19
Al despertar, una sensación maravillosa se apodera de mi cuerpo. A pesar de que apenas habré dormido unas cinco horas, no tengo sueño en absoluto y casi siento que podría correr una maratón si me lo propusiera.
Casi de inmediato, los recuerdos de anoche se agolpan en mi cabeza y siento como la sangre sube a mis mejillas. Mis labios se curvan en una sonrisa pícara al rememorar el delicioso tacto de Ace sobre mi piel, el sonido suave de sus gemidos, la maestría de su lengua por todo mi cuerpo... Ni siquiera soy consciente de que una risita brota de mi interior, como si fuera una colegiala adolescente viendo pasar al chico que le gusta.
—¿De qué te ríes, conejita?
La pregunta viene acompañada por besos en mi cuello, la cereza sobre el delicioso pastel que es despertarse con las vistas de su cuerpo majestuoso tumbado junto a mí. Noto su sonrisa contra mi piel y pronto, una grave risa contra mi piel entre beso y beso. Daría todo mi dinero por despertarme así todas las mañanas.
—Nada, solo recordaba todo lo que hicimos anoche —explico volviendo a reír de esa manera—. De hecho, no creo que jamás pueda olvidar la noche de anoche.
—¿Tan mal lo hice?
—Pues fíjate, sí. Parecías un abuelo de ochenta años: lento, aburrido, asqueroso...
Ace se separa de mi cuello y me mira con una ceja arqueada, sonriendo escépticamente. Tiene los rizos oscuros revueltos y el cuello decorado con chupetones que le hice anoche, dándole el aspecto más sexy que ha tenido nunca.
—¿Un abuelo? Pues mira, te voy a demostrar lo que este abuelo es capaz de hacer...
Antes de que pueda responder a su particular reto, la cabeza de Ace ya está desapareciendo entre mis muslos, haciéndome sentir una vez más como si estuviera en las nubes.
•
—¡Queda oficialmente inaugurado el día de cita! —anuncia Ace con tono de presentador de televisión.
Sus palabras van acompañadas por un chorro de sirope de chocolate que deja caer sobre las tortitas que acaba de prepararme. Esta última media hora he tenido la fortuna de ver como un recién despertado Ace Hale cocinaba el desayuno para mí en calzoncillos. He estado tentada de pedirle que me cocinase mil cosas solo para poder seguir viendo ese cuerpo espectacular moverse por la cocina mientras le observo sentada en la isla de la cocina. No sé si será por todo lo que pasó anoche pero ahora le veo mucho más guapo, si es que eso es posible.
—¿El día de cita? Vaya, pensé que solo saldríamos por la noche. ¿Seguro que has tenido tiempo de prepararlo todo?
—No te preocupes por nada, conejita. Déjalo todo en mis manos.
A pesar de que le he insistido unas veintisiete veces que no tenía por qué organizar todo él, no he conseguido sacarle de la cabeza su plan inicial. No solo lo ha planeado todo él solito, sino que además, será una sorpresa. No tengo ni la menor idea de dónde me va a llevar, ni qué vamos a hacer. Solo me ha hecho preguntas genéricas, como mis posibles alergias, miedos o comidas que me agradan y desagradan. Ni siquiera puedo imaginar qué demonios tiene planeado para mí el día de hoy.
—Venga, ¡al menos dame una pista! Imagínate que me llevas a un sitio que me da miedo o a un lugar donde ya he estado... No sé, ¡me voy a morir de curiosidad!
—Si alguien pudiera morir de eso, serías tú —ríe él antes de ofrecerme una pinchada de tortitas que como de buen grado—. Está bien, la única pista que te voy a dar será la ropa que tienes que llevar.
Ace hace una pausa para añadir dramatismo, como si yo no estuviera a punto de saltar de la isla de la cocina de pura emoción. Su expresión es misteriosa y resuelta mientras se come un trozo de tortitas con toda la lentitud del mundo.
—¡Que me digas algo ya o te araño la cara!
—¡Vale, vale, guarda las garras! Qué poco se aprecia el sentido de la teatralidad hoy en día, qué vergüenza por Dios... —Al ver que le apunto con un dedo amenazador, termina su retahíla de drama de golpe—. A ver, tienes que llevarte ropa bonita y cómoda. Nada de tacones, aunque tampoco hace falta ir en chándal si no quieres. Ah, y lo más importante: ponte un bikini o un bañador debajo de la ropa y lleva cambio.
La primera parte de su pista no me dice nada, pero la segunda solo tiene una opción posible y la perspectiva me hace saltar de la isla directamente en sus brazos, como una niña pequeña.
