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—Entonces, ¿dónde va a ser la fiesta de Halloween este año?
—Parece ser que los del club se han rajado, ya no está disponible para el treinta y uno, y a estas alturas va a ser muy difícil encontrar un buen sitio. La fiesta es el sábado y todos los locales o clubs buenos ya están ocupados.
La información hace que un bufido de irritación se escape de entre mis labios. Faye y yo caminamos hacia nuestra próxima clase, barajando las posibles opciones donde poder celebrar la fiesta de Halloween. Es uno de los grandes eventos en Hayden, una de las fiestas más locas y, por supuesto, una excusa más que suficiente para hacer que todo se desmadre. Junta un club de lujo en Nueva York, los hijos universitarios de la élite del mundo, alcohol y drogas prácticamente ilimitadas, y dinero, mucho dinero.
El resultado es más que evidente: la fiesta más épica sin ningún tipo de consecuencia posterior.
Pero ahora no tenemos club, y no puedo evitar maldecir la estúpida tradición de cambiar la localización de la fiesta de Halloween cada año, supuestamente para que la experiencia sea todavía más increíble. Los encargados de organizarlo todo son los de último curso y la única regla es que absolutamente todo el mundo, sin excepción, debe estar invitado. Así no hay ningún tipo de sesgo estúpido por razón de popularidad, rencillas personales o cualquier otra chorrada del estilo. A mí me encantaría que fuera así en todas las fiestas, pero no puedes pedirle a la élite que no sea elitista, ¿verdad?
—Pues más les vale a los imbéciles de último curso darse un poco de prisa para buscar otro sitio porque nos veo sin fiesta de Halloween y si eso pasa, van a rodar cabezas —gruño contrariada ante la posibilidad de quedarme sin esa fiesta.
—Han dicho que aceptan sugerencias, se ve que están bastante desesperados por atar todos los cabos cuanto antes.
Veo a Nate y a Jordan acercándose a nosotras desde más adelante, probablemente para unirse al festival de criticar a los organizadores de este año y su inutilidad manifiesta en una tarea tan sencilla. A pesar de que ambos son estudiantes de último curso, no están en el grupo de los encargados de la organización.
—¿Habéis visto lo de Halloween? Como no haya fiesta ya sé de varios que no van a terminar el curso, al menos no vivos —suelta Jordan con cara de pocos amigos.
—Y además están pidiendo que les salven el culo, joder, que estamos en Nueva York, no en un pueblo perdido de la mano de Dios. ¿Es que no hay más clubs nocturnos disponibles? —añade Nate.
—Pues parece ser que no, al menos no lugares exclusivos dignos de una fiesta de Hayden —responde Faye con retintín.
—Mirad, la fiesta se va a celebrar sí o sí. Me da igual si tenemos que viajar a las putas Maldivas y volver el mismo día, lo que se tenga que hacer, se hará. Por cómo lo pintan es como si ninguno de nosotros tuviéramos los medios necesarios para resolver una situación como esta.
Mis palabras se ganan tres asentimientos de cabeza antes de que suene el timbre que indica el inicio de las clases. Los cuatro nos dispersamos como hormigas, cada uno con más o menos velocidad dependiendo de la prisa que tenemos por llegar a nuestras clases. Yo tengo derecho penal, una de mis asignaturas favoritas, así que corro antes de que la profesora aparezca por la puerta. Me tomo demasiado en serio mis clases como para llegar tarde a una de ellas sin una razón justificada.
—Bueno, chicos, hoy vamos a comenzar por discernir entre la diferencia entre homicidio y asesinato. ¿Alguno lo sabe? —comienza la clase la señora Johnson.
No puedo evitar soltar un resoplido bajito, ligeramente contrariada dado que es una información que ya sé. Es por eso por lo que me puedo tomar el lujo de no tomar apuntes de todo y tan solo de aquello adicional. Si bien estoy prestando atención, otra parte de mi cabeza está pensando en todas las maneras posibles de solventar el problema de la fiesta de Halloween.
