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13

El estridente tono de llamada proveniente de mi móvil me despierta de sopetón. Parpadeo varias veces tratando de enfocar mis alrededores hasta que por fin distingo los contornos de los muebles de mi habitación. La cabeza me da vueltas y el ruido de mi teléfono solo aumenta las ganas de tirarme por el balcón de mi habitación. Lo único por lo que puedo dar gracias es por el hecho de que esta mañana no tengo resaca, pero eso no quita el agotamiento que siento tras la fiesta de ayer.

—¿Sí? —respondo con un gruñido mientras me incorporo en la cama.

—¿Te acabas de despertar, cariño?

Contengo las ganas de colgar el teléfono en cuanto la voz de mi madre se escucha al otro lado de la línea, pero no lo hago. Una parte de mí, aunque sea muy pequeñita, todavía siente curiosidad por saber qué demonios quiere de mí esta mujer cada vez que decide llamarme.

—Sí, ¿algún problema?

—¡No, no, para nada! —aclara ella con un claro tinte de miedo en la voz—. Quería ver qué tal estabas. Ayer fue la fiesta de Halloween, ¿verdad? ¿Te lo pasaste bien?

—Vamos a ver, María, ¿qué parte de "no quiero saber nada de ti" no has entendido? Si fuera por mí, ni siquiera aceptaría tu estúpido dinero, pero no sé cómo coño consigues que llegue a mí siempre de una forma u otra.

La otra parte de la línea se queda en silencio y casi me siento mal tras haber pronunciado las palabras que acaban de salir de mi boca. Ese sentimiento no tarda en diluirse cuando recuerdo lo que me hizo, siendo pronto sustituido por una rabia profunda que lleva ardiendo en mi interior desde hace años.

—Alexa, cariño, te he pedido perdón mil veces por lo que hice. Sé que estuvo mal y no hay día que pase sin que lamente haber actuado como actué. ¿Por qué no puedes darme una oportunidad?

—¿Darte una oportunidad? ¿Y descubrir que tengo un hermano secreto? ¿O que soy adoptada? ¿Cuántas mentiras más tienes preparadas para contarme?

De nuevo, la línea se queda en silencio, algo a lo que ya estoy acostumbrada cada vez que hablo con María. No sé para qué me llama si se va a quedar callada cada dos segundos porque sabe perfectamente que tengo razón.

—Cuando te prometí que de ahora en adelante sería completamente sincera contigo no te mentía, cielo. No sé qué más hacer para que me perdones, cualquier cosa que me pidas, ¡te lo juro!

—¡No quiero perdonarte, María! —grito al teléfono mientras camino hacia la terraza, harta de esta conversación que parece repetirse cada mes, como un mal sueño—. ¡Quiero vivir mi vida tranquila, procurando que tú formes parte de ella lo mínimo posible, así que métete esto en la cabeza: no te voy a perdonar jamás por lo que me has hecho!

Antes de poder escuchar nada más, cuelgo el teléfono y lo dejo caer sobre la mesa que tengo en la terraza, deseando tirarlo por encima del muro que me separa de la ciudad. Quiero chillar, quiero pegar a alguien, quiero llorar, pero especialmente quiero dejar de sentirme como si yo fuera la mala de la película. Me costó mucho tiempo asumir lo que me hizo mi madre, me destrozó mentalmente y dudo que algún día pueda recuperarme del todo. Me da igual si alguien piensa que trato a María de manera injusta porque yo actúo de acuerdo con todos los sentimientos que ella me ha provocado. No soy yo la que debería sentirse mal en esta situación ni mucho menos.

—¿Algún problema, conejita? Pareces dispuesta a arrancarle la cabeza a cualquiera que se te pase por delante.

La voz proviene de mi izquierda y no me hace falta mirar en esa dirección para saber quién es el que me ha hablado. Esto puede ir o muy bien o muy mal para mí.

—Como vuelvas a llamarme conejita la cabeza que arrancaré va a ser la tuya.

—Vale, lo pillo, no está el horno para bollos. ¿Quieres contarme qué te pasa o mejor te dejo sola?

