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8

Un olor familiar y a la vez extraño me llega en cuanto me despierto. Familiar porque lo he percibido antes, y extraño porque no pertenece a mi casa, y mucho menos a mi cama. Sin abrir los ojos, olisqueo ligeramente mi almohada y lo distingo con más claridad: una colonia cara y tabaco, mezcla que puede parecer desagradable pero que, extrañamente, me fascina. Solo conozco a una persona que desprenda dicho olor y una vez mi cerebro hace la conexión, abro los ojos de inmediato con el corazón latiéndome a mil por hora.

Ace Hale.

Una vez abro los ojos, espero encontrarme ese cuerpo espectacular tumbado a mi lado, rezando porque, por lo menos, esté vestido, pero para mi sorpresa, a mi lado no hay nadie. Este hallazgo provoca una mezcla de sentimientos en mi interior, y algunos me sorprenden. La sensación mayoritaria es de alivio, obviamente. No recuerdo mucho de la noche de ayer, pero si me hubiera acostado con Ace, no me lo hubiera perdonado nunca y me declararía abstemia para siempre. Por otro lado, mi instinto más primario no puede evitar lamentarlo un poco, ya que mentiría si dijera que no me he imaginado esa escena en mi cabeza alguna vez. Tampoco es nada sorprendente, simplemente se debe a que Ace está bastante lejos de ser feo y una no es ciega ni tonta. No tiene por qué caerte bien alguien para apreciar su exterior, no hay más que ver mi relación con Travis.

Ahora bien, ¿qué demonios pasó anoche?

Cierro los ojos en un intento de recordar algo, que se ve fracasado inmediatamente por el dolor de cabeza propio de la resaca. Tomo las medidas para paliarlo al instante al tomarme un Ibuprofeno, tratando de rememorar la noche de anoche una vez empieza a hacer efecto.

Lo primero que recuerdo son las manos de Travis sobre mi cuerpo, un tacto que yo ni había pedido ni deseaba en ese momento. Recuerdo con desagrado cómo yo trataba de apartarle de mí sin ningún éxito hasta que, de repente, salió prácticamente volando hacia atrás como si hubiera sido directamente empujado por la mano de Dios. Apenas un segundo después, el rostro de Ace aparece en mis recuerdos y la sensación de alivio que su presencia y posteriores palabras me causaron vuelven a invadir mi cuerpo.

Ace me salvó de algo que me da miedo incluso solo pensarlo y no solo eso, sino que me llevó en brazos hasta mi casa, gritándoles a todos que dejaran de mirarme ya que yo solo sentía que me quería morir. Una vez en casa, me desmaquilló y me ofreció quedarse conmigo, a lo cual yo no solo accedí, sino que le invité a tumbarse conmigo bajo las sábanas.

Recordando por fin todo lo que sucedió anoche, mis mejillas se colorean de rosa ante mis acciones cuando estaba ebria. No me arrepiento en absoluto de haberle pedido a Ace que se quedase conmigo ahora que recuerdo todo lo que ocurrió, pero me avergüenza lo que él pudiera pensar de todo lo que hice y dije. No estaba pensando con claridad en ese momento, ni mucho menos, por múltiples factores, y Ace y yo no estamos en los mejores términos, así que no tengo ni la menor idea de cómo se pudo tomar todo lo que pasó.

Doy un suspiro y por segunda vez esa mañana doy gracias al cielo por haberme despertado sola. No podría enfrentarme a Ace riéndose de mí por mi comportamiento después de todo lo que sucedió ayer, así que no arriesgarse a esa posibilidad ha sido probablemente lo mejor.

Pero yo no soy una persona desagradecida ni mucho menos, ni siquiera si ese individuo no es de mi agrado. Tengo que coger al toro por los cuernos y agradecerle todo lo que hizo anoche por mí. Si luego él decide reírse de mí, ya actuaré en consecuencia, pero tengo ciertos principios y no voy a renunciar a ellos por muy mal que me caiga.

Con un segundo suspiro, esta vez de resignación, me levanto de la cama y chequeo el móvil mientras me preparo un desayuno ligero. Tengo bastantes mensajes privados de mis amigas así como del grupo que compartimos, y una cantidad desproporcionada de mensajes y llamadas perdidas por parte de Travis. Estos últimos ni siquiera me molesto en leerlos: simplemente borro mi conversación con él y procedo a bloquearle en todas las plataformas existentes. Cuanto más lejos esté de ese individuo despreciable, mejor para todos. Acto seguido, leo rápidamente las palabras de mis amigas y sonrío viendo que son todo manifestaciones de su preocupación. Respondo tanto por privado como por público que estoy bien, pero no doy más detalles. Sé perfectamente cómo son y no me apetece alimentar sus deseos de cotilleos acerca de Ace después de lo que vieron ayer. De hecho, una vez todas comprueban que efectivamente estoy bien y no me encuentro nerviosa tras lo sucedido, Cher sugiere quedar en su casa de una manera que a todas luces indica el deseo compartido por saber qué pasó una vez Ace y yo desaparecimos. Acabo por decirles que iré, por supuesto, pero me comprometo mentalmente conmigo misma con no compartir más de lo estrictamente necesario para evitar posibles burlas y chascarrillos. Suficiente voy a tener con el hecho de que van a creer de primeras que Ace y yo nos acabamos acostando. Además, hay que añadir el hecho de que ellas no saben, al menos no con exactitud, lo que ocurrió con Travis.

Dejo el móvil a un lado para fregar mi taza de café y vestirme. No me decanto por ningún modelito espectacular, simplemente me limito a rescatar unos pantalones negros de chándal junto con un top del mismo color. Mi pelo está hecho unos zorros, así que me lo recojo en un moño improvisado antes de coger mis cosas y salir por la puerta. La entrada a la casa de mi vecino está a apenas diez metros de la mía, pero mi reticencia a hacer lo que me dispongo a hacer me da la sensación de que está mucho más cerca, como si me incitase a llamar. Doy unos cuantos pasos y me planto frente a la puerta blanca, incapaz de pulsar el botón del timbre.

Pasan un segundo, dos, tres... Cada uno de ellos se siente como horas hasta que por fin me doy una bofetada mentalmente y me insto a dejarme de tonterías. No tengo trece años y cuanto antes empiece, antes acabaré. Con un resoplido, por fin pulso el timbre.

La puerta se abre después de un largo minuto y un semidesnudo y visiblemente recién despierto Ace me da la bienvenida con una expresión entre confusa e irritada.

—¿Vienes a pedirme un poco de sal a estas horas?

—Primero, buenos días a ti también —gruño, incapaz de no responderle de manera cortante visto lo visto. —Segundo, son las doce y veinte de la mañana, no las cinco de la tarde, y tercero, vengo a darte las gracias.

—Primero, los días de resaca nunca son buenos. Segundo, después de una noche de fiesta, las doce de la mañana equivalen a las cinco, y tercero, creo que para dar las gracias las personas sonríen, no te miran como si quisieran arrancarte la piel a tiras.

Alzo una ceja y me doy cuenta de que, efectivamente, estoy asesinándole con la mirada como ya parece una costumbre en mí cuando se trata de cualquier interacción con Ace. Trato de serenarme respirando hondo antes de suavizar mi mirada hacia él.

—Está bien, perdóname por todos estos crímenes que he cometido.

—El Señor te perdona, hija mía —responde como un sacerdote, santiguándome antes de apartarse para dejarme pasar—. Pasa.

Hago lo que dice y veo un hombre recogiendo lo poco que queda del estropicio causado por la fiesta de ayer. Debo de ser una de las pocas personas en esta universidad que no tiene a nadie contratado para hacer las tareas de la casa.

Sigo a Ace hasta la terraza donde ya tiene preparados un café y unas tostadas junto con una pastilla para paliar los dolores producidos por la resaca. Nos sentamos uno frente a otro, quedando mi terraza justo frente a mí.

—Quería darte las gracias por lo de ayer. —Empiezo, mirando a mis manos mientras jugueteo con el cordón de mis pantalones—. Llegó un momento en el que me vi completamente atrapada y pensé... Bueno, pensé que me pasaría lo peor. Si no hubiera sido por ti, no quiero ni pensar en lo que me habría hecho.

—No tienes que dármelas, hice lo que tenía que hacer. Además, si no hubiera sido yo, hubiera sido cualquier otra persona. No es algo excepcional, lo habría hecho cualquiera.

—No, no es algo que hubiera hecho cualquiera. Había un montón de gente a nuestro alrededor, lo suficientemente cerca para oírme, y nadie parecía inclinado a mover un solo dedo para ayudarme. No sé cómo serían las cosas en Los Ángeles, pero aquí ese es el modus operandi: cada uno mira por sí mismo y por nadie más.

Ace me mira como si no creyese ni una palabra de lo que le acabo de decir, pero mi expresión franca hace que la suya pase de escéptica a indignada en apenas unos segundos.

—Vaya, así que aquí la gente es completamente imbécil por lo que veo. No digo que me sorprenda, al fin y al cabo la flor y nata estadounidense no se caracteriza especialmente por su moralidad, pero lo que afirmas es caer muy bajo. Dejar que un idiota le pueda hacer eso a una mujer o a cualquiera es simplemente asqueroso. Es como ver a alguien a punto de asesinar a otra persona y pasar de largo.

