Capítulo 25 - Burbuja
Había pasado cerca de un mes de aquel día y con la incertidumbre y el miedo de lo que pasaría a continuación también se estaba yendo el frío.
Ese día hacía un sol espectacular, que calentaba el ambiente hasta unos apetecibles veinte grados. No había podido evitar disfrutar de él desde las gradas. De todas maneras, no tenía trabajo de nuevo hasta dentro de un tiempo y había ordenado ya todos mis papeles y planes para el día y cada una de las sesiones que tenía apuntadas para después.
Alexia había vuelto a los entrenamientos con el grupo hacía casi una semana. Estaba radiante, llena de energía. Estaba siendo simplemente perfecta.
Todavía me costaba encontrarle el sentido a haberme despertado con ella esa misma mañana, igual que muchas otras antes. La rubia me decía que también le costaba asimilarlo. Quizás el motivo estaba en haberme imaginado tantas veces amaneciendo entre sus brazos, haciendo que se sintiera como si todavía siguiera dormida, como en una burbuja antes de que todo reviente. Una que nunca explotaba y seguía flotando en el aire, igual de frágil, esquivando con gracia todos los muebles, todas las esquinas que podían hacerla explotar.
Alexia se acercó a por unas pesas para un ejercicio de fuerza, justo junto a la grada donde yo estaba sentada, disfrutando del sol de Barcelona y, también del mío propio, que me miraba disimuladamente entre las cabezas de todas las futbolistas. Disfruté de poder mirarla a ella sin miedo, escondida tras las gafas de sol. Antes de irse, me guiñó un ojo, obligándome a apretar los labios y no dejar salir una sonrisa de estúpida que nos descubriera por completo. Estaba muy guapa cuando era feliz, estaba muy guapa siendo para mí.
Después de una buena media hora fingiendo leer un libro y pasando páginas al azar mientras veía a la rubia patearse el césped, decidí que iba siendo hora de volver a aparecer por la oficina, fingir preparar algunas cosas aunque todo estuviera más que listo.
Tomé mi libro y me mantuve de pie unos segundos, hasta que pude ver a Alexia mirarme. Una despedida silenciosa, un hasta después.
Había entendido y gestionado perfectamente la complicada situación en la que nos encontrábamos, como ella me había prometido. Y, en cierto modo, tenía su lado bueno, poder tener nuestro propio mundo paralelo, nuestras propias maneras de despedirnos, de buscarnos entre tanta gente. Me sentía realmente feliz, muy muy feliz.
Nos habíamos prometido la una a la otra no hablar sobre el futuro, por el momento, ver hacia dónde nos llevaba todo esto. Y eso nos había dado la tranquilidad que necesitábamos para realmente disfrutar el habernos encontrado, el conocernos, todas las primeras veces. No era como que no hubiera pensado en las posibilidades de marcharme, esperar un tiempo y ver cómo todo resultaba, pero se sentía extremadamente arriesgado, casi suicida. Por mucho que me sentía en la nube más alta en la que había estado nunca, la paranoia y el miedo aparecían siempre que me disponía a hacer alguna locura. El futuro era complicado, las dos lo sabíamos, pasaba por demasiados cambios, demasiados riesgos, ¿por qué no disfrutarlo todo lo posible?
Tomé el último tramo de escaleras y guardé las gafas de sol en el bolso. Se había acabado el disfrutar, al menos hasta el final del turno, pues no tenía sesión con Alexia ese día. Agarré la manilla de la puerta y, justo cuando tiré de ella hacia abajo, una mano me agarró del hombro.
Joan Laporta dio el último paso que le faltaba para ponerse a mi altura.
—¡Mía! Por fin te encuentro —Sonrió ampliamente.
—Hola, Joan —Saludé—. ¿Ha pasado algo?
—Quería comentarte un par de cosas, si tienes tiempo, claro.
Por un momento, la idea de que hubiera descubierto lo mío con Alexia cruzó mi cabeza. Era completamente imposible, lo habíamos mantenido en completo secreto, ni un sólo error, ni una sola interacción fuera de lo común.
—Por supuesto, pasa. Jana todavía tardará unos quince minutos en llegar —dije apartando la puerta con mi cuerpo y dejándole espacio a mi jefe para que entrara.
Joan tomó asiento en la silla frente a mi mesa, como si se tratara de un paciente más. Me senté intentando descifrar su expresión. Como siempre, sonrisa cercana. Nada por dónde dejarme ver qué tramaba.
—Estuve hablando con algunas jugadoras, espero que no te moleste, eh —Me explicó con sus manos alzadas, tratando de disculparse por lo que acababa de decir—. Y todo lo que he recibido sobre ti es muy bueno, de forma unánime.
—Es genial escuchar eso.
—Tenía mis dudas con Alexia, ¿sabes? —Tragué saliva—. Era muy inconstante. No iba a las sesiones, luego sí, luego no. Pensaba que quizás esto no era para ella. Ya sabes cómo puede llegar a ser, a veces. Tú lo sabrás más que nadie, seguramente.
¿Qué?
—¿Y-y o? ¿Yo por qué?
—Al ser la psicóloga del club me imagino que tendrás una especie de esquema en tu cabeza sobre cada una de las jugadoras —Rio. Traté de acompañarlo, aún digiriendo el susto anterior—. ¿Cómo está?
—¿Alexia? —El presidente asintió—. Pues muy bien, con las pilas cargadas, entrenando con el equipo... La veo feliz.
—Feliz, ¿eh? —repitió asintiendo—. ¿Entonces no te ha comentado nada? Algo con las compañeras, el equipo técnico... Sé que no puedes decirme el qué, pero me gustaría saber si todo está bien.
Fruncí el ceño tratando de recordar si Ale me había comentado al respecto. Creo que me acordaría. La pregunta era extraña.
—Que yo recuerde, no me ha dicho nada.
—Oh, bueno. Bien entonces. Todo marcha bien —dijo golpeando sus rodillas con energía y levantándose de la silla—. Le dejo la silla caliente a Jana. Cualquier cosa que necesites ya sabes dónde encontrarme —Asentí a sus palabras y lo acompañé hasta la puerta—. Sigue así, Mía. Estás haciéndolo muy bien.
Con un apretón en el hombro, Joan desapareció escaleras arriba, a paso rápido. ¿Estaría Alexia mal con sus compañeras y no estaría diciéndomelo? Todo parecía normal en el entrenamiento.
—¡¡Hola, Mía!! —Jana exclamó desde el otro lado del pasillo, sobresaltándome.
—¡¡Jana!! Qué guapa estás. ¿Qué tal ese fin de semana de escapada que me habías contado?
Jana se mordió el labio mientras daba una vuelta sobre sí misma, ingresando a la consulta.
—Un absoluto sueño —suspiró.
—¿Romántico? —reí tomando asiento.
—Demasiado. Jill va a acabar matándome.
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