v ━━ chapter five
v. let her go
THESEUS SABÍA QUE ADELAIDE TENÍA RAZÓN. Que él era el que estaba equivocado sobre la posición en la que ella se encontraba como una infractora de la ley. No solo leyes mágicas, sino que también leyes muggles. Falsificar pasaportes, no formalizar su llegada ante las autoridades del ministerio de magia británico. Todo eso era, en definitiva, un mejunje de incumplimientos legales que podían terminar en la cárcel muggle o un camino directo a la prisión de Azkaban. Y Theseus jamás dejaría que una muchacha de veintidós años como Adelaide Goldstein terminara siendo besada por dementores cuando podía ahorrarle tanta miseria encerrándola allí en ese apartamento que había comprado con su primer sueldo cuando dejó la casa de sus padres. Allí iba siempre que quería ahogar sus penas. Y ahora no había abandonado ni un día aquel lugar porque tenía quién lo esperase dentro. Ni siquiera se sentía así cuando salía con Leta Lestrange.
No era lo mismo, jamás sería lo mismo, pero con Adelaide las cosas eran más naturales, menos forzadas. Las charlas no se sentían como una obligación tácita que debía tener sí o sí. Todo fluía, no se estancaba. Pero ella ya estaba harta del encierro, de estar en un país ajeno lejos de su familia.
Porque Adelaide tenía a dónde volver. Era él quien era reacio a mejorar su vínculo con su hermano menor, alejándolo, presionándolo a que estuviera del lado políticamente adecuado y no del que se llevaba todas las críticas del Wizengamot, aquel camino sinuoso que terminaba siendo el correcto. Porque los métodos de Albus Dumbledore eran poco ortodoxos, pero sus resultados eran indiscutiblemente los más acertados. Por eso y por mil cosas más, Theseus nunca había podido arreglar su relación con Newt.
Menos cuando se enteró de que su hermano siempre amó a su exnovia, pero nunca tuvo las agallas para luchar por ella y se resignó a verla siendo su prometida. ¿Cómo reaccionaría si supiera que habían terminado? ¿Correría de regreso a Europa, casi de rodillas, suplicando por ella o habría logrado superarla con el paso de los años y sus sentimientos se habían evaporado? Theseus no quería saber la respuesta, porque cualquiera de ellas sería doloroso para él. Además, el hombre estaba comenzando a cuestionarse varias cosas durante el último mes. Había una duda persistente que tenía un nombre muy bonito y un acento americano ridículamente agradable de oír.
Adelaide Goldstein. Adelaide. Addie.
Pero él era un imbécil. Llevaba días llegando del ministerio y encerrándose en su oficina con el pretexto de que debía hacer papeleos o estaba cansado de la jornada laboral. Dejaba una comida enlatada y fría sobre la mesa y se iba porque no era lo suficientemente valiente para afrontar que era su culpa que Adelaide se sintiera tan sola y desamparada.
¿Por qué no fue capaz de ir hasta las autoridades correspondientes del ministerio y entregarla? Ya habría sido deportada, le habrían prohibido la entrada por un buen tiempo, pero estaría con sus hermanas. Pero no, Theseus se había encaprichado con su compañía, con sus tonterías, con su voz. Se había encariñado tanto con Adelaide, que se rehusaba a dejarla ir cuando ella no era suya. Ni siquiera era su amiga, era una criminal. No una criminal como esos magos tenebrosos. Ella no era como Grindelwald, solo era una chiquilla que había tomado una mala decisión y ahora estaba siendo prisionera en un lugar que ni siquiera era una cárcel.
── Mañana te llevaré ante el ministerio ── Theseus se sentó en la mesa, frente a Adelaide.
Comida enlatada encima, sin ningún plato.
── Bueno.
¿Por qué estaba actuando así? ¿Era por culpa suya? ¿Era porque él la había estado evitando durante todos esos días?
── ¿Solo eso me dirás? Será la última vez que nos veamos, tendrás que quedarte allá y es probable que te envíen a los calabozos porque no pienso dejar que te lleven a Azkaban...
── Es que no sé qué más quieres que te diga ── le cortó Adelaide tan pronto como notó que estaba comenzando a exasperarse ── ¿Nadie más sabe de mí? ¿Es en serio? Ni siquiera me has explicado por qué me trajiste aquí de inmediato.
── Lo hice porque no creía que fuese tan necesario que te encierren en los calabozos por tu crimen ── Theseus se reclinó en la silla, intentando sonar convincente ──... eso es todo.
── Dime la verdad, hay algo que no me estás queriendo decir.
── ¿Qué voy a estar ocultándote yo a ti? ── Theseus se tensó en su sitio, ni siquiera tenía una buena excusa para inventarle. Así que optó por herir en lugar de afrontar la verdad ── ¿Por qué mierda querría traerte a mi departamento, siendo una potencial criminal, sabiendo que el mundo mágico está en crisis por un lunático? Goldstein, tú no me importas más de lo que me importa haber terminado con Leta o intentar arreglar algo de mi relación con mi hermano, así que no te estoy omitiendo ninguna estupidez ¿Entiendes? Solo cometí un error y ahora voy a enmendarlo al dejar que el ministerio se encargue de una chiquilla estúpida.
── ¿Una chiquilla estúpida? ¿Eso es lo que soy? ── la voz le tembló y solo ahí fue cuando Theseus se dio cuenta de lo que dijo, pero ya era un poquito tarde para retractarse y echarse para atrás ──. Bueno anciano, no es mi culpa que seas un estirado que va a terminar muriendo solo o en un duelo contra un mago malvado y que no le importes ni siquiera a la única familia que te queda que es tu hermano. Al menos yo sí tengo gente que me quiere y que me está esperando en Nueva York.
── ¿Eso es lo que de verdad piensas de mí? Creía que éramos... ── se calló al darse cuenta de que no lo eran, ni siquiera estaban cerca de ser amigos ──. Bien, tal vez soy todo eso, no voy a negártelo ya que no serviría de nada hacer eso.
── Yo no fui la que me llamó chiquilla estúpida, así que deberías aguantarte ahora que te expresé mi sentir, no quería ser hiriente, pero tú comenzaste con esto ── Adelaide se dolió ante la situación ──. No vengas a echarme la culpa a mí.
Ella sabía que no tenía que apegarse demasiado a Theseus Scamander, que encariñarse solo terminaría en una tragedia irremediable que ella no podría soportar, pero allí estaba guardándole un poquito de su cariño, apartándole un trocito de su corazón.
── ¿Sabes qué? No me interesa lo que sientas, no me importas, ya desde mañana serás el problema del ministerio, no el mío.
── Claro, porque al final eso es todo lo que soy para el maldito señor serio ¿no es así? Un problema del que no debiste de hacerte cargo en primer lugar ── suspiró la chica, sintiéndose al borde las lágrimas o tal vez se sentía así porque estaba herida, porque en verdad no iba a echarse a llorar.
No por un hombre y desde luego, no por él.
── ¡Ya te lo dije! ¿Es que acaso no entiendes? No quería dejarte en esos malditos calabozos, arriesgabas a que nadie te creyera, te podrían haber enviado a Azkaban y créeme que de allí no sales de la misma forma en la que entraste.
── ¡Bueno, tuviste muchas otras opciones!
── ¡Solo te quería proteger! ── gritó aireado, con la voz quebrada por la rabia que estaba sintiendo en ese momento.
Una rabia que no estaba dirigida a Adelaide, sino que su enojo era consigo mismo por haber arruinado todo. Por destruir su vida de a poco y haber puesto sus sentimientos por encima de sus deberes y sus responsabilidades. Pero nunca podría enojarse con su Addie.
── ¿Protegerme de qué?
── De... de los peligros que... que puede haber allí ── susurró Theseus como si el aire le faltara. Estaba frustrado e impotente. Se inclinó en la silla, como si estuviera tratando de acercarse más a Adelaide ──. No quiero que nada te pase.
── Nada va a pasarme, Theseus.
── ¿Y cómo lo sabes? ── en ningún momento despegó sus ojos de mí ── ¿Cómo estás tan segura de que estarás a salvo en un país que no es el tuyo? Sobre todo, cuando Azkaban es una de las prisiones del mundo mágico más tétricas, con dementores por doquier... jamás dejaría que te lleven a ese lugar, pero ahora ¿qué importa? Mañana te iras, quizás te encierren en un calabozo porque gracias a que investigué más de ti a fondo, sabrán que eres inofensiva, ya no te harán daño.
Adelaide miró hacia la mesa, esquivando los fríos ojos de Theseus, sin comprender por qué se preocupaba tanto por ella cuando a pesar de todo, a pesar de llevar un mes juntos, seguían siendo extraños.
── Supongo que debería darte las gracias, pero yo no te pedí que hicieras todas esas cosas, habría preferido...
── Ahórrate tus palabras porque no quiero seguir discutiendo contigo, no quiero oírte.
── Bien ── Adelaide se echó hacia atrás en la silla ──. Supongo que cenaré y me iré a dormir feliz de que sea mi última noche contigo.
── Addie...
── Adelaide ── corrigió la muchacha ──, mi nombre es Adelaide.
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