Serendipity
Mi nombre es Park Jimin y vivo en uno de los tres planetas recien nacidos. En Yen los mares son de un color tan rosado que hacen parecer brillante todo lo que nos rodea, no hay lugar para grises o negros. La luminosidad de las aguas atraviesa las persianas de seda y ventanas de coral, incluso durante la noche.
Estamos acostumbrados a la claridad, tanto que nuestras pupilas han tomado pigmentación casi blanquecina. Algunos mencionan que nosotros, los nacidos aquí, procedemos de las aguas claras que bañan la arena azul de nuestras playas interminables, dicen que tal vez por eso nuestra piel parpadea con el mismo tono de las purpureas acuáticas ante cualquier sencillo reflejo. En Yen no hay atmósfera, podemos volar en un baile lento cuando nos sentimos perezosos, pasear sobre cordilleras amarillas y frondosos bosques lilaceos sin tocar el suelo, mientras nuestros ojos observan con curiosidad todo lo que rodea el espacio. Otra de las características de mi planeta es que ningún adulto sonríe. Papá siempre dice que se debe al hecho de que hay algo que les impide a las personas permanecer durante años al lado de quién más aman. Mamá murió de tristeza así que nunca he conocido otras palabras distintas de las de mi padre. Su verdad es la única que conozco.
Cada mañana me despierto y hago las mismas cosas, mi rutina es aburrida porque vivo en una zona vacía de interés para mis ojos. A veces me atrevo a mirar al cielo para observar todo lo que nos rodea pero pronto bajo la mirada, está demasiado oscuro y desde que tengo memoria solo conozco la claridad cegadora. Mi vida es tan sencilla y monótona que si alguien me preguntase porqué aquel día, cuando solo tenía diez años, decidí volar lo más alto que mi fuerza me permitiese sencillamente no podría contestarle. Sin embargo lo hice.
Recuerdo la sensación de vértigo subiendo como aire fresco por mi pecho. El color azul de Yan llamó toda mi atención al instante en que mi mirada cruzó el firmamento casi inexistente, volé y seguí volando hasta que mis manos rozaron la capa de espuma gris que rodeaba ese lugar. La curiosidad cubrió mi cuerpo por primera vez en aquel entonces, jamás antes me había sentido atraído por descifrar cada uno de los misterios que algo a mi alrededor guardaba, en ese instante ni yo mismo supe que era lo que me sucedía. Había un cosquilleo en mis manos obligándome a seguir registrando, rozando y acariciando cada detalle del planeta que se encontraba ante mis ojos grises.
Era tan diferente a lo que había visto durante toda mi vida que no dude ni un instante en posarme sobre la comoda espuma. No había ni un solo reflejo atacando mi sueño, nada interrumpió mi siesta volátil. Me sentía en casa por algún motivo.
—Estás deformando la barrera - su voz llamó mi atención, era dura pero al mismo tiempo elegante. Sin embargo no abrí los ojos, estaba demasiado cómodo - Nuestra protección es débil y fina - replicó de nuevo - chico brillante despierta.
Abrí los ojos lentamente sorprendiéndome por un instante al no ser cegado por una luz abrasadora. Alcé la mirada solo encontrándome oscuridad infinita.
—Aquí abajo - la voz sonó de nuevo y me enrrollé en la espuma jugueteando con esta, riendo por la forma en la que se adhería a mi piel con suavidad - ¡Deja de romper la barrera idiota!
Fruncí el ceño molesto y busqué al responsable de tal reprimenda. Al mirar hacia abajo me encontré con un chico de gesto enfadado, estaba solo a unos metros de la espuma suave y translúcida. Su cabello era del mismo color que el cielo, uno de esos colores que jamás podrían ser vistos en los caracteres físicos de los habitantes de Yen. Su planeta tenía colores fríos al igual que él.
—¿Qué es una barrera? - dije curioso olvidándome de mi enfado.
—Es lo que nos permite respirar y es demasiado frágil como para que la uses de manta - protesto de nuevo el chico.
Sonreí nuevamente curioso y acaricie la espuma reluciente que se envolvía a mi alrededor. Era tan bonita que no podía quitar mis ojos de ella incluso cuando el chico había comenzado a patalear tratando de llamar mi atención. Me hayaba perdido en la sensación de novedad que todos los colores de Yan me aportaban.
Posé mi mano brillante sobre la espuma y rápidamente esta cubrió mis dedos haciéndome reír infantilmente. Era tan suave que no podía apartarme de ella.
—Por favor deja eso - el tono de la voz del chico ahora era desesperado. Logró captar toda mi atención y girando mi cabeza a un lado lo inspeccioné calmadamente - si los guardianes de la barrera llegan te meterás en un lío niño. Papá es muy duro con su cuidado y mantenimiento.
—Pero tú también eres un niño - reí en alto cuando lo vi fruncir el ceño - ¿Cómo te llamas? Podemos ser amigos de ahora en adelante. Me gusta este sitio, puedo dormir porque no hay reflejos que me cieguen.
—No podemos ser amigos - dijo el chico cruzándose de brazos - no te conozco de nada y además, tú morirías aquí dentro. No soportarías nuestro oxígeno.
Lo que decía parecía ser importante sin embargo yo estaba más centrado en sus características físicas. Sus ojos no eran grises como los de todas las personas que conocía, al contrario de lo que me había esperado. Sus ojos eran de un precioso violeta que atraía mi mirada. Sentí un cosquilleo en mis manos, quería tocar su cabello azul y observar de cerca su mirada lilacea. Tanta era mi curiosidad que traté de atravesar la preciosa barrera gris.
Un grito se escapó de mi boca cuando la manta que antes se adhería a mi cuerpo ahora parecía clavarse en mi piel. Sentí mis manos temblar y sin poder evitarlo comencé a llorar. Dolía. Yo jamás me había caído o lastimado así que aquella vez fue la primera que sentí dolor real. Recuerdo lo asustado que estaba.
—Asssh idiota, ¿cómo se te ha ocurrido hacer eso? - lloriquee mucho más fuerte debido a su reclamo. No me gustaba que me gritasen, en mi planeta la gente solo gritaba cuando se avecinaban desgracias - Oye deja de temblar. Si atacas la barrera ella responde pequeño chico de piel brillante. Si la tratas bien se muestra pacífica, no la vuelvas a golpear y así no sentirás ningún daño. Quita la mano de ahí chico, te prometo que no te lastimará de nuevo. Confia en mí.
Supongo que fue el tono de voz dulce que usó con esa última frase, lo cierto es que no recuerdo bien que me ocurrió antes de caer en los brazos del amor infantil. Era solo un niño pero sus palabras hicieron vibrar mi corazón, ese traqueteo en mi pecho que solo ocurría cuando volaba durante horas de repente había aparecido sin la causa del cansancio físico.
Seguí su consejo y con un puchero en mis labios aparté mi adolorido brazo de la barrera, como él había dicho esta se volvió una vez más suave cuando me acomodé sin tratar de traspasarla. Me sonrió, aquella sonrisa hizo que todo mi cuerpo reluciera de felicidad. Estaba ensimismado con todo lo que rodeaba su aura, era oscuro y sin embargo no lograba apartar mi mirada.
—¿Duele? - dijo alzando la vista hacia mí.
Miré mi mano, las zonas rojas que la barrera había dejado en forma de marcas por todo mi brazo parecían empezar a desaparecer. Ya no dolía, casi se sentía... bien de nuevo.
—Ya no duele - dije feliz de encontrarme envuelto por la suave capa de espuma gris otra vez.
—Ajjjj deja de jugar con la barrera, aún no has aprendido la lección - reí con fuerza al ver una vez más la expresión de enfado en sus pupilas. Para mí era tan solo una forma de curiosear pero tal vez le estaba resultando molesto a él.
—Aún no me has dicho tu nombre - protesté tomando entre mis brazos un fragmento de la barrera.
El chico suspiró en alto y sus ojos buscaron los míos desde su posición. Solo eran unos metros los que nos separaban pero incluso cuando yo era un niño en esa época... incluso siendo tan inocente, deseaba romper la distancia. Quería tocar el cabello azul del muchacho preguntarle que sabor tienen las purpúreas de su planeta, probar sus mejillas con besos cálidos. Deseaba tanto tocarlo que por unos instantes estuve tentado a intentar romper la espuma de nuevo sin embargo no lo hice, el dolor estaba reciente en mi cabeza soñadora.
—Yoongi - dijo después de unos minutos en silencio - ¿De dónde sales tú chico brillante?
—Soy de Yan pero allí las personas siempre están demasiado tristes - le sonreí de nuevo - por eso quiero escapar, antes solo buscaba ver algo nuevo, sin embargo me gusta esto. La espuma es cómoda.
—Si los guardianes te ven te matarán chico - fruncí el ceño - no les gustan los intrusos y la barrera se debilitaría aún más contigo jugueteando cada día.
—¿No quieres que me quede Yoongi? - su gesto por aquel entonces probablemente fue confuso. No lo recuerdo bien, he empezado a olvidarme de sus expresiones. Quizás es lo más doloroso de toda nuestra historia, ya no puedo ver su cara cada día. Él y yo teníamos calidad de vida distinta.
