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Capítulo 33



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No fue un beso apacible, ni suave o exploratorio. Fue una afirmación salvaje y desenfrenada.

En sus ojos, el reflejo de un pensamiento pérfido me emocionó, y una sonrisa de astucia en su rostro me produjo cosquilleos por todas partes. Fui yo quien decidió darle cuerda a este hombre, pero no pensé en el efecto que causaría en mí. ¿Cómo era posible que, con apenas tocarme, me produjera tantas sensaciones? No me parecía justo.

Con tan solo un beso, Alastor hacía que el deseo doliera. Cuando se tomó un momento para comprobar lo que ocurría conmigo, en la oscuridad de sus ojos vi reflejada mi necesidad. Durante un instante, solo nos miramos. Su respiración, también agitada, delató la respuesta que, a mi parecer, ambos estábamos buscando: saber si el otro sentía lo mismo. Esa conexión, esa tensión lacerante en la piel y adentro, en lo más profundo.

Mi cuerpo ardía a plenitud como nunca antes. Pero sobre todo en mis caderas, porque sus manos se encontraban en ese lugar.

—Quédate conmigo —susurró de nuevo, y con la mirada perseguí el recorrido de un par de gotas que escurrían de su cabello, sobre su frente, hasta sus labios. Era una petición casi desesperada. Sabía que sus palabras llevaban consigo un gran y poderoso significado, uno por el cual me tomé un momento para reflexionar. Sin embargo, él no me lo puso fácil, ya que comenzó a trazar caricias perezosas en mi espalda, sobre mi columna vertebral.

Su cabello húmedo acariciaba mi frente, y su mirada actuaba como una distracción, entre tanto su boca se resistía a volver por más. Sus labios rozaban los míos de manera intermitente, y era una agonía mientras intentaba utilizar la cabeza.

Me recordé que tenía ambiciones, y la más importante de todas era obtener esa independencia y solidez económica que mamá y yo vinimos a buscar en este nuevo mundo. Era algo que me negaba a conseguir a través de nadie más, y que tampoco podía permitirme olvidar. Debía aclarar cuál era mi intención con respecto a él, pero ¿no había pasado todo demasiado rápido como para estar segura de si lo que sucedía entre nosotros era algo más que atracción física?

Deseaba volver a probar sus labios, sin embargo, un nuevo debate me retuvo. Gracias a los últimos minutos, sabía con seguridad cómo podía hacerme arder, pero también sospechaba del tipo de quemaduras que podría obtener si no iba con cuidado.

Aunque pudiera estar dispuesta a darle una oportunidad y comenzar lo que sea con él, habían sido muchos momentos jodidos en mi vida como para abrirme con facilidad a alguien que, con certeza, sabía que era capaz de arruinarme. Con este hombre, las cosas podrían ser maravillosas, pero también presentía que podían ser letales. Alastor no era alguien de quien se pudiera olvidar o arrancar con facilidad. Él tenía la capacidad de aferrarse hasta lo más profundo. Gozaba del poder absoluto sobre mi piel con tan solo suspirar cerca de ella. Tenía la potestad para ser cielo, pero también infierno.

Me asustaba lo maravilloso que lucía ante mis ojos, y lo dulce y melodioso que sonaba en mis oídos. Parecía increíble. En el pasado, lo había dado todo por alguien que me convenció de que no era lo suficientemente buena. En el proceso de sanar, me di cuenta de lo ingenua que fui al descubrir que nada podía ser tan dulce ni tan perfecto, y que tampoco era saludable darlo todo. Así que me prometí a mí misma que las cosas serían diferentes la próxima vez. Iba a ser mi turno de tomar las riendas.

—Me estás matando. —En su voz, noté el dolor que también sentía ante la falta de contacto de sus labios, pero no era lo único. Había un sonido del que empecé a ser consciente cuando Alastor también demostró su disgusto por él.

—Entraste al agua con el teléfono en el bolsillo —indiqué.

—De esto hablaba. Eres tú, Samantha. Cuando se trata de ti, parece que pierdo la cabeza con facilidad —sonó preocupado. Sus dedos en mi mejilla fueron suficientes para que me temblaran las piernas. ¿O había sido desde el beso? Ya no estaba segura de nada.

En este momento, Alastor se sentía como un sueño del que no quería despertar. Era difícil no pensar que, después de abrir los ojos, sus palabras se desvanecerían y volvería a ser el mismo hombre que conocí hace días. Ese que fue claro al decir que no quería atarse a ninguna mujer.

Podría haberme vuelto más fuerte, pero, aunque no lo pareciera, también me convertí en una persona insegura con respecto a los demás y sus intenciones hacia mí. Para calmar mi mente atormentada, me recordé que Alastor no me había dado ningún motivo para desconfiar de él, sino todo lo contrario.

Su celular dejó de sonar y ya no volvió a hacerlo. Al parecer, no era tan importante. Eso, o la persona que intentó comunicarse, temía molestarlo otra vez.

—Te echaré una mano. —Se precipitó a cerrar el paso del agua y luego regresó con una toalla, ofreciéndome su ayuda con un semblante transformado.

—Por tu expresión, parece que hay un problema. —Fue un poco decepcionante darme cuenta de que mi deseo era que nuestra relación avanzara más, pero también había un lado que nos frenaba.

—Estoy a punto de vestirte en lugar de hacerte mía. —Mientras hablaba, me recorrió con la mirada. Me sorprendió notar de que había perdido la vergüenza que sentí al principio y ahora, más bien, me gustaba que me contemplara de esa manera. Estaba claro que se moría por volver a tocarme.

¿Era apropiado hacerlo esperar un poco más? Necesitaba asegurarme de que esto no fuera solo un capricho impulsivo, como su temperamento. Aunque parecía estar genuinamente angustiado. Por otro lado, ¿qué ocurría con mis sentimientos? De repente, lo único que quería era pasar más tiempo con él en este lugar.

Ante ese último pensamiento, una sonrisa escapó de mis labios. Alastor lo notó. Tomó la toalla, la enrolló y la convirtió en un cinturón, rodeando mi cintura para apretarme contra él, haciéndome consciente de su dureza.

Exhaló mi nombre, sin dejar de mantener su mirada fija en la mía, negando con la cabeza como si me estuviera diciendo «No debiste hacer eso». Comenzó a besarme el cuello, y una intensa oleada de sensaciones recorrió todo mi cuerpo mientras su lengua se movía con delicadeza. Luego, añadió:

—Deseo hacerte el amor hasta que no pueda más.

Me aventuré con la mirada y así encontré la suya contemplándome detrás de sus largas y espesas pestañas, lo que me hizo estremecer. La oscuridad que hallé... De repente, anhelé ser absorbida y envuelta por ella, hasta lo más profundo de mi ser.

—Suenas complacido.

—Cuando sanes, espéralo —susurró contra mi piel.

—¿El qué? —Fingí no comprender.

—Rogar. —Hizo una corta pausa—. Porque justo ahora, sé lo que estás haciendo conmigo.

No había manera.

—No sé de lo que hablas.

—Disfruta provocarme y dejarme con las ganas de ti mientras puedas. Luego, no habrá nada que me detenga —sentenció.

La toalla a mis espaldas se alisó y me envolvió, pero en ese momento, mi sentido común pareció evaporarse. Mi atención se centró en su rostro mientras con meticulosa delicadeza él me secaba el cuerpo y el cabello. Observé cada uno de sus movimientos con detenimiento, y de vez en cuando, él no podía evitar mirar a mis ojos. Me hubiera encantado saber qué pensaba, pero su forma de contemplarme era ardiente y me impedía manifestar esa pregunta. Fui consciente de que había un límite, y esta vez, era yo. Además, permitirle hacer todo esto era entregarle la oportunidad de cautivarme aún más.

Finalmente, la tela del vestido me envolvió por completo, y Alastor empezó a rodearme, como si estuviera observando a su presa.

—Hermosa —dijo, y contemplé mi reflejo en el espejo. Nunca antes usé algo parecido, prefería los pantalones, pero este atuendo no me hacía sentir como si fuera otra persona. Las mangas eran amplias, con un corte holgado que resultaba cómodo, considerando la herida que tenía. Sin embargo, el escote en pico me inquietaba un poco debido a la travesura de mamá, aunque la tela no fuera transparente.

—No visto ropa interior —mencioné, y su mirada se encontró con la mía a través del reflejo del espejo. Por supuesto, él ya estaba al tanto de ese detalle.

La oscura y seductora aura que lo rodeaba hizo que me costara trabajo respirar.

—No es saludable que vuelvas a ponerte eso. —Se refería a mi ropa interior empapada.

—Y no podré solicitar el acceso a la suite donde mamá guardó mis cosas porque...

—Está ocupada con el trabajo. —Se detuvo justo detrás de mí, y su aliento cálido en mi nuca se sintió de maravilla. En ese instante, llegué a lamentar mi herida, porque él estaba utilizando sus encantos de manera sorprendente.

—Fingiré que no posees una tarjeta que abre todas las puertas.

Rozó sus labios en la piel de mi cuello, desencadenando una avalancha de sensaciones que se propagaron por mi columna vertebral.

—Tampoco soy el dueño de este lugar. —Su mano subió la parte trasera de mi vestido mientras me acariciaba la piel de mis muslos. Ahora incluso podía hacer eso—. Al menos, no por el día de hoy.

Suspiré, pero se detuvo justo antes de acercarse demasiado a esa área. Luego tomó mi mano y me guio fuera del baño. Laurent entró en la habitación al escucharnos salir.

