5
La universidad está repleta de gente y no es para menos; al fin y al cabo, el primer día de clase está lleno de eventos y novedades. Faye y yo cruzamos juntas uno de los enormes jardines, fijándonos en los alumnos que nos rodean y cotilleando sobre algunos de ellos.
—Me da una pereza increíble empezar las clases —se queja mi amiga una vez llegamos a la puerta principal.
—Pues a mí me apetece bastante. Aunque este año empiezo a tener algunas clases de economía práctica y odio las matemáticas. Voy a tener que esforzarme mucho más para mantener mi nota media en un diez.
—Sinceramente, Lex, no sé como puedes adorar tanto esa carrera tuya. Literalmente no conozco a nadie que ame como tú algo tan tremendamente aburrido como el derecho.
—El derecho no es aburrido, Faye. Es muy entretenido y sirve para entender el mundo a tu alrededor. No sabes lo satisfactorio que es encontrar recovecos legales para poner la ley de tu lado y así... —Mi apasionado e improvisado discurso es interrumpido por una súbita pedorreta provocada por mi mejor amiga—. ¡Vuelve a hacer eso y te tragas el portátil!
Faye ríe ante mi amenaza e ignora la mirada asesina que le dirijo.
—Estás como una puta cabra. Además, no creo que bajar aunque sea una décima de un diez en la nota media vaya a afectarte tanto.
—Despierta, Faye, en Cravath & Sullivan solo aceptan a los mejores de entre los mejores. No puedo permitirme ni tan siquiera pensar en bajar la nota.
—Dios, ¿por qué no tiras de enchufe como todo el mundo aquí? Es tan sencillo como hacer un par de llamadas y asegurarte un sitio en ese bufete que tanto te encanta.
Sus palabras hacen que quiera estrangularla, como siempre que las pronuncia cuando tenemos esta conversación, pero yo me limito a fruncir el ceño.
—¿Cuántas veces tengo que repetirte que quiero conseguir las cosas por mérito propio? Además, si me rebajase al nivel de pedirle ayuda a María, cosa que no va a pasar nunca, tampoco conseguiría nada porque toda su fuerza vale únicamente en España, no aquí.
Veo en el rostro de mi amiga un amago de mencionar el tema María, pero una sola mirada desafiante mía consigue que ella aparte la suya y carraspee, un tanto incómoda.
—Ya sabes que puedes pedirme ayuda a mí o a cualquiera de las chicas cuando quieras. Aquí todo el mundo viene a pasarlo bien y a acabar en un buen puesto gracias a sus contactos. No quiero que tu acabes quedándote atrás solo porque eres una cabezota.
—No me voy a quedar atrás porque mis méritos hablarán más que cualquier contacto que esos estúpidos puedan tener. Te lo diré una y mil veces: confío en mí misma. Por favor, confía tú también en mí.
Me paro frente a la puerta de mi primera clase y Faye se gira para dirigirme un mirada cariñosa.
—Sabes que confío en ti, Lex. Es solo que también me preocupo, como amiga tuya que soy. Sé que eres la mejor en lo tuyo, pero a veces no es suficiente con eso, aunque espero de todo corazón que lo sea.
—Gracias, Faye —digo con una sonrisa antes de resoplar dramáticamente—. Ahora deséame suerte para conseguir que evite ahorcarme en mi primera clase de economía.
—Vamos, aguanta, ¿a quién voy a incordiar si tú no estás?
Le saco la lengua antes de decirle adiós con la mano y entrar en clase. Ya hay gente sentada en el pequeño anfiteatro y yo me decanto por uno de los sitios al final del aula. No pretendo participar mucho, al menos no en la primera clase de economía de mi vida. Una de las cosas que menos me gustan es hacer el ridículo y si me atreviese a participar en esta clase, eso es probablemente lo que sucedería.
Mientras un goteo de alumnos empieza a entrar y a escoger sus sitios, yo saco un libro para matar un poco el tiempo. Nadie se sienta junto a mí, cosa que tampoco me sorprende. Hay una regla no escrita que todos aquellos que saben quién soy conocen: si no tienes trato cercano conmigo, no te acerques demasiado. No soy la persona más sociable del mundo y, aunque la mayoría de gente me conoce, yo no tengo demasiado interés es conocerlos a ellos.
Por eso, cuando noto una presencia sentándose a mi derecha, levanto los ojos de mi libro y compruebo que quedan bastantes sitios libres alrededor de la clase. Este hecho me provoca fruncir el ceño con confusión y mirar la identidad de la persona junto a mí.
—¿Es que tengo monos en la cara o qué? —comenta Ace sin apartar la vista del portátil que acaba de sacar de su mochila.
—No puedes sentarte ahí —balbuceo lo primero que se me pasa por la cabeza, arrepintiéndome de inmediato por parecer estúpida e infantil con mi primer comentario.
—¿Por qué? ¿Estás guardándole el sitio a alguien?
