Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 45



❦ ❦ ❦


Alastor recibió una llamada de la doctora a cargo de los incidentes médicos en el hotel, y aseguró que Juan se recuperaría después de algunos días de descanso. Se encontraba sorprendido por el arma, y la inflamación en el ojo desaparecería dentro de algunos días, pero estaría bien.

Los delincuentes intentaron ingresar al hotel, sin embargo, el capitán de los botones intervino al notar su comportamiento sospechoso, lo que resultó en su herida. Alastor expresó su profunda gratitud hacia el hombre y ofreció su ayuda para su completa recuperación. También le dio varios días libres hasta su recuperación completa.

José, quien había llegado cuando entrábamos en la suite de Alastor, ofreció café o té a todos los presentes, para calmar los nervios.

Mamá volvió al tema y preguntó si había alguna solución, como devolver los documentos falsos o algo por el estilo. Estaba sentada junto a mí en la sala de la suite con una taza de café caliente sin azúcar. Hacía un rato, al tomar sus manos, las tenía frías. El aire acondicionado no ayudaba en absoluto en ese momento. Tiritaba de vez en cuando mientras intentaba recomponerse.

—Muchas de las caras en esos documentos corresponden a personas desaparecidas. No sería apropiado devolverles el poder para manipular a inocentes —respondió Alastor mientras se servía un vaso de whisky. Una costumbre que solía seguir cuando estaba nervioso o preocupado.

—¿Y el FBI? He visto en las películas que resuelven casos parecidos a este.

Laurent resopló.

—Eso es solo ficción —le susurré a mamá.

—¿Y qué hay de la CIA? Ellos también se ocupan de estos temas, ¿no?

—No llegaremos a ningún lado si la mitad de nosotros no entiende lo que dice la otra —se quejó Laurent, y Cheyanne estuvo de acuerdo.

—Puedo hacer de traductora —me ofrecí, y nadie se opuso.

—Entonces... —continuó mamá mientras miraba a Alastor con determinación—, ¿cómo podemos solucionar esto?

—Estoy trabajando en ello —respondió, y se tomó un momento mientras yo traducía para los dos que no hablaban español—. Cheyanne y José han visitado los hogares de las personas que figuran en esos documentos. Todos viven en algún lugar de Miami.

—¿Cómo los encontraste? —preguntó mamá.

—Mi padre. Tiene muchos contactos que pueden hacer eso —sugirió Laurent cuando traduje.

—No, esta vez no fue a través de él, y no menciones nada de esto a Oliver —le advirtió Alastor con tono autoritario. Incluso yo sentí que me encogía en mi asiento.

—Sigo convencida de que lo más adecuado para ustedes sería salir del hotel. Al menos si a madre e hija les preocupa poner en riesgo a más personas —propuso Cheyanne. Ella fue la única que no aceptó nada de tomar, incluso Laurent se sirvió un poco de la misma bebida de Alastor.

—Pero ellos no saben nada de Alma, ¿verdad? ¿No estaríamos poniéndola en peligro si permanece cerca de su hija? —señaló Laurent, y no había pensado en eso.

—Pero también sería imprudente dejarla sola —contesté de manera escueta.

—Yo cuidaré de Samantha —determinó Cheyanne—, y José puede ocuparse de Alma. Ambos estamos entrenados en defensa personal y yo tengo un amplio conocimiento en el manejo de armas. Puedo enseñarle a Sam, por si alguna vez lo necesita.

¿Yo, empuñando un arma? Si tan solo recordar ese día, el estruendo de los cristales y la sangre, me estremecía; no podía imaginarme portando una pistola o similar. Pero me quedaría con la primera opción.

—La idea de aprender defensa personal me agrada, gracias —le respondí, y ella me miró con entusiasmo.

Alastor observó a todos nosotros. Había permanecido tranquilo y no dijo mucho hasta ese momento.

—Estoy de acuerdo. Sería mejor si Alma se queda en el hotel. Y yo también estaré aquí —intervino Laurent, lo que me dejó desconcertada. Pensé que estaba enojado porque la vida de Alastor corría peligro por mí, se ofreció a cuidar a mamá y ponerse él mismo en riesgo.