—¡¿Vamos a la playa?! —chillo emocionada—. ¡Dime que sí, por favor! ¡Dime que vamos a Santa Mónica!
Él ríe y asiente, alzándome en sus brazos como un koala, como si pesara menos que una pluma. Me encanta estar en sus brazos y a él no parece desagradarle tampoco, por lo que oficialmente tengo una nueva obsesión.
—Venga, termínate el desayuno y vete a cambiarte que tenemos una cita que disfrutar.
Ace continúa dándome de comer, cosa que me encanta, y en cuanto mi plato está limpio, corro a su habitación para cambiarme. Siendo previsora, me traje tres bikinis en caso de que fuéramos a la playa o él tuviera piscina en casa. Opto casi al instante por un bikini rosa chicle muy sexy, deseando ver su reacción en cuanto me quite la ropa y vea que es estilo tanga. Me siento la mujer más hermosa del mundo cada vez que me pongo (o me quito) la ropa y me mira de esa forma tan característica, como si yo fuera una obra de arte.
Sobre el traje de baño me pongo un vestido largo blanco estilo ibicenco con unas sandalias cómodas y unas gafas de sol. A pesar de que estamos a finales de noviembre, el clima de Los Ángeles es cálido y hoy va a hacer sol durante todo el día. No me extraña que Ace esté tan moreno después de haber vivido aquí toda su vida.
Cuando salgo, me encuentro con una versión de Ace que no había tenido el placer de conocer hasta ahora. Tiene los rizos ligeramente despeinados y semidomados por las gafas de sol que ha colocado sobre su cabeza. Lleva puesto un bañador muy colorido, como si fuera un cómic, pero lo que más me gusta es su camiseta. Es blanca y tiene una frase a la espalda: "When the power of love overcomes the love for power, the world will know peace".
—"Cuando el poder del amor supere el amor por el poder, el mundo conocerá la paz" —leo en alto con una sonrisa.
—Sé de unos cuantos cientos de alumnos de Hayden a los que les haría falta leer esta frase —dice riendo él antes de darme la mano y guiarme fuera.
Para mi sorpresa, ya tiene el coche aparcado fuera y no es en absoluto lo que me esperaba. Un Cadillac amarillo de 1963 descapotable nos espera fuera, como si hubiéramos hecho un viaje en el tiempo hasta los años ochenta. Es exactamente el coche en el que imagino a las parejas viajar por Los Ángeles y no solo eso: es un coche que conozco a la perfección.
—¡No me jodas que tienes el coche de Scarface!
—Ya ves nena, soy el mismísimo Tony Montana. Señorita Elvira Hancock, ¿me haría el honor de acompañarme en este viaje? —pregunta dramáticamente, ofreciéndome la mano mientras abre la puerta del copiloto.
Entre risas, yo tomo su mano y me subo al coche, admirando lo muchísimo que se parece al coche original de la película. Él arranca y pone la canción de la banda sonora de Scarface, riendo conmigo mientras conduce. El trayecto discurre principalmente por la costa y las vistas de Ace conduciendo al sol con el viento revolviendo ligeramente sus rizos son demasiado espectaculares como para no grabarlas. Mis historias de Instagram han sido oficialmente monopolizadas por él desde que llegamos a Los Ángeles, pero las suyas también lo han sido por mí. Para cualquiera con dos dedos de frente no haría falta juntar dos más dos para saber lo que está pasando entre nosotros.
Por fin llegamos a Santa Mónica y en cuanto bajamos del coche, veo la muchedumbre dirigiéndose hacia la playa y el muelle donde está la feria. Estoy más que emocionada y no puedo evitar cogerle de la mano y arrastrarle directamente hacia el mar. Desde que vivo en Nueva York apenas he pisado la playa y teniendo en cuenta que soy de España, se me hace raro estar tanto tiempo sin ella. Menos mal que Ace se ha acordado de traer la bolsa con las toallas y crema de sol porque si hubiera sido por mí, capaz y se me hubiera olvidado la cabeza en su casa. Tenemos la suerte de encontrar un hueco cerca de la orilla y mientras él extiende ambas toallas en el suelo, yo me quito el vestido, expectante por ver su reacción a mi bikini.
—Venga, a disfrutar que si te portas bien, luego podemos... —Ace interrumpe lo que estaba diciendo en cuanto se gira y me ve, sus ojos abriéndose como platos—. Joder, ¿es que quieres que toda la playa me odie por estar con la mujer más guapa del lugar?
—¿Y lo dices tú? Ya estoy viendo a chicas asesinándome con la mirada solo por estar contigo.
