001: everything has been decided
El cuerpo sobre él se movía con frenesí, logrando que sus hombros se sacudieran levemente. Sus ojos estaban fuertemente cerrados y de su boca salían pequeños y vergonzosos gemidos que eran ahogados por la tela de la almohada. Su vientre cosquilleó cuando una de las embestidas logró acariciar su próstata una y otra vez, logrando que su cuerpo se crispara y sus puños se apretaran sobre las sabanas. Sin previo aviso sintió cómo el cuerpo a sus espaldas se tensaba por completo y el largo gemido de su acompañante le avisó que éste ya se había corrido dentro del preservativo.
Él se quejó por la falta de movimiento, pues la necesidad de correrse era casi dolorosa, así que con una mano perezosa alcanzó su propia erección y comenzó a masturbarse sin importarle que, pocos segundos después, el miembro en su interior se retiró sin cuidado. Siguió acariciándose a sí mismo, sin sentir vergüenza de los ojos que le observaban, antes de largar un ruidoso gemido al alcanzar el clímax.
Su respiración agitada resonó por el lugar al igual que el ruido de la ropa ajena siendo acomodada. Miró sin interés al hombre que se vestía de nuevo y giró sobre su espalda para acurrucarse sobre su cama con una mueca de irritación.
Aquel había sido, por mucho, el peor polvo de su vida.
"Cuando te vayas cierras la puerta" ordenó, levantándose y dejando a la vista su gloriosa desnudez, antes de caminar al baño sin darle siquiera una última mirada a su acompañante.
Con pereza se introdujo dentro de la ducha y abrió la regadera, dando un respingo cuando el agua helada chocó contra su sudorosa piel. Cerró los ojos con fuerza, tratando de no concentrarse en el frío de su cuerpo y procedió a asearse rápidamente para alejar los fluidos pegajosos que se adherían a su piel. Lavó sin mucho cuidado su negra cabellera y enjabonó su cuerpo lo más rápido que pudo con el pedazo de jabón barato que estaba allí.
Una vez limpiecito, salió del baño y caminó hasta su cama donde aún podía ver su camiseta arrugada en un rincón, se la colocó encima y no pudo evitar fruncir la nariz cuando percibió una mancha de dudosa procedencia a un costado. Soltó un quejido, mirando hacia el cesto de ropa sucia, notando que éste rebosaba en piezas de ropa y cayendo en cuenta de que no tenía nada limpio en aquel momento para cambiarse.
Chasqueó la lengua y se puso los mismos jeans de ese día, mientras observaba con curiosidad la camisa a cuadros que el hombre (con el que recién acababa de follar) olvidó en su cama. Al pensar en que probablemente jamás volvería a verlo, no dudó en pasarla por sus brazos sin abotonarla para cubrir la mancha de su camiseta, agradeciendo internamente por la nueva pieza de ropa gratis. Se colocó sus desgastados tenis y, una vez totalmente vestido, se sentó en el borde de su cama para mirar con ojos aburridos a su alrededor.
Su departamento era algo realmente deprimente de observar, pero ya estaba totalmente acostumbrado. Era pequeño, muy pequeño, ya que solo era un cuarto sin divisiones que tenía su cama en un rincón, una mesa vieja de madera, un sofá bastante polvoriento y una improvisada cocina al otro lado.
Tan triste y gris como las paredes humedecidas, en el suelo se percibía el polvo a simple vista y las latas de soda y empaques de comida instantánea se esparcían por toda la pequeña mesa. El olor a húmedo y sexo era algo molesto pero no tenía tiempo para limpiar porque iba tarde al trabajo.
Y él siempre iba tarde y nunca tenía tiempo.
Soltó un suspiro pesado y se levantó del colchón, tomó su billetera que estaba por allí y salió del departamento asegurándolo con llave y rogando para que ningún ebrio volviese a entrar mientras no estaba, porque claro, una vieja cerradura no era suficiente protección para un departamento en una zona tan peligrosa como esa.
Caminó por las calles de Seúl, los faroles iluminaban su camino en medio de la noche y las pocas personas que pasaban a su lado a esas horas hacían que se sintiera menos sólo.
Su recorrido no duró más de diez minutos y, cuando llegó al pestilente lugar donde trabajaba, se limitó a soltar un quejido antes de ingresar a aquel bar de mala muerte. Observó, con solo poner un pie dentro del lugar, como las bailarinas practicaban su baile de caño sobre el escenario, mientras su jefe –un viejo gordo y grasiento con cara de amargura– ordenaba a gritos lo que tenían que hacer sus pocos trabajadores. Sin prestarle atención al hombre, caminó hasta posicionarse detrás de la barra y saludó con desgano a su compañero que limpiaba con pereza los vasos de cristal.
Sus ojos entonces se dirigieron al escenario, donde las chicas en poca ropa y tacones altos ensayaban su baile con expresiones de amargura. Oh, bueno, todas menos Yerim, una preciosa chica que no tardó en sonreírle al verle detrás de la barra.
"¡Hoseok oppa!" gritó la muchacha, mientras bajaba del escenario e ignoraba las protestas del jefe para ir hacia él y plantarle un beso en la mejilla a modo de saludo.
