28
—Entonces, a ver que me aclare: ¿antes de que suenen las campanadas de verdad van a sonar unas campanadas de mentira que no sirven para nada?
La expresión de Ace al preguntarme por novena vez lo mismo me resulta tan cómica como adorable. Llevo alrededor de veinte minutos tratando de que comprenda la dinámica que tenemos en España con la tradición de las uvas, cosa que parece complicada por el momento. Ahora más que nunca agradezco haber empezado a explicarle todo después de comer, porque si hubiera tenido que hacerlo unas horas antes de medianoche, nos hubieran dado las uvas, literalmente.
Es por eso por lo que he decidido empezar con la explicación mientras tomamos el sol junto a nuestra maravillosa piscina infinita, disfrutando de nuestro último día en esta isla de ensueño. Mañana tenemos que regresar a Nueva York ya que la universidad empiezan el dos de enero y yo jamás me saltaría una clase. Además, Ace no solo tiene que continuar trabajando tras esta semana sin prestar atención al móvil, sino que también debe terminar las últimas asignaturas y el trabajo de fin de grado. Este va a ser su último año en la universidad, así que tiene que esforzarse en la recta final para que todo salga tan perfecto como hasta ahora.
—Sirven para avisar, para que todos sepamos que, tras sonar esas campanadas de mentira como tú dices, vienen las doce reales. No sabes lo complicado que es conseguir tomarse todas las uvas a tiempo y sin atragantarse.
—¡Pero qué exagerada eres, si solo son unas uvas! —ríe sacando la crema solar para empezar a esparcírmela por la espalda—. Lo dices como si tuvierais que comeros doce pollos enteros en apenas unos minutos.
—Sí, sí, tú ríete, pero cuando tengas cinco uvas metidas en la boca mientras tratas de tragar y la octava campanada suena de fondo, me cuentas. Voy a grabarte para que te veas y recapacites cuando lo compruebes.
Ace suelta una risotada antes de acariciarme la espalda, poniendo empeño en que cada centímetro de mi piel quede cubierto por la protección. Aprovecho la excusa de la crema para ponerme un poco en las manos y aplicarla sobre todo su cuerpo, acariciando esos músculos tan definidos cubiertos de tinta. Por más que le miro, sigo convencida de que es demasiado perfecto para ser real, así que a veces tengo que tocarle para comprobarlo. Además, es una buena excusa para acariciar su cuerpo siempre que me apetezca.
—¿Estás intentando borrarme los tatuajes con la crema o qué? —me chincha con una sonrisa pícara, pero sigue tumbado sin moverse para que yo disfrute.
—¿Perdona? ¿Lo dice el que me ha puesto tanta crema en el culo que es imposible que se me queme en quinientos años?
—Eh, el culo es una parte del cuerpo increíblemente sensible a los rayos UVA tan dañinos del sol —asegura con una expresión tan seria como cómica y la sonrisa escondida en sus ojos—. Si no te preocupa la integridad de tu propio culo, tendré que velar yo por su seguridad.
Su explicación junto con su tono, tan dramáticos y sarcásticos, hacen que una suave risa escape de mis labios mientras termino de aplicarle la protección solar. Aprovechando que estamos tumbados juntos en una cama balinesa, busco el espacio que siempre está garantizado para mí en sus brazos, que me acogen sin dudarlo un momento. La temperatura de Ibiza a finales de diciembre es maravillosa para disfrutar de tardes como esta en la piscina, ni mucho frío, ni mucho calor. Ojalá no tuviéramos que marcharnos tan pronto porque esto es un verdadero paraíso.
—No quiero volver a Nueva York —suspiro con un pequeño puchero.
—Ni yo, conejita, pero tenemos mucho que hacer allí. Te prometo que cuando me gradúe y tú termines las clases, te llevare a todas las islas paradisiacas que te apetezcan. Podemos ir a las Maldivas, a las Fiji, a Sri Lanka... Solos tú y yo, ¿qué te parece?
