Capítulo 24. 2 (Extra) - ¡Tonterías!
Alexia
Estaba emocionada por haber podido, una semana después, volver a pisar las instalaciones. Los pasillos, las salas de visionado y, sobre todo, la sala de fisioterapia. La rodilla casi no me dolía ya, pero, como era de esperar, el cuerpo técnico ya no se fiaba de mi palabra.
Me sentía feliz. Verdaderamente. Por un momento, me parecía sentir que respiraba más hondo, que había más silencio en mi cabeza, que todo funcionaba mejor.
Me bajé de la camilla, me despedí de Judith y caminé a pasos rápidos por el pasillo. Eran las seis de la tarde. Debía darme prisa. Doblé la esquina, casi trotando y reí para mí misma al aminorar el paso cuando la rodilla se quejó.
Y allí, al final del pasillo, al lado de la puerta principal, estaba ella, zapateando impaciente contra el suelo y de brazos cruzados, observando el tráfico sin el menor interés. Miré detrás de mí una última vez en el tiempo que mis dos últimos pasos me acercaban hasta su cuerpo y lo rodeé con los brazos. Mía se estremeció bajo mi tacto. La pegué hacia mí con fuerza y traté de dejar un beso en su cuello, a lo que ella se quejó, separándose.
—¡Ale! —exclamó.
—No hay nadie —susurré contra su oreja volviendo a pegarla hacia mí.
Se dio la vuelta, sin alejarse, quedándose frente a mí, rozando su nariz con la mía y dejó un pequeño beso en mis labios. Después, volvió a alejarse y yo la solté, satisfecha. Tampoco había necesidad de jugar con la suerte.
—Podría acostumbrarme a que vengas a buscarme.
Volví a sonreír. Se estaba convirtiendo en costumbre no sentir las mejillas al final del día. Me convertiría en una vieja arrugada, pero feliz.
Caminamos tranquilamente hacia mi coche, aparcado con cuidado en mi plaza de aparcamiento. No tenía mi nombre en ella, pero me había ocupado personalmente de que todas las jugadoras estuvieran al tanto. Me gustaba tener claro dónde dejaría mi coche cuando llegaba por la mañana.
Estaba muy nerviosa. Nos habíamos visto algunas veces desde aquel día, pero todo estaba en una nube, no había rutina. Sólo risas, besos y pocas palabras. Había sido ella quien había sugerido pasar un rato juntas, ir a dar un paseo en este primer día en que las cosas volvían a estar un poco más en la normalidad. Quizás, como yo, se había dado cuenta de que estaba a punto de haber un gran cambio en nuestra dinámica y debíamos estar preparadas.
Yo no le pedía mucho. Mía era una especie de bomba de relojería. Hoy estaba tranquila, mañana quizás no. Me sentía bien, de todas maneras. Habría tenido unos cardiogramas interesantes en los últimos días. Todavía no había conseguido habituarme al hecho de que pudiera acercarse en cualquier momento y besarme. Mucho menos a poder hacer lo mismo, después de haberla visto tan etérea y fuera del alcance de los vivos como yo, que la veían desde lejos soñando con alcanzarla.
Abrí la puerta para ella. Mía negó con la cabeza y subió sin rechistar. Cerré la puerta con cuidado mientras ella buscaba el cinturón y la cerré justo en el momento en el que un grito me hizo darme la vuelta.
—¡Alexia!
Mapi León aligeraba el paso, recién salida del edificio y tratando de alcanzarme antes de que me diera a la fuga. Lamentablemente, el momento en el que conectamos los ojos delató que la había visto y escuchado. Valoré por un momento el darme la vuelta y largarme sin más, aunque ella se enfadara, pero aquello no me protegería de nada.
—H-hola —La saludé una vez llegó hasta mi altura.
—No has avisado de que volvías.
Se quejó levantando una ceja.
—No pensé que fueras a estar —Era verdad. Pensándolo bien, con lo poco que Mapi había tardado en salir, había sido un milagro que no nos hubiera pillado ya—. ¿Qué haces aquí?
—Fui a ver a Judith hace unas horas y luego aproveché para hacer un poco de gimnasio. Ingrid se ha ido de fin de semana por ahí con sus amigas y yo estoy muerta del asco en casa —Rodó los ojos. Me coloqué de nuevo entre su cuerpo y la ventanilla de mi coche, evitando que fuera capaz de ver a Mía—. ¿Quieres que hagamos algo tú y yo? Hace mucho que no damos una vuelta solas. Además, yo lo haría por ti. Soy una buena amiga, Alexia y las buenas amigas merecen sacrificios. No soy una buena amiga, ¿ o qué?
—Mapi, la verdad es que estoy un poco cansada...
—¡Tonterías! —desestimó.
—Todavía me duele la rodilla si camino mucho rato.
—Iremos en coche, que ya lo tienes aquí —respondió como si fuera lo más obvio del mundo mientras empezaba a caminar hacia la puerta que protegía con mi cuerpo.
—Tengo que ir a darle de comer a Nala —añadí—. Lleva sin comer... ¡UF! Todo el día. Qué locura. ¿Cómo se me habrá podido pasar? Pobre animal, morirá de inanición si no voy ahora mismo. Tiene unos horarios muy estrictos.
—¿Qué coño haces? —Se molestó tratando de empujarme lejos de la puerta, me dedicó una mirada con el ceño fruncido. Yo me agarré como pude al coche—. ¿Qué escondes? —acusó. Miré a todas partes menos a ella—. Alexia, te juro que si no te apartas ahora mismo de esa puerta te destrozaré la media rodilla que te queda.
Suspiré. Era inútil.
Resignada, di un paso al lado y dejé a Mapi vía libre para observar lo que escondía en mi coche. Mía apretó los labios y torció la boca en una especie de sonrisa extremadamente incómoda. Mapi la miró sin pestañear, en completo silencio. Viendo que no se movía lo más mínimo, la psicóloga la saludó desde el interior. Finalmente, Mapi se giró hacia mí con cara de pocos amigos.
—Te voy a matar —Yo abrí mucho los ojos ante la seriedad con la que me había hablado—. Te voy a matar, de verdad. ¿Cómo te atreves a no haberme dicho nada? —Tragué saliva—. No te lo voy a perdonar nunca —Después del drama, llevó ambas manos a su cabeza—. Dios, esto es lo más jugoso que ha pasado en muchísimo tiempo. ¡Te estás follando a la psicóloga!
Pude ver perfectamente cómo la cara de Mía se volvió de color vermellón, casi incluso violeta.
—¡Mapi! —La regañé, boquiabierta.
—¡Qué fuerte, Alexia! ¡Qué fuerte! —Continuó riéndose—. ¡Te follas a la psicóloga! Eso es como lo equivalente a... follarte a la niñera o...¡al jardinero!
—¡Cállate ya! —Me quejé, tapándole la boca y evitando que volviera a hablar.
Podía ver a Mía queriendo desintegrarse en este preciso momento. Una vez mis manos soltaron la cara de la central, ella se deshizo de mi agarre y abrió esta vez la puerta del asiento trasero.
—Sube —ordenó. Después, se deslizó en el interior de mi coche y se abrochó el cinturón—. Hola, Mía
—...Hola —respondió con vergüenza mientras yo entraba al asiento del conductor.
—Vamos a algún sitio, que tenéis mucho que contarme, me parece.
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