Estoy absorta en la explicación de la diferencia entre los homicidios de primer, segundo y tercer grado cuando siento una leve vibración junto a mi brazo. Echo un rápido vistazo a la pantalla de mi móvil, suponiendo que será el grupo de las chicas o tal vez el que tenemos en conjunto con Nate y Jordan, pero me sorprende ver una notificación del perfil de Instagram de los organizadores de la fiesta de Halloween:
«Señores, señoras y todo lo que pueda encontrarse en el medio, traemos noticias excelentes: ¡ya tenemos localización para la tan esperada fiesta de Halloween! Podéis empezar a celebrar y no será para menos porque es la mejor localización que ha tenido dicha fiesta en muchos años.
El nombre del club es el archiconocido, afamado y exclusivísimo... ¡club Apollo!
Así es, nos las hemos arreglado para conseguir que este fiestón tenga un lugar a la altura. ¡Preparad vuestros mejores disfraces y nos vemos el sábado!»
Mis ojos se agrandan ante la sorpresa cuando leo el nombre del local en el que tendrá lugar la fiesta y no puedo evitar mirar la fecha por si no había caído en la cuenta de que hoy es el Día de los Inocentes. Pero no, hoy es veintiocho de octubre, no de diciembre, y parece un anuncio serio, así que solo me queda preguntarme: ¿cómo demonios lo han conseguido?
El club Apollo es una de las discotecas más grandes, lujosas y exclusivas de Nueva York. Tenía entendido que ni siquiera aceptaban reservas y se necesita entrada para cada noche, cosa que, por supuesto, tampoco es nada fácil de conseguir. Apollo no era una opción para la fiesta de Halloween teniendo en cuenta todo esto y ahora resulta que lo han conseguido a tan solo cuatro días del evento.
¿Cómo demonios lo han logrado?
•
Como bien dijo Cady Heron en Mean Girls, Halloween es el día perfecto para que las chicas puedan vestirse como zorras sin que cualquier otra pueda decir algo al respecto. Aunque, en el caso de Hayden, cualquier oportunidad para criticar al resto es bien recibida. Es una universidad que rezuma hipocresía, ya que una mujer puede disfrazarse de enfermera sexy y continuará criticando a la que se disfrazó de policía sexy. En mi caso, me da absolutamente igual lo que puedan decir de mí. Yo visto como quiero y lo que digan una panda de imbéciles no va a cambiarlo.
Para la fiesta de hoy no me he comido mucho la cabeza y he decidido vestirme de conejita de Playboy. Un corsé negro que me hace una cintura de escándalo, unas medias negras de rejilla, botas con plataforma y tacón que me llegan hasta el muslo, unas buenas orejas de conejita y mi mejor peluca rubia, lisa y larga hasta la cintura. Opto por un maquillaje sencillo en el que destaca el carmín de mis labios y un abrigo blanco de pelo antes de salir a por el Uber para llegar al sitio.
El Apollo es un club localizado en el piso cincuenta de uno de los edificios céntricos de Manhattan. Es un ático semi cubierto con una zona de bar interior y una enorme parte exterior en la que fácilmente podremos caber todos los asistentes a la fiesta. Las chicas y yo hemos quedado en la puerta, así que no me sorprende ver a Gigi disfrazada de una de las fembots de la película Austin Powers, y a Brooke vestida de Cruella de Vil con un abrigo de piel de imitación que deja ver un escote espectacular.
—Joder, Alexa, si que te has currado el disfraz, ¿eh? —suelta Gigi haciéndome reír.
—Ya os dije que no quería romperme la cabeza pensando y el conejito de Playboy siempre triunfa. Vosotras estáis espectaculares chicas.
—¡Y aquí llega Barbie!
El chillido viene inmediatamente acompañado por unos brazos que nos rodean a las tres. No me sorprende ver a Cher cuando me giro, ni su disfraz de Barbie. Está espectacular, realmente sexy con un vestido de latex rosa pastel, unas plataformas de infarto y una peluca hasta la cintura.
—Por supuesto, la Barbie tiene que ir de Barbie, ¡qué original! —le chincha Brooke antes de abrazarle de vuelta.
—Tengo que dejar claro que no hay otra Barbie en Hayden que no sea yo, así que más vale que nadie haya decidido copiarme el disfraz.
—Es un disfraz bastante común, Cher, así que prepárate para ver mil muñequitas rubias.
La voz viene de nuestras espaldas y, cuando nos giramos, nos encontramos a Faye, nuestra amiga pelirroja, con una peluca roja como la sangre, dos conchas como top y una falda de tubo con escamas de un brillante color verde.