—Me parece un sueño.
Una sonrisa tan amplia que duele se me pinta en el rostro al pensar en hacer todos esos viajes junto a él, disfrutando de nuestra mutua compañía, lo cual me parece el mejor plan posible. Solo de pensar en estar con él, sea donde sea, hace que las mariposas se desaten en el interior de mi estómago como caballos desbocados.
—Oye, se me acaba de ocurrir una idea que creo que te va a encantar.
—¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata?
—Bueno, me voy a graduar en unos meses y todavía no tengo traje... ¿Te apetece ayudarme a elegir uno?
—¡¿Estás de coña?! —exclamo con una bocanada de aire fruto de la emoción—. ¡Pues claro! ¿Qué ideas tienes? ¿Color? ¿Corte? ¿Pajarita o corbata? ¿Dos o tres piezas?
—Eh, eh, echa un poco el freno, conejita, que te vas a quedar sin aire.
Sus palabras vienen acompañadas por una caricia en mi mejilla y una sonrisa enmarcada por esos hoyuelos que tanto me gustan. Ambos rompemos a reír a la vez, visiblemente emocionados por algo tan simple como es escoger un traje para su graduación. A él probablemente le de igual vestirse de payaso, con traje o en chándal, así que tengo bastante claro que solo me lo ha ofrecido para hacerme feliz a mí.
—Perdona, es que me hace mucha ilusión vestirte, ya lo sabes. ¿Tienes algo pensado, aunque sea una mínima idea de lo que quieres?
—A ver, había pensado que podría ser buena idea ir completamente de negro, pero con detalles en el traje, ¿sabes? Como aquel que llevé a la gala de Navidad, solo que, en lugar de tener adornos en dorado, serían de otro tono de negro y tal vez bordados. Así podría ir discreto a la par que original.
—Vaya, no sabía que mi novio se había convertido de repente en todo un experto en moda.
La reacción de Ace al escuchar mi cumplido sincero es sencillamente adorable. Veo como su pecho se hincha ligeramente y sonríe como un niño pequeño al recibir alabanzas por algo que ha hecho o dicho. Me hace mucha ilusión ver que empieza a interesarse por la moda, especialmente porque se ve que le gusta y no lo hace solo para complacerme.
—Se me ocurrió la idea viendo las colecciones de trajes de Yves Saint Laurent y Armani. Son dos conceptos distintos, pero si los juntas, podría salir algo bastante interesante.
—¡¿Has estado mirando colecciones de moda sin mí?! —digo con una expresión dramática de sorpresa—. Eso es como ponerme los cuernos, ¿tengo que empezar a preocuparme?
—Pues igual sí, creo que la ropa me va a gustar más que tú.
Sus palabras vienen seguidas inmediatamente por una risa y yo aprovecho para pegarle varias veces en el brazo, intentando por todos los medios no romper a reír.
—Deja de decir tonterías, anda. Podríamos pedirle al diseñador jefe de Yves Saint Laurent que te lo hiciera a medida, para lograr que capte con más facilidad lo que quieres exactamente. En mi opinión, sus trajes son los mejores.
—Pues entonces eso es lo que haremos. Confío plenamente en ti, lo dejo todo en tus manos.
—¡Qué ganas tengo de verte graduándote! Voy a ser la que más grite, todo el mundo va a saber que tienes a una animadora personal que te quiere más que a nadie.
—¿Entonces vas a ponerte un top bien apretado y una minifalda con pompones a juego? —pregunta con una sonrisa lobuna, acercando su boca a la mía hasta que nuestros labios casi se tocan.
Una pequeña risita se escapa de mi boca al pensar en la situación, especialmente cuando se suceden en mi cabeza todas las cosas que podríamos hacer una vez llegásemos a casa. Pero claro, presentarme en una graduación de la flor y nata de la sociedad americana vestida como una animadora sería demasiado.
—No divagues, ricitos —respondo acariciando su mejilla con una sonrisa pícara—. Iré vestida con un vestido normal, elegante, incluso puedes elegirlo tú. Eso sí, una vez lleguemos a casa, puedo ponerme o quitarme lo que el graduado decida...
Empiezo a acercarme cada vez más a sus labios hasta que ambos se unen en un beso pasional, caliente desde el mismo minuto en el que empieza. Mi cuerpo está sobre el suyo en apenas un segundo, lugar que ya parece reservado para mí. Ace acaricia mi cintura suavemente al principio, pero a medida que la temperatura del ambiente empieza a subir, su tacto se vuelve cada vez más ansioso y necesitado. Pronto mi camiseta vuela hacia cualquier parte, dejándome desnuda sobre su cuerpo en apenas unos segundos.
—No sé si me gustas más vestida como una animadora o sin ninguna ropa en absoluto.
Sus palabras quedan casi ahogadas cuando entierra la cabeza en mi pecho, dejando pequeños mordiscos y besos allá donde toca su boca. El comentario que hace provoca que una risita emerja de mi estómago mientras mis manos recorren los músculos que se tensan en su espalda cuando se inclina aun más para profundizar el beso.
—¿Y quién dice que no puedes tener las dos cosas? En fin, la ropa puede quitarse..., ¿no?
—Vaya que si puede quitarse —murmura antes de deshacerse del resto de las prendas que quedan cubriendo mi cuerpo.
En apenas un segundo, ya estoy bajo su cuerpo, dejando que me muestre un adelanto de lo que tiene preparado para mí una vez se gradúe.
•
—La comida estaba espectacular, conejita. Eres sin ninguna duda la mejor cocinera que jamás he conocido y conoceré.
La lluvia de cumplidos que Ace deja caer sobre mí desde que ha empezado a comer hasta que ha arrasado literalmente con el plato me plasma una sonrisa en los labios que no hace más que ensancharse. Esta noche me he empeñado en cocinar yo sola, esmerándome para hacer un menú un poco más elaborado y elegante teniendo en cuenta que hoy es Nochevieja. Ace no ha parado de revolotear a mi alrededor, insistiendo en vano en ayudarme, pero se ha tenido que contentar con probar la comida de vez en cuando para ver si estaba salada o sosa, nada más. Eso sí, desde que se ha sentado a la mesa ha recitado todo el repertorio de alabanzas habidas y por haber.
—Entonces no has debido de probar mucha comida, cariño —respondo riendo, notando cómo el rubor asciende hasta mis mejillas—. Tal vez deberías salir más a restaurantes de prestigio para ver lo que es buena cocina de verdad.
—Cielo, me he recorrido prácticamente todos los mejores restaurantes del mundo y sigo pensando que tú cocinas mejor que cualquiera de esos chefs con ínfulas de grandeza.
Acompaña su afirmación con un ceño de pura convicción que me resulta adorable, así que aprovecho para acercarme a él y darle un suave beso en los labios.
—Bueno, don Cumplidos, ayúdame a recoger todo que solo queda una hora para las campanadas y tenemos que ver al menos unos minutos de cada gala. Hay que criticar los estilismos que llevan todos y todas.
—¿Alexa Arden criticando la forma de vestir de alguien? Me pinchas y no sangro —exclama con la voz rezumando sarcasmo.
—Perdona, pero tú tampoco es que te quedes callado, que desde que he empezado a enseñarte sobre moda, no haces más que encontrar defectos en todo el mundo.
—¡Cómo me voy a quedar callado si alguien conjunta cuadros con rayas, eso es un atentado contra la moda!
La indignación que destilan sus palabras me hace soltar una carcajada mientras empezamos a fregar los cacharros mano a mano. Apenas tardamos unos minutos en dejar todo recogido y sentarnos en el sofá frente a la enorme pantalla plana.
—Vamos a empezar por La 1, con Anne Igartiburu y Ana Obregón.
