Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20



❦ ❦ ❦


Después de golpearlo, inhalé aire de forma entrecortada a través de mis labios, esforzándome por mantener la compostura y evitar rebajarme al punto de cerrarle la boca para siempre. ¿Cómo se atrevió a decir todo eso de ella? Aunque no la conocía a fondo, tenía la certeza de que no era en absoluto como él la describió. Incluso si lo fuera, no podía permitir que se saliera con la suya, quedándose tan campante.

Como lo había hecho esa persona.

Aparté al personal que evidenciaba su profunda preocupación hacia mí, e intenté alcanzarla. Pronuncié su nombre en el pasillo, pero no se detuvo ni tampoco me miró. Tuve que correr un poco y volvió antes de acercarme por completo.

—Esto es horrible —me dijo con agitación—. Lo golpeaste en la cara. ¡Le hiciste sangrar la nariz de un puñetazo!

Por un instante me inquietó que estuviera preocupada y quisiera reivindicarse, pero al mirarme divisé la emoción ardiendo en sus impresionantes ojos. Eso ayudó con mi lucha para no regresar hasta verlo perder la consciencia.

Me quedé con ella, de repente preocupado de que pensara que yo estaba loco, y tal vez sí, solo un poco. De otro modo, no encontraba otra razón para sentirme tan atraído por esta chica. Su desorden era magnético de formas inexplicables.

—¿No debí golpear a ese descerebrado?

—No es eso. Definitivamente se lo merecía, y yo no habría podido.

—Te habrías roto la mano.

—Descerebrado —repitió—. Esa palabra no suena elegante en tu boca. Y cada vez que sonríes de ese modo, tú... —Selló sus labios y entrelazó los dedos con nerviosismo en frente de su vientre. Ni siquiera me di cuenta de la forma en que la estaba mirando—. ¿Tanto disfrutaste de haberlo golpeado?

—No voy a negarlo, aunque no estoy seguro de que ese fuera el verdadero motivo.

—Entonces, ¿cuál es ese?

—Solo... algo que me habría gustado hacer —confesé.

Su rostro reflejó confusión, y aunque lo intentara, no lo entendería. Se trataba de un sentimiento similar al que sentí por culpa de alguien en el pasado. Ahora resulta que perdía la cabeza cada vez que un hombre le faltaba el respeto a una mujer, pero nunca sucumbí a mis impulsos y solía manejarlo con cabeza fría, hasta que ella apareció.

—¡Eh, hermano! —Laurent se acercó. Era un mal momento para que apareciera—. ¿Viste lo que pasó en el restaurante? La gente se está volviendo loca. Al parecer un idiota se tropezó y golpeó la mesa con la nariz, o algo por el estilo.

El personal estaría censurando la verdad detrás de todo, para que los huéspedes no esparcieran rumores.

Samantha se puso tensa. Sus ojos me contemplaron con miedo y algo en mi interior se apretó.

—No lo sé, pero se resolverá pronto —le resté importancia, tratando de convencerla.

Elena salió del restaurante en compañía del dramático que no dejaba de dar gritos. Lo estaría llevando al departamento médico.

—Como sea, vendrás conmigo. Todos se reunirán en el bar del hotel, y ya sabes... —Lo dejó a medias para mirar a Samantha.

—No iré —establecí.

—¿Cuántos años tienes? —le preguntó él.

—Laurent.

—¡Chist!, déjala hablar.

—Veinticinco —respondió con timidez. Parecía una cría de gato, algo que me abrigó por dentro y me hizo desear, en este momento, construir un muro protector a su alrededor. Todavía recordaba que la llamé gatita, y resultó ser que sí tenía un lado dulce. Me causó gracia que solo conmigo sacaba las garras, para lo cual ambos me miraron como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Quieres venir? Todos los graduados se reunirán esta noche en ese lugar, y tienen tu edad.

—¿Los graduados? —preguntó Samantha. No le resultó raro que Laurent la hubiera invitado, aunque su motivo era evidente para mí. Sin embargo, ella parecía no darse cuenta de la situación—. Creo que puedo intentarlo.