Por fin me giro a mirar a Ace y le veo con un sencillo chándal negro apoyado en el pequeño muro que separa nuestras terrazas mientras se toma una taza de lo que deduzco será café. Su pregunta me hace cavilar seriamente acerca de lo que me vendrá mejor, pero mi corazón decide antes que mi cabeza.

—He empezado esta maravillosa mañana con una llamada por parte de esa mujer que se hace llamar mi madre. No importa cuánto tiempo pase o las cosas que le diga, ella siempre intenta limpiar su conciencia pretendiendo ser la madre del año.

—¿Has intentado decirle que pare de tratar de ponerse en contacto contigo?

—Sí, pero sigue llamándome y la verdad es que no me gusta la perspectiva de ignorar sus llamadas. No sé, al final siempre acabo por sentirme como la mala de la película en lo que respecta a nuestra relación e ignorarla solo lo empeoraría.

Ace le da un sorbo a su café antes de sacar un cigarro y encenderlo, asintiendo mientras expulsa el humo de la primera calada. Aprovecho para acercarme al muro, ya que parece que esto va a ser una conversación y no una breve charla.

—¿Te apetece pasarte a mi casa? Me apuesto lo que quieras a que puedo convertir esta mañana de mierda en una decente, como poco.

—Me gustaría ver cómo lo intentas —le digo con una expresión que denota el escepticismo que siento—. Dame cinco minutos para vestirme y voy.

—¡Ponte algo bonito, Arden! —le oigo decir cuando estoy entrando en mi casa, a lo que respondo sacándole el dedo corazón.

Unos minutos después estoy llamando a su puerta con un chándal rosa sencillo, completamente sin arreglar. Cuando Ace abre la puerta, suelta un grito exagerado y salta de la forma más dramática posible, como si acabara de encontrarse cara a cara con un orco de El Señor de los Anillos.

—¡Joder, el monstruo del lago!

Pongo los ojos en blanco y le pego un puñetazo en el abdomen, duro como una piedra, que solo le hace romper a reír antes de entrar en su casa.

—Un día te vas a llevar un puñetazo en la cara y no lo voy a lamentar ni un poquito.

—Tienes el sentido del humor en el culo, conejita. Ponle una sonrisa a la vida, que es muy corta para lamentos.

Me giro para mirarle y doy una palmada, alzando una ceja mientras le miro desafiante.

—A ver, ricitos. Me juego lo que quieras a que no eres capaz de solucionarme la mañana. El poder de joder mi día que tiene María es enorme. Como mínimo tendrías que traerme un unicornio de todos los colores del arcoíris para sacarme una sonrisa.

—Vaya, ¿todo eso? Pues ricitos va a tener que sacar la artillería pesada desde el principio y no andarse con tonterías.

Ace me regala una de sus sonrisas rebosantes de seguridad, obviamente convencido de que va a lograr lo que se propone. Con un leve gesto, me indica que le siga por el largo pasillo, lo que hago con creciente curiosidad, ya que nunca he visto más que su salón, cocina y terraza. Algunas puertas están entreabiertas, por lo que aprovecho para echar un breve vistazo. Veo una sala de juegos con varias pantallas y todas las videoconsolas imaginables, una sala de estar, un dormitorio de invitados... Estoy tan ocupada fisgando que me doy de bruces con su cuerpo cuando se para frente a una de las puertas, provocando que se ría de mí una vez más.

—A ver, doña Cotilla, detrás de esta puerta tienes la razón por la que vas a sonreír hoy. De hecho, estoy tan convencido de mi victoria que me da absolutamente igual que puedas reírte de mí o incluso que estés días suplicándome que esto se repita.

—¿Ah, sí? ¿Tan seguro? — pregunto, completamente segura de que cualquier cosa que se esconda detrás de esa puerta no será para tanto—. Veamos, Houdini, desvela tu truco maestro.

—Ay, conejita, no sabes dónde te has metido...

