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Capítulo 23 - Libre albedrío

Tiene la longitud de cuatro capítulos, así que podéis considerarlo un maratón. 

Más os vale vivirlo a saco.

 Nos leemos en comentarios. Tengo muchas granas ;)

La fiesta había terminado para mí. La cabeza había dejado de darme vueltas y el subidón de la borrachera se había convertido en ansiedad, tristeza y cansancio. No era como que no hubiera tratado de mantenerme en la ola, me había esforzado en seguir bebiendo con las futbolistas y mis amigos, que habían transformado unos tragos tontos en retos de beber; pero mi cuerpo había decidido por mí que era suficiente. Hasta mi garganta se negaba a tragar a voluntad. Directamente, mi sistema digestivo se había revelado contra mí y ahora llevábamos vidas separadas.

Me despedí de aquellas personas que pude. Ahora podía caminar sola y debía aprovechar la oportunidad. Con las horas, algunas se habían marchado y otras habían optado por otras actividades como una conga multitudinaria por la sala vip de la discoteca o colarse en las salas de abajo a hacer un poco el idiota entre la gente. Todas ellas, las del subgrupo de los juegos en la barra, me habían prometido varias veces y de una forma muy sincera que se despedirían de las demás por mí según éstas fueran apareciendo y por ese motivo decidí marcharme tranquila.

Salí de la sala vip directamente hacia el guardarropa. Tomé la chaqueta con el papelito con el número que había guardado en el sujetador y me envolví en aquella prenda de pelo sintético calentito que protegía mi cuerpo entumecido por la fiesta del horrible frío que hacía aquella noche de enero.

Caminé unos pocos metros. Lo mejor de esta discoteca, sin duda, era su enorme proximidad a una parada de taxis. Esperé mi turno detrás de un par de chicos, que habían llegado unos minutos antes que yo y, poco después, sin apenas darme tiempo a frotarme los brazos para recuperar el calor, un coche negro con puertas amarillas frenó frente a mí con el cartel en verde.

—¡Bona nit! —Saludé al entrar. El taxista respondió de la misma manera, aunque no demasiado animado. No lo culpaba. Las noches como aquella en Barcelona podían ser agotadoras y, aunque ahora me encontraba en mis cabales, no había duda de que aquel hombre notaría que había bebido todo lo que había querido y más—. A Plaça Catalunya, por favor. Desde allí ya te guío yo.

Sin mediar más palabra, el taxista quitó el freno de mano justo al tiempo que un torbellino rubio irrumpió por la puerta opuesta a la que yo me encontraba. La miré perpleja. El taxista nos observó desde el retrovisor, comprobando si la noche se le había puesto más difícil todavía con un altercado tonto en su asiento trasero.

—¿Alexia? —Mi tono no era agradable. Eso estaba claro, pero daba al hombre pistas suficientes de que la mujer que acababa de colarse en su taxi no era una loca desconocida cualquiera. Loca sí, pero conocida, por lo menos—. ¿Se puede saber qué haces?

—Arranque, por favor —Le dijo al conductor, ignorando por completo mi enfado—. A la dirección que le haya dicho ella.

—¿A la dirección que he dicho yo? —Bufé—. Se te está yendo la olla. Bájate del coche ahora mismo.

Los ojos oscuros del taxista volvieron a asomarse por el retrovisor, captando la atención de la futbolista.

—Siga —dijo sin más. Se cruzó de brazos y se recostó contra el asiento, mirando por la ventana y sin dirigirme la palabra por unos cuantos segundos. ¿Cómo hacía siempre para salirse con la suya? —. No quedaban más coches en la parada. Compartiremos este. Hace frío y no quiero esperar fuera.

—Cógete un Uber, ¿a mí qué me dices?

—No estoy a favor de Uber. Son competencia desleal.

—Lo que me faltaba por oír —Los ojos oscuros y acusatorios del conductor volvieron a aparecer en el cristal—. Quiero decir, eso no viene al caso —Su mirada volvió a la carretera y pude respirar.

Después de ese comentario por parte de la rubia, podía olvidarme de que el conductor estuviera de mi parte en echarla del vehículo a patadas.

