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Capítulo 40



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Alastor solicitó que José y yo adelantáramos nuestro regreso al hotel, y cumplimos su petición sin demora. Un nuevo atisbo de inquietud se apoderó de mí cuando puse un pie en la suite y advertí cambios evidentes en el ambiente. Alguien había entrado, pero la pregunta que me atormentaba era si Danna estaba detrás de esa intervención.

Durante la última semana, una leve capa de polvo se había ido acumulando en los muebles, como el imponente mostrador de mármol negro en la cocina, la robusta mesa de centro en medio de los sofás de cuero en la sala de estar, y en el refinado escritorio de madera y hierro. Sin embargo, todo lucía impecable ahora.

Recorrí la habitación con la mirada, y me sumí en la fragancia de las sábanas recién planchadas y en la meticulosidad con la que habían sido tendidas sobre el colchón. Las toallas limpias reposaban prolijamente dobladas en el estante de cristal del baño, y en esta ocasión había dos batas colgadas. Mi maleta yacía en una ubicación diferente, cerca del armario, en lugar de junto a la puerta del baño, donde la dejé esta mañana. Estaba vacía. La empleada de limpieza que ingresó a realizar su labor debió trasladar mis pertenencias, pero, ¿a dónde?

Di media vuelta y dirigí una inspección hacia el armario situado junto a la cama de dos plazas. Consideré deslizar las puertas para examinar su contenido, pero me embargó un sentimiento de invasión de su espacio personal. A partir de ahora, era posible que ambos lo compartiésemos.

De todas formas, había noticias aún más impactantes que requerían mi atención, por ejemplo, el hecho de que Alastor volvió a pagar por nosotras, o la revelación de que tanto la CIA como peligrosos criminales nos pisaban los talones. Si bien podían saber que estábamos aquí, ¿se atreverían a entrar? No quería poner en peligro a nadie más.

Tampoco entendí cómo fue que llegamos a esto. Solo buscábamos un trabajo y una vida decente. Desde que desperté hace unos días, el miedo se había convertido en un cruel compañero.

Opté por tomar asiento en el borde de la cama, con un temor absurdo de arrugar las sábanas, y dejé caer la bolsa de compras a mis pies. Me pasé las manos por el rostro en un intento de aclarar mis pensamientos, pero mis palmas sudaban y no fue una sensación agradable. Además, a pesar de mis esfuerzos, los latidos frenéticos de mi corazón me dificultaban pensar con claridad, y se sumó un nuevo sonido que parecía provenir de la sala.

Me vi obligada a levantarme, arrastrando los pies con una sensación de aprensión.

Los ruidos llegaban del escritorio, y avancé con cautela.

Ante mí, la MacBook de Alastor estaba encendida, y su pantalla brillaba, proyectando su reflejo sobre el panel de cristal con vista al aparcamiento abarrotado del hotel y al inmenso océano. Las notificaciones siguieron llegando a través de ella, incrementando mi ansiedad con cada minuto que pasaba. El sonido se volvió más insoportable y tampoco mostraba señales de parar.

Estuve a punto de cerrar la tapa de la computadora, pero me detuve al pensar en la posibilidad de que pudiera haber documentos importantes abiertos en ese momento, y no quería ser responsable de perder información valiosa. Alastor estuvo trabajando en esta misma computadora a lo largo de los últimos días. No deseaba interrumpir su labor.

La aplicación de mensajería se encontraba sincronizada con su teléfono celular. Estaba bastante familiarizada con el funcionamiento de su ecosistema tecnológico, y que podría asegurarme de que nada se perdiera antes de poner fin a la tortura, aun así, recordé la profunda incomodidad que sentí cada vez que Mateo insistía en revisar mi celular. Nuestra complicada relación me enseñó que no podía haber amor sin la palabra confianza, de otro modo, era capaz de convertirse en una prisión en lugar de un refugio.

