Capítulo 30 - Welcome home
Las dos baldosas en las que llevaba moviéndome sin parar los últimos diez minutos debían estar empezando a perder el pulido. La gente, repleta de maletas y bolsas me miraba tratando de comprender la histeria, pensando si las palabras que utilizaba eran de una catalana desquiciada o algún tipo de árabe.
—¡Enciende el móvil de una vez, pedazo de asquerosa! —grité a la pantalla, que me enseñaba una llamada de nuevo dirigida al buzón de voz—. La voy a matar. Está muerta, está más que muerta.
La maldije de mil maneras diferentes sin detener mis pasos por las dos mismas baldosas, incapaz de quedarme quieta en un mismo sitio. Estaba a punto de perder la cabeza. No había ido hasta Londres precisamente a tomar El Sol. Alexia no perdía el tiempo, no iba a viajar hoy si podía hacerlo mañana.
Acudiendo a mi rescate y evitando que terminara por arrancarme a mechones todo el pelo de la cabeza, Irene me tomó de los hombros con urgencia y me sacudió ganándose mi entera atención.
—¡Hay uno! ¡Hay uno! —exclamó señalando uno de los puestos de venta de billetes abiertos.
Abrí mucho los ojos y corrí acompañada de mi amiga hasta él. La mujer levantó la mirada del ordenador y esbozó una sonrisa amable, sin esperar a que ninguna de nosotras tomara la palabra, empezó a explicarnos.
—Hay un vuelo. La puerta cierra en unos cuarenta minutos. Si te das prisa, deberías ser capaz de llegar.
—¡¿De verdad?!
—¡Sí! Date prisa. El embarque es en la puerta K58 —Me tendió el billete y lo atrapé justo antes de echarme a correr.
—¡Irene, te hago bizum, te lo juro! —grité tratando de colarme delante de un par de señoras para entrar al control.
Alexia
Miraba hacia atrás cada pocos segundos, como si esperase que alguna catástrofe me detuviese. Josep lo sabía y también sabía los motivos por los que no me echaría atrás, a pesar de ir contra todo lo que yo veía para mí misma y por eso me tomó la mano y le dio un pequeño apretón mientras cargaban nuestro equipaje.
No había traído demasiado. Tan sólo una pequeña maleta de mano en la que meter un par de mudas. No tenía pensado pasar aquí más tiempo del necesario. Ya me cansaría de hacerlo en la temporada siguiente. Firmaría y me marcharía.
—Tendremos que hablar también con Joan una vez esté firmado el precontrato, aunque probablemente ya se lo huela. El Chelsea debe haber filtrado algunos rumores a la prensa. Hace unos días que no se habla de otra cosa —Josep se recostó contra el asiento del coche que el club londinense había mandado a por nosotros.
Yo suspiré a sus palabras.
—Lo sé —Me froté las sienes con las puntas de los dedos—. Es una situación tan surrealista que siento que no seré capaz de hacerlo —Llevé los ojos a los de mi representante, que ahora me miraban con compasión—. ¿Cómo le dices eso a alguien que está convencido de que es el club de tu vida? ¿Cómo los decepcionas a todos así?
—Todas las decisiones tienen un porqué, Alexia —Torció una sonrisa—. Lo estás haciendo por alguien importante para ti y, bueno, sé que la decisión es difícil de comunicar, pero también es algo que cualquiera podría entender. Todos hacemos locuras por el bien de las personas que queremos.
—Sí, puede que tengas razón —concedí apoyando la cabeza contra el cristal de la ventanilla.
—Si quieres puedo hablar yo con Joan —propuso.
—No —deseché inmediatamente—. Eso tengo que hacerlo yo. Es lo mínimo.
Josep no contestó y yo me limité a observar las calles que serían mi hogar a partir de julio. El día, como era de esperar me había recibido gris, atestado de coches, de contaminación, de pitidos de conductores, que desde la derecha de su coche maldecían el tiempo desperdiciado en avanzar apenas un par de metros.
—¿Crees que podríamos aplazar lo de hablar con Laporta? Me gustaría arreglar las cosas con Mía primero.
Josep negó con la cabeza despacio.
—No creo que sea buena idea. Marcharte así de un club al que has jurado tanta fidelidad ya no es algo que vaya ser bien recibido —Se cruzó de brazos—. Dejar los rumores sin responder y la renovación sin firmar más tiempo del necesario podría suponer un desplante mayor a la institución y la afición. Piensa que ellos no van a saber el motivo real de tu marcha.