No dijo nada más. Seguía con los brazos firmes y la mirada perdida, con la luz naranja de las farolas de la calle deslizándose por su rostro en idas y vueltas acorde con la velocidad del coche. Cada vez estábamos más cerca de mi casa y empezaba a pensar que su presencia era realmente por falta de medio de transporte. Decidí recostarme también contra el asiento.

A pesar de que el hecho de compartir espacio físico con la futbolista siempre me había resultado tenso, también solía ir acompañado de una comodidad extraña, que no sabría describir. Ese día no era una excepción, aunque el ambiente estaba enrarecido y totalmente roto, si tenía que compartir ese silencio tan largo con alguien, la hubiera elegido a ella.

Tenía el ceño fruncido y media cara apoyada contra el cristal, como buscando la respuesta a lo que tenía en la cabeza en los establecimientos y señales de tráfico que pasaban sin cesar, uno tras otro, calle tras calle, minuto tras minuto.

—Me has soltado lo del Uber como si te estuviera acosando —dijo de repente, casi unos diez minutos después, cuando ya prácticamente había decidido rendirme al sueño—. Y, sinceramente, lo único que he hecho ha sido intentar hablar contigo en privado. Pues discúlpame, pero lo veo bastante lógico teniendo en cuenta que hace una semana casi nos acostamos y esta noche te has dedicado a evitarme de la forma más asquerosa posible y poniéndote a decirme que vas a volver con tu ex —Entonces sí me miró. Con el ceño fruncido y con los ojos centelleantes— Sabes lo que hay. ¿Si pretendes volver con ese tío por qué intentas acostarte conmigo? Luego dices que no estás jugando, que no lo sabías. ¿Qué no sabías aquí? —No supe ni qué decir. Me quedé completamente en blanco porque tenía razón. La había estado evitando como si su actitud no fuera la natural, como si ella fuera la absorbente y la desubicada, cuando realmente la única haciendo el imbécil aquí estaba siendo yo— Y el silencio, por supuesto —Alexia dio una palmada de gracia, dejándose caer desganada sobre el asiento de nuevo. No podía culparla por escudarse en la ironía después de cómo la había tratado—. Si es que me lo tengo merecido.

Y fue entonces cuando me eché a llorar.
Estaba agotada. La presión, la confusión, la contrariedad... Todo estaba pudiendo conmigo.

—Otra vez no, Alexia —Traté de contenerme demasiado tarde, pues ya había llamado su atención y su expresión había cambiado por completo—. Necesito parar. Llevas presionándome semanas.

—No te estoy presionando —Su tono mudó a uno mucho más comprensivo, pensando que quizás se había excedido—. Sólamente no lo entiendo. La única vez que te vi fuera de todo ese autocontrol que tienes conmigo fue esa vez en tu consulta. Pensaba que ya estaba, que te había entendido, pero esto... —Suspiró—. Si sientes que quieres hacerlo, ¿por qué no? Ya se verá lo que se hace después.

—¡Porque no es tan fácil! —golpeé el dorso de la mano contra los muslos, pidiendo tregua—. No todo lo que queremos en la vida es posible, el mundo no está hecho para nosotros, ni la vida para disfrutarla. La realidad está muy lejos de ese cuento para niños. No tienes ni idea de cómo funcionan las cosas de verdad.

—Si se quiere quedar aquí, son quince con treinta.

Miré por la ventana al escuchar la voz del conductor. Ni siquiera me había enterado de cuándo habíamos llegado. Quería bajarme ya. No quería esperar ni un minuto más. Alexia seguía sin apartar los ojos de mí, confundida, preocupada. Tendía a sobreanalizar cualquier cosa que decía.

Saqué el billete de veinte que guardaba en mi chaqueta específicamente para este momento y se lo tendí al hombre.

—Quédate el cambio.

Tomé la manilla de la puerta y puse los dos pies sobre la acera. La conversación se había acabado, era como hacer entender a una persona a la que nunca le ha faltado de nada que existe el hambre en el mundo. Quizás Alexia podía permitirse hacer una tontería, tener un desahogo y seguir con su vida, pero yo no. Yo no podría seguir con mi vida como si nada. Y no solo por el trabajo.