Con una sonrisa misteriosa abre por fin la puerta, revelando una amplia sala de un blanco angelical. La pared frente a nosotros ha sido completamente sustituida por cristales que dejan ver los gigantescos rascacielos. No hay ni un solo mueble en la sala, ni un solo adorno.

Lo único que hay en la habitación es un enorme piano de cola blanco con una banqueta a juego.

—¿Un piano? ¿Y cómo me va a hacer feliz esto, tocándose...? —Mi voz se desvanece cuando caigo en la cuenta de lo que está pasando—. No me jodas y me digas que sabes tocar el piano.

—No, lo que hago es subirme encima y hacer striptease, no te jode. ¿Qué, no te esperabas que fuese todavía más perfecto de lo que creías? Es normal, soy una caja de sorpresas, todas maravillosas.

—¡Toca, toca! ¡Dios, por favor, toca! ¡Si tocas te amaré para toda la vida! —chillo mientras le doy tirones a su brazo, sin ser consciente de que una sonrisa llena de ilusión ya domina mi rostro.

—Ey, ey, ¡vale! Si te he traído aquí es porque voy a tocar, no para encerrarte. Venga, enana, siéntate.

No tardo ni medio segundo en correr para sentarme en la banqueta, dejando un sitio junto a mí para él. Ace se acerca entre risas, disfrutando cada segundo que estoy suplicándole que toque para mí. Soy plenamente consciente de que ya ha ganado nuestra especie de apuesta, pero ahora mismo eso me da igual. Mi objetivo ha cambiado radicalmente en cuanto he visto ese piano.

—¿Qué me vas a tocar?

—Yo te toco lo que quieras, conejita —ronronea, soltando una carcajada cuando le pego un mano—. Fíjate, estoy tan seguro de que te tengo calada que voy a adivinar exactamente la canción que te va a encantar que toque.

—¿Ah, sí? Pues no sé yo si me conoces tan bien, sorpréndeme.

—Recabemos lo que sé de ti: te encanta leer, mayormente romance, pero también fantasía. Además eres una chica bastante básica a la que le pirran los malotes misteriosos y distantes, por lo que opto por...

Cuando me llama básica, mi ceño inmediatamente se frunce, pero en cuanto oigo las primeras notas se me borra todo rastro de emoción negativa en mi rostro. Mis ojos se centran en sus dedos, que acarician las notas del piano para sacar de ellas una dulce melodía que conozco a la perfección. Está tocando Bella's Lullaby, la canción que Edward Cullen compuso para Bella en Crepúsculo. Me sorprende un tanto que sepa que me encanta esa saga ya que es uno de mis placeres culposos, pero me sorprende todavía más que él sepa cómo tocarla.

Mentiría si dijera que sus dedos no son increíblemente atractivos mientras hace surgir esa música tan bella que inunda la habitación. Cuando mi mente divaga hacia las cosas que esos dedos podrían hacer, me obligo a levantar la cabeza para mirar su rostro. Esto no ayuda, de hecho, solo hace que mis mejillas se coloreen de un rojo más intenso.

Su expresión es relajada, incluso angelical, el reflejo más puro de la pieza que está interpretando. Sus ojos del color de las aguas más claras reflejan un amor intenso y único: el amor que una persona solo profesa a cualquier forma de arte. Un amor que solo puedes ver en los ojos de un pintor que contempla sus obras, un escritor que lee su obra terminada o un actor que presencia su propia interpretación. Si alguna vez un hombre me mirase con la mitad de la intensidad que transmiten los ojos de Ace en este momento, me sentiría la mujer más afortunada sobre la faz de la Tierra.

—Bueno, ¿he acertado? —pregunta cuando las últimas notas de la canción terminan de resonar en la habitación.

—Tú eres un mago o algo, no puede ser. ¿Me espías cuando duermo? ¿Te cuelas por mi terraza cada noche para saber cosas sobre mí?

—Ya quisieras, canija. Simplemente soy un ser extraordinario, por mucho que trates de negarlo.

—Te voy a decir que sí solo para que aceptes mi próxima propuesta.

—Dispara.