La puerta de la suite se abrió de repente, y salté de sorpresa. Alastor entró, con la mirada en la pantalla de su teléfono. Esto me dio tiempo para acercarme al panel de cristal junto a su escritorio. Habíamos planeado hablar por la noche, pero debían ser pasadas las tres de la tarde.

La oleada de notificaciones cesó, aunque el silencio que lo siguió fue aún más inquietante.

Aguardé, con la mirada fija en el embarcadero. En ese instante, sus brazos rodearon mi cintura por detrás, y sus manos se deslizaron suavemente por mi abdomen. El roce de sus labios cerca de mi cuello me envió un estremecimiento.

Estuve a punto de hacer una pregunta que se evaporó al observar su perfil apuesto. Tenía las cejas ligeramente fruncidas y los labios apretados, lo que le daba una expresión de dolor y amargura que me atravesó el pecho.

—Deseo protegerte más que nada en el mundo.

Puede que hubiera malinterpretado mi reacción por no mirarlo cuando entró, aunque la realidad era diferente.

—Y estoy agradecida por lo que has hecho.

—Me gustaría que fuéramos a otro lugar, hasta que todo se resuelva.

—¿De qué estás hablando?

—No quiero forzarte a nada. Comprendo la importancia que tiene el trabajo para ambas, pero si puedo garantizar tu seguridad, estaré dispuesto a tomar cualquier medida.

—¿Qué está ocurriendo? Alastor, la CIA se ha involucrado, eso significa que la situación es muy grave. —Recordar las armas, la sangre y el miedo que sentí cuando fui alcanzada por una bala me hizo temblar. Todavía tenía pesadillas con lo que había sucedido ese día—. Si tienes que arriesgar... Que arriesgarte...

Lo que presencié hace poco: Cheyanne, el vendedor preguntando por César, las palabras «Mercadería ilegal» no auguraban nada bueno. Aunque no podía entender la magnitud de la situación, estaba segura de una cosa: no quería que Alastor se involucrara en ningún asunto turbio. No por mí.

Retrocedió y se dejó caer en la silla frente al escritorio. La pantalla de la computadora portátil estaba en reposo ahora. Extendió su mano en mi dirección, y yo la tomé sin dudarlo. Me atrajo hacia él, y me acomodé en su regazo.

Sus dedos acariciaron su barba corta antes de deslizarse a mi cintura. Observé su mirada, llena de emociones evidentes. Me contemplaba como si la idea de perderme fuera insoportable. Era la misma expresión que tenía cuando abrí los ojos después del ataque de esos hombres.

—Te conté acerca de mi madre, sobre cómo la perdí y no pude hacer nada para evitarlo. Solo con el tiempo entendí que ella fue la única mujer a la que permití amar. —Mientras hablaba, trazaba líneas en mi espalda de forma distraída—. Estoy seguro de que lograré protegerte. Quiero permitirnos algo sin temor a nada.

Estaba de acuerdo en eso. Ni siquiera habíamos comenzado.

Escuché el sonido de nuevas notificaciones. Alastor arrojó su teléfono sobre el escritorio y extendió la mano para silenciar su computadora, aunque no estaba segura, ya que no aparté la mirada de su rostro. No quería perderme ninguna de sus emociones.

—Aún tenemos tiempo —le aseguré al percibir que la idea lo inquietaba.

—Si en algún momento decides que lo mejor es alejarte de todo, de mí, y comenzar de nuevo con Alma en otro lugar, no voy a detenerte.

—Ni siquiera he pensado en eso. —Me sorprendió que tuviera inseguridades.

—No te obligaré a nada. —Sus palabras me recordaron lo que Laurent me dijo alguna vez sobre Alastor: que no era el tipo de hombre que forzaba a nadie, en especial, a una mujer. Ahora, conociendo su historia, sospechaba que tenía relación con lo que había presenciado en su infancia, en la cocina de su casa, cuando su padre asesinó a la mujer que amaba, y eso lo había marcado. Hasta ahora, él siempre buscó mi consentimiento para todo, como si temiera hacerme daño.