Tragué saliva, meditando.
—Lo entiendo —pronuncié recostándome contra el asiento—. Estoy intentando convencerme de que es la decisión correcta, que lo estoy haciendo por ella; pero no consigo sentirme bien aún con eso.
—Tomar una decisión, aunque sea la que quieres, no siempre es agradable. Por mucho que cumpla con tu deseo, ese deseo también puede ser sufrir, por alguien, sí, pero sufrir con alegría todavía no es algo que haya visto, sea cual sea el motivo.
—Pues yo lo haré. Estoy segura de que sí —Me convencí sonriendo fugazmente—. Sólo necesito que todo vuelva a la normalidad entre nosotras y todo estará bien. Estar aquí, jugar aquí, será lo último que me afecte.
—Ojalá tengas razón —Josep apoyó un brazo contra la puerta del coche y apoyó la mandíbula en la palma de su mano—. Mientras tanto, intentemos que no te conviertas en el nuevo Figo.
Agarré el móvil del bolsillo. Quizás Mía me hubiera contestado a alguno de los mensajes y, si no, también podría probar suerte con uno nuevo.
Pulsé el botón de bloqueo un par de veces. La pantalla se mantuvo negra. Ningún mensaje firmado con su nombre parpadeando en la parte superior de la pantalla, ninguna llamada perdida, ni siquiera el fondo de pantalla.
Como cosa del destino, mis ojos cayeron directamente en un pequeño círculo luminoso en la estructura que nos separaba del conductor.
—Oye, Josep —Le llamé—, ¿no tendrás algún cargador a mano? El mío está en la maleta.
—Sí, claro —El nombrado buscó dentro de la pequeña mochila que llevaba entre los pies. Después, dejó un cable blanco en mis manos—. Ten.
La manzanita blanca apareció en la pantalla pocos segundos después de conectar el teléfono a la corriente. Justo el mismo tiempo que el coche tardó en detenerse delante de las oficinas del Chelsea.
—Ni siquiera le ha dado tiempo a encenderse —bufé.
—Después de la reunión iremos al hotel —Me informó—. Allí podrás cargarlo.
Me consolé con mi completa convicción de que no habría ninguna respuesta y murmuré unas palabras para que Josep supiera que le había escuchado.
Abrí la puerta del coche dando casi de bruces con el chófer, que había salido del vehículo nada más poner el freno de mano. Me disculpé y él se dirigió al maletero para coger el equipaje. Probablemente no hablara una palabra de español.
—Thank you—dijo Josep tomando sus bolsas. Asentí a sus palabras queriendo decir lo mismo y el conductor se retiró amablemente—. Vamos, nos esperan.
Traté de seguir el paso rápido de mi representante camino al interior del edificio. Las ruedas de la maleta chirriaban contra la acera y el paseo de entrada y no encontraba la emoción que me llevara a echarle todavía más prisa al asunto.
Tras la puerta principal nos recibió una mujer de baja estatura, rubia y de ojos muy grandes y verdes, centelleantes, demasiado, como una niña pequeña hiperactiva chutada de café.
—¡Hola! Buenos días, Miss. Putellas. Estoy honorada de recibirla —Josep y yo nos miramos, tratando de comunicarnos telepáticamente nuestras impresiones sobre el sufrido español que salía de los labios de la recepcionista. Al menos lo estaba intentado—. Jonh Terry y Emma Hayes son esperando en la tercera planta.
—Muchas gracias —Traté de agradecer de forma amable.
Satisfecha con su trabajo, la recepcionista asintió con una enorme sonrisa, de nuevo, llena de energía y volvió a su puesto tras señalarnos el ascensor.
Josep disimuló una sonrisa divertida mientras subía al ascensor y pulsaba el número tres. Estaba segura de que no quería reírse por el empeño y esfuerzo que había puesto o porque no quería imaginarse las burradas que podría haber llegado a decir él mismo en otro idioma; pero no pudo evitar que sus labios delataran lo divertida que había sido la situación.
Con tres tonos ascendentes melódicos, el ascensor nos anunció en la tercera planta. Un hombre trajeado y de aspecto cuidado nos recibió, acompañándonos hasta una de las salas al final del pasillo en completo silencio.
Tras la puerta, una mesa larga, iluminada por un ventanal amplio apareció delante de nuestra vista, acompañada por el presidente y la entrenadora del equipo, que se pusieron en pie.
—¡Oh, Alexia! Welcome home. Welcome to Chelsea.
(...)
Mía
—¡PLIS, PLIS, PLIS! —supliqué con las manos entrelazadas— I necesit you to go more!
La mirada confundida del taxista se clavó en mi cara a través del espejo retrovisor y yo maldije no haber atendido más en las clases del instituto.
No noté que hubiera entendido en lo más mínimo lo que acababa de pedirle, pero mis aspavientos con todas las extremidades y voz estresada eran un idioma universal.
Con los hombros me indicó que estaba haciendo lo que podía y señaló las ventanillas para que pudiera ver que muchos coches nos rodeaban haciendo difícil que él pudiera cambiar de carril con la frecuencia que me gustaría y adelantar puestos.
Se me iba a salir el corazón por la boca. Nada más aterrizar el avión, había corrido todo lo posible, colándome la primera en una de las puertas. Esquivé los hombros ingleses y extranjeros del aeropuerto e irrumpí en el primer taxi de un pobre hombre que ahora maldecía haber sido el primero con el que me había topado. Ni siquiera llevaba el cinturón de seguridad y estaba segura de que eso le estaba sacando de quicio.
No tenía ni idea de adónde me dirigía. Por suerte, "Chelsea oficins" había sido suficiente para que el conductor entendiera cuál era mi destino.
De pronto y mucho antes de lo que pensaba, el coche se detuvo en un lateral de la carretera, frente a un imponente edificio que esperaba que tuviera a Alexia en su interior.
—Here —dijo, resolutivo. A continuación señaló el taxímetro, de forma que pudiera ver el dinero que le debía—. It's fifty two pounds and sixty eight pence.
Abrí mucho los ojos al escuchar la moneda. Busqué en mi bolsillo tan sólo encontrando un billete de veinte euros. Maldije en voz alta, sin miedo a cómo el conductor pudiera interpretarlo.
Iluminada, agarré la tarjeta de crédito y la agité frente a él. El conductor asintió y acercó el TPV para que pudiera pagarle. Una vez el pitido confirmó que ni las fronteras ni el billete de última hora que había comprado sin mirar el precio no me habían dejado sin dinero, abrí la puerta y eché a correr camino al edificio de enfrente.
Fue entonces cuando la bocina de un coche me sobresaltó. Lleve ambas manos al pecho y volví los ojos hacia el responsable. Mi taxista señaló el edificio del otro lado de la carretera con insistencia. Levanté la mano como agradecimiento y corrí hasta el paso de cebra mas cercano.
Los coches no dejaban de pasar. Estaba todo increíblemente congestionado y el semáforo se mantenía en rojo sin remedio. Los segundos pasaban, el tiempo jugaba contra mí.
Tomé el móvil y llamé Alexia de nuevo.
—Contesta, contesta, contesta —recé sin apartar los ojos de todos los coches que pasaban por delante de mí sin parar. De nuevo, teléfono apagado o fuera de cobertura—. Mierda.
Comencé a saltar en el sitio y cargarle al botón como una exagerada ante la mirada atónita de una señora con varias bolsas de la compra.
Estaba tan cerca, tan, tan cerca. Entonces, la distancia entre dos coches fue suficiente para que le arriesgara. Me lancé a correr provocando que varios coches frenaran bruscamente. En medio de unos insultos que no entendía y varios pitidos, llegué finalmente al edificio correcto.
Ignoré a la chica rubia que me había hablado nada más entrar y subí directamente escaleras arriba. Una vez en el primer piso, miré de un lado a otro viendo tan sólo pasillos interminables con puertas y puertas a ambos lados. ¿Qué esperaba? ¿Un cartel luminoso de "Sala de firmar contratos con Alexia Putellas"?
Volví sobre mis pasos dándome de bruces con la recepcionista.
—¡Alexia Putellas! —exclamé directamente.
—Are you a fan? —Me preguntó.
—No fan —Sin más explicación, la rubia frunció el ceño, no demasiado convencida— Asistant of Alexia. Cofis y agenda y events. Lots of things. ¡Muchas! I necesit go to Alexia.
—¿Trabaja en Alexia Putellas? —Me hubiera gustado el tiempo para hacer el chiste pertinente, pero me limité a asentir repetidamente.
—Sí!!!! ¡Llego tarde! ¿Dónde está?
Aunque su español parecía tener algunas limitaciones, desde luego era mucho mejor que mi inglés.
—Miss Putellas está en tercer planta.
Sin apenas darle tiempo a terminar, corrí de nuevo en dirección a las escaleras sabiendo que el nerviosismo y la adrenalina me harían llegar mucho antes que el ascensor y que tampoco tenía el temple de esperar a que llegase a buscarme sin hacer nada más.
Camino a las escaleras del segundo piso, en una pequeña pausa para respirar, me pareció escuchar su voz por el hueco de la escalera y, aún a riesgo, de dar todavía más el cante y sin dejar de subir escalón tras escalón, comencé a llamarla.
—¡Alexia! ¡Alexia! —comencé a subir las escaleras del tercer piso y escuché también cómo la conversación que había escuchado se detenía para tratar de confirmar que alguien había llamado a la futbolista—¡Alexia!
—¿Mía? —Su voz, confusa resonó por las escaleras.
Subí el último tramo de escaleras ante la mirada atónita de todos los presentes, de los cuales sólo reconocía a Josep.
—No lo hagas, Ale, por favor —Sin pensarlo dos veces, me lancé a sus brazos, apretando su cuerpo con fuerza contra el mío. Dentro de mi cuerpo se sentía todo, por fin la había encontrado, había viajado a Londres y la había encontrado. No había tenido miedo. No volvería a soltarla—. He dejado el trabajo —Alexia abrió mucho los ojos—. Lo sé, lo siento, sé que te vas a enfadar y lo acepto; pero no podía dejar que te marcharas. Yo no puedo estar sin ti. Se acabaron las tonterías. Vuelve conmigo a Barcelona, por favor.
Sus acompañantes se miraron entre sí.
—Os dejamos solas —dijo finalmente Josep, alentando a los demás presentes a que lo siguieran escaleras abajo.
Una vez unos segundos pasaron y se alejaron lo suficiente, Alexia volvió a clavar los ojos en los míos. Me sentí palidecer al verla tan cerca de nuevo. Por fin.
—¿Cómo que has dejado el trabajo? —Yo asentí sin soltarla, sin dejar que se alejara ni un poco de mí—. ¿Por qué?
—Porque estoy enamorada de ti.
Sus ojos brillaron, sus pupilas se dilataron y su boca quiso sonreír. Sus manos fortalecieron su agarre en mi cuerpo y entonces su rostro reflejó un atisbo de tristeza. Suspiró y luego tomó mi rostro entre sus manos, acariciando con cariño mis mejillas con ambos pulgares.
—Lo siento mucho, Mía —pronunció apenada—. No sabes cuánto.
Parpadeé varias veces, confundida.
—¿Por qué?
—Acabo de firmar el contrato.
Cerré los ojos con fuerza al oírlo. No había llegado a tiempo. Qué ingenua había sido. Mis ojos se aguaron y, notándolo, Alexia dejó un beso en mi frente, para luego llevar mi cabeza hasta su hombro derecho.
—¿Y ahora qué vamos a hacer? —pregunté con miedo de oír la peor respuesta—. Puedo mudarme a Londres —Alexia rio con tristeza. Noté cómo su pecho se agitaba, como su risa retumbaba y se repetía por toda la caja torácica—. Si quieres, claro.
Recé internamente porque la respuesta fuera sí, porque estuviera tan loca como yo, que me agarrara con fuerza y me pidiera que no me marchara nunca más, porque cumpliría con todos sus deseos.
—Te vas a quedar en Barcelona —Por un instante dejé de respirar. Aparté mi cuerpo lo mínimo posible del suyo para poder mirarla a los ojos, brillantes, clavados en mí, en lo más profundo. Sonrió a medias y dejó otro beso de nuevo en mi frente—. Es sólo por una temporada. Iré a verte allí cada vez que tenga un día libre, todas las semanas. ¿Cuánto es? ¿Dos horas en avión?— Finalmente pude sonreír, de verdad—. ¿Tendrás algún sitio donde pueda quedarme?
—Eso va a estar difícil —Sonreí, mordiendo mi labio inferior—. En mi piso sólo hay una cama.
—Vaya por Dios —negó con la cabeza.
—Estoy segura de que podremos apañarnos.
—Podemos poner una almohada entre las dos —propuso acercándose peligrosamente a mis labios.
—Y dormir cada una de un lado, dándonos la espalda —añadí finalmente chocando mis labios contra los suyos.
—No voy a separarme más de ti —pronunció contra mi boca— Y te aseguro que este año me dará la razón.
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Espero que no me odiéis, por lo menos no antes del epílogo ❤️
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