Cerré la puerta y me eché a andar. No pasaron ni treinta segundos hasta que empecé a escuchar las deportivas de la rubia contra los adoquines de la plaza. No paré ni aminoré el paso. Dejé que la futbolista tardara por lo menos un momento en alcanzarme, lo suficiente para tragarme las lágrimas y prepararme para no dejar salir las siguientes. No estaba siendo justa con ella, pero ella tampoco lo estaba siendo conmigo.

—La que no sabe cómo son las cosas de verdad eres tú —espetó una vez se puso a mi altura.

—Alexia, estoy harta —dije mirándola directamente a los ojos por primera vez en la noche—. Me da igual. No puedo arriesgar toda mi vida por echar un polvo. Por muchas ganas que tengas y por mucho que puedas intentar liármela sabiendo que voy a caer.

La rubia se paró en seco, buscando que yo hiciera lo mismo; pero seguí de largo, a paso ligero, dejándola cada vez más y más atrás.

Crucé hacia Las Ramblas y me decidí por meterme directamente hacia el Raval. A estas horas todavía debía haber el suficiente ambiente para que el único peligro fuera un borracho con ganas de hablar.

Giré a la derecha y luego a la izquierda, recorriendo un par de calles, sin parar a fijarme si la futbolista me seguía o finalmente había optado por volver a su casa. No estaba lista para enfrentarme a las consecuencias de mis decisiones, toda la conversación de la noche era un intento desesperado por huir y, al final y como siempre, Alexia había terminado por hacerme hablar de más.

Quedaban apenas dos calles hasta mi portal. Giré en otra esquina y me di con el horror. Las luces estaban tenues y todo estaba prácticamente desierto. ¿Qué hora se suponía que era? Maldije al ver que pasaban de las cinco. No era ningún día especial, era normal encontrarme con algo así. Estaba convencida de que era más pronto.

Aceleré el paso. Tratando de estar el menor tiempo posible allí sola. Oía voces, risas de algunos hombres alrededor. Me sentía intranquila. Por un momento hasta me parecía escuchar pasos a mi espalda. Fue entonces cuando una mano agarró mi brazo con fuerza, frenándome en seco. No pude evitar gritar.

—¡Joder, Mía! —Alexia rodó los ojos—. Soy yo.

—Me has pegado un susto de muerte.

Me quejé en un susurro. Tratando de llevar mis pulsaciones de vuelta a lo normal.

—Siento mucho haberte asustado —Se disculpó sinceramente. Nos envolvió un silencio de los nuestros, cómodo, pero tenso de una manera muy enrevesada. El alivio de haber sido la mano de la rubia la que me había agarrado me hizo sentir tranquila a su lado. Alexia se veía firme frente a mí, confiada, tranquila, dando pasos hasta melódicos por los adoquines, clavando sus ojos en las fachadas de los edificios que nos tapaban parte del cielo—. ¿Cómo es vivir aquí? —preguntó mirando a su alrededor.

—Bueno...

—Me gusta mucho este barrio.

—¿El Raval? —pregunté con una ceja levantada—. No es el mejor sitio donde meterte.

—Puede que no, pero es muy bonito, ¿no crees? —respiró hondo—. Lo veo muy... Barcelonil, si se puede decir así. Me gustan las cosas viejas.

—Entonces te habrá gustado mi casa. Probablemente no haya un solo mueble de este siglo.

La rubia echó a andar en silencio, un paso detrás de mí. Y fue ahí donde me di cuenta que había vuelto a hacerlo. Caminar por el Raval le importaba tres cojones, lo que quería era escoltarme. Lo que más me fascinaba de Alexia era su facilidad para llevarme por donde ella quería, bajo sus normas, con sus resultados. Entrando después de una discusión como si nada y haciendo de que me siguiera hasta casa algo orgánico, hasta pudiendo decir que era yo quien le había ofrecido una visita histórica centrada en una segunda ojeada a mis muebles. Y justo por eso no podía sucumbir.

Alexia caminaba detrás de mí. Las voces y las risas que se oían en las calles transversales no me perturbaban en lo más mínimo. Me sentía tranquila, completamente. En una especie de paseo nocturno lleno de silencio y tranquilidad, como si fuera una sesión de meditación.

—¿A ti no te gustan?

—¿Las cosas viejas? —La rubia asintió—. La verdad es que no me veo comprando relojes antiguos o cómodas con cajones ya no se deslizan.

—No me refiero a eso —Me contestó con una sonrisa tímida. La miré, dejándome caminar de espaldas y confiando que había recorrido el mismo camino las veces suficientes para no chocar mi talón con ningún bordillo—. Cosas viejas, viejas de verdad. El Coliseo romano, el Stonehenge, la Alhambra —Habló para el cielo.

—Eres una friki —Rodé los ojos volviendo a darme la vuelta, a sabiendas que debería esquivar unos bolardos en poco tiempo—. Creo que no he visto ni la primera de todas esas piedras viejas que has nombrado.

—Deberías —respondió—. Me da vértigo verme tan pequeña en la historia de la humanidad. Hay tantos años llenos de gente haciendo cosas y cosas...

—Que digas tú eso... Has hecho cosas de relevancia.

—Al final, darle patadas a un balón es darle patadas a un balón —dijo aminorando el paso, viendo que frenaba junto a una de las puertas—. No es como que haya descubierto la penicilina.

Alexia se frenó finalmente de todo y metió las manos en los bolsillos, esperando a verme entrar. Con el ceño desenfadado, pero la boca seria.

—¿Tú y yo no estábamos enfadadas?

Quise reírme con ganas, pero lo dejé en una mueca extraña. Quería estar así con ella, quería ver cómo cuidaba de mí, cómo se reía conmigo, cómo entendía mis gracietas y me miraba mintiéndome, como si no fuera un reto, un desafío, permitiéndome ser algo mayor.  Sólo disfrutarlo un poco más.

—Yo sí estoy enfadada contigo.

Su respuesta no fue fría, pero sí tajante y seria. No pude evitar que me sorprendiera.

—¿Tú conmigo?

Se mordió la mejilla por dentro y miró al suelo.

—Piensas que todo esto es para convencerte de que te acuestes conmigo.

—¿Acaso no es eso lo que quieres? —increpé.

—¡No!.. Bueno, sí; pero no de la forma en que tú piensas.

Suspiré.

—Alexia, lo entiendo. Sentiste atracción y quisiste tenerme cerca. No hay nada malo en eso. Pensaste que yo me aproveché de ti y de lo que podías darme si me hacía un poco más de rogar —No pude evitar que las palabras salieran con cierto tono de rencor—. No te culpo por querer eso, pero yo no puedo hacerlo.

—¿No puedes hacerlo?

—No, no puedo hacerlo.

—¿Marc? —cuestionó.

No pude evitar soltar una risa sarcástica.

—¿Marc? Já, no.

—Pero entonces tú piensas...

—Ya lo sé —La interrumpí. No quería llorar de nuevo. Si lo hacía me vería ridícula, rogando por cariño—. Nadie tendría que enterarse, hay que hacer lo que te apetece, ¿por qué negárselo a uno mismo? —Respiré hondo—. Yo me lo voy a negar. No sólo es por el trabajo, me lo voy a negar por mí.

—No sólo el trabajo —repitió.

Alexia sonrió sin ningún disimulo, ampliamente. Con diversión, pero sobre todo con alivio. Como quien busca las gafas durante horas llevándolas puestas. El problema era tan simple, la solución estaba tan a la vista, casi la podía rozar con los dedos.

—Todo hubiera sido tan fácil, Ale —Me froté los ojos—. ¿Por qué no te acostaste conmigo aquel día? El que viniste a verme a mi casa —La miré a los ojos, tratando de ignorar el hecho de que su boca estaba ladeada en una sonrisa—. Lo hubiera hecho. Lo hubiéramos hecho, hubiera hecho lo que quería, como tú dices. Pero ahora las cosas son más difíciles que eso. Ahora...

La futbolista tomó mi rostro entre sus manos con una sonrisa radiante, pestañeé varias veces tratando de entender el motivo, totalmente cortada en mi discurso.

—Mía, no sólo quiero acostarme contigo—Pestañeé varias veces. Sintiéndome tan estúpida al permitirme tan siquiera pensar que ella estaba sugiriendo lo que yo pensaba que estaba sugiriendo—. ¿Si ahora te beso volverás a desaparecer?

Abrí la puerta finalmente, desde la espalda, sin alejarme de ella ni un milímetro. Pasamos al interior, con dificultad.

—Sube —Solo dije.

Necesitaba comprobar algo, necesitaba saber hasta dónde podía llegar. Alexia asintió, perdiendo el desparpajo de repente. Tranquilamente, subimos las escaleras en un silencio cómodo que no se rompió hasta que entramos en casa.

Dejé caer la enorme chaqueta de pelo en el sofá tan solo estirando los brazos en su dirección. Sin apartar la mirada de la centrocampista, que me miraba desde el recibidor, sin atreverse del todo a entrar. Ya solo con el vestido, volví sobre mis pasos.

—¿Quieres algo de beber?

—Agua.

Asentí a su comanda y caminé hasta los armarios de la cocina, sacando un vaso de uno de los estantes más altos. Después busqué agua en la nevera y vertí un poco de su contenido en el cristal. Intenté no pensar, intenté no fijarme en si me estaba mirando. Volví a cerrar la puerta del frigorífico. Apenas se escuchaba algún coche pasar por encima del ruido continuo de los electrodomésticos. Alexia sí me observaba, todavía en silencio, todavía con una estúpida sonrisa plantada en la cara. Como si ya no tuviera prisa, como si de repente tuviera todo el tiempo en el mundo.

Me estaba costando mantenerme. Era preciosa. Sus ojos brillaban, su sonrisa parecía divina, la de una diosa captada en un óleo sobre lienzo. Toda la piel me pedía de ella. Tenía demasiadas dudas. Tan cerca, tan lejos.

A la mierda.

Dejé el vaso con cuidado sobre la encimera de la cocina. Estaba a tres pasos de ella. Menos de un segundo para tomar una decisión y debía ser la decisión acertada.

Rodeé su cuello con mis brazos y toqué mi nariz con la suya. Disfruté del momento. Sus manos se aferraron a mi cintura. Respiré hondo sintiendo como el aire que quedaba entre las dos iba absorbiendo la energía del calor, disminuyendo su densidad y subiendo hasta mi nariz solo para que yo pudiera respirarlo, llenando mis pulmones de los últimos segundos de distancia que mi cuerpo tendría con el suyo. Una despedida del espacio, del momento.

—Terminarás haciendo de mí lo que quieras.

Susurré contra su boca, acercándome aún más. Los labios de Alexia se abrieron, exhalando contra los míos.

—Creo que he perdido el libre albedrío.

Suavemente, sus labios dieron con los míos, evitando un choque, aproximándose unos a otros de una forma tan orgánica, tan correcta, que por un segundo me costó recordar que en algún momento habían nacido separados. Maldije haberme negado esto durante tantas semanas, no sólo el valor de sus labios, la suavidad de su pelo enredado entre mis dedos o la seguridad de sus manos pegando mi cuerpo hacia el suyo, disolviendo por fin toda distancia, todo aire, que podía quedar entre nosotras, sino el salto, el éxtasis, el placer de sentir, de la respiración pesada, de la sangre bombeada a toda prisa por todas las venas y arterias de mi cuerpo, calentando cada parte de mí, exaltándose por aquellos puntos en los que ella presionaba.

Bajé las manos a su rostro, permitiéndome la libertad de dirigir el movimiento de su cuello, la velocidad de su beso, haciéndolo largo, desesperante, profundo, tratando de memorizar todos los detalles de haber conocido su boca, que supe que se me habían escapado del todo cuando al soltarlos por fin y abrir los ojos, dando con los suyos, mi cabeza se quedó en blanco, habiéndolo olvidado todo. Necesitando volver a recordarlo. Las veces que hiciera falta, hasta poder recordarlo cada vez que fuera necesario.

Y lo recordé una, dos, tres, cuatro veces. No me cansaba de besarla y Alexia no se quejaba de haberse visto envuelta en aquel bucle, de notar sus labios tan entumecidos e hinchados como los míos. Se limitaba a seguirme, sin excederse, sin arriesgarse a tomar la delantera, tanteando con prudencia cada uno de sus movimientos.

Y quería más, quería renunciar al respirar y así no necesitar separarme de ella. La ropa me quemaba, me separaba todavía más de su cuerpo y si seguía tolerando por un sólo segundo más el no sentir su piel contra la mía, me volvería loca.

Me separé de ella de forma abrupta y la miré fíjamente, Alexia tragó saliva mientras me veía llevar la mano derecha al centro de mi espalda y deslizar la cremallera lentamente hasta que el vestido, sin punto de soporte, se deplomó sobre mis pies.

En ese momento los ojos de la rubia dejaron de estar anclados a los míos para bajar por todo mi cuerpo, queriendo usar las manos, imaginándose haciéndolo, tocando cada pulgada de piel.

Volví a acercarme a ella y clavé un beso tosco en sus labios. Alexia subió la vista a mis ojos de nuevo.

—Prométeme que no vas a huir. Tienes que prometérmelo ya.

Apenas tuve tiempo de a asentir con la cabeza un par de veces antes de recibir la boca de la rubia. Alterada, torpe y hambrienta. Pegó mi cuerpo al suyo con fuerza, casi con agresividad. La tranquilidad y la paciencia habían desaparecido.

Aún así, notaba que la futbolista se contenía, que me daba espacio para parar lo que estaba ocurriendo, para alejarme y para acercarme a voluntad. Sus manos finalmente encontraron mi pecho y su boca abandonó la mía para centrarse en el lateral de mi cuello.

Mi respiración se hacía cada vez más pesada. Mis dedos se aferraban a sus hombros, a sus brazos, como si estuviera a punto de desfallecer.

Alexia se acercó más a mi cuerpo, chocando mi espalda contra la isla de la cocina y provocando que mis piernas dejaran pasar una de las suyas entre ellas, pues quería que la rubia pudiese estar todo lo próxima que fuera físicamente posible. Y eso no iba a conseguirlo en la cocina.

—Vamos a la habitación —demandé.

No hubo queja, ni comentario. La futbolista se alejó, recta, permitiéndome alejarme de la superficie de granito y extender mi brazo hacia ella. Alexia se dejó llevar de mi mano y se deshizo de la chaqueta de traje gris que llevaba, tirándola sobre el parqué del salón que estábamos atravesando.

—Luego la recogeré.

—Puedes dejarla ahí y no volver a ponértela —gruñí, sedienta de nuevo de su boca.

Nunca un piso tan pequeño se me había hecho tan largo.

Alexia se dejó empujar por mí hacia la cama y recibió con gusto las dos piernas que la rodeaban, afianzando su agarre en mis muslos y buscando mi boca con urgencia. Acudí a su llamada, profundizando el beso todo lo posible, tirando de su cuello hasta mi altura.

—Quítate la camiseta —Le pedí, buscando que la interrupción del beso por ver a la rubia con menos ropa fuera lo más rápida posible.

Obediente, se deshizo de la camiseta blanca que llevaba bajo el traje. Pese a no llevar sujetador, su pecho no se mantuvo descubierto por demasiado tiempo, siendo atajado por mis manos antes de que pudiera sentir el frío del invierno que se había instalado en el apartamento por la noche y que ninguna de las dos percibía.

La manera en la que buscaba a la rubia, sin dejarla descansar, hizo que su abdomen perdiera fuerza y su espalda se estrellara contra el nórdico, llevándome a mí consigo, terminando sobre ella.

Viéndome encima de la rubia, me senté sobre su cuerpo dispuesta a renunciar a su boca unos segundos con tal de admirarla semidesnuda debajo de mí. Su mirada oscura y brillante, su sonrisa ladeada al deslizar también sus ojos por mi cuerpo expuesto, su pecho, su abdomen, todo.

—Eres preciosa, Mía —dijo levantándose, buscando de nuevo mi boca.

Alexia hizo girar mi cuerpo, quedando encima de mí. Volvió a conectar sus labios con los míos y los llevó por todo mi torso, haciendo que rozaran húmedos contra mi piel en un línea recta desde mi boca hasta la parte superior de la única ropa interior que llevaba esa noche. Dejó que fuera arrastrada hacia abajo por su barbilla y yo me revolví bajo su boca con un gemido ligero al sentirla conectar con mi centro.

Mientras su lengua me desesperaba, se ayudó de las manos para bajar por mis piernas ligeramente la ropa que me quedaba puesta, permitiéndole mayor acceso a mí. Instintivamente hundí mi mano en su pelo y eché la cabeza hacia atrás.

—¿Bien? —preguntó entre mis piernas.

—¿Lo preguntas de verdad? —Jadeé.

Sus manos subieron por mi cuerpo sin apartar la boca de mí, sin desconcentrarse ni por un segundo. Me tocaban, me estrujaban, me estremecían. Nunca nadie me lo había hecho tan bien hasta aquel día. Me sentía muy cerca, tan rápido.

Entonces una de sus manos abandonó mi pecho para acompañar de una forma más directa el placer que estaba sintiendo. Introdujo dos dedos, haciéndome gemir todavía más, rozando el clímax. Pude notar como Alexia sonreía al escucharme, descuidándome por primera vez en la noche. Se sentía cerca, tan, tan cerca que volví a empujar a la futbolista a su posición inicial, que aceptó con gusto, entendiendo la comanda y poniendo su lengua más ancha, reduciendo sus movimientos, haciéndome llegar a pasos firmes a uno de los mejores orgasmos que había tenido hasta el momento.

Contuve la respiración como pude, peleándome por volver a abrir los ojos y sintiendo cómo el cuerpo de Alexia subía hasta mi altura. La besé, con ganas, derritiéndome al encontrar mi sabor en su boca, confirmándome que había ocurrido de verdad. Pasé entonces a su cuello, provocando que un gemido se escapara de los labios de la rubia.

Estaba insegura. Tragué saliva un par de veces. Nunca me había acostado con una mujer y esta no era una mujer cualquiera. No tenía ni idea de qué hacer con las manos, qué hacer con la boca. Sus ojos me miraban expectantes, tratando de descifrarme y poniéndome aún más nerviosa.

Me puse sobre ella, tratando de mantener la seguridad que el haber conseguido un suspiro de placer me había dado, pero Alexia sonrió dejando un beso tierno en mi frente y haciéndome caer sobre sus piernas.

—Ha sido genial.

Pestañeé varias veces ante su ocurrencia.

—¿Ha sido?

—Sí. ¿Dormimos? —Carraspeó—. Si te parece bien que me quede, claro.

—Claro —respondí—. ¿Pero y tú?

—¿Podemos dejarlo para otro día? La verdad es que estoy muy cansada —dijo echándose hacia atrás.

Supe entonces exactamente lo que pretendía. No pude evitar sonreír.

—No hace falta que hagas eso.

—No estoy haciendo nada —rio, cerrando los ojos.

Negué con la cabeza, en cierto modo, agradecida por cómo la rubia había gestionado la situación, librándome de la incomodidad.

—Voy a buscarte algo para dormir.

Alexia asintió y yo me giré a buscar en el armario alguna camiseta ancha y pantalones deportivos, así como mi pijama. Le tendí la ropa a la rubia y, pese a la situación que habíamos compartido no hacía demasiado rato, decidí apartar la mirada para darle cierta privacidad. Alexia me miró divertida, pero no dijo nada.

Fui la primera en meterme bajo el nórdico, ya medio descolocado por el revolcón anterior y lleno de arrugas. Alexia hizo lo mismo del otro lado y ambas quedamos en silencio después de deslizar nuestro cuerpo bajo las sábanas. Se sentían frías contra mi piel todavía descubriendo lo que era el calor del contacto con Alexia Putellas.

—¿Cómo te sientes?

Su pregunta fue tímida e insegura. No pude evitar sorprenderme cuando llevé mi mirada desde el techo hasta la rubia, encontrándomela con los labios apretados y medio rostro escondido entre las sábanas.

—Tranquila —respondí sinceramente tras meditarlo unos segundos.

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