—¿Qué? —solté. ¿Era tan fácil para Laurent convencerla, cuando me pasé las últimas horas como un desgraciado? Siempre me tomaba por sorpresa. Nunca podía saber lo que pasaba por su cabeza.

—Todavía hay algo que debo hacer. —Ella priorizó.

—¿Con él? —pregunté, pero no respondió—. Te gustan los problemas.

—No es por él. O no del todo. —Se encogió de hombros.

Me confundía, me calentaba y me cabreaba al mismo tiempo. Era como una maldita enfermedad. Debería dejar que fuera e hiciera lo que le viniera en gana, punto final. Sin embargo, ¿por qué todo lo que tenía que ver con soltarla me costaba tanto?

—Eh, no entiendo lo que dicen, porque no hablo español. Pero no peleen por mí, ¿sí? —intervino Laurent en tono de broma.

—Iré. Tan solo por un momento. —Estaba convencida.

—¡Ella dijo que vendrá! —celebró Laurent y evitó mirarme cuando intuyó mi mal aspecto.

—Todavía está en horas de trabajo —anuncié, tratando de recordarle a Samantha que aún se encontraba en su turno laboral. Sin embargo, ella me miró de mala manera, y me pregunté si al menos tenía conciencia de que estaba desafiando a su jefe. Cómo hacía que la sangre a través de mi cuerpo hirviera a borbotones.

—Alastor, observa su cara. Se nota que no da más con la limpieza. Las personas también necesitamos un descanso y diversión. Y si se animan, pueden tener sexo después.

—¡No nos acostaremos! —Ella adelantó, señalándonos y la miré. Todavía no debería dar las cosas por sentado.

Laurent me miró con lástima, luego puso una mano sobre mi hombro y susurró:

—Ya es un hecho, te has convertido en un perdedor. —Dio un salto nuevo que lo impulsó a enredar los hombros de Samantha con su brazo, y empezó a llevársela a través del pasillo—. Te acabo de dar mi permiso oficial para acompañarme esta noche, señorita.

Aunque lo conocía desde hacía mucho tiempo, me molestó que la tocara de esa manera.

Estaba claro que tampoco podría dejarlos solos.



❦ ❦ ❦


Pude sentir su mirada clavada en nuestras espaldas mientras Laurent me guiaba a través del pasillo.

Por dondequiera que lo viera, Alastor era mi jefe, y si decía que me fuera a trabajar, eso era lo que debía hacer.

—No te preocupes. Alastor tiene un gran defecto, y es que no puede obligar a nadie, sobre todo si se trata de una mujer —apresuró en voz baja.

Eso fue nuevo. No pude evitar preguntarme a qué se debía. ¿Respeto? No me encajaba del todo, especialmente si Danna había salido llorando de su suite esa mañana.

—¿Por qué?

—Algo acerca de su pasado. —Intentó restarle importancia al tema, pero ya era tarde. Yo también tenía un gran defecto, y eso se llamaba curiosidad.

—Me acabas de invitar por él, ¿no es así?

—Bin-go. —Me guiñó un ojo y luego echó un vistazo hacia atrás—. ¿Vendrás, o te quedarás a mirar cómo me llevo a tu chica?

—No soy suya. —Aunque me sacudí, no pude quitármelo de encima. Era demasiado persistente y grande, pero no tanto como Alastor. Tenía sus brazos pegados a mí, igual que ventosas—. Puedo caminar sola.

—Pero qué humor. No hables, lo estoy provocando. —Al menos dejó de abrazarme. Cuando volteé, me encontré con una mirada intensa y llena de implicaciones.

Tragué con dificultad.

—¿No te da miedo? —Devolví mi atención hacia adelante, sintiendo la piel erizada. El día de hoy había visto demasiado de Alastor, y después de pensármelo mejor, pensé que debía dejar de causarle problemas. Al menos por hoy.

—¿Alastor? —Se rio abiertamente, y eso detuvo mis pensamientos—. Si lo conocieras durante tantos años, al igual que yo, lo último que sentirías hacia él sería miedo.