No puedo evitar titubear, especialmente teniendo sus ojos fijos en mí. Lo que quiero pedirle es algo muy personal y privado por lo que no me extrañaría que me dijera que no. Solo espero, es más, deseo que acepte.

—¿Tienes... Tienes alguna canción que hayas compuesto tú?

Su expresión no cambia en absoluto. Lo único que consigo distinguir es una chispa que no sé identificar en sus ojos. Se mantiene en silencio, cavilando, hasta que finalmente asiente y coloca las manos sobre el piano. Espero un chascarrillo por su parte antes de comenzar, una broma, un comentario como los que hace siempre, pero empieza a tocar sin decir nada.

La melodía comienza siendo feliz, liviana, como la brisa fresca que sopla una tarde cualquiera de verano. Me sorprendo sonriendo ligeramente mientras disfruto de las notas alegres que salen del piano. Una sonrisa también adorna su rostro, pero noto al instante que es una sonrisa nostálgica, melancólica. Empiezo a preguntarme por qué, ya que no concuerda en absoluto con la música que llega a mis oídos.

En ese instante, noto un breve cambio apenas imperceptible. Un quejido, como si el piano comenzase a sollozar. La melodía se torna triste en apenas unos segundos, transmitiendo angustia y nostalgia. Empiezo a ver ligeramente borroso debido a las lágrimas que anegan mis ojos, provocadas por la música afligida que una vez fue feliz. No puedo dejar de mirarle, analizando la forma en que su rostro transmite dolor, pena y profunda tristeza, todo reflejado en la pieza que está tocando.

La canción termina con tres notas descendentes, transmitiendo con ellas lo más parecido a un suave llanto. Aunque la habitación se ha quedado en completo silencio, los sentimientos la llenan por completo, tanto que me abruman. Ace se ha quedado absorto mirando el teclado, como si estuviera muy lejos de aquí, en algún lugar al que le ha transportado su música. No quiero hablar, tocarle, sacarle de allá dónde la música le haya transportado.

Tras unos minutos, por fin gira la cabeza para mirarme.

—Esta es la única pieza que he compuesto en mi vida. Esta es la música que sale de lo más profundo de mi alma.

Soy una persona que siempre trata todo a mi alrededor con lógica, pensando dos y hasta tres veces lo que hago y digo para no meter la pata. Nunca actúo sin pensar, pero siempre tiene que haber una excepción a la regla.

Y cuando me inclino hacia él para presionar mis labios sobre los suyos, sin titubear un solo instante, no hay ningún pensamiento en mi cabeza. Simplemente dejo que los sentimientos que ha provocado la música en mi interior guíen mis acciones.

Mis labios no parece pillarle por sorpresa, al contrario. Sus manos sujetan mi rostro con delicadeza, acariciando mis mejillas, correspondiendo a mi beso con suavidad. Nuestros labios parecen haber sido creados para unirse, ya que se mueven juntos como una experimentada pareja de baile al son de un vals. Me acerco a él para colocar mi mano sobre su mejilla, ávida por acariciar su rostro. Es un beso dulce, íntimo y lleno de mil sentimientos que jamás podría describir con palabras.

Soy yo la que ha iniciado el beso, y también soy yo la primera que se separa. Abro los ojos y me encuentro con los suyos cerrados mientras se acerca para posar un suave beso en la punta de mi nariz. Sonrío y por fin me encuentro con esos pozos azules que tanto me fascinan, observándome con una emoción chispeante. Sus brazos rodean mi cintura y me levantan para sentarme sobre su regazo, fundiendo nuestros cuerpos en un abrazo tan íntimo como cálido. Mi cabeza encaja con la curva de su cuello como si de un puzle se tratase y su mano juega con mi pelo distraídamente, calmando cualquier ápice de tristeza o rabia que quedaba en mi interior.

Nos quedamos en silencio, abrazados, sin dejar que las palabras rompan la magia que acabamos de crear.

¡Hola!

Bueno, bueno, BUENO... ¿qué os ha parecido el beso? He intentado plasmar todo lo que había en mi cabeza de la mejor manera posible (espero no haberla pifiado 😅)

¿Os ha gustado?

Os leo! ❤️

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