Capítulo 2 - Una cerveza
El segundo asalto tardó un par de semanas en llegar. Por exigencia de Maite, me había visto obligada a abandonar en la primera batalla, pero supe que la guerra no había acabado cuando las tres jugadoras volvieron a aparecer, esta vez acompañadas por Mariona.
En la hora de cierre de la semana anterior, me había dedicado con mucha pasión a decir la forma más despectiva y a la vez suficientemente respetuosa a mi jefa, que había arruinado mi única oportunidad de compartir un par de frases con tres de las mejores jugadoras del mundo. Me miró perpleja y en silencio mientras gesticulaba y exageraba muecas de desagrado.
Fernando, el dueño del local y un señor al que rara vez veía limpiando una mesa, sacando la basura o haciendo cualquier otra clase de trabajo que no fuera el revisar la caja y las cámaras de seguridad, había decidido que teníamos poca clientela en comparación con el resto de bares de la calle y que el local se encontrara en una especie de rincón oscuro de la avenida, no debía ser motivo de ello.
Y su increíble solución fue establecer las noches temáticas. Un día de disfraces, un día de karaoke, una noche ochentera, pirata... Simpático, quizás. Desde luego no para los empleados. Y por suerte, ninguna de esas noches coincidía con la de ese día, que a su vez e irónicamente se había convertido de todas formas en una noche temática, la noche en la que volví a verla.
Cuando abrieron la puerta, se me atragantó el oxígeno en los bronquios. Maite y yo cruzamos nuestros ojos. Habían decidido regresar, por lo que el servicio había sido agradable para ellas. Quizás eso era precisamente lo que querían, un lugar donde no sentirse llamativas.
Cualquiera de ellas me habría producido emoción, pero Alexia había vuelto. Era digno de estudio a qué nivel podía resultarme hipnótica. Esa noche había escogido llevar el pelo recogido, un jersey oscuro con mangas anchas y hombros caídos, unos vaqueros negros y unos pendientes largos. Nada en sí mismo podría catalogarse como algo que llamara la atención y, aún así no podía apartar los ojos de ella.
Me puse nerviosa al instante ante la idea de que pudiera girarse y descubrirme, como si tuviera algo que ocultar en una mirada que no había podido apartar, sin ser mi deseo o intención y siendo por ello lo más inocente.
Maite las miraba también, ahora era consciente de a quién había atendido la otra vez. Había hecho un par de búsquedas en internet, había alucinado con los números y después se había arrepentido de no pedir una foto para enseñarle a su marido, aficionado acérrimo del FC. Barcelona desde que había nacido.
—Han vuelto... —dijo la pelirroja finalmente en voz alta, evidenciando que compartíamos el mismo pensamiento.
¿Compartiría ella la misma sensación que yo? ¿Se habría visto atrapada de igual forma por la figura de la rubia? Era algo que debía pasarle a todo el mundo, era imposible para mí concebir que no ocurriese. Entonces, un pensamiento fugaz cruzó mi cabeza y abrí mucho los ojos antes de agarrar el brazo de mi jefa con fuerza.
—¡Deja de mirarlas! —exclamé.
—¿Qué? —Se quejó, soltándose.
Las observé fugazmente por unos segundos. Habían elegido la misma mesa y no se habían percatado de nuestra pequeña riña y, sobre todo, del motivo.
—Hay que hacer que no las conocemos.
Maite, que no habría tenido ninguna necesidad de mentir un par de semanas antes me miró como si hubiera perdido completamente la cordura
—¿Por qué haríamos eso? Quiero pedirles una foto para mandársela a Arnau.
—Vamos, Maite, Arnau preferiría ver alevines antes que un deporte femenino —La pelirroja frunció el ceño, molesta. Me alegró por lo menos que mi comentario le resultara ofensivo contra su marido y no comprensible—. Te puedo asegurar que han vuelto porque aquí pueden estar a su bola. Sobre todo Alexia.
—¿Alexia?
Rodé los ojos. ¿De verdad no se había visto atrapada por ella de la misma forma que yo? La hubiera buscado en Google, Yahoo y hasta Bing con tal de dar con ella después de haberla visto una primera vez.
—La rubia.
La observó detenidamente por unos segundos y yo aparté la vista con toda mi fuerza de voluntad para que no resultara sospechoso.
—¿Y eso por qué? —preguntó realmente interesada.
—¿En serio no sabes nada? ¿Tienes alguna red social? ¿Ves los putos deportes aunque sea? —Maite negó con la cabeza sin apartar la vista de ellas. Seguramente tampoco podía hacerlo y eso por algún motivo me tranquilizó—. Alexia es una leyenda desde hace ya unos años; pero lleva un tiempo largo lesionada. Su supuesta vuelta está por todas las noticias, no la dejan en paz —Torcí el gesto—. Probablemente se sienta muy presionada.
Maite suspiró.
—Está bien —concedió bordeando la barra—. Todas tuyas.
Era lo que quería oír y aún así me costó tragar saliva. Joder, ¿de verdad era tan fan como para ponerme tan nerviosa? En parte era comprensible, estaba en mi mano que éste siguiera siendo un lugar cómodo para ellas sin personal entrometido que tratase de tener fotos y autógrafos suyos o hablarles demasiado para poder contar a todos sus conocidos que eran amigos. Si lo hacía bien, era posible que volvieran.
Agarré la pequeña libreta con un nerviosismo extremo y agradecí que Alexia estuviera de espaldas a mí, por lo menos no vería cómo clavaba mis ojos en los suyos y era incapaz de apartarlos hasta que llegaba a la mesa. Probablemente le resultara un poco creepy.
Humedecí mis labios y tomé mucho aire antes de empezar a hablar cuando llegué a la mesa. Me colé entre Mariona y Aitana. Sabía que Alexia me quedaría de frente, pero preferí eso a la cercanía física, rozar una pierna sin querer con su brazo si no se daba cuenta de que me acercaba, quién sabe. Probablemente fuera más difícil disimular el grito interior que pegaría al confirmar con un roce que su presencia no era producto de mi imaginación.
—H-hola —Tosí con ganas disimulando lo ridícula que había sonado mi voz.
—¡Hola! —Mariona giró casi medio cuerpo para mirarme. Tragué saliva—. Yo quería un agua fría.
Asentí tratando de ocultar mi nerviosismo. Mapi me miró con sospecha.
—Un zumo de naranja —dijo.
—Otro agua, gracias —Aitana me miró por un segundo antes de devolver la atención a su teléfono móvil.
Me puse todavía más nerviosa al saber quién tocaba ahora. Cerré los ojos con fuerza para rebajar la ansiedad y clavé mi mirada en la suya, que ya me estaban enfocando de pleno. Me analizó detenidamente, las distintas facciones de mi rostro. Se mantuvo seria. Una vez hubo terminado de escanear mi cara al completo, apartó la vista y pude respirar.
—Una cerveza.
Las demás chicas sentadas a la mesa la miraron divertidas.
—¿Tú? —preguntó Mariona, jocosa.
Terminé de anotar las comandas en la libreta. No era muy difícil, de ser una situación normal las hubiera recordado sin problemas, pero no pensaba dejar que los nervios me jugaran una mala pasada y equivocarme en este momento.
—Sí —Se cruzó de brazos.
—Que mañana ya tienes entreno... —Pinchó Mapi mientras la tocaba repetidamente con los dedos índices y ella doblaba el torso en consecuencia, pidiéndole tregua.
—Es la última en una temporadita—sentenció convencida.
—Enseguida traigo todo —hablé antes de retirarme.
Caminé hacia la barra. «Camina normal. Joder, ¿siempre caminas así? ¿Por qué has dicho eso? Vaya rara. "Insiguidi triigui tidi" ». Negué con la cabeza tratando de acallar mis propios pensamientos y me acerqué hasta Maite, dejando la hoja sobre la mesa junto con un bufido. Apoyé en el delantal en la barra y me escondí en almacén por unos minutos.
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