Su indignación me hace sonreír tristemente, apreciando el hecho de que, para él, lo que hizo ayer fue tan natural como respirar. Lo que le he dicho no es más que la pura verdad; nadie estaba dispuesto a mover un solo dedo para separar a Travis de mí y yo lo sabía perfectamente. De haber sido otra la que hubiera estado en mi situación, sin embargo, yo hubiera hecho lo que hubiera podido para parar a ese estúpido baboso.

—Yo opino igual que tú aunque ya me he acostumbrado. Al principio fue un choque para mí, pero una vez te haces a ello y empiezas a formar parte del grupo, te mueves con la corriente.

—Pues yo no me quiero mover con la corriente —sentencia sacando la cajeta de cigarrillos y ofreciéndome uno, el cual acepto—. Si la corriente es idiota, yo no voy a ser igual de idiota.

—Hombre, acostumbrarse a un sitio no quiere decir que tengas que hacer todo lo que hace el resto del mundo. Es más una cuestión de comer o ser comido, ¿sabes?

—Sí, vamos, como en todas partes. No llevo mucho aquí, pero ya he comprobado que todas las universidades elitistas tienen pinta de ser iguales. Hay gilipollas como Travis, niños de papá convencidos de que todo lo malo que hagan será tapado con unos cuantos billetes.

—Ah, ¿pero tú no eres así?

No consigo morderme la lengua antes de soltar esa pregunta y Ace clava los ojos en mí como si fuera profundamente estúpida y aun no me hubiese dado cuenta. Le da una larga calada al cigarro antes de soltar el humo, alargando la pausa, cosa que hace que me sienta cada vez más estúpida. Si se abriera un agujero en el suelo de la terraza y me succionara ahora mismo, estaría eternamente agradecida con el universo.

—Te has dado cuenta tú sola de lo estúpida que es esa pregunta, ¿verdad?

—Sí, perdona —balbuceo como una niña a la que le acaban de soltar una buena reprimenda—. Después de lo que hiciste ayer, lo mínimo que puedo hacer es concederte el beneficio de la duda.

—Así que sigues empeñada en odiarme, ¿eh?

Yo niego con la cabeza por puro instinto, ya que me niego a admitir que mi odio por él es en gran parte irracional. Por otra parte, su actitud también tiene culpa de mis sentimientos negativos hacia él. No soy precisamente fan de los chulos creídos acostumbrados a tener todo lo que quieren y Ace es la viva imagen de ese prototipo.

—Bueno, ¿y qué puedo hacer para demostrarte que no soy idiota? —pregunta como si no hubiera visto mi respuesta.

—A ver, he de admitir que lo de ayer ayudó bastante, pero lo tienes bastante complicado. Si eres como creo que eres, no hay nada que hacer.

—¿Y cómo crees que soy?

—Un chulo egocéntrico, superficial, egoísta, acostumbrado a tener lo que pide en cuanto lo desea. Vamos, lo que se podría calificar como un niño mimado típico de la sociedad elitista.

Ace y yo le damos una calada a nuestros cigarros a la vez y yo apago el mío mientras él expulsa el humo lentamente entre sus labios carnosos. Me obligo a mirar la pantalla de mi móvil para no quedarme embobada con su cuerpo como la última vez y veo que es hora de irme a casa de Cher. Además, la conversación está empezando a irse por unos derroteros que no me apetece nada tocar.

Es el momento de huir.

—Bueno —habla él apagando su cigarro en el cenicero mientras yo me levanto, balbuceando una disculpa antes de caminar hacia el interior de la casa—. El tiempo nos dará la razón a uno de los dos, ¿no?

—Alexa, ¡ya estás soltando todo lo que pasó ayer con Ace!

El grito de la dueña de la casa llega a mis oídos incluso antes de que salga al jardín con las chicas. Suelto un suspiro de resignación y me quito la ropa, quedándome en bikini para meterme en la piscina con ellas, arrepintiéndome de haber venido casi al momento, aunque sé que deben saber todo lo que ocurrió anoche.

—Absolutamente nada. Me llevó a casa y se fue.

—Claro, completamente creíble. ¿Y a dónde se fue? ¿De excursión a Francia? Porque no volvió a aparecer por la fiesta, ¿sabes? —replica Gigi con una ceja alzada.

Cuatro pares de ojos se clavan en mí como si pudieran leer mi alma en tan solo dos minutos. Yo me limito a nadar pacíficamente por la enorme piscina como si nada de esto fuera conmigo, hasta que Brooke grita mi nombre, casi haciendo que me ahogue.

—¡Vale! A ver, ¿qué es lo que sabéis?

—Solo vimos que Ace pegaba a Travis y luego te llevaba en brazos a tu casa como el príncipe azul a Cenicienta y no volvía a la fiesta —explica Faye con ojos ávidos.

—Está bien, pues Ace y yo estábamos charlando en la cocina hasta que salí a fumarme un cigarro. Entonces, el gilipollas de Travis vino y empezó a manosearme, siendo bastante insistente y pesado para que fuéramos a una habitación aunque yo le decía que parase. —Hago una pausa para suspirar, mis amigas con los ojos como platos ante esta nueva información—. Nadie parecía dispuesto a ayudarme hasta que vino Ace y apartó a Travis de mí. El idiota siguió tocando las narices hasta que le pegó un puñetazo, dejándole inconsciente. Todo el mundo me miraba y hablaba... Yo estaba al borde de tener un ataque de ansiedad y no podía moverme, así que le pedí a Ace que me llevase a casa. Estaba muy nerviosa y bastante en shock, él me ofreció quedarse allí para ayudarme a calmarme y le dije que sí. Me desmaquilló y me... Bueno, me abrazó hasta que me dormí. Cuando me he despertado esta mañana, él ya no estaba.

Cuando termino de contarlo todo, mis amigas parecen haber sido pausadas, como si perteneciéramos a una película y alguien hubiera pulsado el botón de stop. Esta situación se prolonga unos segundos que a mí me parecen horas mientras me quedo de pie en medio de la piscina frente a ellas, esperándome cualquier cosa.

—¿Alguna de vosotras sabe cuál es la mejor forma de asesinar a un tío y que parezca un accidente?

La pregunta de Brooke desata por fin todos los sentimientos contenidos y un tsunami de gritos, blasfemias, palabrotas y maldiciones resuenan por el enorme jardín. Me sorprendería que el mismísimo Satanás no escuchase todas las veces que le están nombrando a la vez desde su trono en el infierno. Si se llevase a cabo todo lo que sale por las bocas de mis cuatro amigas, Travis estaría muerto y enterrado como mínimo quince veces. La manera tan ferviente con la que manifiestan su odio hacia ese individuo me emociona y nadó hasta poder envolverlas a todas con mis brazos.

—Os adoro, chicas, de verdad. Sois las amigas que todo el mundo desea pero poca gente merece y probablemente yo menos que nadie.

—No digas boberías, Lex. Tú deberías tener lo mejor y desde luego, lo que no mereces es lo que ese ese impresentable te intentó hacer anoche —responde Cher, regalándome una sonrisa cuando me aparto de ellas.

—Y por lo que cuentas, Ace se comportó como un caballero de verdad. No soy la mayor fan de la violencia, pero Travis se merecía ese puñetazo, así que me alegro de que no se cortase —añade Gigi.

—Bueno, ¿y qué podemos hacer para vengarnos? — pregunta Brooke, sus ojos destilando un odio puro y oscuro.

Su pregunta me pilla por sorpresa y me quedo callada un segundo. Ni siquiera he tenido tiempo de pensar en la posibilidad de vengarme, solo quiero olvidar lo que pasó y alejarme todo lo posible de Travis. No pienso dedicarle ni un segundo más de mi vida pero, por otra parte, mentiría si dijera que no quiero darle su merecido a ese idiota. Quiero que sepa cómo debe tratar a las mujeres y que una cosa es tener sexo sin sentimientos, y otra muy distinta, tratar de forzar a las mujeres a hacer cosas que no quieren. La pregunta de Brooke hace que aflore en mí una necesidad de darle una lección, de hacerle lamentar lo que me hizo para que no se lo haga a otra mujer.

—Hay carrera el jueves y Travis nunca se pierde una. Podríamos sabotearle el coche, obviamente no hacer que se estrelle, pero rajarle las ruedas, joderle la pintura algo por el estilo. En las carreras, los tíos sacan a pasear su ego, así que será el momento perfecto para hacerle caer —sugiere Cher, sacándome de mis pensamientos de sopetón.

—Oye, pues no es mala idea. Además, podemos comentarle a Ace lo de las carreras para que compita si le gusta. El ego de Travis está herido después del puñetazo, así que si encima Ace le ganase en las carreras sería el último clavo en su tumba —cavila Gigi con una sonrisita que no sugiere nada bueno.

Las cuatro se giran para mirarme, esperando una respuesta por mi parte. Todo en ellas indica que están de acuerdo con la idea de humillar a Travis en las carreras, así que solo falta mi sí para tener la unanimidad. Una parte de mí sigue instándome a que pase de él, que me desvincule por completo, pero otra...

—Está bien, hagámoslo.

¡Hola!

Ya sabéis lo que dicen: la venganza se sirve fría, y Alexa se va a encargar de que Travis lo pague como es debido. ¿Qué os parece esta decisión?

Os leo! ❤

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