—¿Y a dónde irían ustedes? —preguntó mi madre, mirándonos a Alastor y a mí.

—Es un problema sencillo de resolver —dijo Laurent con simpleza, y luego se volvió hacia su hermanastro—. Solo compra una casa.

Casi escupo el té que José me había ofrecido.

Le comenté a mamá lo que acababa de decir, y supe que ella suponía lo mismo que yo: tan sencillo, solo adquiere una casa en Miami, como si no costara una fortuna. Pero también estábamos hablando de Alastor, para él, eso no significaba nada.

—Estoy de acuerdo. Podemos ocuparnos de una casa en lugar de un hotel —reflexionó Cheyanne—. ¿Qué opinan ustedes?

—Suena lo bastante sensato, por el momento —convino mamá, y me sentí aliviada de alguna forma. Nadie nos apoyó desde que mi papá nos abandonó. A ella le había costado mucho trabajo sacarnos adelante sin ayuda, y ahora que Alastor nos ofrecía esto, no le agradaba del todo. Sentiría impotencia, pero creí que, al igual que yo, había terminado aceptando una gran verdad: Alastor era el único con los medios y el poder para poner fin a todo esto. Para mantenernos a salvo.

—¿Sam? —Alastor desplazó la mirada hacia mí, en busca de aprobación.

—Está bien.

—Encontraré una casa segura, y nos moveremos lo más pronto posible.

—Señora Alma, ¿continuará con el trabajo? —le preguntó José. Era su primera participación en la conversación, pero creí entender su motivo. Él, mejor que nadie, conocía nuestra situación. Dado su dialecto, nombre y apariencia, supuse que también había migrado de su país. Sumado a la forma en la que nos miraba, el hombre podía tener una idea bastante acertada de lo que significaba depender de alguien más.

—Puedo hacerlo, siempre que mi hija se encuentre a salvo.

Miré a mamá con una terrible sensación de culpabilidad. Aunque ambas vinimos a este país con el propósito de trabajar, me sentía fatal por ponerla a cargo de todo.

Después de aclarar su garganta, mamá se volvió a centrar en Alastor y agregó:

—Hay mucho en juego. Eres lo suficientemente inteligente como para no haberlo pasado por alto. Si mi hija no te importara, habrías huido al primer indicio de peligro si fueras un... —Le di un codazo justo a tiempo, y ella me lanzó una mirada fulminante por haberla interrumpido. Resopló mientras recuperaba la compostura—. Pero sigues aquí, decidido a cuidar de ella.

—Mamá —pronuncié, sin embargo, todavía no había terminado.

—Para ser sincera, tenía un poco de miedo de que desaparecieras después de tener varias sesiones de intimidad. —Mis ojos se abrieron de par en par, y tiré de su brazo, negando con la cabeza para que dejara de hablar—. ¿Qué? Se nota que vuelves a estar enamorada, ¿cómo no iba a preocuparme si tu vida también está en juego? Aunque es cierto que te di un pequeño empujón.

—¿Podemos hablar de esto más tarde, en privado? —le dije en un susurro, más avergonzada que nunca. Todos nos miraban ahora, y solo deseaba desaparecer en el sofá.

—Está bien —aceptó, y su tranquilidad al hacerlo era envidiable. Nada la avergonzaba. Incluso se atrevió a mirar a Alastor como si quisiera descifrar sus pensamientos más profundos mientras daba un sorbo a su café.

—¿Qué dijo? —preguntó Laurent en voz baja. No iba a traducir esa última parte, así que José lo hizo por mí, omitiendo todo lo vergonzoso.

—La señora Alma quiere saber si Alastor se toma en serio a Samantha. —Mamá podría haber sido más directa y sencilla, como lo hizo José. Pero sin drama y palabras embarazosas, no sería ella.

—Estoy comprometido por completo —respondió Alastor con una seguridad que me llenó el pecho.

—¿Y a dónde irían ustedes? —pregunta mi madre, mirándonos a Alastor y a mí.

—Esto tiene fácil solución —dice Laurent con simpleza, y poco después se dirige a Alastor—. Cómprate una casa.