Y se notaba que sabía de lo que hablaba, porque como si fuera la muerte en persona, Alastor nos alcanzó y se interpuso entre su amigo y yo, con esa aura de oscuridad que siempre lo rodeaba.

Laurent lo había conseguido, él también vendría, aunque nunca lo admitió en voz alta. Lo que me llevó a reconocer que me equivoqué. Alastor era un hombre impredecible y tenía un número infinito de facetas.

El bar del hotel estaba situado en el último piso. Era de lujo, con suelos y paredes de madera impecables. La barra estaba adornada con detalles blancos iluminados por luces azules, y en una pared se exhibían numerosas botellas de alcohol. Alrededor de mesas de centro pequeñas, sofás blancos invitaban a los huéspedes a sentarse y disfrutar de su bebida bajo una suave luz amarilla. En el centro del lugar se encontraba la pista de baile, pero de momento no había nadie en ella.

Todavía se hallaba vacío, ya que eran horas de la tarde, a excepción de un grupo de jóvenes reunido frente a la barra que discutía en voz alta sobre las bebidas a solicitar. Al verlos, sentí un ligero nerviosismo, pero no reconocí a nadie en el grupo, lo que me calmó un poco.

El menú indicaba que las bebidas eran gratuitas para todos los huéspedes mayores de edad, aunque supuse que algunas podrían tener un costo adicional.

Puede que la persona que estaba esperando ni siquiera hubiera viajado. El pasaje de avión era caro, pero este hotel lo era todavía más.

Antes de empezar a trabajar aquí, mi mamá me contó que las habitaciones con vista al mar podían costar entre $800 y $1300 por noche, dependiendo de la época del año y el tamaño del alojamiento. Las más económicas no bajaban de los $500. Tampoco fui capaz de imaginar cuánto costarían las suites. Sabía que solo había alrededor de cinco, pero era posible que la de Alastor fuera una de las más grandes.

Tomamos asiento en uno de los sofás que rodeaban las mesas de centro. Laurent no tardó en marcharse en busca de un grupo de chicas, así que pronto solo estábamos Alastor y yo.

Frente a mí, él mostraba una calma absoluta, pero luego apoyó el codo en el brazo del sofá y se acarició el labio inferior mientras me miraba.

Deslicé mis manos a lo largo de mis piernas, intentando secar el sudor. No debería manifestar mis nervios, en especial delante de él. Pero sus pensamientos me inquietaban. Su mirada parecía estar tejiendo historias sugerentes sobre mí.

—Señor Rostova. —Un hombre mayor se detuvo a su lado y agachó la cabeza en forma de saludo. Tenía un aspecto pulcro y su pronunciación en inglés era casi tan perfecta como la de Alastor—. ¿Lo mismo de siempre, o dejará que decida la señorita?

Sus prendas de vestir y el delantal de color negro me indicaban que era algún barman experimentado.

—Sugiéreme algo libre de gluten —solicitó Alastor y lo miré con la boca abierta.

—Bebidas certificadas libres de gluten tenemos coñac, brandy, tequila, ron, ginebra, vino, sidra, cerveza...

—¿Cerveza sin gluten? —interrumpí en un impulso incrédulo y alocado. Ambos me miraron y me encogí en mi asiento.

En mi país no existían tantas opciones, o al menos no certificadas como aquí. Tampoco había encontrado cerveza libre de gluten en ningún lado. Por esto, entre otras cosas, solía ser la aguafiestas del grupo cada vez que Mateo, Emily y yo salíamos a divertirnos.

—¿Alguna marca de cerveza libre de gluten que puedas recomendarnos?

—Ofrecemos de Australia, Latinoamérica, Europa, y por supuesto, Norteamérica.

Eso abarcaba casi todo el mundo.

—Tengo entendido que la Organización de Consumidores y Usuarios ha calificado a las mejores cervezas recientemente, destacando a las de Europa.

Los miré a los dos sin comprender nada. ¿Cómo alguien podía estar al tanto de todo eso?

—En el día de la cerveza, el pasado cinco de agosto, la Mahou Clásica y Amstel original fueron catalogadas como las mejores a nivel mundial —comentó el hombre.

—Escuché bastante acerca de la Mahou. Continúa.

—La cervecera Grupo Mahou, San Miguel de Madrid, España, posee la Mahou cinco estrellas sin gluten. Contiene malta de cebada, cinco punto cinco por ciento de alcohol, y certificado del sistema de licencia europeo.

No pude abrir más la boca, porque entonces se me caería la mandíbula.

—Una de esas estará perfecto.

—¿Y para usted, señor?

—Lo mismo de siempre, gracias.

—A la orden. —El anciano se marchó.

—Ese hombre es como una enciclopedia del alcohol andante —comenté, habiendo perdido la capacidad para ocultar mi asombro hace ya tiempo.

—Ha dedicado gran parte de su vida a estudiar las mejores bebidas del mundo —me dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si fuera un secreto del que se sentía orgulloso.

Ahora tenía todo mi interés. Se dio cuenta y lo estaba disfrutando, pero también era muy malo, pues de pronto estuve a punto de ser capturada por su mirada, sin derecho a nada.

Me aclaré la garganta y volví a erguirme en mi asiento hasta que el anciano nos trajo nuestras bebidas. Fue rápido. Y la presentación de mi cerveza no solo incluyó el vaso gigante tan reconocido de cualquier cartel publicitario, sino también una banderilla de España. Mientras que el suyo era similar al que lo había visto beber en su habitación.

Bajo la mirada de Alastor, probé un sorbo de mi cerveza. Era amarga, refrescante y deliciosa.

—¿Qué te parece?

—Nada mal —respondí, y un grupo de muchachos atravesó la entrada riendo demasiado alto. Reconocí a casi todos ellos, pues compartimos algunas clases en la universidad; sin embargo, Emily encabezaba la fila. Se había teñido las puntas del cabello de color azul, pero lo acompañaba y lucía preocupada por el parche que Mateo llevaba en la nariz.

Ambos rieron, y cuando apreté la mandíbula, voltearon hacia mí como si hubiera tenido un micrófono oculto entre los dientes.

Ella se sorprendió al verme. Así descifré que Mateo no le había contado toda la verdad acerca de mí y su nariz hinchada. Pensé que él tampoco vendría porque era un dramático por excelencia, y que entonces podría enfrentarla a solas si la encontraba.

Habíamos sido amigas desde muy pequeñas, pero después de encontrarlos juntos, nunca volvimos a dirigirnos la palabra. Y creí que merecía una explicación, por más dolorosa que fuera. Necesitaba superarlos a los dos.

El sofá junto a mí se hundió; Alastor acababa de tomar asiento a mi lado. Bebió de su vaso mientras los miraba, y luego estiró el brazo sobre mis hombros, pegándome a su costado. Fue inevitable no tensarme al entrar en contacto con su cuerpo duro y cálido. Sentí la electricidad de su cercanía, recorrer mi piel, y mi corazón comenzó a latir con fuerza, como si quisiera escapar de mi pecho. De pronto me encontré atrapada en un torbellino de emociones y sensaciones que Alastor parecía provocar sin esfuerzo alguno.

Nos miramos fijamente por un instante que se sintió como una eternidad. Sus ojos negros parecían buscar algo en los míos.

—Si por lo menos tiene un poco de cerebro, no se acercará —me dijo, y sus palabras me infundieron valor. Tampoco me nacieron las ganas de discutirle nada, así que me distancié al disimulo y bebí de mi vaso con un poco de prisa—. Me sentiré mal si no te recuerdo que tiene casi seis grados de alcohol, aunque, por otro lado, estaría bien si olvidas que te lo acabo de recordar.

—¿Te importaría si hablamos de otra cosa que no sea el descerebrado? —pedí, dejando el vaso medio vacío en la mesita frente a mí.

Alastor me imitó y se acercó lo suficiente a mí para susurrar:

—Se me ocurre retomar nuestra conversación sobre el color rojo —insinuó. Su olor varonil mezclado con la bebida invadió mi nariz y empecé a sentir mucho calor.

—Al final, con lo del incendio...

—Te estás dirigiendo de regreso a la misma conversación que me pediste evitar. —Alastor miró a Mateo y entendí su indirecta. Había sido él quien ocasionó el incendio, después de todo, llegó al restaurante como si hubiera escapado de algo malo. Tenía mucho sentido, pero tampoco quería comprobar si estaba equivocada o no.

—Entonces...

No se me ocurrían temas de conversación, no si de pronto sus dedos jugueteaban en mi hombro. Acariciaba la tela de mi camiseta, y a veces también rozaban mi piel, distrayéndome y dificultando la correcta racionalidad de mi cerebro. Mi mente estaba llena de pensamientos confusos y emociones contradictorias, y su toque solo hacía que mi enredo aumentara.

Traté de enfocarme en la bebida frente a mí, tomando otro sorbo de mi cerveza para intentar recobrar la compostura. Sin embargo, cada vez que sentía su cercanía, mi corazón latía más rápido y mi respiración se volvía más irregular. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué me afectaba de esta manera? Era como si estuviera bajo un hechizo del que no podía escapar.

—¿Entonces? —preguntó con inocencia fingida.

—Deja de hacerlo.

—¿El qué?

—Eso. La cosa con los dedos.

Se acomodó en el sofá, aproximó su boca a mi oreja, y cerré los ojos de forma involuntaria.

—Si quieres que sepan que ya no te importa, deberías hacerlo bien. Puedo ayudarte, tan solo tienes que pronunciar la palabra. —Su voz susurrante envolvió mis sentidos, y un cosquilleo descendió desde el lugar en el que su aliento me acariciaba, hasta la parte más profunda de mi ser.

—¿Y si te pido que me beses? —Despegué los párpados para examinar su expresión. Esperaba que no se negara y que tampoco se ofendiera, después de todo, era del tipo al que un beso no le importaba en lo más mínimo, ¿no?

Su mano en mi hombro se desplazó sobre mi cuello hasta mi mejilla como una ardiente caricia, y con su dedo pulgar rozó mi labio inferior. Elevé la mirada hasta encontrar la suya y creí reconocer el deseo, pero fue tan efímero que dio paso a la duda.

Mi mente estaba nublada. Puede que también fuera otra de sus facetas y que no se atreviera al final. ¿O sería capaz de cruzar esa línea?



❦ ❦ ❦


Cualquiera que fuera el motivo, para mí significaba una oportunidad de volver a probar sus labios, pero también denotaba un maldito problema, y eso era que cada vez me resultaba más difícil controlar mi ardiente deseo por ella.

—Pero acabas de beber algo que no sé si tiene gluten —precipitó, moviendo la cabeza en dirección al sitio en el que dejé mi vaso de whisky.

Ejerciendo un poco de presión con mis dedos en su quijada, devolví su atención hacia mí y la besé. Fue un acto instintivo y apasionado, como si ambos hubiéramos estado esperando este momento. Respondió de inmediato al situar su mano en mi pecho y deslizándola hasta mi nuca, enterrando sus dedos en mi cabello y jalando un poco.

El gesto, cargado de deseo, generó una chispa que parecía arder por todas partes. El beso fue abrasador, llevando consigo una intensidad que había estado acumulándose entre nosotros. Sus labios eran cálidos y suaves contra los míos, y el sabor de su aliento me envolvió, creando una sinfonía embriagadora de sensaciones.

Cada roce, cada mordida delicada, era una descarga eléctrica que recorría mi cuerpo a plenitud. La sensación de sus manos en mi cuello, explorando con inexperiencia, me hizo sentir vivo de una manera que no había experimentado antes.

Consiguió encenderme con tan solo el movimiento de sus dedos, y cada gesto prometía algo más. Era como una promesa de un terreno inexplorado, algo que, seguramente, estaba a punto de liberar un desastre en mi interior.

Permitió que acariciara su pierna, y cuando mi mano alcanzó la curva en su cintura, se apartó, recuperando el aliento y dejándome con unas ganas infernales de tenerla por completo.

—¿Nos están mirando? —Su pregunta arrazó con todo.


━━━━⊱❦ ❦ ❦⊰━━━━

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro