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Capítulo 41



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Tenerla tan cerca durante la noche había sido un desafío interno que combatí para dominar. Cada roce de su piel contra la mía, cada latido de su corazón que pude palpar, me hicieron sentir una intensidad de deseo que me costó contener. Había pasado demasiado tiempo reprimiendo mis emociones, y manteniendo una barrera entre nosotros. Pero aunque en ese momento, mi autocontrol también se tambaleaba, me decidí a no causarle ningún daño. Ella merecía algo mejor que un demonio con un pasado oscuro. Quería ser su refugio, su protección, y no permitir que mi deseo se interpusiera en su camino.

Así que, a pesar de la intensidad de mis emociones, me esforcé por mantenerme tranquilo y cuidadoso, sabiendo que, por primera vez, no solo lidiaba contra mis propios demonios, sino que luchaba por protegerla a ella.

A medida que la noche avanzaba, esa pelea interna se volvió más desafiante, pero nunca permití que el deseo se convirtiera en una amenaza. Seguí abrazándola, disfrutando de su presencia.

Su cercanía, su suave respiración contra mi piel, me brindaba una sensación de paz que nunca antes había experimentado. Por primera vez en mucho tiempo, logré conciliar el sueño sin las pesadillas que solían atormentarme.

Estar con ella, abrazándola, me hizo sentir completo de alguna manera. Sabía que había complicaciones, obstáculos que debíamos superar, pero en ese momento, solo podía disfrutar de la tranquilidad y la belleza de la noche que compartimos. Era como si, por primera vez, hubiera encontrado un refugio en medio de la tormenta, y estaba dispuesto a enfrentar cualquier desafío que se presentara en el futuro. Por ella.



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Ansiaba mi recuperación. No veía la hora de que mamá y yo pudiéramos realizar juntas las tareas que nos habíamos propuesto. No quería cargar toda la responsabilidad sobre ella.

Por otro lado, la mayor parte del desayuno me la pasé inmersa en recuerdos de la extraordinaria comodidad que experimenté en sus brazos durante la noche que compartimos. Mientras yacía allí, recostada sobre su pecho, la proximidad de Alastor y su aliento suave en mi cabello me sumieron en un estado de serenidad. Aunque mis pensamientos iniciales estaban llenos de ansiedad y preocupación, al final, me rendí a la tranquilidad que emanaba de su presencia. Cada caricia suave que me ofrecía, cada latido de su corazón que resonaba bajo mi cabeza, reforzaba el vínculo que habíamos compartido durante la noche. En ese momento, todas las preocupaciones y los tormentos del mundo exterior parecían desvanecerse. A pesar de los obstáculos que nos separaban, la calidez de su abrazo me hizo sentir como si estuviera exactamente donde debía estar. El tiempo pasó como un suspiro mientras nuestros cuerpos se acurrucaban juntos, y esa noche se convirtió en un recuerdo imborrable que atesoría en mi corazón.

Por la mañana, antes de partir para atender sus asuntos laborales, Alastor me aseguró que estaría cerca y que no dudara en llamarlo por cualquier motivo. Además, me planteó una pregunta bastante curiosa: «¿Cuál es tu sueño?». Me sorprendió tanto escucharla que admití que no sabía nadar, sin pensármelo siquiera. Luego, intenté enmendarlo diciendo que uno de mis sueños era graduarme de la universidad, y ver a mamá viviendo una vida larga y feliz. Pero ya estaba insinuando una de esas sonrisas en las que la comisura de sus labios se elevaba, profundizando una curva que revelaba su complicidad.

Luego de que se marchara, aproveché ese tiempo para darme una ducha, disfrutando de la sensación de libertad que tanto extrañé.

Una vez lista, me vestí con uno de mis pantalones cortos, una camiseta sin mangas y zapatillas. Todos estos elementos se encontraban ordenados en un espacio de su armario, así que, cuando me aventuré a echar un vistazo, descubrí que su vestuario no era como el de las películas. No contenía una multitud de ropa lujosa ni ocultaba una colección de trajes caros, zapatos elegantes y corbatas. El espacio estaba en realidad despejado. Alastor tenía tres relojes y cuatro trajes. Resultaba ser que vestía de blanco, ya que la ropa de ese tono abundaba en su armario. En mi caso, tenía una relación conflictiva con ese color, porque solía ensuciarlo con facilidad.

Tomé la tarjeta de la suite, el teléfono, y salí al pasillo. Mamá se había encargado de esta sección, y estaba rebuscando en un contenedor ubicado al final, donde no interrumpiría el tránsito de los huéspedes. Cuando me vio, reconoció algo en mi rostro y me regaló una sonrisa sugerente.

—¿Traes buenas noticias?

—Me quitaron los puntos la tarde de ayer.

—Es verdad, Jacob me informó que se marcha —respondió, y su voz denotaba una pizca de tristeza. Ambos compartían una suite con habitaciones separadas, y no me gustaba la idea de que mamá se quedara sola. Sentí que debía volver al trabajo y encontrar un lugar donde pudiéramos vivir juntas, pero antes de expresar mis preocupaciones, mamá pareció adivinar mis pensamientos y añadió—: No te inquietes por mí, debes comenzar a construir tu propia vida.

Intenté hablar, pero ella se adelantó una vez más.

—Conozco a mi hija como si la hubiera parido.

—Tal vez sea porque eso hiciste.

—Trece horas y veinticuatro minutos de parto —me recordó, y vi un infinito amor en sus ojos. Le di un abrazo rápido para no distraerla de su trabajo.

—Es que ahí dentro era más cómodo que la suite de Al, pero no se lo digas, o se pondrá celoso.

—Al —repitió con sorpresa, y no me di cuenta de lo que había dicho hasta ese momento—. ¿Crees que sea capaz de remodelarla si se entera?

—Espero que no.

—En fin, seguiré con lo mío. Todavía me quedan otras nueve habitaciones por limpiar. No salgas del hotel sin supervisión.

—Solo daré una vuelta por la piscina. Ya sabes que no soy aliada del encierro. ¿Almorzaremos juntos?

Ella lo consideró por un momento.

—Ya he quedado con Ana.

—Así que ahora son mejores amigas —lo dije con un toque de amargura. Ana no fue muy agradable conmigo en mi primer día de trabajo.

Mamá se encogió de hombros y entró en la habitación con una pila de toallas dobladas a la perfección, vasos desechables, un par de trapos limpios y nuevas bolsitas de té.

Descendí en el ascensor y, al llegar al vestíbulo, me encontré con tres familias numerosas esperando su turno en la recepción. Salí en dirección a la piscina, deseando pasar desapercibida. El día era espléndido: el sol resplandecía en lo alto, las aves cruzaban el cielo azul y despejado, las hojas de las palmeras susurraban, y el restaurante de comida rápida junto a la piscina empezó a llenar el ambiente con música.

En mi país, finales de junio marcaban el punto álgido de las vacaciones. No parecía muy diferente aquí.

Tomé asiento en una tumbona, dejándome llevar por el sol y la música. Disfruté de esa paz hasta que una sombra se interpuso entre la luz y yo. Abrí los ojos y vi a un hombre con una sonrisa amable. Lo reconocí del restaurante de comida rápida, donde lo había visto minutos atrás. Él, extendió hacia mí un vaso que parecía contener una bebida gaseosa.

—Es cortesía de la casa —dijo con amabilidad. Me incorporé de un salto, sintiendo una leve molestia en la herida, y contemplé sus manos con detenimiento.

—Gracias, pero...

—No tiene gluten —anticipó. ¿Cómo lo sabía? La respuesta era sencilla, sin embargo, no quería pensar que Alastor había dado órdenes a los empleados del lugar para atenderme.

—Deberías tener cuidado con el sol, aunque aquí no sea tan intenso como en Latinoamérica. Cuando trabajaba en las playas de mi hermosa Margarita, la gente se quedaba dormida bajo el sol, así que después de una hora los chamos acababan como camarones.

No pude evitar reír, y él me ofreció el vaso por segunda ocasión.

—Gracias —respondí al recibirlo. El cristal se sentía frío y húmedo en mis manos. Además, tenía un sorbete.

—Espero volver a verte, y lamento el bululú. —Se limpió las palmas en el delantal de su uniforme.

—¿El qué?

—Perdón, en Venezuela, es como decir que se armó un escándalo. La música puede llegar a ser un poco abrumadora en este lugar.

—Entiendo. No te preocupes, tampoco me molesta.

—Entonces, si necesitas algo, soy Natanael, y puedes pasarte por mi puesto y echarte unos palos.

No quería parecer ignorante al no entender sus expresiones locales, así que asentí con gratitud mientras él se alejaba. Sorbí un poco de mi bebida y sonreí al reconocer el sabor. Pensé en volver a recostarme en la tumbona, pero entonces alguien pasó junto a mí. Me miró, sin embargo, me ignoró cuando levanté la mano para saludarlo. Intrigada, me puse de pie, llevando el vaso conmigo.

—¿Algo va mal? —pregunté, tratando de alcanzar a Laurent, quien caminó con mayor con rapidez. Tenía las piernas casi tan largas como las de Alastor. Por un momento olvidé que debía hablar en inglés, pero se detuvo y, con cierta reticencia, se volvió hacia mí. Luego, pareció tomar una decisión y se acercó con determinación. Su expresión estaba cargada de enojo, lo que me hizo recordar aquel día de nuestra cita en el bar-restaurante. Nos había mirado de manera similar, y Alastor le advirtió para que no dijera nada. Empecé a pensar que detenerlo había sido una mala idea.

—Le costó mucho trabajo mejorar, y le comencé a tomar aprecio. —Al ver mi confusión, cambió su enfoque—: Alastor siempre guardó mucha reserva, casi no pronunciaba palabra, y ahora llegas tú y...

—No le haré daño —afirmé con seguridad.

—Quizá tú no. Pero cada vez que se le mete algo en la cabeza, es capaz de cualquier cosa, y no quiero que vuelva a terminar... —suspiró—. Es mi hermano. ¡Todo este tiempo me esforcé por sacarlo del agujero en el que estaba! Pero como siempre, hará lo que le venga en gana, y yo solo miraré, porque no hay nada más que pueda hacer.

Se marchó enfadado, dejándome con una horrible sensación en el pecho. Cabía la posibilidad de que ellos hubieran tenido una discusión por culpa mía.

Después de entregar el vaso vacío a Natanael, regresé al vestíbulo un poco desanimada. Era pasado el mediodía y había mucha gente entrando y saliendo del hotel. Entre todos, reconocí a Jacob. Me apresuré y lo detuve afuera, en frente de la puerta principal.

—¿Te marchas sin despedirte?

—¡Samantha! —me saludó alegre—. Mi labor ha terminado. Te has recuperado bastante rápido —dijo con un atisbo de orgullo profesional y alivio.

—Gracias —expresé con sinceridad—. Me salvaste la vida.

Negó con un gesto.

—Alastor hizo que todo fuera posible. Haber atendido una emergencia como la tuya en un hotel me llevó a romper ciertas reglas, pero lo volvería a hacer. Cuídate, no hagas ningún sobreesfuerzo todavía, y tampoco lo vuelvas loco otra vez. De todas maneras, ante cualquier eventualidad, no duden en llamarme.

Asentí con las mejillas calientes y esperé para volver a entrar hasta que el automóvil que vino a recogerlo salió del estacionamiento. En mi distracción, alguien se interpuso en mi camino poco antes de alcanzar la puerta, y retrocedí de un salto mientras soltaba un improperio.

Resultaba extraño no haberlo visto, sino hasta ahora. Asumí que ya se había marchado junto con Emily y todos los demás, que sus vacaciones finalizaron. Para ser honesta, incluso me olvidé de su existencia.

—¿Qué haces? —increpé con la voz atascada, echando un vistazo a sus espaldas. Permaneció de pie a mitad de la entrada, obstruyendo no solo mi paso, sino el de una pareja que intentaba salir. Entre ellos estaba el anciano al que Alastor ayudó el otro día en el ascensor. Ambos arrastraban sus maletas con ruedas y se detuvieron para mirarnos. La mujer le dijo algo a su esposo, y juntos retrocedieron hacia recepción.

—Me quedaré por ti —reveló con voz apremiante.

—¿Por mí? —Me eché a reír—. ¿Por qué harías eso por mí? Te recuerdo que ya no somos nada.

Me apresuré a pasar por su lado, pero dio un salto que lo situó en frente de mí otra vez. De reojo también advertí que el capitán de botones del hotel se comunicaba con alguien a través de la radio y nos miraba, pero sobre todo a Mateo.

—Sam. —Tragó saliva con dificultad, y maldije el momento en el que me enamoré de la forma en la que su mandíbula se marcaba cada vez que hablaba con mesura—. Sé lo que piensas de mí.

—Si lo supieras, no estarías persiguiéndome como una mosca.

Ignoró mi comentario y continuó:

—No puedo irme sin antes advertirte. Por eso vine. Incluso Emily...

Mis labios se entreabrieron mientras él se callaba. Siguiendo su mirada a mis espaldas, confirmé que Emily nos observaba desde el estacionamiento.

—Me parece que ambos siguen aquí —rectifiqué con un nudo en el estómago. Había perdido mi oportunidad de hablar con ella.

—Es sobre ese tipo de la suite. Su padre...

Suspiré con irritación. No quería escucharlo.

—Ustedes dos, ¿no tienen que volver a sus asuntos? —Dando un paso a un lado, observé a Laurent salir del restaurante principal con prisa. Me pregunté qué había ocurrido, pero una vez más, mi ex se interpuso en mi camino.

—Sam, escucha —insistió exasperado—. ¿Puedes mirarme cuando te hablo?

—No tienes ningún derecho a exigirme nada.

Traté de pasar junto a él, pero me agarró del brazo con fuerza y tiró. Mi cara chocó contra su pecho, y su aroma evocó mil recuerdos que preferiría haber mantenido en el pasado. Fue tan brusco e inesperado que esta vez no pude ocultar el dolor. Al retroceder, mi rostro evidenció señales de molestia. Me sentí como si la herida se hubiera abierto de nuevo.

Con nerviosismo, bajé la mirada y palpé la zona, temiendo encontrar sangre, pero nada de eso ocurrió. Quizás, como sugirió Jacob, mis músculos y piel aún no se encontraban preparados para estirarse demasiado.

—¿Qué tienes? —me preguntó con genuina preocupación, lo que me provocó náuseas.

—¿No puedes dejarme en paz? —Casi soné suplicante, y en realidad, tal vez fue de ese modo. Incluso sentí que me escocían los ojos.

—¿Él te hizo algo? ¿Por eso desapareciste esa vez y durante tanto tiempo?

Su conclusión me enfureció. No entendí cómo había llegado a esa idea. Sin embargo, en mi nuevo intento por alejarme, vislumbré a Alastor acercarse. No supe en qué momento lo hizo, pero no le dio tiempo a tocar a Mateo, ya que este último retrocedió a saltos y Laurent lo frenó justo cuando sus dedos rozaron la camiseta de Mateo. El choque entre los dos hombres resonó como un golpe sordo. Nunca imaginé que Laurent pudiera oponer resistencia a Alastor. Por otro lado, su mirada me asustó un poco, y su respiración agitada indicaba que estaba furioso.

—Alastor. —Laurent buscó ayuda en la gente que empezó a mirarnos—. ¿Quién permitió que ese idiota se acercara al hotel?

Su pregunta me desconcertó.

Un botones y su capitán se aproximaron y, trabajando juntos, arrastraron a Mateo hacia el estacionamiento, aunque este último se resistió y comenzó a patear en el aire.

—Sam, escucha. Está jugando contigo. ¡Terminará matándote! Su padre... ¡Por un demonio, suéltame!

Volví a tocar la zona afectada, sintiendo un nudo de miedo. Antes, no había considerado la posibilidad, pero ahora me preocupaba que Mateo hubiera descubierto ese lado oscuro que Alastor mantuvo oculto todo este tiempo. Tal vez lo encontró en línea, al igual que yo. Aun así, no debería dramatizar ni exponerlo de esta manera.

Alastor permaneció de pie, inmóvil, con una mirada letal en Mateo. Sus manos se cerraron en puños, y Laurent terminó siendo apartado, con tanta fuerza que estuvo a punto de caer al suelo. Alastor alcanzó a Mateo y lo agarró del cuello de la camiseta. El botones y su capitán no pudieron hacer más que soltarlo, y así terminó siendo arrastrado varios metros hasta que su espalda frenó por un autobús detenido que parecía estar listo para llevar a los recién graduados al aeropuerto. El estruendo del impacto sorprendió a todos, incluso a los estudiantes que se asomaron por las ventanas del autobús, con expresiones de asombro. Emily también observó la escena con horror.

Nadie se atrevió a intervenir.

Pude ver la locura en los ojos de Mateo, y la tensión en los músculos de la espalda de Alastor mientras le decía algo en voz baja, demasiado lejos para que yo lo escuchara.

Mateo me miró, pero Alastor volvió a capturar su atención al empujarlo contra el autobús una vez más. El vehículo se balanceó y, tras unas palabras finales, lo soltó, haciendo que la espalda de Mateo golpeara la carrocería una última vez. Después, Alastor se volteó y se encaminó hacia mí, con la mandíbula apretada y los ojos destellando furia.


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Las amo. No me cansaré de agradecerles de que continúen con nosotros a pesar de todo, incluso muchas veces dudo de que lo que escribo sea tan bueno como para merecerlas 🥺❤️

Dedico este capítulo a Galaxy_of_love_ por estar al pendiente de cada actualización, votar y comentar en cada capítulo. Muchas gracias. 

Tengo personitas así de maravillosas a las que iré dedicando capítulos en forma de mi eterno agradecimiento por su apoyo 🥰

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