Casi escupo el té que me había ofrecido José. Le comento a mi madre lo que acaba de decir, y sé que piensa lo mismo que yo: tan fácil. Solo cómprate una casa. En Miami. Como si no costara una fortuna. Pero hablamos de Alastor. Para él no significa nada.

—Estoy de acuerdo. Podemos ocuparnos de una casa en lugar de un hotel —reflexionó Cheyanne—. ¿Qué opinan ustedes?

—Suena lo bastante sensato, por el momento —convino mamá, y me sentí aliviada de alguna forma. Nadie nos apoyó desde que mi papá nos abandonó. A ella le había costado mucho trabajo sacarnos adelante sin ayuda, y ahora que Alastor nos ofrecía esto, no le agradaba del todo. Sentiría impotencia, pero creí que, al igual que yo, había terminado aceptando una gran verdad: Alastor era el único con los medios y el poder para poner fin a todo esto. Para mantenernos a salvo.

—¿Sam? —Alastor desplazó la mirada hacia mí, en busca de aprobación.

—Está bien.

—Encontraré una casa segura, y nos moveremos lo más pronto posible.

—Señora Alma, ¿continuará con el trabajo? —le preguntó José. Era su primera participación en la conversación, pero creí entender su motivo. Él, mejor que nadie, conocía nuestra situación. Dado su dialecto, nombre y apariencia, supuse que también había migrado de su país. Sumado a la forma en la que nos miraba, el hombre podía tener una idea bastante acertada de lo que significaba depender de alguien más.

—Puedo hacerlo, siempre que mi hija se encuentre a salvo.

Miré a mamá con una terrible sensación de culpabilidad. Aunque ambas vinimos a este país con el propósito de trabajar, me sentía fatal por ponerla a cargo de todo.

Después de aclarar su garganta, mamá se volvió a centrar en Alastor y agregó:

—Hay mucho en juego. Eres lo suficientemente inteligente como para no haberlo pasado por alto. Si mi hija no te importara, habrías huido al primer indicio de peligro si fueras un... —Le di un codazo justo a tiempo, y ella me lanzó una mirada fulminante por haberla interrumpido. Resopló mientras recuperaba la compostura—. Pero sigues aquí, decidido a cuidar de ella.

—Mamá —pronuncié, sin embargo, todavía no había terminado.

—Para ser sincera, tenía un poco de miedo de que desaparecieras después de obtener varias sesiones de intimidad. —Mis ojos se abrieron de par en par, y tiré de su brazo, negando con la cabeza para que dejara de hablar—. ¿Qué? Se nota que vuelves a estar enamorada, ¿cómo no iba a preocuparme si tu vida también está en juego? Aunque es cierto que te di un pequeño empujón.

—¿Podemos hablar de esto más tarde, en privado? —le dije en un susurro, más avergonzada que nunca. Todos nos miraban ahora, y solo deseaba desaparecer en el sofá.

—Está bien —aceptó, y su tranquilidad al hacerlo era envidiable. Nada la avergonzaba. Incluso se atrevió a mirar a Alastor como si quisiera descifrar sus pensamientos más profundos mientras daba un sorbo a su café.

—¿Qué dijo? —preguntó Laurent en voz baja. No iba a traducir esa última parte, así que José lo hizo por mí, omitiendo todo lo vergonzoso.

—La señora Alma quiere saber si Alastor se toma en serio a Samantha. —Mamá podría haber sido más directa y sencilla, como lo hizo José. Pero sin drama y palabras embarazosas, no sería ella.

—Estoy comprometido por completo —respondió Alastor con una seguridad que me llenó el pecho.

—Pero eso no significa que estaremos confinadas por el resto de nuestras vidas, temiendo de...

—Narcotraficantes —Alastor finalizó por ella.

—¿Qué? —La taza de mamá volvió al platillo con un ruido sordo. Yo tuve una reacción similar cuando descubrí con quiénes estábamos lidiando en realidad—. Pensé que era una banda de extorsionistas, no tenía idea de que César llegara a este nivel.