Mientras hablo, le quito la camiseta y la dejo caer al suelo, discretamente observando a un grupo de chicas adolescentes que se lo comen con la mirada. Me da igual que yo ya no esté en el instituto y sea mayor para estas cosas, porque la realidad es que estoy disfrutando de lo lindo siendo el objeto de sus celos. Nunca me cansaré de presumir de novio allá a dónde vaya, especialmente cuando acabamos de empezar.
—Que la gente mire lo que quiera porque pase lo que pase, Alexa Arden es mía y solo mía —ríe antes de cogerme como si fuera un koala, corriendo conmigo en brazos hacia el mar.
Entre risas y chillidos acabamos en el agua juntos, sumergiéndonos mientras nos besamos. No me importa quién nos pueda estar mirando o lo que puedan pensar de nosotros porque, ahora mismo, soy la persona más feliz del mundo. El agua está a la temperatura perfecta a pesar de la fecha en la que estamos por lo que no me importa haberme mojado hasta el pelo. Ace se alza sobre las aguas y me besa de nuevo, mordiendo mi labio inferior de forma juguetona. Su cuerpo bañado por el agua es escultural y no quiero ni puedo parar de acariciarlo.
—Me da absolutamente igual que yo tenga veinte años y esas chicas apenas lleguen a los dieciséis, ver cómo me miran con esos ojos llenos de envidia es sencillamente maravilloso —río contra su boca.
—¿Quiénes? Dímelo con disimulo, que ya sabes lo mucho que me gusta a mí un buen chisme.
—Mira, ¿ves al grupito ese de cinco chicas que están sentadas enfrente? Están a apenas dos metros de nuestras toallas.
Gracias a que yo estoy de espaldas, él empieza a besarme el cuello para echar un vistazo disimuladamente por encima de mi hombro. Cuando por fin las ve, noto como empieza a reírse contra mi cuello, haciéndome cosquillas.
—Ya las veo. ¿Sabes que nos están haciendo fotos? Me juego lo que quieras a que el grupo de WhatsApp está que arde ahora mismo.
—Pues menudo primer plano de mi culo se van a llevar —susurro ahogando una carcajada al imaginarme la perspectiva que tendrán de nosotros desde su posición.
—Entonces voy a tener que pedirles que me las envíen. Quiero empapelar todo el salón con esa vista tan espectacular.
Su declaración me hace reír con ganas, esperando a que esté distraído para hacerle una ahogadilla. Me sorprende hasta a mí conseguirlo y cuando sale del agua, suelto un chillido, nadando lo más rápido que puedo en la otra dirección. Desgraciadamente, no soy Michael Phelps, así que no tardo en ser yo la que traga agua salada.
—¡Ricitos, como te pille te vas a enterar!
—¡Eh, eh, eh, para el carro! ¡Pórtate bien porque te recuerdo que soy yo el que ha organizado la cita y puedo pasar de nuestras siguiente parada y llevarte a casa en su lugar! —avisa cogiéndome en brazos otra vez.
—¡Vale! Te juro que paro si me dices al menos una pista de nuestro próximo destino.
—¿Una pista? A ver... —Ace se para a pensar un segundo antes de sonreír—. Aquí va: es el sitio perfecto para un niña pequeña como tú.
Abro la boca para protestar por lo último que ha dicho antes de caer en la cuenta de lo que dice, principalmente porque está justo detrás de él.
—¡Vamos a la feria! —chillo emocionada.
De repente me dejan de importar el mar y la playa, y paso a pensar únicamente en la noria que se alza en el muelle. Ace se resigna entre risas a mis tirones, cargando conmigo hasta regresar a nuestras toallas. Tardamos poco más de quince minutos en secarnos e ir a los baños públicos para cambiarnos la ropa de baño mojada.
—Hace demasiado tiempo que no pasaba por una feria. ¡Las he echado tanto de menos...!
—¿En España ibas mucho a la feria? —me pregunta mientras caminamos de la mano hacia el muelle.
—Sí, todos los años. España es un país tradicionalmente católico, así que cada municipio tiene unas fiestas en honor a su patrón o patrona. Es la excusa perfecta para montar una fiesta durante una semana: atracciones, música, fiesta... En muchos sitios hay incluso toros, ya sabes, lo que os gusta tanto a los turistas cuando venís.
—Bueno, lo dirás por otros, porque a mí no me gustan nada. He ido mil veces a España y jamás he querido pisar una plaza de toros.
Yo alzo la cabeza y le miro, sorprendida por su confesión. Es muy común que a los extranjeros les guste esa tradición que tenemos en mi país, a pesar de que a mí personalmente no me gusta nada. No me gusta juzgar a la gente por sus gustos ni meterme en una discusión estúpida por algo así, pero es un alivio que estemos de acuerdo en esto.
—Opino exactamente lo mismo que tú, pero bueno. A todos mis abuelos les gusta ver los toros y me he acostumbrado a respetar las preferencias de la gente. Hay pocas cosas que yo pueda hacer para cambiar la situación. Además, mi abuelo tiene un dicho: cada uno es cada uno y seis, media docena.
—Sí, la verdad es que es mejor no causar problemas con la familia por algo que tú no puedes cambiar. —Sonríe antes de besar mi cabeza—. Me gusta mucho como piensa tu abuelo, ojalá pueda conocerle un día.
—Me encantaría presentártelos si algún día vamos a España, aunque la cosa está complicada, ¿sabes? Con todo el tema de mi madre y mi padre está todo demasiado reciente.
Ace me mira con una sonrisa dulce, acariciando la mano que sostiene la suya. Sé que él me entiende mejor que nadie dada su situación familiar y lo que hemos hablado acerca de nuestros respectivos problemas. Es realmente gratificante tener a alguien en quién apoyarme que me entienda, ya que ninguna de mis amigas tiene una situación mínimamente parecida con sus familias.
—No te preocupes, conejita. No hace falta forzar las cosas, pasarán cuando tengan que pasar.
Apenas unos minutos después llegamos al muelle y veo todo tipo de puestos de comida, juegos y atracciones. Lo primero que atrae mi atención es la enorme noria que se alza al fondo, así que corro directa hacia allí. Ace insiste en pagarme el ticket y yo no quiero discutir en medio de la cola, por lo que por fin montamos juntos en la noria.
—Me encantan las alturas —murmuro mirando el mundo que se encuentra a nuestros pies.
—Eso es algo acerca de ti que siempre me he preguntado. ¿Qué obsesión tienes tú con las alturas? ¿Por qué te gustan tanto?
Yo suspiro con una sonrisa mientras observo el mar, acariciando su mano que está en mi regazo.
—No sé, la verdad. Desde niña siempre he sido muy ambiciosa en todos los aspectos. Siempre quise ser la mejor, trabajar sin parar hasta conseguir cualquier cosa que me proponía. Mi sueño siempre fue trabajar en el mejor bufete de abogados de Nueva York, por lo que siempre asocié las alturas de los rascacielos de la gran ciudad al éxito. Por eso me encantan, porque me siento exitosa cuando estoy en lo alto. Sé que es una tontería, pero no puedo evitar pensar así desde pequeña.
—No es ninguna tontería, cielo —responde con dulzura, abrazando mi cuerpo al suyo con esa delicadeza que tanto me gusta—. Me parece una razón adorable.
—¡No es adorable!
—¿Cómo te puede molestar tanto que diga que eres adorable? Es algo bueno, actúas como si te estuviera llamando de perra para arriba.
—Es que cuando alguien me llama adorable siento como si implicase que soy débil y no creo que lo sea —explico sonrojándome debido a la vergüenza que me da admitirlo.
Ace coloca su mano sobre mi mejilla, acariciándola con cariño para hacer que gire la cabeza y le mire. Sus ojos azules están llenos de ternura pero, a pesar de ello, no me siento mal o débil. Me siento querida, y me encanta.
—Conejita, no eres débil. De hecho, eres la mujer más fuerte que conozco. Tienes una fortaleza que jamás he visto en otras personas y nadie sería capaz de discutir contigo sin salir escaldado. ¿Es que no te acuerdas de cómo te lanzaste directa a la cara del imbécil de Travis para arrancarle los ojos? Eres una mujer de armas tomar, cualquiera que te conozca lo sabe.
—Eso solo lo dices para hacerme sentir mejor —murmuro evitando su mirada.
—¿Cómo te lo voy a decir para eso? Joder, si te dejo libre, capaz eres de matar a Travis con tus propias manos sin que nadie se entere. Eres increíblemente inteligente y no dejas que nadie te pisotee. Y lo que más me flipa de ti es que, a pesar de que puedes tirar de contactos para tener tu trabajo soñado, quieres que tu esfuerzo hable por sí solo. No solo eres adorable, sino que también eres mucho más fuerte de lo que piensas.
Sus palabras hacen que mi estómago empiece a dar volteretas, desatando las mariposas que ya acostumbro a sentir cada vez que estoy con él. Soy una mujer que está acostumbrada a los cumplidos, pero solo a aquellos dirigidos a mi físico. Nadie, exceptuando a mis amigas, había elogiado mi inteligencia o mi personalidad, pero parece que a Ace es lo que más le vuelve loco sobre mí. Es muy gratificante sentirme apreciada por todo lo que soy y no solo por una parte.