—Le dijo la sartén al cazo —responde Cher con una risa antes de abrazarle—. ¿Eres consciente de que el disfraz de Ariel es el preferido de las pelirrojas por excelencia?
—Bueno, ¿vamos a seguir metiéndonos con nuestros respectivos disfraces o entramos ya a la fiesta? —pregunto tratando de arrastrar a las chicas al interior del enorme edificio.
Entre chillidos de distinta intensidad por parte de mis amigas, por fin entramos y caminamos hasta uno de los seis ascensores que se abre casi al instante para nosotras. El piso cincuenta es el último y en la puerta nos esperan dos gorilas que están terminando de despachar a un grupo de estudiantes de Hayden.
—Acreditación de cada una, por favor —demanda uno de ellos con voz monótona.
En menos de dos minutos encuentran nuestros nombres en la lista y por fin pasamos al interior.
El Apollo es aun más grande y lujoso de lo que había imaginado. Una enorme barra serpentea por toda la pared izquierda, equipada con miles de botellas de cualquier alcohol que puedo imaginar. En los alrededores de la pista de baile hay sillones y pequeñas mesas, pero lo que más destaca son las dos barras americanas sobre una especie de escenario al fondo de la sala, cuyo metal resplandece cada vez que una luz se posa sobre su superficie.
La mitad de la zona derecha del club está abierta hacia la parte exterior, donde hay hamacas, sillones y hasta camas balinesas al más puro estilo playero. A pesar de que ya casi toda la universidad se encuentra en el club, la sala no se siente en absoluto abarrotada y no nos cuesta llegar hasta la barra y pedir varios chupitos para cada una.
—Joder, este sitio es enorme —masculla Faye mientras mira a nuestro alrededor como un niño pequeño en una tienda de juguetes.
—El dueño de esto debe de estar forrado, todo lo que veo debe de costar una fortuna —añade Brooke.
Cuando el camarero posa los pequeños vasos frente a nosotras, brindamos y nos los bebemos de un trago, dejando que el alcohol empiece a invadirnos. La sensación es deliciosa, la música, sugerente, y una idea no tarda en llegar a mi cabeza.
—¡Es mi momento!
Mis taconazos no me impiden en absoluto salir corriendo hacia el escenario y subir por las escaleras. No me sorprende que las barras americanas estén vacías; aún es pronto y las chicas de Hayden necesitan más de unos chupitos para soltarse tanto.
Pero yo no.
En ese momento, oigo los primeros segundos de 6 inch de Beyoncé, canción perfecta para bailar. Me encaramo a la barra y empiezo a moverme lenta y sensualmente, atrayendo de inmediato la atención de gran parte de la sala. Oigo silbidos y aplausos, pero yo ya estoy perdida en la música.
En el momento en el que The Weeknd empieza a deleitarnos con su voz aterciopelada, desciendo lentamente hasta quedar abierta de piernas en el suelo, guiñándole el ojo a uno de los chicos que me miran desde la primera fila, el cual se sonroja violentamente. Entre risas, vuelvo a asir la barra metálica con una mano y alzo la pierna hasta mi cabeza para empezar a girar, dando vueltas hasta que termino colgándome boca abajo solo con las piernas. Doy gracias a que la peluca y las orejas de conejita están bien sujetas, porque sino ahora mismo estaría haciendo el ridículo de mi vida.
Me dejo deslizar lentamente hasta abajo, quedando arrodillada y moviendo el culo al son de la música, gesto que hace que reciba comentarios de toda índole. Cuando me levanto entre risas, hago una reverencia burlona antes de bajar las escaleras, haciendo que la sala se llene de abucheos y súplicas para que vuelva.
—Vaya, conejita, no sabía que en Hayden había alguien capaz de moverse así.
Una voz que reconozco muy bien llega a mi espalda y no puedo evitar fruncir el ceño confusa hasta que por fin entiendo lo que pasa: las luces son lo suficientemente tenues como para que me puedan confundir con una rubia cualquiera.
—¿Quieres una foto de recuerdo por diez pavos? Los vídeos los cobro más caros —respondo mientras me giro, la sonrisa más malévola dibujada en mi rostro.