—Me estaba ocupando de ello. Él no es un narcotraficante, se dedica a la extorsión —aclaró Alastor.

—¿Cómo pretendes atraparlos? Esto no es una película.

La miré con una ceja levantada. Hace poco mencionó que el FBI podía salvar el mundo igual que en la televisión.

—Porque sé qué persona está al mando de todo y también cómo encontrarla.

Se instaló un incómodo silencio en el que pude sentir el peso de la situación en los rostros de aquellos que ya estaban al tanto. Aparentemente, los únicos que no teníamos idea éramos mamá, Laurent y yo.

Cuando mamá pareció quedarse sin preguntas, Alastor se permitió responder una de las llamadas que había recibido durante los últimos minutos.

—Dile que ya no necesitaré sus servicios, a menos que mi novia lo requiera. —Me miró al pronunciar aquello, y sentí que había tenido suficiente para un día, ya que mis emociones se mezclaron. Parecía que estaba hablando con Susana, y se refería al entrenador que llamó para enseñarme a nadar—. Sí, también encárgate de eso.

Al finalizar y tras haber acordado todo, mamá optó por regresar al trabajo mientras charlaba con José.

Antes de que Laurent desapareciera, lo detuve en el pasillo frente a la suite al pronunciar su nombre. Se volteó hacia mí con lentitud, con las manos en los bolsillos de sus bermudas, y me miró con una expresión de aburrimiento.

—No tienes que hacerlo; ofrecerte a cuidar de mamá. Pero gracias.

—No me lo agradezcas. No termino de entender por qué él se había metido en una locura así por una mujer. Perdió la cabeza —respondió, mirando por encima de mi hombro a alguien que se acercaba desde la sala—. Nos vemos.

Justo a mi lado, como un proyectil, pasó Cheyanne y alcanzó a Laurent, empujándolo con el hombro por la espalda, lo que lo desequilibró. Él la miró con enojo y siguió caminando después de negar con la cabeza.

—¡Llámame si necesitas algo, Alastor tiene mi número! —Me gritó y agitó la mano en mi dirección, luego volvió la mirada para darse cuenta de que Laurent había empezado a correr y ya doblaba la esquina—. ¡Sabes que no te escaparás de mí, Pelusa!

Me reí.

La escena era como ver a dos hermanos peleando, lo que me hizo recordar una etapa de mi vida en la que deseé tener uno mayor, alguien que cuidara de mí y de las personas que se burlaban de mi delgadez cuando aún no sabía lo que padecía.

—¿Acaba de llamarlo Pelusa? —pregunté al sentir la presencia de Alastor a mi lado.

—Laurent solía ser muy pequeño. En su adolescencia, se afeitaba pensando que solo de esa manera le crecería barba, pero al final, lo único que obtuvo fue...

—Pelusa —concluí—. Entonces, ustedes tres se conocen desde hace tiempo. —Lo miré por primera vez, y en sus ojos noté una emoción que me entristeció. No solía mostrarla en presencia de los demás—. ¿Qué sucede?

—No tienes idea del miedo que sentí ante la posibilidad de perderte.

—Eso no va a ocurrir. —Traté de tranquilizarlo, buscando su cercanía y dejando mi mano en su estómago mientras me acercaba un poco más.

—Y tampoco lo permitiré —me aseguró. Sus dedos apretaron mi cintura contra la suya—. Consideré muchas formas de convencer a tu madre, pero aún temía que pudiera alejarte de mí.

—¿Crees que soy una niña? —Me quejé y noté que se tensaba—. Como dije, cuando me enamoro, me vuelvo muy obstinada.

Una sonrisa asomó entre sus labios, no llegó a formarse por completo, pero también brilló en sus ojos.

—Pasarás el resto del día conmigo, y encontraremos un lugar para estar a salvo. —No me había dado cuenta de cuán fría estaba hasta que él empezó a acariciar mis brazos, y poco después, me guio de vuelta a la habitación.

—Hace un momento... —pronuncié mientras cerraba la puerta, y me detuve para mirarlo, sin estar segura de que entendiera a qué me refería—. La forma en que me llamaste.