—No depende de mí, chico brillante - me estiré sobre la espuma y miré hacia abajo, sus ojos brillaban. Jamás olvidaría sus iris lilaceos, incluso si con los años me he vuelto olvidadizo.
—No me llames así, mamá eligió mi nombre con mucho cariño. Úsalo. Soy Jimin.
Yoongi asintió, parecía incómodo y eso hacía doler mi corazón de una forma tan profunda que ni yo mismo lograba entender. Dolor, solo este lugar me lo provocaba y aún así estaba tan deseoso de quedarme que dejé pasar los días sin moverme de mi escondite. La espuma gris era mi cueva, me arrullaba cuando dormía, me proporcionaba calor e incluso ahora me acariciaba calmando el dolor de mi muerte.
Los días fluían rápido cuando él se quedaba a mi lado. Me visitaba cada día y nos pasábamos las horas hablando, me contaba todas las maravillas y misterios que los planetas recién nacidos acumulaban, se desahogaba conmigo y lloraba cuando su padre le hablaba de los proyectos que los guardianes estaban realizando para arrancar la espuma protectora que cubría mi cuerpo. Querían expulsarme de su territorio, sin embargo yo me aferraba a mi nueva casa.
—Cántame Jiminie - a veces me pedía.
Y yo le cantaba durante horas atendiendo cada una de sus reacciones, amándolo con tanta profundidad que mi corazón se encogía dentro de mi pecho causando infinitas sonrisas en mis labios.
Yoongi acudía a mí todos los días que podía, yo no estaba en mi lugar de nacimiento así que imaginé que lo que papá decía no se cumpliría. Amaba a Yoongi, su risa escandalosa y como se achinaban aún más sus ojos cuando yo decía algo estúpido que lo hacía feliz. Adoraba sus facciones, tan perfectas que incluso me parecía una mentira. Era demasiado bello para mi propio bien pero cuando crecimos se volvió tosco. Ya no me daba de comer dejando que alimentos exóticos y dulces traspasasen los puntos más frágiles de la barrera. Ya no me visitaba cada día.
Los años pasaban y yo seguía escondido en mi cueva de espuma translúcida. Muchas personas se acercaban con curiosidad a observarme, dejaban regalos de caramelo para mí y yo forzaba sonrisas. Solo quería ver al chico de cabello azul sin embargo él jamás regresó. Muchos decían que sus padres se lo habían prohibido y que el joven que siempre mantenía mi sonrisa reluciente ya no podía acudir a mi. Entonces decidí volver con mi padre. Me solté de la espuma suave, de la oscuridad tranquila, de los niños risueños que me señalaban desde el suelo, olvidé los guardianes toscos que a veces intentaban arrancarme de mi nido. Volví a casa.
Después de eso empecé a entender a las personas de mi planeta. La tristeza que antes tanto detestaba ahora también bañaba las facciones de mi cara. Los años pasarían y yo seguiría prendado de ese amor infantil tan absurdo que me llevaba a la muerte por depresión. Ya no me molestan los reflejos brillantes, ya nada me perturba... porque sigo perdido en la intensa sensación de dolor que ahora se acopla a mi corazón como una segunda vena ahorta. Ya no hay nada que pueda salvarme de esta profunda sensación de pérdida. Y jamás sabré lo que ocurrió con Yoongi, nunca supe el porque de su repentina desaparición. Él jamás volvió a mi y yo en el fondo sabía que ni siquiera era su culpa, porqué él nunca me dejaría al igual que mi alma. Estábamos unidos. Siempre lo estaríamos. Y las huellas de nuestro amor todavía perduran.
Cuando llegó el día en el que la debilidad cubrió mi cuerpo me deje llevar por el viento tibio, volé de nuevo hasta la espuma y me acomode sobre esta encontrando en ella de nuevo un descanso que no se podía comparar con nada diferente.
—Sabía que volverías.
Su voz sonaba más cansada y ronca. Los dos habíamos crecido y nuestra vida estaba llegando al final. Sin embargo mi corazón latio con gran fuerza y estruendo en mi pecho, mis pupilas se hicieron grandes por verlo.
—He venido a terminar mi vida en in lugar que me resulta agradable, pensé que así sería menos doloroso.
Él solo asintió mientras me observaba. En el transcurso hacia la oscuridad infinita sus ojos violetas iluminaron mi camino.
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Por aquí os dejo mi nueva One Shot, una ampliación de una minific que publique en mi cuenta de Amino Army hace mucho tiempo y que hoy he querido compartir con mis lectores de Wattpad.
Me haría muy feliz conocer vuestras opiniones 😘
Un beso, Mel
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