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Capítulo 06



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Fue inesperado. No sé por qué hablé en español, simplemente salió de mí. Como si de forma inconsciente me hubiera sentido seguro al usar un idioma tan preciado.

Pero ella frunció el ceño y se movió por mi suite, sus curvas dejaban una huella de deseo en el aire. Era evidente que no estaba segura de lo que hacía, y sus manos temblaban mientras yo intentaba concentrarme en responder algunos correos electrónicos. Sin embargo, su presencia tenía un efecto magnético en mí, dificultando mi enfoque en las solicitudes sobre eventos de gran magnitud que podrían llevarse a cabo durante la siguiente temporada.

Se inclinó para recoger una toalla del suelo. De manera discreta, moví la silla y obtuve una vista completa de su figura. Sus hombros delicados resaltaban en contraste con sus caderas amplias y su cintura sugerente. En ese momento, una fuerte atracción se apoderó de mí, y ansié acercarme y tocarla.

—¿Qué eres? —Al voltear en mi dirección, se sonrojó al notar que la miraba y procedió a limpiar la mesa de centro en frente del televisor.

Ya todo estaba impecable, no había mucho por hacer. Ayer cubrieron gran parte de mi suite. Ambas fueron lo bastante rápidas y buenas.

—¿Qué soy? —repetí en español, haciendo énfasis en la primera palabra.

—Es evidente que eres rico. —Levanté una ceja y corrigió—: Millonario.

—Está claro que no has oído nada sobre mí.

—¿Acaso es un requerimiento?

—Por supuesto. —Me contempló con desdén, y su mirada fue como la chispa que encendió el fuego en mi interior—. Alastor Rostova.

—¿Quién es ese?

Me levanté de la silla, y ella se enderezó de forma automática. Estaba nerviosa. Era como una pequeña gatita espantada, lista para mostrar sus garras en cualquier momento. Ya me había dado cuenta.

—Más de ocho mil hoteles alrededor del mundo. —Rodeé el escritorio mientras la examinaba. Parecía agotada, a pesar de que solo habían transcurrido dos horas desde que comenzó a dar vueltas sin sentido. En su bonito rostro, claro reflejo de la inocencia, tampoco hubo digno rastro de asombro—. La cadena hotelera más importante me pertenece.

—Si fueras un magnate, ya estaría al tanto. —Debió pensar en algo que tensó su expresión, luego barrió mi cuerpo con su mirada y entre dientes añadió—: Como si en tan solo treinta años se pudiera montar tal cosa. Además, ¿Rostova Hotel? No me suena.

Esta chica realmente tardaba en captar las indirectas. O tal vez lo estaba haciendo a propósito.

—¿Por qué supones que le pondría mi nombre?

—¿No es eso lo que les gusta a los ricos? ¿Alardear?

—Me parece que durante todo este tiempo habías vivido en una cueva, gatita.

—¿Gatita? —demandó, molesta.

Me quedó claro que las cursilerías no eran lo suyo, y eso fue un punto a favor. Siempre me habían resultado incómodas, pero la mayoría de las mujeres parecían disfrutarlas. Supuse que debía cambiar de estrategia.

Decidí acercarme un poco más, pero ella fue astuta, porque de forma veloz se dirigió hacia la isla que separaba la sala de la cocina y retomó la limpieza. Sus brazos eran largos y delgados, lo que no pasó desapercibido para mí mientras la evaluaba.

—¿De qué país tercermundista provienes?

—No te incumbe. —Su tono se volvió más agresivo.

—Ese no me suena familiar.

—Controlas el mundo empresarial desde esta lujosa suite, ¿no es así? —dijo mordaz.

No me creía, pero viniendo de su parte, tampoco era un elogio.

Cuánto me irritaba y, al mismo tiempo, cuánto la deseé. Era una mezcla molesta de emociones que se entrelazaban en una danza complicada. Desde que la vi por primera vez, sus ojos destilaron rechazo, pero también cierto interés, como si estuviera debatiéndose entre dos fuerzas opuestas. Cada gesto suyo parecía bailar entre la aversión y la curiosidad, y yo me encontraba atrapado en esa tensión palpable que creaba.

No podía negar la irritación que me provocaba su actitud, pero al mismo tiempo, la atracción que emanaba de su presencia me impulsaba a desear más, a querer descubrir los secretos detrás de sus ojos. Era una paradoja, una conexión extraña que me mantenía en vilo, y no podía evitar preguntarme qué pasaría si alguna vez se desvaneciera esa fina línea entre el rechazo y la atracción. Pero también existía la posibilidad de que, en mi búsqueda, no hallara más que complicaciones.

Esta chica me traería problemas. Lo supe desde el instante en que la vi.

Se tensó al sentir mi presencia a sus espaldas y volteó de inmediato, sin embargo, ya era tarde. Mis brazos se cerraron a cada lado de su pequeño cuerpo, aprisionándola contra la isla.

—Una vez más, el Diablo haciendo de las suyas —dijo, tratando de parecer tranquila mientras sus ojos me recorrieron con cautela. Ya conocía la forma en que solían llamarme, pero desde su apetecible boca, no parecía un insulto ni desbordaba miedo, más bien, había algo electrizante. Luego se aclaró la garganta y añadió—: Puedes obtener lo que quieras después de haber alcanzado un lugar prominente en el ámbito de los negocios, pero no cederé ante ti. Antes, prefiero perder mi trabajo.

Pensé que esta chica no había notado lo que buscaba en ella, pero lo hizo. Sin embargo, todavía no fui capaz de identificar si de verdad me quería lejos. Me hacía dudar.

—No pareces convencida. —Me atreví a rozar su brazo, y ella reaccionó, estremeciéndose a la vez que trató de evitar mi contacto.

A eso me refería. Su cuerpo contradecía cada palabra que pronunciaba.

—Me desagradan los tipos como tú. —Ahora lucía firme y fiel a sus palabras.

¿Qué estaba mal con esta chica? Parecía tener miedo, pero no de mí, sino más bien del entorno o la situación. De lo contrario, no me desafiaría de esta manera. Había convertido mi cabeza en un nudo, y a mi cuerpo en un volcán que ardía incontrolablemente por ella.

—Eres un gran problema.

—Y tú, sordo. —Sus manos me empujaron, pero al dejarla apartarse, tropezó con sus talones y la atrapé, sosteniendo su cintura con firmeza. Lentamente, alzó la mirada hasta encontrarse con la mía, y en ese momento, el aire pareció densificarse entre nosotros.

No lo había notado, porque nunca la tuve tan cerca, no obstante, sus ojos transitaban desde un profundo café hasta transformarse en un tono verde hipnotizante. Era menuda y un tanto torpe, una combinación despertó una reacción inusual en mí, como de protegerla. Pero con ella también vino el miedo de romperla. En mis manos se sentía frágil, aunque hiciera un esfuerzo por ocultarlo.

Por otro lado, su calor y su atrayente aroma encajaron a la perfección con mi cuerpo. También experimenté una oleada de anhelo que amenazó con desbordarme, si tan solo su actitud no fuera un inconveniente.

—Qué mujer tan irritante —solté sin pensar. No podía hacer nada más, pero tampoco quería rendirme. Mi ambición me había llevado hasta lo más alto del mundo empresarial, y no acostumbraba a desistir con tanta facilidad. Si me lo proponía, obtenía lo que quería, y tampoco sería diferente esta vez.

—¿Es que te aburres jugando con tus hoteles, señor empresario? Quizá deberías adquirir un nuevo bien en la Luna, así te ocupas en algo productivo que no sea entorpecer el trabajo de los demás.

Segundos después de su culminación, su estómago emitió un sonido tan fuerte que sus mejillas se encendieron como un semáforo en rojo, lo que restó seriedad a sus palabras. Poco después, me empujó con fuerza, desestabilizándome.

Mi percepción de ella, de frágil y delicada, ahora también parecía errónea.

—Baño —apresuró, y por un instante creí haber escuchado mal.

Sin darme tiempo para procesar sus palabras y como si su vida dependiera de ello, se alejó corriendo hacia mi habitación. Después de unos momentos, la hecatombe se desenvolvió en el interior del baño. Tampoco fue necesario acercarme para saber lo que ocurría. El sonido fue como torpedos aterrizando en el mar. Pero en lugar de enfadarme por su elección de usar el baño de mi habitación, la situación me hizo reír, lo cual también resultaba inusual.

Esta chica era una cajita de sorpresas.

Después de varios minutos, finalmente salió. Lucía de mal aspecto. Su tono de piel, que antes tenía un matiz trigueño con delicados destellos dorados, se había tornado pálido, y su sorpresa fue evidente al encontrarse cerca de mí. No pude precisar en qué momento me acerqué tanto, quizás fue durante el silencio que precedió a su salida.

—No entres. No querrás... Yo lo limpio.

Pasó junto a mí sin mirarme, pero a mi lado se tambaleó y tuve que sujetarla mientras ella temblaba.

A punto de pronunciar algo, el aroma que emergió del baño con la puerta a medio cerrar, no solo me robó las palabras y nubló la vista, sino que también me empañó los pensamientos.

La chica se apartó de prisa, mientras que a mí me llevó un tiempo darme cuenta de que se trataba del hedor de los cuerpos en descomposición que dejó la hecatombe, y ahora mi habitación estaba inundada en semejante peste.

Tuve apuro al escapar y, para mi sorpresa, tropecé con su cuerpo tendido en el suelo de la sala de estar. Había perdido el conocimiento.


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