Alastor buscó en sus recuerdos hasta dar con el momento preciso.

—Novia —repitió, no era una pregunta—. ¿Te incomodó que lo dijera así?

—No. —Asentí con un gesto y una voz nerviosa—. Para nada. De hecho, se sintió bien.

En sus ojos se encendió otra chispa.

—Por un jodido infierno —pronunció, y en menos de tres zancadas estuvo frente a mí, besándome como si quisiera aferrarse a mí de todas las formas posibles. Como si quisiera absorberme y guardarme en su interior. Su mano me empujó la espalda entre los omóplatos, uniéndome más a su cuerpo, hasta que necesité tomar distancia para respirar. Un poco mareada, me sostuve de sus brazos. De todas formas, él siguió mirándome igual, con hambre, con deseo y con... algo más.

—Ah, estoy tan jodido —se rió, pero no lo dijo de mala manera.

—Oye, no enloquezcas. —Le di un golpecito en el pecho, y sus ojos persiguieron mi movimiento con apetito—. Lo haremos juntos, cuando llegue el momento. ¿De acuerdo?

Pegó su frente a la mía, y escuché su inhalación profunda.

—Creo que te llevo ventaja, pierdo el control cada vez que se trata de ti. Me volví irracional, pero más cuerdo que nunca. ¿En qué momento todo dejó de ser una mierda dolorosa para convertirse en todo esto? —Se concentró en respirar el aroma de mi cuello, y temblé—. En ti.

Al sentir que de pronto se me nublaban los ojos, hundí el rostro en su pecho.

Me embargó una sensación de felicidad y tristeza en partes iguales. Parecía ilógico. Pero acababa de pensar que, después de todo, podría tratarse de la persona correcta. Quizás estuviera dispuesta a dejarlo traspasar los muros por completo, permitir que me cuidara y yo cuidar de él. En ese momento, contemplé la posibilidad de hacer un esfuerzo por aceptar sin pensar que estaría en deuda y de dar sin esperar nada a cambio, porque él sería capaz de darlo todo por mí, como lo había demostrado hasta el momento.

—Lo del entrenador... —Incliné la cabeza hacia el techo, para encontrarme con esa mirada llena ya no de sentimientos fríos y arrebatadores, sino cálidos y complacientes—. Estaría bien aprender. Al menos si debemos pasar entre cuatro paredes, y además es posible que no estés todo el tiempo junto a mí. Sería bueno distraerse un poco.

—Me aseguraré de que haya una piscina en esa casa. ¿He dicho algo mal? —Me acarició la mejilla, limpiándome las lágrimas que no he sido capaz de contener, y que delataron lo débil que resultaba en realidad.

Negué con la cabeza y sostuve su mirada, pero a pesar de mis esfuerzos, los recuerdos se cernieron sobre mí: la dureza de nuestra vida en Ecuador, las lágrimas de mamá por el abandono de mi padre, la enfermedad, el dolor, el hambre, la desesperación... Y en ese momento, frente a ese hombre, sentí que me quebraba un poco. A través de las grietas, comenzó a filtrarse todo aquello que pensé que había superado, pero que al final del día seguía en el pasado, conmigo.

—Tú estás haciendo tanto por mí que...

Mi verdadero desconfiado y temeroso yo, se negaba a pensar que este hombre estaba dándolo todo por mí.

—Cualquier madre haría lo que sea por un hijo, así como un hombre lo daría todo por mantener a la mujer que ama a salvo y feliz.

La insufrible duda todavía contaba con el descaro para presentarse ante mí, y lo peor de todo es que me restregaba en la cara los momentos en los que creía que amé con locura, y que aún así, mis sentimientos nunca fueron correspondidos.

—¿Qué es lo que sientes por mí? —El miedo podía ser inevitable y paralizante.

—Te amo. —La seguridad era medicinal.

Qué diferencia tan marcada existía entre mis palabras vacilantes y las suyas: tan firmes y decididas.

En mí y en él: uno quebradizo y otro sólido.

Diferentes, pero iguales, en la medida perfecta.


━━━━⊱❦ ❦ ❦⊰━━━━

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro