Capítulo 24
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Samantha tomó asiento en el sofá frente a mí y se atrevió a probar el contenido en su vaso. No hizo muecas, saboreó y volvió a catar otro sorbo. Le gustó, y aunque tal vez no fuera nada especial, me sentí aliviado.
En este día tenía un aspecto sereno y relajado. No debería bajar la guardia cuando estábamos a solas, pues tampoco creía que gozara de la capacidad para contenerme de hacer algo estúpido, como volver a besarla, por ejemplo.
Antes de comenzar a hablar y que ella decidiera alejarse al conocer la verdad, necesitaba un trago o dos. Samantha tampoco insistió ni me apresuró, solo me acompañó. Mientras tanto, sentí curiosidad por conocer más sobre ella. Así descubrí que no pudo terminar la universidad debido a la urgencia por venir aquí. Se encontraba en su último semestre cuando ocurrió, y la carrera de criminología y criminalística sonaba interesante.
Un trago más y también me habló sobre el motivo que la separó de su ex. Estuvo de acuerdo en que había estado en una relación abusiva, y que gracias a una persona inesperada fue capaz de abrir los ojos. Debí golpear a ese mocoso con más fuerza cuando tuve la oportunidad.
Samantha se sentía mal por Emily al intuir cómo terminarían las cosas entre ambos. Todavía la apreciaba. Se conocían desde hace mucho tiempo, y eso la angustiaba. No me gustó verla así, así que sentí la necesidad de cambiar de tema.
—Mi padre asesinó a mi madre frente a mí —confesé. Las palabras dejaron en mi boca un gusto amargo.
Samantha dejó de contemplar su vaso, tragó el líquido que tenía en la boca, y sus labios se despegaron un poco.
Esperé en silencio. Todavía no huyó de la habitación. Era una prueba para saber si valía la pena volverme un poco más loco por ella cada vez, y la estaba superando con creces.
—La obligó a tener sexo en la cocina —continué—. Él decía: «Vamos, gime como si yo fuera uno de tus putos clientes». Ella vendía su cuerpo para traer sustento. Vivíamos en un sótano de los barrios más humildes y peligrosos de Nueva York. Fui concebido como resultado de un error, y él siempre se encargó de recordármelo. —Creí que las voces en mi cabeza se borrarían algún día, sin embargo, todavía permanecían intactas, igual que una perfecta grabación—. Esa noche desperté por los gritos, como era frecuente. Pero los sonidos extraños me llevaron hasta la cocina. Pude ver lo que hacían a través de la puerta a medio cerrar. Cuando tiró de su pelo hacia atrás, sus manos rodearon su cuello y apretó con fuerza. No fui capaz de mover un músculo hasta que terminó, y entonces... Ella no volvió a respirar.
Samantha continuó mirándome con un destello en sus ojos que no pude comprender, pero que también me hizo sentir un poco menos miserable.
—¿Cuántos años tenías?
—Seis, y me habría golpeado hasta dejarme inconsciente otra vez, así que después de eso, regresé a mi habitación y le puse seguro a la puerta.
—Era un abusivo.
—Entre otras cosas. Fue tonto de mi parte guardar silencio. Los días siguientes se convirtieron en un jodido infierno. No los recuerdo bien debido a mi cerebro, solo hay fragmentos, como el pestilente olor, o la sensación de pérdida que se había transformado en dolor físico. En mi mente, escuchaba los sollozos de mi madre, aunque sabía que su cuerpo sin vida se había quedado en ese lugar. Todo era oscuro hasta que alguien llamó a la policía y desperté en el hospital. Los oficiales, al encontrar su cuerpo, pensaron que yo podía tener algo de culpa, pero no tardaron en descartarme después de proceder con la investigación. De este modo fui a parar a un orfanato de mala muerte. Lo siguiente que recuerdo es al psicólogo tratando de hacerme hablar, a los abusadores y a la comida de mal aspecto. Pasaron un par de meses en los que tuve que aprender a valerme por mí mismo, y gracias a los más grandes del lugar, descubrí lo que eran las apuestas con dinero real. Pero a los siete años, cuando había comenzado a introducirme en ese mundo, él apareció.
—¿Tu padre? —preguntó, y por suerte estuvo equivocada.
—El de Laurent. Me sacó de ese sitio. Ofrecía donaciones para el orfanato, así que el día en que nos visitó, dijo haber visto algo en mí al conocerme. Lo llamó potencial, y creí que estaba loco. Me llevó a su casa, y aunque Laurent tenía solo tres años, me odió cuando su padre nos presentó. Con el tiempo pensó en mí como un presumido porque no hablaba mucho, pero yo tampoco confiaba en ellos. Alrededor de un año y medio después, su padre comenzó a enseñarnos sobre cómo llevar a cabo apuestas importantes, y al poco tiempo descubrí que los negocios alejaban los malos recuerdos. Me mantenían ocupado, así que continué. A los nueve, casi diez, con su ayuda, empecé a invertir, y tiempo después, cuando estaba en la cima del mundo, el hombre que participó en mi creación apareció de nuevo. La prensa se enteró de una pequeña parte de mi pasado, pero gracias a Oliver lo encarcelaron. Todavía cumple con su condena por asesinato en primer grado. Sin embargo, esa información sobre mi padre asesino, aún da vueltas por ahí, pese a que Oliver contrató a los mejores para censurarla de inmediato.
—Todavía no comprendo, ¿por qué parece afectarte tanto que te llamen Diablo? —Ella notó más detalles de los que había anticipado.
—Cuando los policías lograron entrar al sótano, se encontraron con una escena tan atroz que no pudieron dar una descripción precisa más allá de atribuirla a un acto infernal. Solo un demonio parecía capaz de perpetrar tal atrocidad. Por eso, el caso fue conocido como "El Diablo en el Sótano" y, aunque la noticia se difundió con rapidez, pronto se dejó de lado, puesto que involucraba a personas irrelevantes como lo éramos mi madre y yo en ese tiempo. Transcurrieron algunos años antes de que el tema resurgiera, pero para entonces, la historia estaba tan distorsionada. Se mencionaba mi apariencia cuando me encontraron en medio de la oscuridad, y... seguramente no parecía humano. A partir de entonces, la gente comenzó a llamarme así.
—No debió ser fácil —arrastró un poco las palabras. Había bebido suficiente.
—Quizá me arrepienta de haberte contado todo. —Pero una vez que empecé, no pude detenerme. Su presencia tenía un efecto extraño en mí, haciéndome sentir cómodo y confiado. Era insensato de mi parte, pero esta chica me cautivaba demasiado.
—Me alivia que abras una cajita oscura de tu corazón. Me parecías una persona glacial y antipática, pero ahora entiendo. Tu padre fue un monstruo y todavía te duele. Te pesa no haber podido hacer nada para detenerlo.
Supuso bien.
—No pude hacer nada para salvarla.
—Bueno... Es lo que pasa, ¿no? Ellos desaparecen de nuestras vidas una vez que la han cagado. El mío engañó a mamá. Se sintió tan agobiado después de mi nacimiento, que no pudo con la presión. —Algo nuevo que sabía de ella. Tampoco contaba con una figura paterna—. Quizá estábamos destinadas a pasar por lo mismo.
Me sonrió con dolor, y su cabeza de repente cayó hacia adelante. Conseguí poner la mano para atrapar su frente poco antes de que golpeara la mesa y se hiciera daño. El alcohol ocasionaba que perdiera la razón, y sin esperarlo, estaba riendo a su causa.
—Qué chica tan extraña. —Acabó por darle luz a un recuerdo tan oscuro.
Esta noche tampoco podría llevarla a casa, ya que en los documentos que guardé en mi escritorio, ella omitió poner su dirección y en su lugar, había escrito algo como «Mudándome pronto». Contemplar esa idea provocó que volviera a sonreír de la misma manera que cuando lo vi por primera vez.
Al tomarla entre mis brazos, no solo percibí su aroma y la calidez de su cuerpo, sino también el revoloteo incandescente de emociones en mi interior.
Ella seguía aquí, cuando estaba seguro de que huiría al descubrir mi historia.
Mucha gente evitaba relacionarse conmigo por temor a que resultara siendo un monstruo, al igual que mi padre. Por mi apariencia, poder y algo a lo que Samantha describió como oscuridad, me relacionaban con él sin piedad. Pero ella todavía estaba a mi lado, siendo tan imprudente igual que siempre, bajando la guardia y gustándome un poco más.
Si continuábamos a este paso, no permitiría que nada la alejara de mí al final.
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