La cara de Ace Hale al comprobar que soy yo la que le está repitiendo esas palabras que me dijo apenas unos segundos después de conocernos es todo un poema. Es la primera vez desde que le conozco que le veo quedarse sin palabras. Se limita a sostenerme la mirada, como si no terminase de creer que la persona bajo la peluca soy yo.
—¿Qué? ¿Sin palabras, Hale? Se ve que mi culo puede paralizar a los todos hombres, incluso a ti.
—Eh, eh, bájale tres que no estaba flipando por tu culo. Solo me ha sorprendido lo fea que estás de rubia.
Su rápida respuesta me hace reír desdeñosamente antes de colocar una mano sobre su pecho y acariciarle, sintiendo como su corazón late bajo la tela de la bata que lleva puesta. Su atuendo me recuerda vagamente a algo, pero no consigo caer en la cuenta de que es.
—"Ay, conejita, que bien te mueves, mientras te miraba estaba pensando en lo bien que quedarías haciendo lo mismo sobre mi po-..." —Mi estridente imitación de sus palabras se ve interrumpida cuando él alza la voz para cortarme.
—¡Eh, frena ahí que yo en ningún momento he insinuado que quería tenerte sobre ninguna parte de mi cuerpo! —bufa antes de asir mi muñeca y esbozar esa clásica sonrisa suya que indica que está recuperando el control de la situación—. Además, deberías respetarme un poco más. Al fin y al cabo, eres mi conejita.
—Pero qué coño dices pedazo de... —Su dedo se posa en mis labios haciéndome enmudecer a la vez que señala con su otro índice dos palabras bordadas con hilo dorado en su bata color granate.
Hugh Hefner.
—Venga, posa para mí y te saco en la portada de noviembre, preciosa —ríe solo para picarme.
—Que vayas disfrazado de un viejo que antes era dueño de la revista Playboy no significa que lo seas. Aunque, pensándolo bien, ojalá fueras él porque así estarías muerto y enterrado.
—Pero que cosas más bonitas me dices, conejita —dice con una sonrisa, como si no le acabase de desear la muerte—. Con esas palabras tan hermosas que me estás diciendo, seguro que te ha entrado la sed. Déjame invitarte a una copa.
—Vas a tener que invitarme a más de una para evitar que te arranque la cabeza cada vez que me llamas conejita. Tendrás que vaciar tu cuenta bancaria en copas si quieres aplacarme.
Ace le hace una seña a un camarero y me sorprende ver como este corre a atenderle a pesar de que la barra está rodeada de gente demandando ser atendida. ¿Será verdad que este chico tiene un imán que hace que todo el mundo se vea inevitablemente atraído hacia él?
—Pues tu gozo en un pozo, conejita, porque esta noche no pretendo gastarme ni un solo dólar.
—¿Ah, sí? ¿Y con qué vas a pagar, con billetes del Monopoly?
El camarero pone las copas frente a nosotros y me sorprende ver que no solo no le pide el coste de estas a Ace, sino que le da las gracias antes de atender a otros clientes.
—¿Para qué demonios voy a pagar cuando ese mismo dinero va a volver a mi bolsillo?
Me quedo mirándole sin decir nada, como si me hubiera quedado sin cuerda, procesando una a una sus palabras y todo lo que acaba de pasar, hasta que, por fin, caigo en la cuenta de lo que está ocurriendo.
—¡¿Eres el dueño del Apollo?!
—Entre otros muchos templos de la fiesta, así es —confirma antes de darle un sorbo a su copa, como si casualmente acabase de darme la hora.
—¡Pero si es uno de los clubes más exclusivos de Nueva York y tú...! ¡Tú...! ¡Bueno, eres tú!
—No sé si insultar al dueño del local en el que estás es lo más inteligente, pero la verdad es que tampoco eres Einstein. No vamos a pedirle peras al olmo.
No puedo evitar darle un golpazo en el brazo que solo le hace reír mientras él bebe.
—¡Encima que te he montado el espectáculo gratis! Deberías pagarme, sobre todo porque tú has disfrutado más que nadie.
—Eso no es parte del negocio, conejita. La gracia está en poner unas barras americanas para que el que quiera baile para el resto. Así me ahorro el gasto en strippers masculinos y femeninos. Además, he conseguido verte bailar gratis.
