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Capítulo 02



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Pasados varios minutos, trataba de convencerme de que no debía darle más vueltas al asunto, pero mi cuerpo aún respondía con un estremecimiento que resurgía cada vez que la imagen de sus penetrantes ojos se cruzaba en mi mente. Recordarlos era suficiente para hacer que mi piel se erizara por completo, como si la intensidad de su mirada persistiera en el aire, dejando una huella palpable en mis sentidos.

La conmoción que me había causado era desconcertante, impidiéndome disfrutar de mi almuerzo con tranquilidad. Me llevó un tiempo considerable terminar mi sándwich sin gluten que había adquirido en el aeropuerto al llegar. Quizás la culpa no solo residía en mi tormentosa mente, sino también en el desaliñado y caluroso comedor de empleados, carente de ventanas y comodidad.

En Florida, las cosas se ponían bastante calientes durante los meses de junio, julio y agosto. Pero esta sala en particular era horrenda en comparación al resto del hotel. Estaba segura de que no tenía aire acondicionado, o sufrió alguna avería. De todas formas, parecía una bodega, a la que fueron a parar los objetos de los eventos que pudieron llevarse a cabo en el lujoso salón, y el personal aparentaba estar acostumbrado a comer mientras el sudor les rodaba por la frente.

Me parecía que el dueño no pensaba mucho en sus empleados. Y ya que se trataba de una cadena de hoteles muy reconocida, no creía que tuviera tiempo para cerciorarse a detalle de todas sus instalaciones esparcidas por el resto del mundo. ¿Qué podría importarle más que generar dinero?

De regreso en las habitaciones para continuar con nuestra labor, deseaba arrancarme esa mirada de la cabeza de una vez por todas, así que le pregunté a mi compañera quién era ese sujeto, pero me ignoró por completo.

Me encontré en ascuas y sin la capacidad para sacarme a ese hombre de la mente.

—Vamos. ¡Date prisa, niña! Nos queda poco tiempo, y todavía debemos terminar con tres habitaciones más. —Ana me apresuró mientras salía del cuarto arrastrando la pesada aspiradora industrial. Estaba sudando y la camiseta se me pegaba a la espalda—. ¿Revisaste que bajo la cama no haya quedado nada?

Resopló con irritación cuando me vio negar con la cabeza y volvió a entrar después de añadir:

—Átala bien al carrito, no queremos que se nos caiga por el camino.

Intenté hacer lo que me dijo de la mejor manera posible y sin protestar. Desde que el día empezó, me estaba esforzando, pero me encontraba cerca del límite del agotamiento. Tenía 25 años, y sentí que acababa de perder treinta en tan solo siete horas de trabajo.

—Necesito gel de cuerpo y champú.

Exhausta, volteé hacia la voz con una perfecta pronunciación en inglés, y el sonido que mi garganta emitió al final fue:

—¿Qué? —Acabé por hablarle en español.

Comprendí su solicitud con claridad, pero el verdadero problema residía en la forma en que sus ojos negros me escrutaban. Aquella mirada parecía tener el poder de robarme el raciocinio, porque lo hizo, otra vez.

Ante mí se alzaba el hombre de la habitación 999, y su estatura superó mis expectativas. Tuve que inclinar la cabeza hacia arriba para visualizar su rostro a plenitud. Su belleza rivalizaba con la de un modelo oriental, pero con la dureza de uno Europeo, mostrando una perfección que me dejó admirada. Aunque llevaba un estilo de barba perfectamente recortada en forma de candado.

La envidia también me embargó por un momento. Minutos atrás, había examinado mi reflejo en el espejo del baño, y mi rostro lucía enrojecido y brillante en comparación. Discretamente, intenté secármelo con las manos mientras me preguntaba qué lo había traído a este lado del hotel, considerando que su habitación se encontraba en el ala opuesta.

—Gel de cuerpo y champú —reiteró con voz imperiosa en su idioma natal. Él era el tipo de problema del que era aconsejable alejarse.—. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

Me tomó tres segundos reaccionar y alcanzar los frascos pequeños del carrito.

—Dos de cada uno —murmuró, y su aliento recorrió mi piel desde el cuello hasta la base de mi columna vertebral. Me sentí inmovilizada por su cercanía, aunque no en un contexto amenazante.

Dado que no pude moverme tan rápido como le hubiera gustado, su brazo se deslizó sobre mí, y tuve un primer plano de sus bíceps. No era un hombre en extremo musculoso, pero su figura estaba bien definida, por desgracia.

Al notar de dónde había tomado cada frasco, extendió su mano para apoderarse de los que yo sostenía, y nuestras pieles se rozaron por accidente. La chispa eléctrica que surgió en ese contacto, estaba segura, él también la percibió. Nuestros ojos se encontraron, y una vez más, olvidé cómo se hacía para respirar.

Decidí dar un paso hacia un lado, pero él bloqueó mi camino con su figura esculpida y se inclinó sobre mí una vez más. En esta ocasión, su pecho quedó cerca de mi rostro, por lo que percibí su fragancia masculina a gel de baño, pero resultó demasiado efímera, por lo que mi cerebro no alcanzó a capturarla y se me escapó. Ni siquiera presté atención a qué otra cosa había tomado.

¿Estaba tratando de impresionarme con su apariencia digna de una portada de revista?

Cuando obtuvo todo lo que necesitaba del carrito, y por alguna razón sentí que también lo había tomado de mí, se apartó. La comisura derecha de sus labios se curvó en un gesto astuto que me devolvió a la realidad, donde despreciaba a los hombres que se comportaban de esa manera, como si bastara con su abrumadora belleza.

Retrocedió un paso, y sin decir más nada se alejó por el pasillo antes de que Ana saliera de la habitación y me encontrara con el rostro rojo de ira.

—¿Sigues aquí? Te dije que avanzaras hasta la siguiente habitación.—Golpeó la hoja en la que había marcado las que todavía nos faltaban por limpiar, y tampoco recordaba que lo hubiera mencionado—. Esta vez tú llevas el carrito.

Apenas era nuestro primer día en el país y nadie aseguró que sería fácil. Había personas que estarían dispuestas a comernos vivas, de eso ya se encargó de advertirme mamá.

Deslicé el carrito hasta el final del pasillo. Ana, de un gran empujón, usó el contenedor para abrir la puerta que dirigía a la piscina, recordándome lo repugnante que era la humedad sumada al ambiente caluroso y al sudor humano.

Me habría gustado zambullirme en la enorme piscina y cerrar los ojos. Así, a lo mejor, daría fin al dolor de espalda que fue en aumento durante las últimas horas.

Empecé a contar los minutos para que el día se terminara de una vez por todas. Sentía que había pasado una eternidad desde el momento en que llegué al hotel esta mañana.

Eché un vistazo al reloj de una máquina expendedora y comprobé que faltaba alrededor de una hora para finalizar el turno. Aunque intenté darme ánimos, fue inútil.

En mi distracción, Ana sacó ventaja de mí, así que me apresuré a seguir su ejemplo y atravesar la puerta. Sin embargo, el carrito se atascó a mitad del umbral y, a pesar de mis intentos, no logré moverlo. Examiné el suelo y descubrí que algo bloqueaba el camino. Empujé con fuerza varias veces, pero no lo conseguí. Me vi obligada a golpearlo con el hombro, aplicando todo mi peso sobre él para que finalmente se moviera. El resultado fue excesivo, ya que el carrito y su contenido se tambalearon en respuesta a mi esfuerzo.

Aterrada por el desastre que se avecinaba, de alguna manera me las arreglé para mantenerlo fijo en el suelo, pero la aspiradora del otro lado se meció y amenazó con caerse.

—¡No, por favor, no! —supliqué. La maldita se desequilibró y cayó, impactando contra una silla que, a su vez, se derrumbó como una cadena de efectos dominó, causando estragos adicionales. Y al final, alguien soltó una queja.

Me apresuré para empezar a disculparme, pero cerré la boca cuando reconocí las amenidades que ahora yacían desperdigadas por el suelo, a los pies del sujeto que susurró en ese idioma que se frecuenta en los Estados Unidos:

—De nuevo tú. —Con una mano sujetaba el espaldar de una silla inclinada, y en su mirada, encontré sorpresa más que rechazo, junto con algo que me hizo estremecer. Fue un rastro oscuro y cruel, aunque tal vez solo era producto de mi imaginación.

A tres metros de sus espaldas, dos jóvenes hermosas lucían bikinis. Parecían rusas, ya que no entendí palabra de lo que decían, pero reconocí el idioma. Hablaban en voz baja y me observaban con cierto grado de desaprobación. Fue obvio que acabó de salvarlas.

A continuación, después de acomobar la silla, el hombre se tomó un momento para trabajar su mejor sonrisa y obsequiárselas, gesto con el que las cautivó por completo. Deseé retirarme con mis disculpas atoradas en la garganta. Pero por mi trabajo, no pude hacerlo.

Él les dijo algo que no comprendí, y una parte de mí se asombró porque al parecer dominaba dos idiomas: inglés y uno tan difícil como el ruso.

Las chicas compartieron sonrisas avergonzadas y se me retorció el estómago.

—Este es de su misma especie —resoplé con seguridad después de recordar mi pasado con Mateo. Él también les sonreía a las otras, y aunque al principio me negué a verlo, nunca fue solo con un fin amigable.

El hombre quizá me escuchó, pues sus ojos apuntaron hacia mi rostro por segunda o tercera ocasión, levantó una ceja, y mi sistema sufrió las consecuencias otra vez. Gozaba de talento innato para producir sensaciones incapacitantes.

De todas maneras, no creí que fuera capaz de comprenderme. No tenía pinta de saber español. Aunque me inquietó entender lo que estaría pensando, porque no parecía ser nada bueno. Originaba un vacío en mi estómago que se manifestaba cada vez que algo me emocionaba, lo que acabó por irritarme. No podía ser posible que me viera afectada por alguien que se manejaba según su atractivo físico. ¿Y qué si las había salvado de una escalofriante silla? Eso formaba parte del plan de príncipe encantador.

—¿Ocurre algo malo? —La temperatura acaloró mis orejas al escuchar la intervención de esta última voz. Mi jefe contempló al hombre parado enfrente de mí mientras le hablaba en su idioma, aunque tenía un acento muy marcado—. ¿Cuál es el problema?

—Ella es torpe —indicó el extraño sin dejar de mirarme. Claudio evidenció su nerviosismo cuando contempló la aspiradora, la silla y, al final, terminó por descifrar el evento.

—Me aseguraré de que esto no vuelva a ocurrir —consolidó.

El hombre dijo algo que no entendí mientras negaba con la cabeza. Esta vez, mi nivel de inglés no fue suficiente para comprender, así que me esforcé un poco más. Me costaba seguirles el hilo de la conversación si hablaban tan rápido.

—... Me gustaría hacerme cargo de eso —se ofreció el desconocido, y mis labios se despegaron ante la sorpresa.

Esperé haber entendido mal, pero esos ojos negros y la manera en la que me contemplaba, no hicieron nada mejor que darme un terrible presentimiento.

—Eso es algo que nos concierne a nosotros... A nuestro equipo. —Claudio tartamudeó un poco y escondió la mirada en forma de disculpa, como si lo que pronunció hubiera sido incorrecto y acabara de ceder ante este hombre.

—Ella debe aprender, en especial, a tener una mirada humilde. —Apreté la mandíbula, pero gozaba de razón, yo era expresiva. Mi cara de culo debía demostrar cuánto me desagradaba, y era peor con cada minuto que pasaba en su presencia—. Necesito que limpien mi suite, la muchacha de esta mañana no fue lo suficientemente buena. Envía a esta lo más pronto posible.

Miré a mi jefe con la esperanza de que rechazara su solicitud porque era nueva y todavía me faltaba mucho por aprender, pero no lo hizo. Más bien, accedió con un asentimiento.

El hombre se marchó sin levantar las amenidades del suelo. Por lo tanto, fui yo la que debió recogerlos y ordenar el desastre ocasionado por la aspiradora asesina.


De regreso en el despacho de housekeeping, Claudio arrojó una toalla de manos con furia sobre una mesa y me encogí del susto.

—Esto amerita tu despido —dijo a regañadientes y las piernas se me deshicieron. No podía creer que, siendo mi primer día de trabajo, fuera a ser despedida—. Sin embargo... —Tomó aire y continuó—: Mañana estarás sola.

—Pero mencionó que... —Me lanzó una mirada de ira que me silenció durante varios segundos—. No he aprendido lo que necesito.

Era un hecho. Todavía tenía muchos vacíos, sobre todo porque Ana no me permitió hacer nada más que limpiar los baños. Incluso se fue tan apresurada, que ni siquiera notó el percance en la piscina y continuó sin mí. O tal vez no quiso dar la cara.

Como sea, mi jefe no era tan hermético, ya que después de meditarlo un poco, terminó por admitir que tenía algo de razón.

—Finalizarás esta semana con Ana en la suite novecientos noventa y nueve. A partir de entonces, estarás sola —sentenció, y apreté los labios.

Esto no era lo que había imaginado para el comienzo de mi nueva vida en este país.


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