—No.
—¿Entonces?
—Nadie se sienta a mi lado.
Ace finge sacar un violín invisible y tocarlo mientras hace pucheros, acción que me cabrea bastante, especialmente viniendo de él. Lo que me faltaba hoy, tener que lidiar con este idiota.
—Ah, sí, se me olvidaba que eres Alexa Arden, temida por todos, la malota de la universidad. ¿Dónde estamos, en una película cliché de sobremesa? Por favor, que no tenemos quince años.
Sus palabras me hacen sentir todavía más estúpida, y el temido ridículo que deseaba evitar al entrar en el aula ya está presente. ¿Es que este hombre tiene un don para hacerme sentir como una completa idiota con apenas cinco palabras?
—No me gusta que nadie me moleste en las clases. Quiero prestar atención sin escuchar charlas estúpidas a mi alrededor.
—Vaya, así que me he equivocado de cliché contigo. No eres la típica chica mala que se automargina para que la gente le tenga miedo, eres la empollona que no está acostumbrada a tratar con el resto de los seres humanos. ¡Ahora lo entiendo todo!
—¿Es que no me has oído? No me apetece que nadie me moleste, así que cállate —le espeto notando cómo mis mejillas se colorean por la vergüenza y el enfado.
—Está bien, está bien, te dejaré en paz. No quiero que me pegues como a Ashley anoche, Mike Tyson.
Sus palabras y sonrisa de burla hacen que sienta aun más ridículo, pero me tomo un breve segundo para tragarme el orgullo y pensar con la cabeza. Tal vez Ace solo me parezca un idiota porque estaba predispuesta a que lo fuera desde que le vi. Tal vez tenga que darle una oportunidad y ver si realmente es tan imbécil como me he empeñado en creer. Además, quiero que deje de reírse de mí, así que igual siendo amable, todo esto surte algún efecto.
—No sé si sabes que no fui yo la que empezó la pelea con ella. Está loca, vino directamente a por mí como si yo le hubiera hecho algo.
—Según vi, os peleasteis por Huxley. También te digo, ya me jodería pegarme por alguien como Travis. Es más idiota que un cubo.
Sus palabras me hacen reír un poco, completamente de acuerdo con él a pesar de que me estoy acostando con el aludido. Ace no podría haberle descrito mejor aunque no sé cómo es que conoce a Travis cuando lleva apenas unos días aquí.
—He de aclarar que yo no me estaba peleando por él —digo poniéndome seria de nuevo antes de cambiar de tema torpemente—. No es por rebatirte lo de que Travis es idiota, pero ¿cómo lo sabes? Apenas llevas aquí unos días, ¿no?
—No hay que conocerle desde hace años para darse cuenta. Además, Nate me ha contado varias cosas sobre él y no entiendo cómo puede triunfar tanto entre las mujeres —comenta antes de mirarme con esa sonrisa ladeada que parece tan característica suya—. Eso me lo puedes decir tú, ¿no? Nate me ha dicho que Travis y tú... Ya hay que tener estómago, Arden.
Sus palabras y expresión hacen que me encienda casi de inmediato, mandando al garete mi efímero intento de tolerarle e incluso llevarme bien con él. ¿Pero quién se cree él para juzgar con quién me acuesto o me dejo de acostar? ¿Y por qué demonios tiene que saber esa información sobre mí cuando ni siquiera le conozco? Y, aunque lo sepa, no debería soltármelo de esa manera a la cara, como si yo fuera una niña estúpida que no tiene ni idea de lo que hace o con quién lo hace. Ahora mismo tengo unas ganas increíbles de borrarle esa estúpida sonrisa de la cara de un tortazo.
—Yo me acuesto con quien quiero y tú no eres quién para opinar sobre lo que hago o dejo de hacer. ¡Prefiero acostarme con Travis a hacerlo con un idiota egocéntrico y narcisista como tú!
Mi respuesta solo hace que se ría con una suave carcajada. Si no estuviera tan enfadada, probablemente me hubiera detenido a admirar lo musical y bonita que suena su risa, pero el sonido solo me enerva más, encendiendo mis mejillas. Si no quisiera darle un guantazo, tal vez también me hubiera fijado en lo bonita que es su sonrisa y los hoyuelos que la enmarcan. Si no le aguantase, me pararía a admirar lo atractivo que es con más detenimiento.
Pero ahora mismo, soy incapaz de hacer cualquiera de esas cosas.
—¿Ah, sí? Vaya, apenas hemos hablado un par de veces y ya tienes toda una opinión formada sobre mí. ¿De dónde viene lo de egocéntrico y narcisista, si no es molestia saberlo?
—No hay más que verte, moviéndote como si fueras el dueño del lugar y todas las mujeres tuviéramos que postrarnos ante ti. Te crees que eres el tío más bueno allá donde pisas y deberías bajarte un poco de ese pedestal al que te has subido tú solo.