—¿Qué ocurrió? —Examinó a Alastor con preocupación porque se encontraba mojado. Luego, su mirada se dirigió a mí, enfocándose en mis mejillas calientes, para finalmente contemplar nuestros dedos entrelazados.

—No hay nada que discutir. —La respuesta de Alastor sonó como una advertencia gélida y distante. Luego se dirigió al armario, eligió un par de prendas y comenzó a deshacerse de las mojadas.

Desvié la mirada, ya que Laurent seguía observándome. Me sentí paralizada, en parte porque en su mente parecía formarse una idea desagradable.

Alastor regresó junto a mí, vistiendo pantalones cortos de color azul, una camiseta blanca y zapatos del mismo tono. Se arrodilló frente a mí y me mostró una zapatilla que combinaba con el vestido. Debió haberlas sacado de su armario. No fue necesario que preguntara, y tampoco me dio el tiempo de hacerlo. Tomó mi pie y deslizó la zapatilla. Tuve que apoyarme en sus hombros para mantener el equilibrio cuando repitió el proceso con el otro pie. Al erguirse en frente de mí, me sorprendió descubrir que Laurent se había marchado sin decir una palabra. Un momento después, Alastor volvió a tomar la iniciativa y me llevó con él.

El pasillo parecía desolado. Estaba helando gracias al aire acondicionado, y no lo recordaba que hiciera tanto frío. Podría deberse a que la tela del vestido era muy fresca y no llevaba nada debajo.

Tal vez había perdido la cabeza al salir así. No creía que mamá estuviera consciente de esta parte. Su intención debió ser que usara ese vestido, y no se detuvo a pensar más allá cuando accedió a ocultar mi maleta.

El ascensor parecía un refugio, al menos hasta que las puertas se cerraron y su mirada ardía en mis piernas y el escote. Contemplé el botón con la palabra Stop. Letras tan simples, pero que para ambos tenían un significado poderoso.

Se aventuró a insinuar una sonrisa en la comisura de los labios, justo antes de que el ascensor se detuviera en el vestíbulo.

La mejora cara de Susana se esfumó al vernos salir juntos, aunque solo yo noté ese cambio. Eso, y que lugar estaba lleno de turistas.

Retrocedí un paso, tropezando con el pecho de Alastor. Empezó a preocuparme que el vestido se levantara por accidente.

Su brazo rodeó mi cintura, y al verlo, supe con certeza que no permitiría que nada quedara expuesto ante los ojos de nadie.

Cuando comenzamos a movernos, intenté enderezarme lo más que pude. Alastor con su presencia irradiaba una especie de magnetismo que atraía las miradas de aquellos que lo rodeaban. Su mera existencia parecía desencadenar una sinfonía de susurros y gestos de aprobación entre quienes tenían el privilegio de cruzar su camino, pero él parecía no darse cuenta, o ya se había acostumbrado.

Nunca vi tanta gente reunida en un solo lugar. Ahora entendía lo que Claudio quería decir con que la temporada tenía sus altibajos. Mamá y las otras empleadas de limpieza debían estar abrumadas de trabajo hoy, y me sentí mal por no poder ayudar aún.

Su mano me sujetó con firmeza contra su cuerpo, atrayendo mi atención hacia él y facilitando mis pasos de alguna manera. Me relajó porque no parecía que tuviera problemas para caminar a su lado. Sin embargo, estar tan cerca de él también me inquietaba, no solo por las miradas que atraíamos, sino porque su calor irradiaba hacia mí como si fuera una estufa.

—Pareces una bomba de tiempo. —De repente, sus labios también estaban cerca de mi oreja.

—¿Por qué? —pregunté después de aclarar mi garganta.

Se pasó la mano por la barba corta y luego frunció el ceño, como si acabara de recordar algo desagradable.

—No seré el único en buscarte si te descuido.

—Hablas como si fuera una niña.

—Una mujer, destacando entre la multitud, llama la atención de manera inevitable. Reconozco que si demoro, hay personas en esta misma habitación que podrían intentar seducirte.

Casi me atraganté con mi propia saliva. Miré a mi alrededor, tratando de identificar a esos posibles pretendientes. No sabía a quiénes se refería. Había muchas personas que nos miraban, pero no podía discernir sus intenciones. Alastor era, sin duda, más observador que yo, siempre pendiente de lo que sucedía a su alrededor sin hacerlo evidente.

Nos detuvimos. Su mirada se posó en un nuevo punto de interés sobre mi cabeza, y cuando giré, el capitán de botones ya estaba detrás de mí.

—Todo está listo, señor —anunció en inglés tras realizar una reverencia en forma de saludo—. Le llamé minutos atrás, pero sin duda se encontraba ocupado.

La interrupción por teléfono mientras estábamos en la ducha había sido suya. El hombre no podía levantar la mirada del suelo. Parecía anticipar la tormenta que se avecinaba, y me sorprendí al escuchar en tono frío y distante:

—Bien.

Lo que Alastor generaba en sus empleados, incluso yo, podía sentirlo. Pero esa era su forma de ser, infundía una sensación aplacadora con su mera presencia, su mirada y su voz. Después de todo el tiempo que lo había conocido, entendía que era algo natural en él. Sin embargo, no le habría venido mal mostrar un poco de aprecio por los esfuerzos de los demás, prestar atención a sus necesidades, y evitar que la experiencia laboral de todos se convirtiera en una pesadilla.

—Sam —me advirtió al ver que abría la boca. Parecía tener un don para anticiparse a las posibilidades.

—¿Sí, jefe? —pregunté con una pizca de irritación, girando hacia él. En su mirada percibí ironía y una intención maliciosa de hacerme retractar del tono que acababa de usar—. ¿Prefiere que guarde silencio?

Una vez más, rodeó mi cintura con su brazo, y antes de hacerme caminar, susurró:

—No. Me agrada pensar que puedo llenar esa boquita con algo más que comida. —No necesité nada más que su sonrisa, y dos segundos para descifrar el significado oculto en sus palabras.

Podía visualizarlo con gran claridad, especialmente después de haberlo visto desnudo por error días atrás, cuando nos conocimos. No me atreví a contestar, al menos no en ese momento. Por esta ocasión, le otorgué el premio ganador.

El capitán de botones realizó una reverencia y se retiró. Poco después, Alastor me guiaba hacia la puerta principal del hotel, donde su reluciente coche nos esperaba. Se adelantó antes de que un miembro del personal pudiera abrirme la puerta, haciéndolo él mismo.

Me llevaría en su auto por las calles de Miami y sin ropa interior. ¿A dónde iríamos? Tenía ganas de saberlo, pero la presencia de las personas a nuestro alrededor me cohibió.

Había una sonrisa nueva en su rostro, juguetona, atrevida y desafiante. Esa expresión avivó una chispa de audacia en mí.

—¿Crees que no seré capaz? —pregunté, y él alzó una ceja.

Apreté los dientes, entré al auto con cautela y respiré profundo mientras lo veía rodear el vehículo.

Cuando él entró, lo observé, aún cautivada. A pesar del calor abrasador que hacía fuera, el aire acondicionado del coche estaba en pleno funcionamiento y era refrescante, aunque no lo suficiente.

—¿A dónde nos dirigimos?

Me miró, levantó la mano, y su dedo pulgar presionó mi labio inferior, acariciándolo con lentitud. En ese momento, pude identificar la tensión en su mandíbula, pues hizo que un músculo saltara en su mejilla. Luego, su mirada descendió por mis muslos. Otra vez, una oleada de sensaciones recorrió todo mi cuerpo. Él sabía exactamente lo que hacía y decía, tenía un dominio total sobre cómo estimular y provocar. Desde lo que sucedió en su suite minutos atrás, tuve que admitir que había avanzado a pasos agigantados.

—No hay respuesta. —Crucé las piernas, y solo entonces él volvió a mirar mi rostro.

—Me abriré el camino contigo, para que no pienses que mi único deseo es llevarte a la cama —aseguró en tanto se abrochaba el cinturón de seguridad.

—Entonces, ¿vas a luchar contra el hecho de que no llevo ropa interior?

Mientras se preparaba para encender el motor, Alastor se detuvo y batallé por no sonreír. Sabía que no debía provocarlo, pero me gustaba, y él también me lo ponía demasiado fácil.

Era consciente de que me estaba aventurando en lo desconocido sin ninguna garantía, pero se sentía bien saber que era deseada de verdad, no solo para satisfacerlo. O al menos, eso era lo que él quería asegurarme.

Alastor se acercó. Por un momento, pensé que iba a besarme, pero segundos después, el sonido del cinturón detrás de mí, al ser desplegado, me hizo abrir los ojos y quedar como un pato con el pico salido.

Mientras me abrochaba el cinturón, recé para que no se hubiera dado cuenta de mi expresión, y avergonzada aparté la mirada hacia el exterior. Pero luego escuché una risa suave y tentadora.

Su mano en mi mejilla me hizo volver hacia él, y su beso llegó con furia. La intensidad me impidió cuestionarme en qué momento soltó su cinturón, y mucho menos cuándo abandoné mi decidida idea de mantener las piernas cruzadas. No lo advertí hasta que su mano comenzó a acariciar la parte interna de mis muslos, levantando mi vestido.

—No voy a luchar contra nada. —Cuando regresó a su asiento y sonrió con malicia, solté todo el aire que se había reunido en mis pulmones, desinflándome como una bolsa.


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