—Hay algo más, ¿verdad?

—Más sobre mí y ese hombre. —Sus ojos de obsidiana contemplaron con absoluto rechazo la pantalla de su computadora, y perseguí ese mismo recorrido con la vista.

En ese lugar, advertí el asombroso parecido en una foto. Era como mirar una imagen de espejo, con el cabello negro, los ojos oscuros y una sólida estructura ósea. A pesar de las similitudes, el hombre en la foto infundía una profunda desconfianza. Era como si solo con la idea de cruzarte con él en la calle, te sintieras forzado a cambiar de acera para evitarlo.

La imagen parecía formar parte de algún artículo, pero estaba ampliada, por lo que no pude leer el texto que la acompañaba.

—Es tu padre. —Mi voz rompió el silencio.

Alastor experimentó un temblor, o tal vez fue solo un escalofrío. Sentí su cuerpo moverse, pero se recuperó antes de que volviera a enfocar mi cuidado en él.

—Me utilizaron para atraparlo. Cuando presté declaración, mencioné que no comprendía por qué ese hombre seguía regresando cada semana, si solo nos causaba daño. El FBI llegó a la conclusión de que lo hacía por mí, porque era su hijo —Una sonrisa amarga asomó, y pude entender por qué—. Esto ocurrió cuando yo tenía diez años. Oliver me estaba enseñando a invertir, y ya que me encontraba atrayendo atención por mis éxitos, ese hombre...

Su voz se desvaneció, y sus ojos se perdieron en algún recuerdo del pasado.

—Regresó —añadí por él—. Me dijiste que lo hizo porque la prensa se enteró de esa parte de tu vida, y que gracias a Oliver lo arrestaron y condenaron.

Existía información sobre su vida en la web, solo para ser censurada por el poder de Oliver de inmediato.

Alastor apartó su mirada y se centró en un pequeño hilo suelto que colgaba de mi camiseta. Luego volvió a fruncirse.

—Cuando tenía un nuevo propósito en la vida y sabía lo que quería construir... —Miró a su alrededor, como si se refiriera al Hotel California—. Una noche, un hombre llamó a la puerta de la mansión de Oliver, diciendo que se quedaría un par de días, y tampoco le di demasiada importancia. Era su invitado, después de todo. Durante esa semana, compartió comidas con nosotros, y se ofreció a llevarme a la escuela, ya que iba solo.

—¿No asististe a la misma que Laurent? —Su hermanastro lo mencionó alguna vez, pero quise confirmar que no había escuchado mal.

—Oliver intentó inscribirme en la misma escuela privada que él, pero ni a Laurent ni a mí nos agradó la idea. Quería, por lo menos, aferrarme a una pequeña parte de mi pasado, por lo que asistí a una pública. Sentía que, de ese modo, conservaría vivos los recuerdos de mi madre, porque en algún punto empecé a olvidar su rostro, su voz, su olor... Y quería recuperarla o, al menos, mantenerla presente de alguna forma.

Para brindarle consuelo, permanecí sentada de lado sobre sus piernas. Mis dedos trazaron una caricia por su mejilla mientras inhalaba profundamente y cerraba los ojos por un momento. Permitió que mi toque lo relajara, y mi mano ascendió hacia su nuca, donde comencé a formar remolinos con su cabello. Humedeció los labios y parecía abrumado, pero al mismo tiempo, encontró la voz para hablar de nuevo.

