. Estaba a punto de enfrentarse a Emily, y si había amenazado a Mateo con un cuchillo, sabía que podía ser capaz de mucho más.

Crucé la puerta y me detuve junto a la fuente. Emily la miró con desagrado a través de los barrotes del portón, pero no se veía rastro de la pistola aún. Además, tampoco parecía estar acompañada, lo cual era extraño.

Al darse cuenta de mi presencia, ambas volvieron hacia mí. Emily parecía tener dificultades para reconocerme, como si hubiera cambiado desde la última vez que nos vimos. Y en cierto sentido, lo había hecho, aunque dudaba que un par de días de ejercicio hubieran tenido un impacto tan grande.

—¿No te dije que te quedaras con la niña? —increpó Cheyanne.

—Sam, ¿quién es ella? —me preguntó en nuestro idioma, pero como no respondí, lo intentó de nuevo—: ¿Podemos hablar?

—¿Estás sola?

—Mateo no está conmigo.

—De acuerdo.

De regreso al interior de la casa, Cheyanne me alcanzó mientras presionaba el botón junto al intercomunicador para abrir el portón principal.

—No pareces entender la gravedad de la situación —me reprendió—. Ella es una amenaza.

—No es peligrosa, al menos no a ese nivel. Puedes registrarla si eso te hace sentir mejor.

—Lo habría hecho de todos modos, aunque habría sido más fácil echarla.

Cuando Emily llegó a la puerta con una maleta, Cheyanne le bloqueó el paso con el brazo y le indicó que retrocediera. Mi ex mejor amiga me miró sin entender.

—Quiere registrarte. Ella es guardaespaldas de Alastor —dije, porque no se me ocurrió nada mejor.

—¿El hombre del hotel?

Asentí, y con duda, Emily dio media vuelta. Cheyanne le arrebató el bolso y empezó a revisarlo, luego procedió a palpar el cuerpo de Emily. Varios minutos después, Cheyanne le hizo un gesto para que nos siguiera a la sala.

—Eso —Cheyanne señaló la maleta—, se queda junto a la puerta.

Emily retiró las manos de la maleta con ruedas y se apartó lentamente, como si tuviera miedo de dar un paso en falso y terminar esposada, o algo peor.

—Alastor no estará contento si la ve aquí —me advirtió Cheyanne mientras nos sentábamos en los sillones. Ella se quedó de pie junto a la puerta, con su expresión de pocos amigos que ya no me afectaba.

—Qué bonita casa. —Emily, mirando a su alrededor con admiración, se mostró encantada, pero cuando sus ojos volvieron a posarse en Cheyanne, su sonrisa se deshizo. Había adquirido un bonito tono bronceado desde la última vez que la vi, y el vestido que llevaba le quedaba bien con las puntas de su cabello castaño teñido de azul.

—¿De qué quieres hablar? Sé breve. —No intenté ser amable, no más de lo que fui al recibirla. Tenía la duda de si tomé la decisión correcta al dejarla entrar.

—Quería disculparme. —Sus palabras me sorprendieron. Esperaba cualquier cosa, excepto esto—. Por Mateo también.

No pude evitar soltar una risa de incredulidad.

—Fui una idiota —reconoció. Parecía arrepentida, lo que borró la sonrisa irónica de mis labios—. Supe por él que te encontró cerca de aquí hace unos días. Te estuvo siguiendo. Decidió quedarse en el país por ti, y yo lo hice por él, pero se excedió. Creo que... —Movió las piernas, como si no lograra encontrar una posición cómoda en su asiento—. Él todavía te quiere.

—Eso no es amor, ni nada parecido.

—Lo sé —suspiró, y cuando levantó la mirada, tenía los ojos llenos de lágrimas, y se esforzó por no dejar que se derramaran. Aquello no debió despertar simpatía en mí, pero lo hizo. Solíamos ser amigas, o eso pensaba—. Estoy molesta con él, así me di cuenta de que también estaba enfadada contigo. Te fuiste del país sin decirme nada.

—¿Debí haberte pedido permiso después de que te acostaras con mi novio?

—Tienes razón, yo tampoco tenía derecho a estar molesta. Pero vine a disculparme por todo eso, no estuvo bien. —Ahora me miraba con la boca abierta. ¿Tanto tiempo le llevó darse cuenta? A menudo imaginé que le gritaba, incluso que le daba una bofetada, pero en ese momento, no pude hacer nada más que permanecer en mi asiento y escuchar—. Mañana regreso a Ecuador y no quería irme sin disculparme. Además, el aeropuerto de Fort Lauderdale queda de camino, así que... —Su voz se apagó y bajó la mirada a sus pies, que parecían estar sufriendo un poco. Tenía ampollas.

Me preguntaba cuánto tiempo estuvo arrastrando esa maleta sola. La última vez que vi a Mateo, fue alrededor de dos semanas. No creía que hubiera llegado a esta ubicación con tanta facilidad. No estaba oculta, pero tampoco próxima a ninguna carretera principal. Además, no había transporte público cerca, al menos no que yo supiera, y los taxis eran caros. La única forma de moverse era con un automóvil propio, y al parecer, Emily había llegado caminando. Su familia tampoco era tan adinerada como la de Mateo. Incluso podía atreverme a pensar que él pagó por ella.

Experimenté mucho enojo hacia ese idiota por dejarla sola en un país extranjero, y al mismo tiempo, me sentí estúpida por la simpatía que estaba sintiendo por la persona que más me había herido.

—Estás sola —reincidí.

—Terminamos hace unos días —le restó importancia a sus palabras al encogerse de hombros, pero su mirada no lo respaldaba. Estaba herida y arrepentida, y parecía estar luchando contra las lágrimas. No tenía por qué importarme, pero lo hacía—. Fui una estúpida.

Me hubiera gustado decir algo, y no fui capaz. Mateo siempre fue un idiota, pero ella me había traicionado, mi mejor amiga. La conocí mucho antes que a él. ¿Cómo esperaba que pudiera perdonarla?

—Sé que no me concierne, pero esa niña... —Seguí el recorrido de su mirada hasta el arco que conducía a la cocina. Lizzie asomaba la cabeza por detrás de la pared y volvió a esconderse cuando la vimos—. ¿Tuviste una hija con ese hombre?

—¡Por Dios, no! —Mi voz sonaba más alta de lo que pretendía, revelando cosas que no eran ciertas. Luego agité las manos en defensa de mi respuesta—. Por favor, ¡tiene once años!

—No lo parece. Se ve muy pequeña, frágil y tímida.

Con cada palabra, mi rostro se llenaba de una mueca más amarga. Sin embargo, cuando Emily volvió su mirada hacia mí, logré recuperar la compostura justo a tiempo. Era inevitable recordar los muchos intentos que Cheyanne y yo habíamos hecho para que hablara o se duchara. La niña parecía vivir en el pasado, dentro de una cueva. No se comunicaba y apenas comía chatarra. Debido a su edad, no solía enfermar, pero su comportamiento era inquietante.

—Ni siquiera llevo más de un mes en este lugar. En todo caso, sería un feto.

No intenté ser graciosa, pero tampoco esperaba que su condición decayera más.

—Sam, no recorrí todo este camino hasta aquí para que me perdones. Tampoco espero que lo hagas. Tienes el derecho de estar enojada. Pero me gustaría que acabásemos en buenos términos. —La atención nerviosa de Emily volvió a centrarse en Cheyanne, que no se había movido de su posición junto a la puerta—. ¿Te gustaría ir a tomar algo? Después de todo, estamos en Florida. ¿No soñábamos alguna vez con estar juntas en un lugar así? Es una oportunidad para compartir una comida. Sería una especie de despedida. Tú y yo, una última vez.

—Si alguna vez soñamos con eso, fue hace mucho tiempo, y tampoco parecían muy emocionados de tenerme entre sus planes.

Emily lució incómoda.

—Entiendo. Con esto, al menos te he visto por última vez. —Se puso de pie para marcharse, y me sentí tonta por guardar rencor en mi corazón. Emily tenía razón, sería la última vez.

—Aguarda. —Me levanté, y probablemente Cheyanne intuyó cuál era mi intención, ya que abrió mucho los ojos en señal de advertencia, gesto que me recordó a mi madre. No había tenido la oportunidad de hablar con Emily durante mucho tiempo—. Sé que hay un restaurante cerca.

Sus ojos se iluminaron y me sonrió como solía hacer cuando aún éramos amigas. Pero esto no significaba que volviéramos a serlo; era una oportunidad para poner fin a esa etapa de mi vida que buscaba desde que la vi en el hotel.


━━━━⊱❦ ❦ ❦⊰━━━━


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro