- "Epílogo" -
—¡Profesora Krause!
Un alumno entusiasta extendió el brazo sobre su cabeza, indicando con aquel gesto que pretendía formular una pregunta. La licenciada que estaba impartiendo la clase asintió hacia él, dispuesta a responderle.
—¿Lo que usted dice es que los pacientes con trastorno antisocial de la personalidad no saben que hay algo malo en ellos?
—No es así exactamente— Negó Stefania. —En realidad, saben que están infringiendo normas morales (cuando no, leyes jurídicas) pero no creen que haya algo malo en eso. Suelen ser egosintónicos, la búsqueda de las necesidades y el placer propios son sus guías, sin tener en cuenta a los demás.
—Es decir, que cuando cometen crímenes, ¿Luego recuerdan todo lo que hicieron? ¿Sin sentir nada por ello?
—Recuerdan absolutamente todo y debido a su falta de empatía, no son capaces de sentir 'por el otro', sino por sí mismos. Aunque, por supuesto, siempre hay excepciones...— Los jóvenes, desde sus asientos, le prestaron suma atención, expectantes a sus siguientes palabras: —Si además de la Sociopatía, estos sujetos sufren algún otro trastorno como de identidad disociativo, la ensoñación, o incluso un estrés postraumático, pueden olvidar total o parcialmente los hechos... Pero, tarde o temprano, ellos volverán a su memoria... No podemos escapar eternamente de nuestros pecados, chicos.
El timbre se activó y el sonido se extendió por el tercer piso de la Universidad, dando por finalizado el horario de cursada. Varios estudiantes que marchaban hacia la salida saludaron a Stef mientras ésta metía papeles en su maletín. Una vez que lo cerró, el jefe de cátedra se acercó a ella, con una sonrisa tocando sus labios.
—Gran clase hoy, profesora Krause... ¿Cómo va su tesis de doctorado? — Indagó el hombre.
Tres años atrás, la muchacha había sido capaz de terminar sus estudios facultativos obteniendo su licenciatura en psicología. Había conseguido también, con esfuerzo, una maestría en psicología social, presentando en sus escritos su análisis del caso del asesino en serie que atacaba en la ciudad donde solía vivir.
Cole Palette, un joven apenas pocos años mayor que ella, con quien había crecido debido a que era el hermano de su mejor amiga y había compartido tantos momentos en el transcurso de sus vidas, padecía un trastorno de identidad disociativo, presentando múltiples personalidades. Una de ellas atemorizaba su región, mutilando, asesinando y decapitando a sus víctimas.
Fue un trabajo exhaustivo dar con el autor de tales atrocidades, puesto que éste no existía por sí mismo. Varias pistas difusas y la confesión de unos muchachos que aseguraban haber visto el cambio de personalidad en Cole lograron que él fuera recluido en un Instituto de Salud Mental para ser tratado. Su antigua ciudad, por fin, había recuperado la paz.
—Va bien, señor— Aseguró Stefania, sonriendo con amabilidad.
—Sabes que puedes consultarme cualquier cosa que precises— Ofreció él.
—Muchas gracias— La chica miró el reloj en su muñeca y tomó el maletín. —Debo irme. Nos vemos mañana— Se despidió.
En cuanto las ruedas de su coche estuvieron andando sobre la carretera, alejándose del edificio, ella suspiró con fuerza y relajó sus músculos. Estaba agotada. Impartía seis horas de clase ese día, dos de las cuales eran una ayudantía que pagaban el automóvil que conducía en ese momento.
No se quejaba de su vida. En cuanto abandonó la ciudad donde nació, encontró empleo rápidamente y sus ingresos mejoraban cada año. También disfrutaba su profesión y el seguir especializándose en aquello. Además, contaba con la ayuda de su novio, un pseudo "burócrata" de la policía científica que, en realidad, trabajaba con ellos para resolver investigaciones metódicamente.