»Así que ese hombre me acompañaba siempre. Sin embargo, no era como si tuviera un auto en el que llevarme. Se limitaba a caminar a diez metros de mí, y la escuela no estaba muy lejos de todas formas. A veces incluso lo perdía de vista. Me daba espacio, y quizá por eso nunca me incomodó. Llegué a pensar que Oliver quería cuidarme, porque me aislaba todo lo posible. Poco después, la prensa soltó la tormenta de mi pasado, información que hasta entonces había sido tratada con pinzas. No me habían nombrado porque era menor de edad, pero en ese momento, todo salió a la luz. Algunos días después, ese hombre apareció en Miami, muy lejos de Nueva York. Yo estaba seguro de que lo odiaba lo suficiente como para golpearlo la próxima vez que lo viera, sin embargo, cuando volví a tenerlo en frente, me congelé. De nuevo había vuelto el monstruo a mi vida, y lo hizo por mí.

Ver la manera en la que se esforzaba por hablar de su pasado, ocasionó que mi corazón se encogiera de dolor.

»Te conté que suprimí ciertos recuerdos de mi infancia, y este es otro que permanece nublado. De pronto teníamos armas apuntando nuestros órganos vitales. Agentes del FBI nos rodeaban y le exigían que me soltara, que todo había terminado. Pero yo no lo creí así. Lo conocía, sabía de lo que era capaz. Podía haberme matado si lo deseaba, o realizar algún movimiento que desatara la lluvia de balas hacia los dos, pero para sorpresa de todos, me soltó y permitió que lo apresaran. El hombre que me siguió durante las últimas semanas resultó ser un agente encubierto del FBI. Mientras los paramédicos me hacían preguntas a las que no fui capaz de responder, lo escuché agradecerle a Oliver por la información concedida acerca de mí, porque sin ella no habrían podido atraparlo. Yo fui la carnada, y me vigilaban por eso.

Sentí el sabor de la bilis y me obligué a tragar. Oliver participó en el acto, y aunque solo fuera con información, ocasionó que Alastor se viera arrastrado hacia esa avalancha que era su padre otra vez.

—Entonces, así fue como sucedió...

—Ese agente dio el visto bueno para que lo mencionaran en los medios, para que abrieran mi Caja de Pandora ante el mundo. De esta forma ese hombre supo que me trasladé a Miami, y con quién lo hice. Estoy agradecido por todo lo que Oliver hizo por mí, pero jamás le perdonaré haber permitido que colgaran el nombre de mi madre en los medios. La denigraron por cómo llevó nuestras vidas hasta ese momento.

—¿Con qué intención regresó a ti?

—Porque yo era su hijo, es lo que dejó en claro esa última vez que lo vi. Y ahora está suelto —reveló, la voz como un susurro.

Me removí sobre sus piernas, y cada músculo de su cuerpo se tensó.

—¿Crees que intente buscarte otra vez?

Me miró, y vi preocupación en sus ojos, pero también determinación.

—No se acercará a ti.

—No es eso lo que me inquieta.

No solo basta con que un grupo de delincuentes amenace con encontrarme. Ahora, su padre podría volver a buscarlo porque era su hijo. Sonaba tan deliberado, casi como una excusa para hacerle daño.

Alastor se inclinó, hundiendo su rostro en el hueco de mi cuello, y me abrazó con fuerza. Debió haberse sentido insignificante cuando el FBI se involucró en su vida, pero ya no era un niño que pudiera ser manipulado.

—Supones que la CIA podría usarme como un medio porque me dejaron ese paquete, ¿no es así? —Mis palabras se convirtieron en un manto de amargura que lo rodeó. Volví a percibir esa mirada ensombrecida con la que lo conocí, y ahora comprendí de dónde surgía. Era una especie de mecanismo de autoprotección, una amalgama de recuerdos sombríos y el amor que le habían arrebatado. Pero había más en su interior.

—Si puedo evitar que vuelvas a enfrentar el cañón de un arma... —Se quedó a medias.

—La banda a la que César pertenece, no es solo un grupo de extorsionistas, ¿verdad? —Me atreví a hundir los dedos en la sedosidad de su cabello, un poco más profundo, hasta que su expresión se relajó casi por completo.

Negó con la cabeza, y con su mirada en mis labios trató de aclarar mi duda.

—Funcionan como una red. Algunos se encargan de introducir mercancías ilegales al país. César, por otro lado, es miembro de una banda de extorsionistas que se dedica a traer inmigrantes latinos con documentos falsos. Les ofrecen trabajo y alojamiento, pero tienen que pagar por ello. Se aseguran de que, con el tiempo, acumulen deudas, y una vez que están atrapados en ellas y no pueden recurrir a las autoridades debido a su estatus migratorio, es cuando entra en juego el narcotráfico. El grupo líder está por encima de todos ellos.

Dejé de mover su cabello en remolinos porque mis manos temblaban. Era una completa locura.

—¿Cómo sabes de todo esto?

—A lo largo de los últimos días, Cheyanne y yo hemos estado investigando a las personas en los documentos que César te dejó. Descubrimos que muchas de ellas están desaparecidas, y otras se negaron a hablar por temor a represalias. El vendedor fue el primero en brindarnos información valiosa.

—Saldrá perjudicado.

—César se aseguró de recordarle que tenían el poder para reportarlo y que debía pagar por todo lo que hicieron por él, de lo contrario...

—Narcotraficantes. ¿De los que negocian con órganos y armas? —indagué con un nudo en la garganta y asintió—. La CIA nos está persiguiendo a todos, lo que significa que a ese vendedor y a mí, inmigrantes como somos, nos puedan reportar.

—Eso no sucederá. Dentro de poco estará volando a otro estado con una nueva identidad. Cheyanne se encargó de todo, me lo confirmó hace poco. —Así que las persistentes notificaciones eran de ella—. A partir de mañana, comenzará a trabajar en Wisconsin.

—¿Se lo ofreciste tú?

—Oliver tiene conexiones en la embajada y me los presentó en alguna ocasión. No suelen negarse a tramitar solicitudes de visas de trabajo que llevan su nombre. Después de todo, ha construido un imperio y ofrece muchas plazas. En contadas ocasiones utilicé su nombre para solicitar estas visas porque, conmigo, el proceso suele ser más complicado. Me ficharon por mi pasado al intentar que ese hombre no saliera del país, por lo que desde entonces no hay muchos que me traten con amabilidad. Así que tampoco se acercarán a ti mientras esté presente.

Estaba segura de que, si todo lo que logró hasta ahora ya resultaba complicado, con su reputación manchada por su pasado debió serlo aún más.

—Pero permitiste que mamá y yo trabajáramos en tu hotel con documentos falsos. Porque tenías ese conocimiento desde el principio, ¿verdad?

—Siempre sé a quiénes contrato.

—Y la CIA nos persigue —insistí con un nudo en la garganta.

—No se acercarán. —Sonó decidido.

—¿Qué hay del resto de personas en este hotel?

—La mayoría ha solucionado su estatus migratorio hace tiempo, pero si no están investigando por aquí, se debe a que Oliver invierte una cantidad significativa de dinero en la fabricación e importación legal de armas y equipo para la CIA y el FBI.

Eso, y que Alastor era su hijo adoptivo, al fin y al cabo.

—Pensé que los Treasure eran suyos, pero solo eso.

—Te sorprendería conocer la extensión de su poder. El imperio comercial es una tapadera para Laurent y el resto del mundo. Quería que su hijo aprendiera de mí, y luego ocupara su lugar cuando se retirara, pero Laurent siempre vivió en su propio mundo, y no sé si algún día sentará cabeza.

—¿Es tan complicado? —bromeé y sonrió.

—Antes, mencionaste que Jacob te quitará los puntos hoy —recordó.

Habría deseado preguntarle sobre sus planes para encontrar a César, qué esperaba obtener de todo esto, y si su motivación era de venganza, habría buscado la forma de frenarlo. Sin embargo, su atención volvió a centrarse en mí de una manera distinta: con besos y mordidas suaves en mi clavícula. Estaba distrayéndome y guardando la conversación en un rincón de mi mente.

Sus manos se aventuraron un poco más, explorando mis muslos, deslizándose hacia mi cintura, en busca de la piel oculta por mi camiseta vieja pero cómoda. Sin embargo, antes de internarse, se detuvo y observó mi expresión, en busca de una clave de acceso, como siempre hacía.

Me levanté y su cabello quedó desordenado por el juego de mis dedos. Aun así, no dejó de mirarme, incluso cuando me acomodé a horcajadas sobre sus piernas y acaricié los músculos de su pecho, asegurándome de que mi mensaje quedara claro. Estaba dispuesta a aceptar lo que pudiera suceder entre nosotros a partir de ese momento.

Tomé su rostro entre mis manos y lo besé. No tardó en responder con el mismo entusiasmo, como si hubiera estado anhelando mis labios durante los últimos minutos, o incluso más. Suspiré sobre su boca cuando sus manos me apretaron contra él, haciéndome encajar de tal manera que podía sentir su deseo latiendo en mi ingle.

—Cada vez que avanzo un paso, me haces querer incluso más —murmuró, pero estaba decidida a no permitir que fuera solo él.

La idea dibujó una sonrisa en mis labios, tensando su mandíbula. Levanté su barbilla con los dedos y besé su cuello de la manera en que él había hecho conmigo. Su fragancia a loción masculina y sal marina me envolvió. Sus dedos se hundieron en mi cintura, y me complació escuchar su jadeo.

—Haré que me lo pidas, Sam —me recordó, su voz profunda y llena de promesas—. Pero no puedo pasar por alto lo que haces cuando te mueves así.

Detuve el suave movimiento de mis caderas. Yo también podía tentarlo.

—Por supuesto —acepté. Me incliné hacia atrás para apreciar con satisfacción lo que acababa de provocar en él.

—O podría tumbarte en mi escritorio y poner fin a esto de una vez por todas —susurró, sus labios rozando los míos. Estuve a punto de ser yo quien lo llevara a ese lugar en ese mismo instante.

—Por favor —repetí sin pensar en nada más. Mordí sus labios y tiré de ellos con delicadeza, un acto que avivó la pasión dentro de él, abrasándome mientras se levantaba de la silla.

Mantuvo mis piernas alrededor de su cintura, y fue lo suficientemente fuerte como para sostenerme con un brazo mientras usaba el otro para apartar la computadora y el teléfono, que eran los únicos obstáculos entre nosotros y el escritorio.

Me colocó con cuidado. La madera bajo mis muslos se sintió fría en comparación, pero todavía ardía en todos los lugares que había tocado.

Mis piernas se volvieron débiles cuando sus dedos rozaron la cálida humedad entre ellas. Para mantener el equilibrio, me aferré al borde del escritorio, ya que de pronto me encontraba temblando.

—Me vuelve loco lo perceptiva que eres —dijo, y al mismo tiempo, la puerta se abrió de golpe.

Bajé las piernas hasta que colgaron del escritorio y me volví en esa dirección, sintiendo cómo el rubor subía a mis mejillas. La persona que irrumpió, sin permiso ni advertencia, se quedó perpleja al encontrarnos en el fondo de la suite. Sentí que mi cuerpo se enfriaba, como si me hubieran arrojado un balde de agua al escuchar la voz de Danna.

—Pensé que no había nadie —se disculpó, y Alastor, que todavía se encontraba inclinado sobre mí, la miró bajo las pestañas mientras respiraba como un toro agitado—. Lo siento.

Aunque Danna tenía más tiempo trabajando en este lugar, incluso yo sabía que una de las reglas más importantes del personal de limpieza era no entrar en una habitación ocupada sin autorización. Consciente de esto, tomé la camisa de Alastor y lo obligué a mirarme.

No pude elevar las piernas de nuevo, temiendo provocar dolor en mi costado. En su lugar, flexioné las rodillas, acercándolas a sus caderas. En busca de un contacto más intenso, movió su pelvis contra la mía, un roce lento y tortuoso que me hizo jadear. Mis labios buscaron los suyos, y no hubo rechazo por su parte; en cambio, enterró los dedos en mi cabello y me apretó con más fuerza. Al mismo tiempo, su mano libre se aventuró por mi pierna, y volvió a empujar sus caderas contra las mías.

La puerta de la suite emitió un sonido más fuerte de lo necesario al cerrarse.

—Acaba de marcharse con la cena —susurró, y me encogí de hombros. No sonaba como si lamentara la situación. Después de nuestras compras en Treasure, debía volver al hotel, pero con la cuestión de la deuda y todo lo demás, ni siquiera habíamos almorzado.

—¿Y si cenamos en tu escritorio? —insinué, y mi corazón latió deprisa al ver su sonrisa lujuriosa mientras me dejaba caer de espaldas sobre el escritorio, arrastrándolo conmigo.

—Quiero tenerte en mi cama —susurró con una voz ronca y cargada de deseo, mientras sus labios trazaban un camino de caricias ardientes desde la curva de mi cuello hasta el punto donde este se unía con mis hombros.

Con una intensa combinación de urgencia y anhelo, deslizó sus dedos índice y pulgar bajo mi barbilla, inclinando mi cabeza hacia él para capturar mis labios en un choque eléctrico, mientras un gruñido profundo escapó de su garganta al encontrarse su lengua con la mía.

Mis manos se aferraron a sus hombros, explorando cada músculo tenso, ansiosas por sentir más de él. Sin rodeos, mis caderas se movieron en una súplica silenciosa, buscando una mayor proximidad y la promesa de lo que estaba por venir. Atrapé su labio inferior con mis dientes. En respuesta, sentí un nuevo roce de sus caderas contra las mías, un impacto de fuego que hizo que nuestras almas ardieran aún más con lujuria compartida.

—¿Impaciente? —Alastor inclinó la cabeza, la nuez de Adán balanceándose. Su mirada recorrió mi cuerpo con apetito voraz, de la misma manera en que sus dedos se deslizaron en el borde de mis pantalones cortos, rozando mi cadera en una caricia lánguida. Su otro brazo sostenía su cuerpo sobre el mío, creando una tensión irresistible.

Mi aliento se escapó en un jadeo. Nuestras miradas se encontraron, y sin palabras, ambos sabíamos que estábamos sopesando la misma pregunta: si debíamos dar rienda suelta a nuestros deseos y dejar que el momento nos consumiera.

—Bastante —confesé, sin sentir la menor vergüenza. Llevé mis manos a su pecho, y tomé el primer botón de su camisa entre mis dedos, como si estuviera a punto de abrir un regalo emocionante.

Alastor inclinó su barbilla hacia mí, ansioso y urgente, buscando otro beso con avidez. Me recreé en ese momento, saboreando cada detalle. Su aroma, la textura de su piel, la proximidad abrumadora, y su respiración entrecortada. Sus dedos se deslizaron hacia la curva de mi cadera, debajo de la tela de mi camiseta, pero detuve su avance.

—Los puntos —le recordé antes de que tergiversara la interrupción. De todas formas, fue como presionar un interruptor que lo sacó del hechizo por completo, y permaneció en silencio durante un largo instante. Luego, alcanzó mi mano, que todavía descansaba en su pecho, y la acercó a su boca.

—Llamaré a Jacob —anunció con la cabeza ladeada, apoyándola en la palma de mi mano. Su piel se sentía suave bajo la incipiente barba, y aunque ahora mantenía los ojos cerrados, pude percibir un atisbo de dolor en su expresión.

Se despegó de mí con cuidado, y eché de menos su calor. Quería tenerlo de regreso, pero descubrí que tampoco podía obligarlo a luchar contra sus demonios. Estaba claro que odiaría la idea de lastimarme, y sin intención, le había dado un recordatorio implacable al señalarle que estaba herida.

Realizó una llamada, y cinco minutos después, Jacob tocó a la puerta de la suite. Apenas pude soportar el silencio durante todo ese tiempo. Estaba abrumada por una mezcla de desilusión y frustración, aunque no hacia él, sino por las limitaciones que nos afectaban.

El doctor nos miró un segundo después de saludar con un asentimiento de cabeza, sin embargo, su escrutinio se detuvo en mí.

—¿Lista? —Pareció percatarse de que algo no iba bien, aunque optó por no hacer más preguntas.

—Sí.

En la habitación, me recosté en la cama. Alastor permaneció de pie, con el hombro descansando sobre el arco de la puerta y los brazos cruzados en el pecho. Sus ojos me recorrieron como si estuviera en medio de una decisión crucial, mientras su expresión dejaba entrever una combinación de enojo y otra emoción indefinida.

Jacob se puso manos a la obra. Escuché el sonido de las tijeras cortando, y cuando presté atención a su trabajo, lo hice sin mucho interés, para fingir que no me estaba muriendo porque ese hombre en medio de la puerta volviera a ponerme las manos encima. Pero era posible que no lo hiciera. Y aunque casi al final, la extracción de un punto me incomodó un poco, intenté no reflejarlo en mi rostro.

—Listo. —Jacob empezó a guardar sus cosas en el maletín que llevaba a todas partes, y se tomó su tiempo para ordenar los objetos que utilizó—. Podrás moverte mejor ahora, pero si no lo toleras, tampoco lo fuerces. Además, es importante recordarte que evites realizar movimientos bruscos, actividades físicas intensas y levantar objetos pesados durante, al menos, las próximas dos semanas.

Alejé la mirada de Jacob y la posé en Alastor, quien abandonó la habitación tras ese intercambio de palabras. Asentí lentamente, sintiendo una profunda desilusión. Era evidente: esta tarde no sucedería nada.

Mientras me arreglaba la camiseta, Alastor acompañó al doctor a la salida, y los nervios me invadieron como una ola gigantesca. Se encontró de regreso más rápido de lo esperado. Con paso lento y seguro, rodeó la cama hasta donde yo seguía sentada sobre el colchón, sus ojos fijos en los míos. Con la suavidad de sus dedos, perfiló mi mentón, y su pulgar se detuvo en mi labio inferior. La presión en mi barbilla me instó a ponerme de pie. Mis rodillas temblaron cuando deslizó una mano en la curva de mi cintura con delicadeza, sin apartar sus ojos de mí.

—No entiendo. ¿Cómo es posible? —Alastor parecía confundido en verdad.

—¿De qué hablas? —pregunté, deseando que él pudiera expresar aquello que lo atormentaba.

—¿Cuándo fue que te volviste tan importante? —suspiró, sus ojos reflejando un torbellino de emociones—. Jamás he faltado a mi palabra, y muero por hacer tantas cosas contigo, sin embargo...

Sus palabras se quedaron suspendidas en el aire. Él se debatía en su lucha interna, inquieto ante la posibilidad de herirme. A pesar de no tener certeza acerca del tipo de daño que podría causarme si avanzábamos, también comprendí su preocupación.

—Entiendo, Alastor. No tienes que forzarte a nada —le aseguré, reconociendo que su bienestar era igual de valioso que cualquier deseo o promesa—. Sin embargo, ¿puedo pedirte un favor?

—El que sea.

—Deja de dormir en la sala y comparte la cama conmigo, prometo que no voy a morderte.

Me miró confundido por un momento y luego asintió, esforzándose por reprimir una sonrisa sin lograrlo del todo, y acabando por aceptar mi propuesta al final.


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Hay nuevos detallitos visuales en el libro 🤭

Gracias por la espera y tu apoyo. A partir del siguiente capítulo retomamos la historia entre Alastor y Sam ❤️

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