—Igarti-... ¿qué? —balbucea el pobre Ace mientras yo pongo la televisión con subtítulos para que pueda entenderlo.
—Es un apellido vasco, cariño —le digo soltando una carcajada llena de ternura antes de analizar los vestidos de ambas mujeres—. Fíjate, no confiaba en que Anne fuese bien hoy, pero ese vestido rojo con lentejuelas es bastante bonito.
—Supongo que Anne será la de la izquierda. He de decir que le sienta muy bien y me gusta mucho el peinado que lleva. La otra mujer, sin embargo... ¿Las hombreras no se dejaron de llevar hace años? Y combinarlas con un escote palabra de honor es demasiado arriesgado, en mi opinión.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo, aunque el maquillaje y el peinado son muy bonitos.
Ace sonríe con orgullo mientras yo lleno nuestras copas de champán, claramente feliz por haber aprendido lo que yo he tratado de enseñarle sobre moda. Yo también estoy contenta porque se ve que le gusta genuinamente, no por obligación. Antes de cambiar de canal, hacemos chinchín con las copas y bebemos un sorbo.
—¡Joder! ¡¿Pero qué están haciendo en esta cadena, una fiesta de disfraces?!
Su exclamación al ver a Cristina Pedroche junto a Alberto Chicote en Antena 3 es sumamente cómica y no puedo evitar soltar una risotada que casi me hace escupir todo el champán que previamente había bebido.
—Bienvenido a las campanadas en España, donde el evento principal es adivinar qué vestido va a llevar puesto Cristina Pedroche. Siempre se tapa lo que sea que lleve con una capa hasta apenas unos minutos antes de las campanadas y le va divinamente, porque siempre son líderes de audiencia.
—A ver, la chica es muy guapa, pero no me pega que vaya tan estrambótica en un evento tan especial como es la noche de Año Nuevo, ¿no?
—Sí, la verdad es que estoy de acuerdo. He de decir que, normalmente cuando se quita la capa, el vestido que lleva sí que va acorde con el nivel de la gala. Aunque los últimos años, los atuendos me han parecido demasiado simples. Siento que, como todo el mundo espera que vaya con transparencias o poca ropa, no se fija tanto en la estética como en complacer a la audiencia.
Para acompañar mis palabras y que Ace vea a qué me refiero, busco rápidamente una foto en el móvil de los vestidos que llevó los últimos tres años.
—Sí, creo que tienes razón —comenta entrecerrando los ojos para analizar cada detalle de la ropa en cuestión—. No son feos, pero son demasiado simples. Entiendo que vista así si eso es lo que da audiencia, pero a mí me gusta más la elegancia que la simpleza. En su favor, he de decir que le quedan muy bien, eso no lo puede negar nadie.
—Qué razón tienes cariño.
Sigo haciendo zapping por los canales principales que darán las campanadas esta noche, analizando cada uno de los atuendos. Ambos coincidimos en que todos los hombres deberían vestir de forma más interesante y colorida, no siempre con los mismos trajes básicos negros. Aprovecho para pincharle acusándole de que él viste así, o al menos vestía de esa forma hasta que empecé a cambiarle el armario entero con su previo beneplácito.
La hora que queda hasta las campanadas se nos pasa volando y al final optamos por ver las campanadas en Antena 3 para que Ace pueda unirse al furor que causa la revelación del vestido de Nochevieja de Cristina Pedroche.
—Atento que van a empezar los cuartos, recuerda que son solo campanadas en las que no tienes que empezar a tomarte las uvas todavía.
—Sigo pensando que los españoles hacéis las cosas más complicadas de lo que realmente son.
Yo me limito a chistarle antes de escuchar con atención los cuartos, haciéndole un gesto con la mano para que no haga nada. Justo antes de las campanadas, le hago otro gesto, Cristina deja caer la capa para revelar su vestido y empezamos a tomarnos las uvas. A pesar de que ya tengo experiencia, sigo sin poder tomármelas en su respectiva campanada. Además, esto se ve empeorado cuando, alrededor de la octava campanada, giro la cabeza para mirarle y el espectáculo que ha formado casi me hace atragantarme de la risa.
Ace tiene las mejillas hinchadas, casi a punto de reventar, mientras continua metiéndose uvas en la boca de forma casi desesperada. Es la viva imagen del agobio, intentando hacerlo todo a su tiempo aunque sabe perfectamente que ya va retrasado y no conseguirá compensarlo. No falto a mis palabras y saco mi móvil para capturar aunque sean unos pocos segundos de la escena que está sucediendo ante mí. Cuando suena la última campanada, yo me termino las dos últimas uvas con calma antes de mirarle con una ceja alzada.
—Pero bueno, si tengo una ardilla en casa y no lo sabía. ¿Te ha resultado tan fácil como decías que era o estás sufriendo un poco, ardillita?
Él me devuelve la mirada con una expresión desafiante que se ve enturbiada cuando se atraganta con una uva y empieza a toser. Al ver que le va a ser imposible tragarse todas las uvas que tiene en la boca a la vez, acaba por escupir algunas e ir poco a poco, como debería de haber hecho en un principio.
—Joder con las putas uvas. ¿Estás segura de que esta tradición no mata a más personas en España que los accidentes de tráfico?
—Ricitos, que tú seas tan imbécil como para no saber tomarte unas uvas como las personas normales no quiere decir que el resto seamos igual de estúpidos.
—Pero bueno, ¿a quién estás llamando tú imbécil? —pregunta acercándose hacia mí de manera amenazadora—. ¡Te voy a enseñar yo lo imbécil que soy!
Antes de que pueda escapar de sus brazos, ya está haciéndome cosquillas, provocando que el enorme salón de la villa se inunde con nuestras carcajadas entremezcladas. Cuando por fin logro escapar, salgo corriendo al jardín, pero allí estoy lejos de estar a salvo.
Como una bala, Ace sale disparado hacia mí, cogiéndome en brazos y saltando a la piscina conmigo. Mi risa queda ahogada en cuanto entro en el agua, pero pronto emergemos juntos con las sonrisas más amplias pintadas en la cara. De forma totalmente instintiva, rodeo su cuerpo con brazos y piernas y le beso en los labios, tratando de trasmitirle todo el amor que siento por él con ese gesto tan simple y a la vez tan lleno de significado.
—Feliz Año Nuevo, conejita. Este año prometo quererte más que el anterior, mucho más.
—Feliz Año, ricitos. Yo no sé si se puede querer más de lo que te quiero ya, pero mi propósito para este año es intentarlo por todos los medios.
Nuestros susurros se escuchan perfectamente en el silencio de la hermosa noche ibicenca, y las palabras de amor que nos dedicamos nos instan a besarnos una vez más de esa forma tan pasional, una pálida sombra de todo el amor que sentimos el uno por el otro.
—Bueno, cielo, estoy en la gloria aquí contigo, pero nos vamos a terminar helando como sigamos dentro de la piscina.
—Sí, sácame que tengo que felicitar a las chicas aunque allí todavía no haya llegado el Año Nuevo.
Ace camina fuera del agua conmigo en brazos, envolviéndome en una toalla como si fuera una niña pequeña, cosa que me encanta. Ambos alcanzamos a coger nuestros móviles, prácticamente por primera vez desde que llegamos. Yo voy poniendo al día un poco a las chicas, contándoles las vacaciones y felicitándoles el año. Es entonces cuando me entra una llamada y veo el nombre de la mujer que se hace llamar mi madre en la pantalla.
—María.
—Hola, cariño, ya sé que allí todavía es de día, pero aquí ya es Fin de Año y quería felicitarte.
—Muy bien, me alegro. ¿Quieres algo más?