"Hola, Yerim, veo que has mejorado en tu rutina, mh" dijo con una sonrisa en el rostro, disfrutando de la emoción que tiñó el rostro de la joven ante su halago.
"¿En serio? ¡Genial! He estado practicando mucho" exclamó, como si se tratara de un baile profesional y no de presentarse ante una bola de borrachos majaderos.
"Me alegro por ti, Yeri, eres muy talentosa" dijo Hoseok, guiñándole un ojo juguetonamente y admirando como el rostro de su amiga se teñía de rojo.
"¡Gracias, oppa!" chilló la muchacha con una enorme sonrisa en sus maquillados labios y Hoseok supo disimular su disgusto cuando notó como un moratón mal cubierto adornaba la piel de su amiga.
"¿Todo ha ido bien en casa?" preguntó con cuidado y no pasó desapercibido para sus ojos la mueca que la chica hizo por un segundo antes de fingir una sonrisa.
"Claro, mamá sigue en cama y papá continua bebiendo, pero nada a lo que no este acostumbrada" dijo, restándole importancia.
HoSeok sintió su estómago contraerse.
"¿Qué tal si te invito a cenar esta noche, Yerim? ¿Mh? ¿Que dices?" ofreció, con una sonrisa amable y la chica no dudó en asentir enérgicamente.
"¡Si, oppa!" aceptó rápidamente y con evidente emoción.
"¡Yerim, regresa al escenario que falta poco para abrir!" el grito del jefe se escuchó por todo el bar y la aludida dejó salir un suspiro resignado.
"Nos vemos al final de la noche, Hobi oppa" se despidió y Hoseok le sonrió con cariño.
Cuando estuvo sólo de nuevo, soltó un suspiro pesado y miró con melancolía como Yerim sonreía entusiasmada junto con sus otras compañera. Aquella chica era cuatro años menor que él, con apenas dieciocho años ya estaba metida en un trabajo tan horroroso como aquel y Hoseok no podía evitar sentir tristeza por ella. Vivir soportando a un padre alcohólico no era fácil, él bien lo sabía.
Sin embargo, no pudo divagar más acerca de la situación de su pequeña amiga, pues las puertas del bar fueron abiertas y la música poco interesante explotó por los altoparlantes llenando el lugar. La poca gente que aguardaba afuera no tardó en ingresar al lugar para poder obtener algo de alcohol barato y entretenimiento poco decente.
La noche transcurrió con lentitud, los clientes yendo y viniendo pero jamás llegando a llenar aquel bar de mala muerte. Hoseok se limitaba a atender a los clientes que llegaban, en su mayoría hombres, tratando de ser cortes para no volver a provocar una pelea como cuando era nuevo.
Su nariz se fruncía cada que el hedor a humo y alcohol llegaban a sus fosas nasales y evitaba gruñir cuando los espectadores hacían sucios comentarios a las jóvenes bailarinas que estaban sobre el escenario.
En todo momento se mantuvo alerta para evitar que alguno llegara a tocar a las chicas.
El tiempo corrió rápidamente y, cuando menos se lo esperó, estaba despidiéndose de todos allí mientras buscaba a Yerim con la mirada, sin embargo, ella no aparecía por ningún lado.
"¿Jennie? ¿Has visto a Yerim?" preguntó Hoseok, mirando a otra de las jóvenes bailarinas del bar.
"Su padre la vino a buscar hace unos minutos, oppa" explicó la jovencita con una mueca de tristeza en los labios y Hoseok sintió su estómago revolverse.
Aquel hombre, sin dudas, no era de su jodido agrado. Le había tocado ver como el hombre maltrataba a la pequeña Yerim cuando ella no le entregaba su paga, esa que tanto le costaba ganarse. Con un gruñido de disgusto, se despidió de las chicas y salió del bar a pasos acelerados, la impotencia de no haber podido impedir que ese viejo se haya llevado a su amiga le invadía cada centímetro del cuerpo y lo único que quería hacer era golpear algo.
Caminó por las calles poco iluminadas y se arrepintió de no haberse puesto suéter, ya que el viento otoñal se colaba a través de la tela de las prendas que le cubrían. Se encogió sobre si mismo y abrazó su cuerpo en un intento por mantener el calor en su piel, sus pasos resonaban por las solitarias y vacías calles y de pronto una necesidad por ir y asegurarse de que Yerim estuviese bien le embargó, quería estar seguro de que la chica no estuviese siendo golpeada por su progenitor.
Con aquello en mente, cambió el rumbo de sus pasos comenzando a dirigirse al centro de la ciudad, allá donde los bares y clubes decentes se extendían en cada esquina, ya que por esa zona se encontraba el departamento de la familia de su amiga. Tarareó una canción de una de esas agrupaciones femeninas que estaban de moda para no sentir tan abrumador el silencio de las calles mientras hacia su recorrido a pasos rápidos, sin embargo, su caminata se vió pausada cuando el estruendo de algo cayendo al suelo le sobresaltó. Miró a todas direcciones con ojos desorientados en busca de la fuente de aquel gran ruido y su cuerpo se llenó de escalofríos cuando vió como un pequeño chico retrocedía, con claro temor, para alejarse de un par de tipos de aspecto desaliñado.
Esos tipos miraban al pobre muchacho con ojos lujuriosos y sonrisas asquerosas en sus labios, HoSeok no se sorprendió de sentir una arcada revólver su cuerpo.
Mierda, ¿que debía hacer? ¿Seguir su camino para encontrar a Yerim o defender a ese chiquillo desconocido?
La respuesta fue obvia.
Su cuerpo tiritaba por el frío, las delgadas y provocativas prendas de ropa que portaba no ayudaban a resguardarse del frío otoñal. Sus brazos rodeaban su cuerpo en un intento inútil por conseguir calor, aunque sinceramente lo único que quería era largarse de allí y resguardarse del frío en su precario colchón.
Pero no podía simplemente abandonar su puesto sin conseguir un cliente.
El señor Lee le había prohibido estrictamente regresar a la casa sin cubrir la cuota de la noche, por lo que, si deseaba volver, necesitaba que un cliente con el suficiente dinero apareciera e hiciera con él lo que tuviese que hacer para regresar a casa y resguardarse del frío si no quería pescar un resfriado.
Pero eran pasadas la una de la madrugada y no había una sola alma en aquella zona. Las oscuras calles, apenas iluminadas por los faroles, estaban completamente desiertas y si no estuviese lo suficientemente acostumbrado al ambiente nocturno, quizás se hubiese asustado por la vista verdaderamente tétrica de las calles desoladas dignas de una película de terror.
Soltó un suspiro pesado cuando sus piernas comenzaron a doler por las tantas horas parado, así que caminó hasta una pared y recostó su espalda en ella mientras se cruzaba de brazos.
Su mirada se paseó por toda la desierta calle y la esperanza nació en su pecho cuando un auto, que reconocía vagamente, se acercó. Sin embargo, antes de que pudiese reincorporarse para caminar hasta aquel auto, éste pasó de largo y estacionó frente a uno de sus compañeros. Al instante un puchero se plantó en sus labios al ver como su colega abordaba el auto para seguramente irse al motel de la vuelta.
Joder, ahí se había ido uno de sus clientes habituales que pensó que le salvaría de dormir en la calle esa noche.
Con un suspiro de resignación comenzó a caminar fuera de aquella calle, alejándose de las luces de neón que adornaban las distintas casas de acompañantes sexuales que se esparcían por la más grande Zona Roja de Seúl.
Sus ojos miraban con precaución cada rincón, su mente ideando un buen plan para huir fuera de La Zona Roja y así poder dormir en algún parque sin ser notado. Sus pasos eran titubeantes y su rostro se sentía entumecido por las ráfagas de viento gélido que chocaban directamente contra él. Para su buena suerte, no habían por allí ninguno de los guaruras del señor Lee vigilando los alrededores, por lo que escabullirse fuera de los límites de su lugar de trabajo fue fácil.
Fueron cuestión de minutos, pero notó como lograba salir de Cheongyangni (el nombre de esa Zona Roja) y se adentraba un poco al centro de Seúl, en donde podía observar con facilidad las tiendas cerradas y los clubes brillando atractivamente para llamar la atención de la gente.
Seúl lucia tan vivo por las noches que le dolía el pecho pensar en que él no podía disfrutar de eso, no cuando estaba atado de manos y pies para pertenecerle a su jefe por siempre.
Sonrió con nostalgia, recordando con amargura la primera vez que pisó aquel lugar tan sucio y vil con el miedo implantado en su descuidado cuerpo. La manera en que los otros chicos y chicas le miraron con pena cuando se presentó delante del señor Lee, la pesadez que invadió su cuerpo cuando el hombre le inspeccionó de pies a cabeza para ver si era una mercancía que valía la pena.
Él sabía que, desde el momento en el que fue al Cheongyangni a pedir asilo y trabajo, estaba firmando su sentencia de muerte, porque una vez se convertía en propiedad de la Zona Roja ya nunca más podría ser libre.
"Vaya mierda en la que te metiste, Jimin" susurró para él mismo, totalmente sumergido en sus propios pensamientos.
Pero un estruendoso ruido le hizo dar un salto, giró su cuerpo rápidamente, con su corazón latiendo desenfrenado contra su caja torácica y miró con ojos aterrados a los dos tipos que caminaban hacia él de manera lenta y tambaleante, como si estuvieran cazándolo.
"Mira nada más, ¿qué haces fuera de tu hábitat, zorra?" se rió uno de los hombres con su voz ronca y asquerosa.
Jimin retrocedió, claramente aterrado. Aquellos dos eran un par de ex clientes que alguna vez había atendido y que, en sus desagradables encuentros, le habían terminado hiriendo horriblemente.
"Déjalo, hermano, seguro nos extrañaba y vino a visitarnos" se burló el otro, paseando su mirada por el cuerpo del joven pelinaranja con expresión lujuriosa.
"Alejense de mi, idiotas" rogó Jimin, retrocediendo varios pasos.
Sin embargo, notó con pánico como ese par no estaba dispuesto a dejarle en paz.
"Ah, ahora te haces el difícil" el mayor de los dos hombres habló y Jimin reprimió las lágrimas que querían salir de sus ojos. "Tenemos dinero, tranquilo, sabemos que abrirte las piernas requiere de un costo"
"No quiero su dinero, déjenme en paz" gruñó con voz temblorosa.
"¿Qué no quieres nuestro dinero? Pero si eres una puta que le abre las piernas a todo aquel que tenga más de diez mil wons en su cartera" se mofó el otro hombre y Jimin apretó la mandíbula.
"Váyanse al diablo" escupió, antes de girarse para comenzar a correr lo más rápido que sus cortas piernas se lo permitieran.
Enseguida escuchó como ambos hombres comenzaban a perseguirle y el miedo se instaló en su pecho al descubrir que ese par era realmente rápido aún estando ebrios. Forzó a sus piernas a acelerar su huida, corriendo por las desiertas pero iluminadas calles de Seúl, su aliento comenzando a ser dificultoso minutos después gracias a que no estaba acostumbrado a la actividad física.
Para su mala suerte, cuando pensó que había tomado una considerable distancia entre sus perseguidores, sintió como una tosca mano se enredaba en su cabello para tirar de él. Soltó un chillido de dolor y frenó en seco, su cuero cabelludo ardiendo intensamente cuando le dieron otro jalón para hacerle retroceder y quedar frente a los dos hombres que le miraban con malicia.
"Sueltenme, por favor" sollozó Jimin, mirando suplicante a aquellos dos desalmados.
"Haz sido un chico malo, Jimin, y los chicos malos merecen recibir su merecido" ronroneó el hombre mayor, acariciandole con falsa dulzura el rostro antes de clavarle un puñetazo.
Jimin soltó un jadeo de dolor cuando sintió como con solo ese golpe su labio inferior tronaba bajo los nudillos del tipo, logrando hacer una enorme herida. Cerró sus ojos con fuerza, dejando salir las lágrimas y apretó la mandíbula cuando sintió dos pares de manos comenzar a remover sus ropas.
"Por favor, déjenme ir" susurró a través de un sollozo patético y escuchó ambas risas chocar contra su rostro.
"Vamos, pequeña zorra, abre las piernas para nosotros, no es como que no lo hayas hecho antes" se burló uno de ellos, tratando de desabrocharle los pantalones.
Jimin sintió su estómago apretarse al pensar en que sería abusado allí a mitad de la jodida calle, ¿había algo más humillante que eso?
Sollozó con fuerza, tratando de removerse para zafarse del firme agarre de sus agresores, pero era inútil, no tenía ni la mitad de la fuerza de uno de ellos. Soltó un suspiro de resignación que hizo temblar todo su cuerpo, no le quedaba de otra más que aguantar todo lo que le harían y, con suerte, saldría vivo de eso. De todos modos no era como si nunca le hubiesen tomado a la fuerza o sin su cooperación, más aún así se sentía diferente a cuando se acostaba con hombres repugnantes por dinero, tan diferente que le hacia sentirse aún más sucio de lo que se había sentido en toda su vida.
Pero cuando por fin una mano se coló por su trasero con malicia, sintió como uno de ellos era alejado de encima suyo con brusquedad. Abrió sus ojos al instante, el miedo y la sorpresa reflejado en su mirada cuando observó como un chico pelinegro, quizás unos años mayor que él, golpeaba a uno de sus agresores en la cara.
¿Qué?
Parpadeó un par de veces para salir de su asombro y notó como el chico hacía su mayor esfuerzo para golpear a sus dos agresores, dejándolo cohibido por la hazaña mientras sentía sus ojos llenarse de lágrimas.
Alguien realmente le estaba defendiendo.
Jimin no podía creerlo.
Se sentía paralizado, sin saber muy bien que hacer mientras sus ojos incrédulos miraban la escena en donde aquellos tipos estaban decididos a despojar de sus ropas al chico pelinaranja.
"Vamos, pequeña zorra, abre las piernas para nosotros, no es como que no lo hayas hecho antes" dijo uno de esos hombres, su voz arrastrando las palabras delatando lo ebrio que estaba.
El chico bajito sollozó después de aquellas repugnantes palabras y Hoseok observó con horror como el otro hombre se lanzaba contra el cuerpo del joven pelinaranja para tomarlo de los brazos y así privarlo del movimiento. El chico no tardó en tratar de liberarse de aquel fuerte agarre y el estómago de Hoseok se revolvió cuando el primer hombre dirigió sus asquerosas manos al botón del pantalón del pequeño chico. Sin pensarlo dos veces sus pies comenzaron a moverse en dirección a la escena, cuando logró estar detrás de ambos agresores tomó al que intentaba despojar de sus pantalones al chico y lo jaló del cuello de la camiseta con brusquedad.
Su puño impactó al instante contra la mejilla del hombre logrando aturdirlo.
"¿Qué carajos?" bramó el tipo sosteniendo su barbilla con una mano, mientras fulminaba con la mirada a Hoseok.
El joven pelinaranja le miró anonadado, con las mejillas húmedas por las lágrimas y el cuerpo sacudiéndose ligeramente por el llanto que intentaba reprimir. Hoseok observó como ambos hombres le gruñían con molestia, antes de lanzar sin cuidado al chico bajito hacía un lado para luego precipitarse contra Hoseok al mismo tiempo, dispuestos a atacarlo.
Hoseok logró esquivar un par de golpes de sus contrincantes, ligeramente sorprendido de que alguien como él pudiese tener algo de buenos reflejos. Sus puños impactaron contra los rostros de los hombres un par de veces, incluso logró estampar un puntapié en el estómago de uno, pero la falta de ejercicio hizo que, al pasar los minutos, su cuerpo se agotara de manera penosa.
"¿Ya te cansaste, héroe?" se burló uno de los atacantes, mientras le hacia una seña a su compañero para que le tomara por los brazos.
HoSeok miró con algo de pánico como era sostenido con firmeza y enseguida una lluvia de puñetazos cayó por su rostro y abdomen haciendo que el aire fuese difícil de pasar por sus pulmones.
"¡Basta! ¡Paren! ¡Van a matarlo!" una voz ligeramente agudizada por el miedo sonó en un grito desesperado y Hoseok miró con pena al chico bajito que había proferido aquel alarido.
El desconocido pelinaranja trató de lanzar unos cuantos manotazos y patadas a los agresores que molían a golpes a Hoseok, pero uno de ellos se giró para clavarle un golpe en la mejilla que resonó de manera estrepitosa en la vacía calle. Hoseok miró con ojos bien abiertos la manera trágica en la que el cuerpo del pobre chico caía sobre el suelo en un ruido seco.
"Maldita zorra, ahora que acabemos con éste entrometido vas a recibir tu merecido" gruñó el hombre antes de girarse de nuevo hacia el maltratado cuerpo de Hoseok y le dedicó una sonrisa socarrona. "Espero que esto te sirva de lección para no meterte donde no te llaman, imbécil" dijo, dándole una patada sobre el estómago que hizo que todo el aire escapara de sus pulmones.
Hoseok abrió la boca desesperadamente en un intento por recuperar el aliento, sintiendo como sus pulmones quemaban y sus ojos se llenaban de lágrimas. Ambos hombres le miraron triunfantes al verle completamente débil y cuando uno de ellos levantó su pie para darle una patada en la cabeza que, muy probablemente, le dejaría inconsciente el ruido sordo de un golpe inundó las calles y el cuerpo de uno de los agresores cayó sin aviso sobre el pavimento.
Hoseok miró impactado como un chico de cabellos verdosos y rostro amoratado sostenía con despreocupación un bate metálico entre sus huesudas manos.
¿Qué carajos acababa de pasar?
El humo y el ruido que lo rodeaban lograba aturdirlo de sobremanera, pero aún así mantenía sus labios alrededor de un cigarrillo dando lentas y profundas caladas que lograban relajarle poco a poco. Sus ojos paseaban por la extensión del almacén donde varios tipos enormes, tatuados y con más musculatura que cerebro se esparcían, todos con algunas latas de cerveza o porros contra sus labios.
"¡Señoras y señores! ¡El enfrentamiento que tanto han estado esperando por fin se llevará a cabo!" la voz ronca del presentador resonó por todo el almacén y sus dedos se apretaron alrededor de su bate con tensión.
Quizás estaba un poco nervioso.
Pero no podían culparle, su contrincante le sacaba quizás una o dos cabezas de altura.
"¡Vamos, Suga! Haz mierda a ese gorila y vayamos a celebrar tú y yo solos" dijo un chico azabache a su lado, con una enorme sonrisa que dejaba al descubierto sus dientitos frontales.
"Tú solo piensas en follar, Jungkook" le regañó, pero aún así tomó el rostro del otro entre sus manos y le plantó un pequeño beso en la boca.
"Ya quisieras que fuera contigo" murmuró Jungkook con una sonrisa traviesa, antes de tomarlo por los hombros para darle la media vuelta. "¡Acaba con él, Suga!" animó, como si se tratara de un partido de fútbol y no de una jodida pelea clandestina.
Suga rodó los ojos y caminó hasta el centro del almacén, en donde un enorme cuadro dibujado con pintura de aerosol se situaba. Tomó su bate con firmeza y se colocó en una de las esquinas para mirar como el mastodonte al que se enfrentaría hacia tronar las cervicales de su cuello con rudeza.
"¡Esta noche dos campeones del Underground se enfrentarán en una sangrienta batalla por mantener su título de invicto!" exclamó el presentador contra un viejo micrófono y Suga rodó los ojos al notar que ese anciano se tomaba demasiado en serio esas peleas clandestinas. "¡En este lado tenemos a nuestro campeón invicto desde hace tres años, la bestia de acero!" gritó, haciendo que una ola de rugidos y vítores se desataran por todo el almacén. "¡Y en nuestra esquina opuesta uno de los nuevos campeones: el temible y ágil Agust D!" Suga sonrió de medio lado al escuchar las ovaciones del público y miró como JungKook también gritaba a todo pulmón algunos vítores demasiado guarros.
Suga le guiñó un ojo a Jungkook y se enderezó tomando una pose de ataque, una de sus manos rodeó el bate de metal con precisión y la otra se extendió frente a su cuerpo como defensa. El enorme mastodonte corrió hacia él cuando el presentador dió la señal para que la pelea empezara y alzó su puño para intentar estamparlo en el rostro de Suga, sin embargo, antes de que siquiera lograra tocarlo, Suga se deslizó hacia un lado aprovechándose de su baja estatura y peso ligero.
Cuando quedó detrás de la ancha espalda de su contrincante, alzó su bate para encestar el primer golpe en la cabeza de éste. El público soltó una serie de aullidos ante su ágil ataque.
Suga sonrió con sorna, pero su gesto se borró cuando miró que el tipo se giraba rápidamente, para nada aturdido por su golpe. Le tomó por sorpresa que el mastodonte estuviese intacto con un batazo tan impresionante que no vió venir el golpe que clavaron en su pecho.
El aire escapó de sus pulmones y se tambaleó, dando un par de pasos hacia atrás. Trató de recuperar el aliento lo más rápido posible pero de nueva cuenta un puñetazo le cayó, esta vez sobre la nariz, y juró casi poder escuchar el crujido que su tabique emitió.
Sangre se escurrió hasta su barbilla pero, con algo de dificultad, logró esquivar de nueva cuenta el tercer golpe y alzó la punta de su bate para golpear la nuca de su oponente, haciéndole tambalear apenas un poco. No perdió tiempo y le dió una patada a la parte trasera de sus rodillas para hacerle perder el equilibrio.
El cuerpo enorme del mastodonte cayó sobre el suelo en un ruido seco y Suga aprovechó para golpear sin piedad la cabeza del hombre. Pero, al parecer, el sobrenombre del tipo era una cualidad ya que parecía que una serie de golpes con un jodido bate de metal no era lo suficiente como para noquearlo. Le vió girar el cuerpo rápidamente, quedando con la espalda pegada en el suelo y luego alzó el pie para darle un empujón a su delgado cuerpo.
Suga cayó de nalgas en el duro suelo y trató de reprimir la mueca que quiso surcar sus labios. El hombre se levantó rápidamente y lo tomó de una pierna y un brazo y lo aventó sin piedad contra una pared.
Suga soltó un quejido de dolor al sentir el concreto impactar contra su costado y rogó internamente para que sus costillas no se hubiesen fracturado. Con dificultad, se levantó del suelo y se tambaleó de regreso hacia el cuadro, se dió cuenta que su bate estaba tirado detrás del mastodonte y suspiró con cansancio.
Arrebató una cadena gruesa que uno de los espectadores tenía en mano y se lanzó a correr con todo lo que su adolorido cuerpo le permitía. Ondeó la cadena un par de veces, antes de llegar al frente del tipo y en un movimiento rápido logró enredarle la cadena alrededor del cuello. Apretó con saña la cadena, mirando como lograba cortar un poco la piel de la nuca del mastodonte.
El hombre boqueó desesperado por aire y Suga aprovechó esa debilidad para girar sobre su eje y colocarse a las espaldas del hombre para hacer mayor presión.
Fue cuestión de minutos hasta que el cuerpo del mastodonte cedió, cayendo pesadamente sobre el suelo y totalmente inconsciente.
"¡Y Agust D es el ganador!" anunció el presentador, desatando una serie de chiflidos y algunos abucheos por parte del público.
Suga suspiró cansado y se dirigió hasta donde su bate estaba botado para recogerlo. Después se acercó a Jungkook, quien se encargaba de recibir el dinero de las apuestas con una sonrisa petulante en los labios.
"¡Estuviste increíble, hyung! Aunque por un momento me asusté de que ese idiota pudiera vencerte" dijo con un puchero en sus labios.
Suga se cuestionó por milésima vez por qué alguien tan joven y adorable como Jungkook estaba involucrado en ese mundo. Aunque sabía que lo que ese mocoso tenía de adorable, lo tenía el doble de peligroso y hábil.
"Mh, no dudes de mis habilidades, niño" le sonrió Suga, revolviendo el cabello de JungKook.
"Ahí tiene sus ganancias, hyung, son 500,000 wons" extendió el dinero en su dirección y Suga lo tomó antes de separar la mitad y regresarlo a las manos del otro.
"Toma esto, Kook, comprate algo bonito" dijo, mirando como los ojos de su amigo se abrían con sorpresa y tomaba el dinero con inseguridad.
"¿Esta seguro, hyung?" preguntó titubeante y Suga chasqueó la lengua, asintiendo.
"Si te lo estoy dando es por que hablo en serio, mocoso" rodó los ojos y pronto sintió los brazos de Jungkook estrecharle en un abrazo. "Uh, no, sueltame" se quejó adolorido, ya que la piel de la zona de sus costillas parecía palpitar. "Me duele todo, Kookie, perdón" se disculpó al ver la mirada de reproche que su amigo más joven le dirigió cuando se separó de él.
"¿Quiere ir a mi casa y dormir un poco?" ofreció Jungkook con grandes ojos brillantes y Suga soltó una risa.
"Estando en tu casa lo que menos me dejaras hacer es dormir" molestó, mirando como Jungkook le lanzaba una mirada irritada. "Solo iré a mi departamento a tomar una ducha y descansar, prometo que..." pero su oración quedó a la mitad cuando un ruido resonó por todo el almacén.
Miró con confusión a su alrededor y se percató de los hombres armados que entraban por la puerta trasera, la confusión rápidamente desapareciendo cuando miró los tatuajes en forma de cobras en las gargantas de los intrusos.
Los jodidos hombres de Cobra Oscura habían invadido el territorio de El Dragón Dorado.
Miró cómo sus colegas comenzaban a atacar a los intrusos y él se hubiese unido a la pelea sino fuera porque JungKook estaba allí. Así que sin pensarlo dos veces, tomó el brazo de su amigo y lo jaló hasta la puerta delantera, comenzando a correr lejos de allí. Pero, como ya lo sospechaba, otro grupo de hombres armados permanecía fuera del almacén preparados para cuidar que nadie huyera.
"El arma, JungKook, ¡dame el arma!" ordenó con voz ronca.
Enseguida, Jungkook sacó del cinturón de sus pantalones la pistola de emergencia y con manos temblorosas se la tendió a su amigo.
Suga la tomó, se ocultó tras una pared y disparó rápidamente a los intrusos, sin embargo, rápidamente se dió cuenta de que eran muchos como para que se hiciese cargo él solo. Para su buena suerte, más de sus colegas comenzaron a salir al frente para deshacerse de ellos.
Cuando todos los hombres enemigos estuvieron totalmente muertos sobre el pavimento, Suga se lanzó a correr con su mano aún rodeando el brazo de Jungkook.
Corrieron todo lo que sus piernas les permitían y luego, cuando estuvieron seguros de que se habían alejado lo suficiente, frenaron su huida. Ambos se miraron, totalmente agitados a mitad de la calle mientras trataban de recuperar el aliento.
"¿Qué mierda fue eso?" jadeó Jungkook, colocando una mano sobre su rítmico pecho.
"No tengo ni puta idea, pero esos bastardos se han atrevido a invadir nuestro territorio así como si nada" Suga respondió con voz dificultosa y JungKook cerró los ojos con pesar.
"Esto es grave, ¿cierto?" murmuró algo aterrado y Suga suspiró.
"Al parecer si" Suga apretó su bate, que en ningún momento se había atrevido a soltar y miró al otro. "Quiero que vayas a mi departamento, saques la bolsa con los ahorros y te vayas a un hotel. Iré a ver a Chan para ver qué sabe, ¿entendido?" dijo y Jungkook asintió al instante.
"Tenga cuidado, hyung" murmuró, antes de dejar un besito en la mejilla de Suga y comenzar a alejarse para ir directamente a donde le habían mandado.
Suga dejó salir el aire que retenía dentro de sus pulmones y alejó de su rostro los cabellos verdes que caían por su frente. Luego de respirar lo suficiente como para calmar su ritmo cardíaco, comenzó a caminar por las calles para dirigirse a las instalaciones centrales donde El Dragón Dorado operaba.
Su cuerpo dolía como la mierda y su cabeza palpitaba en una molesta migraña que estaba comenzando a ponerle de mal humor. Trató de no frenar su caminata por ningún motivo, pero no pudo evitar detenerse cuando vió como un par de hombres molían a golpes a un pobre hombre de cabello negro mientras que un joven con ropas reveladoras lloraba con terror en el suelo.
Bueno, al parecer Suga estaba destinado a pelear esa noche, porque de ninguna manera permitiría que dos tipos cobardes pelearan contra un solo chico.
Con un suspiro de resignación se acercó a la escena y alzó su bate silenciosamente, antes de golpear con todas las fuerzas que le quedaban a uno de los abusivos.
«Bueno, es que yo no puedo mantenerme alejado de los problemas» pensó, mientras veía el primer cuerpo caer.
El cuerpo del primer hombre que había sido golpeado sin aviso yacía totalmente inmóvil en el pavimento, un charco de sangre extendiéndose con cada segundo que pasaba y Hoseok sentía su estómago resolverse ante el aroma metálico de la sangre ajena.
Pero tampoco sentía pena por el posible cadáver de ese cerdo, se lo merecía.
El tipo restante trató de golpear al chico pálido un par de veces, tratando de defenderse con desesperación al ver a su compañero, seguramente muerto, en el suelo y Hoseok disfrutó del pánico que se reflejaban en aquellos ojos. Sin embargo, el tipo no logró siquiera acercarse lo suficiente para dar una patada cuando el bate del segundo desconocido impactó con fuerza en la cabeza del hombre, el crudo crujido de su cráneo cediendo contra el macizo metal del bate le hizo sentir un escalofrío. El chico del bate repitió aquel golpe, pero ahora del otro lado de la cabeza logrando que, al igual que su compañero, el ebrio cayera al suelo inconsciente.
Tanto Hoseok como el chico pelinaranja miraron a su salvador con grandes ojos sorprendidos.
Ellos habían presenciado un... asesinato.
Hoseok no tardó a escanear al chico del bate y se dió cuenta de que éste en realidad lucia bastante golpeado y adolorido, pues presionaba su costado con una mano llena de raspones mientras una mueca de desagrado pintaba sus labios. Además, su nariz lucia hinchada, lo cual resultaba terriblemente raro si recordaba que los agresores no habían logrado golpearlo en ningún momento.
Después de meditarlo un segundo, la sospecha de que el chico recién salía de una pelea anterior iluminó sus pensamientos.
Cambió la dirección de su mirada y esta vez observó al desconocido de cabellos naranjas que se levantaba del suelo con su cuerpo dando ligeros espasmos. También notó que el pobre chico tenía el labio cortado y varios moratones en su rostro.
"¿Estas bien?" Hoseok casi graznó, aterrado de provocar el llanto del chico que temblaba de manera preocupante.
Por su lado, Jimin estaba en shock, su cuerpo dolía, el olor a sangre le producía arcadas y la sensación de pánico por lo que estuvieron a punto de hacerle le recorría las venas. Quería ocultarse, quería llorar con fuerza y luego dormir mil años.
"Me duele, yo-, tengo miedo" sollozó el joven pelinaranja, abrazándose el cuerpo con sus delgados brazos. Hoseok sintió sus propias lágrimas agolparse en sus ojos.
Un sentimiento horrible apretó el pecho de Hoseok ante aquella vista, quería hacer algo pero el recuerdo de que Yerim seguramente también necesitaba su ayuda lo mantenía congelado en su lugar, ¿ahora qué debía hacer? ¿qué era lo correcto?
Al mirar de nuevo a los dos chicos, tomó una decisión difícil pero correcta en ese momento.
"Mi departamento esta cerca y tengo un kit de primeros auxilios, si quieren podemos ir para revisar sus heridas" dijo HoSeok con voz entrecortada, mientras miraba a los dos chicos desconocidos en busca de aprobación.
Los otros dos se miraron con duda por unos segundos, mientras Hoseok trataba de limpiar sus lágrimas con el dorso de su mano, con un mutuo suspiro ambos asintieron con algo de desconfianza.
Hoseok reverenció ante los chicos antes de comenzar a caminar delante de ellos para guiarlos, su mente permaneciendo en un estado de shock que le hacia evitar pensar en el hecho de que estaba llevando a un par de desconocidos a su casa. Escuchó los pasos de los otros tras su espalda y los dirigió tambaleante hasta la pocilga de edificio en el cual vivía, tardando pocos minutos en llegar ya que no estaba tan lejos de donde ocurrió todo el incidente.
No se permitió avergonzarse cuando entraron al pequeño cuarto que rentaba y los desconocidos escanearon el desorden de su vivienda. Simplemente caminó hasta su baño y consiguió el precario kit de primeros auxilios. Les invitó a sentarse en el viejo y polvoriento sofá que estaba en un rincón para que pudiera curarlos lo más decente que se podía.
Fue ahí que se dio cuenta de las fachas de sus invitados. Por una parte, el chico de cabellos naranjas –que mantenía su mirada cabizbaja con aparente vergüenza– vestía ajustados jeans de cuero falso y una camisa delgada que dejaba ver sus clavículas y parte de su pecho, además el maquillaje corrido hacia ver su rostro como un desastre y el cabello teñido estaba hecho una maraña desordenada. Por otro lado estaba el hombre pálido, que llevaba pantalones deportivos, sudadera y un barbijo bajo su mentón, todo de color negro. Podía ver a simple vista que sus nudillos maltratados estaban tatuados y un escalofrío le recorrió la espina dorsal cuando observó la forma de una daga con un dragón enredándose en ella tatuada en el dorso de la huesuda mano.
"Si no es mucha molestia me encantaría saber que clase de personas tengo bajo mi techo" habló Hoseok, con una sonrisa tensa mientras sacaba un pedacito de algodón del kit y lo mojaba con un poco de alcohol.
Comenzaba a arrepentirse de llevar desconocidos a su casa.
Ambos chicos se tensaron sobre sus asientos, el de cabellos verdes apretó la mandíbula y fruncio el ceño en una expresión indescifrable, mientras que el de cabello naranja se sonrojaba y dejaba salir un par de lágrimas de sus pequeños ojos.
"Bien, al parecer no dirán una mierda pero supongo que no hay proble-" comenzó a decir Hoseok, mientras acercaba el algodón al labio hinchado del hombre más bajito de los tres.
"Me llamo Jimin" interrumpió el susodicho, bajando la mirada y soltando un jadeo cuando el algodón se presionó contra la herida de su labio. "S-soy un acompañante nocturno" susurró con vergüenza y Hoseok sintió su estómago apretarse, ya que aquel chico lucia demasiado joven como para estar involucrado en cosas como esas.
"Un prostituto" la voz grave del otro desconocido se hizo sonar por primera vez, sin nada de tacto. Hoseok le miró con reproche ante su brusquedad y el chico solo se encogió de hombros. "Min Suga, a tus órdenes. Supongo que ya notaste que pertenezco al Dragón Dorado" dijo, estirando sus dedos en obvio señalamiento a sus tatuajes. "O en palabras elegantes, soy una persona que comete actos delictivos" dijo, claramente con ironía, como si estuviesen hablando del clima y no de una pandilla.
"Un pandillero" Jimin dijo esta vez, con una mueca de molestia ante el tono despectivo del que se hacía llamar Suga.
Hoseok parpadeó turbado por la información y se levantó de donde había permanecido arrodillado en frente de ambos. Se dejó caer sobre una silla que estaba a un costado del sofá y masajeó sus sienes con brusquedad.
"Un pandillero y un prostituto, vaya hallazgo" murmuró Hoseok, soltando una risa carente de diversión y miró como ambos chicos le miraban expectantes. "Mi nombre es Hoseok y, bueno, solo soy un fracasado" soltó con ironía, antes de cerrar los ojos para soltar un quejido.
Vaya noche, él solo quería encontrar a su amiga y terminó con dos desconocidos heridos en su departamento, que suerte la suya.
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