Su problema no era el empleo. No era el dinero. No era el estudio. No era su maravillosa vida amorosa.
Su problema era ella misma.
O mejor expresado, su imposibilidad de ser ella misma.
Aparcó delante del pequeño chalet y descendió del carro, activando la alarma del mismo. Ingresó a su casa, dando un fuerte portazo al cerrar. Tiró su maletín en el sillón de la sala de estar y caminó a la cocina, tomando una tableta de medicamentos escondida en el cajón de los cubiertos. Se sirvió un vaso de agua y tragó una píldora junto a un trago de ésta.
—¿Mal día?— Inquirió una profunda voz masculina a sus espaldas, provocando que se sobresaltara.
—¡Justin!— Profirió, dejando el vaso sobre la mesada. —¡Me asustaste! ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar aún en la estación?
Justin acortó la distancia que lo separaba de su novia y rodeó la cintura de ésta con sus brazos, pegando su frente a la de ella.
—Debería... pero estaba aburrido así que fingí un malestar— Explicó. —¿Y tú? ¿Qué ha sucedido hoy para que debas tomar eso?— Interrogó, señalando con un gesto de su cabeza la tableta de píldoras.
—Es tan difícil, Justin— Masculló la joven. —Y cada vez es peor... No sé si podré seguir aguantando.
—Tienes que hacerlo— Advirtió el chico. —Siento lo que sientes, y si ambos hemos soportado hasta ahora, sé que podemos seguir así, mi amor.
— Pero...
—Dulce Stefi...— La interrumpió él. —No cedas a tu característico impulso de tomar malas decisiones, no queremos que mates a nadie...— Sonrió, con evidente diversión. —De nuevo.
—¡Oh, cierra la boca!— Exclamó Stef, soltando una risa corta ya que Justin bajó el rostro hacia su cuello y empezó a repartir besos en esa zona. —No hice más que terminar tu trabajo, tonto.
Lo propinó al muchacho un leve empujón en el hombro, alejándolo de ella y provocando que él riera.
—Bien... Si va a ser así, entonces, paso a comentarte que voy a tomar un baño ahora— Anunció, retrocediendo hacia la puerta de la cocina sin quitar sus ojos de Stefania ni la sonrisa de sus labios. —Y ya que te eres tan feliz haciendo mi trabajo, podrías enjabonarme... Ya sabes.
La chica volvió a reír antes de contestar:
—Estaré allí en tres minutos.
El muchacho giró sobre sus talones y se precipitó al baño. Stefi suspiró, disfrutando de sentir menos tensión que antes.
La mera presencia de Justin Bieber, con lo imponente que era, lograba aplacar su oscura impetuosidad. En los peores días, donde desplazarla no era tan fácil, la canalizaba a través de otras vías. El sexo, por ejemplo.
Aún así, nunca era suficiente. Siempre anhelaría más. Siempre desearía experimentar de nuevo en su interior aquello que llenaba su corazón de fervor mientras arrancaba los dedos de sus víctimas, uno o uno. La sensación de poder, de control, mientras veía la vida desaparecer de sus ojos, vida que ella misma arrebataba... Era tal su fascinación, tal el deleite adictivo de ese acto, que se había llevado las cabezas de los cadáveres para recordar el momento de su deceso. Tiempo atrás, Justin la había obligado a deshacerse de ellas, pero ya nos las necesitaba. Revivía cada segundo con intensidad desde que había desbloqueado su mente por completo y tenía acceso a cada memoria.
Del cajón de cubiertos, que aún se encontraba abierto, extrajo un pequeño untador. Lo apretó en la palma de su mano, sintiendo como el filo se clavaba en su piel y la desgarraba. Sonrió, la satisfacción extendiéndose desde sus nuevas heridas hasta el pulso de su corazón, acelerado de placer.
Para complacencia de algunos privilegiados, no se puede escapar eternamente de los pecados.
Hay algo hermoso en la destrucción.
FIN
-TatianaRomina-
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