Mis palabras cortantes provocan que el otro lado de la línea se quede en silencio por unos segundos, tratando de pensar en una posibilidad para alargar la conversación.
—Solo quería decirte que te quiero. Te quiero mucho y espero que este año podamos...
—María, para de tratar de ganarme con la pena. Feliz Año y esas cosas. Adiós.
Antes de que pueda seguir lamentándose, cuelgo la llamada y apago el teléfono, girándome para mirar a Ace con la exasperación pintada en el rostro. Ni siquiera me he molestado en decirle que estábamos en España por razones más que evidentes. Lo último que me apetece es verme bombardeada por mensajes que me suplican que vaya a verla ya que estoy aquí.
—¿Te puedes creer que coge mi madre y me llama para decirme que me quiere? Esta mujer debe de tener pérdidas de memoria o algo.
—Sí, la verdad es que no parece que se dé cuenta de nada.
Cuando Ace habla, ni siquiera me mira. Tiene los ojos pegados a la pantalla de su móvil y está quieto, como si se hubiera quedado helado. Pero no es eso lo que más me inquieta; es su rostro. A pesar de la poca luz que hay, consigo ver que la sangre parece haber huido de su cara y sus ojos están inmóviles, tratando de procesar algo. Siento como si su cuerpo estuviera aquí, pero su mente estuviera muy lejos, donde quiera que le haya llevado lo que sea que ha visto en el móvil.
—Cariño, ¿estás bien? —pregunto preocupada, acercándome lentamente para tomarle del brazo.
Ace guarda el móvil rápidamente antes de que yo pueda ver lo que estaba viendo y se gira para mirarme. Sus ojos parecen volver a tener calor, pero no me transmiten absolutamente nada, y eso me preocupa. ¿Qué demonios le pasa y por qué parece un robot de repente?
—Sí, perfectamente. Solo estoy un poco cansado y mañana tenemos que volver pronto. ¿Nos vamos a la cama?
—Vale, si estás cansado, nos vamos a dormir.
Antes de darme cuenta, ya está caminando al interior para recoger las copas y recipientes de las uvas. Está raro, muy raro y ni siquiera sé cómo abordar el tema. ¿Y si me lo estoy imaginando? ¿Y si es verdad que está cansado y ya está?
Al fin y al cabo, nos acabamos de decir que nos queremos más que a nada, ¿no?
•
Frío. Eso es lo que me despierta en mitad de la noche, haciéndome parpadear varias veces, confusa. Por fin consigo enfocar la habitación que tengo a mi alrededor, viendo que todavía es de noche y sigo en Ibiza. Instintivamente, me tapo aun más con la sábana, tratando de descubrir de dónde proviene el frío. Es entonces cuando veo que la puerta al balcón está abierta, revelando una silueta que conozco mejor que nada: Ace.
Está fuera, hablando por teléfono con un cigarro encendido en la mano. No consigo escuchar lo que está diciendo a pesar del silencio que nos envuelve porque está hablando en voz muy baja, pero parece preocupado, incluso enfadado. Deduzco que está discutiendo con alguien, especialmente cuando alza la voz un breve segundo. Noto como se le quiebra en una especie de quejido, antes de continuar susurrando mientras camina de un lado a otro del balcón.
Quiero intentar afinar el oído para distinguir algo de lo que está diciendo, pero el sueño me invade de nuevo, haciendo que me pesen los párpados. A pesar de que trato de luchar contra él, pronto me veo rindiéndome en sus brazos.
Es así como caigo en los brazos de Morfeo, sintiendo como algo malo sobrevuela mi cabeza, preparándose para caer sin piedad cuando menos me lo espere.
Bueno, bueno... algo se ha torcido en el paraíso...
¿Creéis que algo va mal o que Alexa se lo está imaginando todo? ¿Si es así, que creéis que pasa?
Aviso: queda MUY poco para el final de Serendipia. Prepárense... 😈
Os leo! ❤️
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