Su sonrisa tan carismática hace que me pierda en su rostro, olvidando por completo la poca distancia que nos separa. La cantidad de gente a nuestro alrededor hace que nuestros pechos estén prácticamente pegados, pero me da absolutamente igual. El alcohol baja mis defensas y esos condenados ojos azules tampoco ayudan.
—¿Hace mucho calor aquí, no? Salgamos fuera.
Él asiente ante mi propuesta y rodea mi cintura con el brazo, sosteniéndome de forma protectora para guiarme al exterior. Allí aprovecha que una de las enormes camas balinesas están libres para tumbarse y arrastrarme literalmente sobre él entre carcajadas graves.
—¿Qué? ¿Sigues teniendo calor?
La manera en la que prácticamente susurra la pregunta en mi oído solo hace que sienta aún más calor, pero miento y niego con la cabeza.
—La verdad es que tienes un club muy agradable. Me gusta la idea de tener camas aquí.
—Vaya, qué directa. ¿Aquí fuera, con todo el mundo mirando? No sabía que te fuera ese rollo, Arden.
—No seas imbécil —bufo dándole un manotazo en el pecho antes de dejarme caer sobre el mismo—. Limítate a ser una buena almohada y cierra el pico.
—A sus órdenes, Su Majestad.
Bajo mi oído puedo escuchar el latido rítmico de su corazón, una sensación sorprendentemente agradable. Estoy a punto de cerrar los ojos, presa de la relajación, cuando una imagen a lo lejos capta mi atención.
—¿Esas no son Brooke y Gigi?
Ace gira la cabeza para mirar a donde estoy señalando, frunciendo el ceño ya que es un rincón bastante recluido y oscuro. Desde donde está tumbado él se puede distinguir el rosa pastel del vestidito de Gigi, pero poco más. Yo, en cambio, tengo más visión.
Y estoy viendo a dos de mis mejores amigas darse el lote como si no hubiera un mañana.
—Tus amigas parecen estar pasándoselo en grande. ¿No te apetece seguir su ejemplo?
—¡Cállate, que estoy flipando! —le riño, mis ojos como platos aun fijos en la pareja—. ¿Brooke y Gigi son lesbianas? Pero si Gigi nos dice cada dos segundos lo bueno que estás, no puede ser.
—Joder, ¿y me lo dices ahora? Esa rubita está bastante buena, no me importaría...
—¡Que pares ya de bromear!
—¡Vale, vale, relájate! —se queja, abrazándome más fuerte en un intento de calmarme que surte efecto—. ¿Sabes que existen las personas bisexuales, verdad? O tal vez están borrachas y les apetecía liarse. O son lesbianas, ¿qué coño importa lo que les guste?
—El problema no es si son o no lesbianas. Lo que me dolería es que hubieran guardado ese secreto, además de ocultar que están juntas si es que lo están. Todas nosotras las apoyaríamos, faltaría más. Cualquier cosa que decidan ser, seguiremos a su lado —murmuro haciendo pucheros, dolida ante la perspectiva de que mis amigas no confíen en mí.
—Ey, Alexa, tranquila —responde Ace mientras acaricia mi espalda con suavidad—. Entiendo que puedas sentirte dolida, pero cada uno tiene sus tiempos. Si ellas no están preparadas para salir del armario, no puedes obligarlas a hacerlo. No te preocupes, si ellas saben que las apoyáis, estoy seguro de que pronto os contarán aquello que os tengan que contar.
Por fin giro la cabeza para mirarle y me encuentro con sus ojos azules llenos de dulzura. Su expresión me tranquiliza, y termino por sonreír y lanzarme de nuevo a sus brazos, pensando que no me importaría quedarme así toda la noche. Y así, mientras Ace me acuna en sus brazos, abro los ojos y vuelvo a mirar a mis amigas, reflexionando.
En ese momento, Gigi y Brooke se separan y esta última abre los ojos que, como atraídos por un imán, se posan sobre los míos. Su expresión pasa de tranquila a completamente aterrorizada en apenas unos segundos, como si la hubieran pillado haciendo lo que no debe.
Ay, Dios, ¿cómo voy a manejar esto?
¡Buenas!
Este ha sido un capítulo intenso, ¿eh? Pues no os relajéis todavía, porque el 12 se viene más calentito todavía jajajaja.
Os leo!❤
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