—Ya veo, así que quiero que todas estén postradas ante mí, comprendo... —Asiente con la cabeza con una expresión de seriedad burlona y sarcástica—. ¿Y lo de idiota? ¿Soy tan idiota como Travis o todavía más?
—Fíjate, yo creo que eres más imbécil que él. Primero, porque al menos él es consciente que no tiene muchas luces, y segundo, porque tú debes de estar ya en tu último año de carrera o estudiando el máster y estás en una clase de introducción de tercero de carrera.
—Me has calado muy rápido, Arden. Es verdad que no soy el mejor con los estudios, por eso he tenido que venir a esta universidad, a ver si consigo dejar de repetir este curso —suspira con una tristeza excesivamente dramática, y siento un amago de sonrisa en mi rostro—. Ojalá no se me diera tan mal la endemoniada economía.
Antes de que yo pueda responder, el profesor entra en la sala y me predispongo a prestar atención. Si quiero sacar ese deseado diez en esta asignatura, no puedo permitirme ni una sola distracción, ni mucho menos dejar que Ace me saque de mis casillas. Soy lo suficientemente inteligente como para conseguir ignorar por completo todo aquello que haga peligrar mi expediente perfecto.
Los primeros treinta minutos presto atención a lo que me parece una explicación imposible acerca de la econometría. He tomado apuntes y escuchado todo pero, una vez que el profesor plantea el problema a resolver por todos en lo que queda de clase, no sé ni por dónde empezar. Empiezo a escribir operaciones, tratando de aplicar las fórmulas que nos ha explicado el señor Banner para resolverlo, pero solo me salen resultados absurdos que me irritan y desesperan.
—¿Te echo una mano con eso? —me pregunta Ace tras diez minutos de intentarlo.
Mi desesperación e irritación me hacen soltar un bufido sarcástico al escucharle.
—Ya, como si pudieras. Prefiero sacarlo sola y tardar más a que tú me des un resultado incorrecto, así que no, gracias.
—Vale, como veas.
Pongo los ojos en blanco y continuo con mi trabajo. Quiero ser la primera en resolverlo, ya que eso probablemente dé puntos positivos, por lo menos en cuanto a tener buena relación con el profesor se refiere, y dudo que Ace pueda hacer algo más que joder todo el planteamiento que tengo del problema.
Por eso, cinco minutos después y mientras yo sigo atascada en la primera parte, me sorprendo cuando una voz dolorosamente cercana a mí declara:
—Ya he terminado, señor Banner.
El profesor y el resto de los alumnos parecen tan sorprendido como yo de escuchar que alguien ya ha resuelto el ejercicio, pero mi sorpresa crece aun más cuando compruebo lo que ya me temía: la voz provenía de mi derecha, concretamente de la boca que compone una sonrisa de suficiencia que me es increíblemente familiar. Miro hacia abajo, a la hoja de papel llena de complejos cálculos con una caligrafía sorprendentemente pulcra.
—Muy bien, señor Hale, ¿le importaría bajar y demostrarlo en la pizarra?
—Por supuesto que no.
Ace coge su cuaderno y se levanta, parando un breve segundo para guiñarme un ojo, a lo que yo respondo con un resoplido. Me irrita todavía más ver cómo todas las chicas suspiran a su paso, como si el mismísimo Dios hubiese bajado a la Tierra para presentarse en esta clase. No ayuda que, en apenas dos minutos, Ace escribe el planteamiento completo en la pizarra recibiendo una sonrisa y una cabezada de aprobación por parte del señor Banner.
—¡Muy bien, señor Hale! Es sorprendente que en la primera clase haya conseguido resolver este problema en tan poco tiempo. Es usted muy inteligente.
—Muchas gracias, señor Banner.
Ace vuelve a su sitio y me mira sonriendo, como si esperase que yo dijera algo. Está claro que he fallado al juzgarle tan rápido una vez más, pero mi orgullo me impide pedir perdón como probablemente debería hacer. Tendría que caerse el sol antes de que yo admitiese un error delante de Ace.
—¿No tienes nada que decir, Arden?
—¿Yo? En absoluto, ¿por?
—Bueno, parece que no soy tan idiota como pensabas. Unas disculpas no estarían mal.
—Antes me corto un brazo, Hale. Que se te dé bien esta asignatura no quiere decir que seas inteligente, así que no seas tan egocéntrico.
Ace suelta una carcajada y se levanta cuando el profesor Banner indica el final de la clase, mirándome como si fuera un juguete con el que acaba de pasárselo en grande.
—Lo que tu digas, pero el idiota egocéntrico y narcisista ha resuelto el problema y tú no. Es lo que hay, colega.
¡Hola!
Ay, ay, ay, Alexa cada vez le tiene más asco a Ace y este solo encuentra momentos para chincharla. ¿Creéis que los sentimientos de Alexa están justificados?
Os leo! ❤
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