—Haces que cualquier cosa que digas suene bien, independientemente de lo que sea. Si alguien más me llamase adorable sonaría como algo negativo, pero cuando lo dices tú, especialmente después de saber todo lo que has dicho, suena realmente bien.
—Te quiero, conejita. Seas adorable, peligrosa, inteligente o más tonta que un zapato. Me da igual porque te quiero con locura.
—Y yo a ti, ricitos. Y fíjate, te quiero a pesar de que efectivamente eres más tonto que un zapato —le chincho antes de juntar mis labios con los suyos.
Antes de que pueda darme cuenta, la noria para de girar y nos encontramos en el punto de partida de nuevo. No he hecho fotos, pero me da igual porque me lo he pasado genial simplemente disfrutando de la maravilla que es su compañía.
—Mira, ¡conejitos! —exclamo emocionada, señalando a un puesto de tiro con distintos premios.
Colgando del techo veo conejitos de distintos colores que parecen realmente blanditos. Contrario a lo que pueda parecer, adoro los peluches y no me avergüenza admitirlo. Tengo un montón en mi habitación e incluso duermo con uno que tengo desde niña.
—¡Voy a conseguir un conejito para mi conejita! — declara antes de fruncir el ceño—. Joder, qué cursi me ha sonado eso. En mi cabeza sonaba mucho mejor.
—Es que vas de chico malo pero en el fondo eres un moñas.
Ace me da un suave golpe en el brazo como respuesta antes de correr al puesto. Tras intercambiar unas palabras con el dueño, este le da tres balines a Ace para que cargue la escopeta. Ante nosotros hay unos pequeños muñecos y tan solo hay que tirar uno para conseguir un peluche.
—Vas a ver quién es la auténtica reencarnación de Billy el Niño —dice muy pagado de sí mismo.
—Uy, tenemos un gallito en la sala. Enséñame lo que sabes hacer.
Él se concentra en silencio, apuntando a uno de los muñecos con la escopeta. Para evitar desconcentrarle, yo no abro la boca, dejándole que lo intente. Por fin dispara el gatillo, pero la bala impacta en el hueco entre dos muñecos. Ace frunce el ceño, acostumbrado siempre a conseguir las cosas a la primera, por lo que, cuando vuelve a alzar la escopeta, trata de apuntar mejor.
¡Pum!
El segundo disparo tampoco logra tirar ninguno de los muñecos y yo suelto una suave risita.
—¿Qué pasa, Billy? ¿Te dejaste la puntería en casa?
—Tú deja de chulear que he estado a punto de tirar el muñeco la segunda vez. Seguro que tú no serías capaz ni de levantar la escopeta —bufa él, sonriendo con arrogancia.
—Está bien, tira la última.
Ace vuelve a apuntar antes de apretar el gatillo. Mientras giro la cabeza, oigo un golpe suave en el suelo y veo un hueco en el poyete, señal de que uno de los muñecos ha caído. Él lo celebra por todo lo alto, vitoreando y no perdiendo el tiempo en hacerme todo tipo de burlas.
—¡¿Qué, qué?! ¡¿Ahora que tienes que decir, eh?! ¡Te has tragado tus palabras! —ríe mientras coge un conejito rosa, sabiendo que es mi color favorito.
Yo aguanto sus comentarios con una sonrisa estoica, misteriosa. Mientras él está ocupado dando vueltas con el conejo en brazos, yo deslizo un billete hacia el dueño para que me dé tres balines. En apenas dos segundos tengo la pistola cargada apoyada contra mi hombro, y no tardo ni tres en disparar.
¡Pum!
El muñeco del centro cae al suelo, el ruido haciendo que Ace se gire y me mire con los ojos como platos, sin creerse del lo que acaba de pasar. Yo no pierdo el tiempo y vuelvo a disparar dos veces, tirando dos muñecos más antes de dejar la escopeta en la mesa con una sonrisa adorable en el rostro. Señalo una oveja colgada en el puesto y el dueño me la da mientras trata de disimular una sonrisa.
—Resulta que sí que he sido capaz de levantar la escopeta —comento con voz suave antes de ofrecerle la oveja—. Toma. Unos ricitos para el ricitos.
¡Hola!
Aquí os traigo la primera parte de la cita 😊 ¿Os ha gustado? ¿Os imaginabais este plan?
Os leo!❤️
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