3. Secreto
Desde hace unos tres meses, el Doctor Vega se veía bastante preocupado.
Nadie dentro de la oficina se animaba a preguntar si se sentía bien. Su semblante era pálido, tenía ojeras y cada día su oficina estaba más desordenada. Cuando hable con las asistentes, todas me respondieron que tenía dos motivos para estar así.
Su divorcio, y la contra demanda que tenía por la familia Téllez.
La demanda ya era algo de conocimiento general en la firma donde trabajábamos. La familia Téllez se había visto muy perjudicada tras el divorcio, y culpaban al Doctor Vega por eso. Y en realidad, no había de que sorprenderse. Familias así sobraban.
El problema se generó cuando ella habló con la prensa y su nombre salió en varios medios.
La firma había decido por el bien de nuestra imagen que no tenga más casos hasta que se solucione el problema, y se limite a dar ayuda de manera interna. Obviamente, todo eso fue algo duro para él, parte de la elite que aceptaban casos que sabían que les pagarían mínimo cuatro mil dólares por día.
El divorcio me parecía más razonable.
Todos en la oficina se habían enterado de eso no por su propia boca, sino por la carta que había sido entregada a una de las asistentes más chismosas de parte de una firma de abogados que era competencia nuestra. Ella no dudo en abrir el sobre, y en menos de dos minutos, todos se enteraron.
El Doctor Vega no pareció molesto por ello; más bien, diría que estaba bastante avergonzado por todo eso. Uno de sus compañeros de la elite, el Doctor Peralta, lo había ayudado en todo para poder luchar por la mitad de su casa y evitar que ella se quede con todo, como era su intención.
En cuanto supe sobre todo ese problema del divorcio, sentí mucha pena por él. No era fácil para nadie divorciarse, y sentía que para él, era amargo que le pase algo así. No había conocido realmente a su actual ex esposa, Adriana Bellido. No era abogada ni trabajaba en el área, y tampoco fue a la firma. La había visto a lo lejos en la ultima cena de navidad, donde ella se limitó a saludar al jefe y luego habían desaparecido.
A nadie le agradaba, y después de conocer al doctor Vega de manera más cercana en estos últimos meses, una parte de mí creía que no era la indicada para él.
Como lo habían rebajado a ser un consejero interno, básicamente había sido degradado con los pasantes de manera indirecta. Por ello él iba y venía con el grupo de cinco estudiantes de un lado a otro. Los primeros días fue difícil para todos verlo ahí, pero luego logro acoplarse al grupo. Nos daba consejos, ayudaba con tareas e incluso habíamos salido al karaoke muy en su contra. Mauricio Vega parecía ser un hombre serio, pero en realidad no lo era. Parecía que casarse tan joven le había quitado esa parte de su juventud donde podía salir y divertirse.
Para nuestra sorpresa, fue él quien nos contó sobre su mudanza. El jefe le dio unos días libres para acomodarse, por lo que no lo veríamos por un tiempo. Aunque entre nosotros pensábamos que también le había dado ese tiempo fuera para poder acostumbrarse a su nueva vida de soltero.
Entre Rodrigo, Estaban, Alejandra y Fernando decidimos ir a darle una sorpresa y llevarle un regalo de bienvenida a su nuevo departamento. Quisimos hacer algo más grande entre varias personas de la firma, pero rechazaron esa oferta. No era una sorpresa que el Doctor Vega no tuviera muchos amigos, pero aun así nos dio un mal sabor de boca su actitud. Lo único que sacamos de bueno de preguntar si querían ir era la dirección de su casa, cortesía de Mónica, la reina de los chismes.
—Oye, Ro, ¿Vienes con nosotros a almorzar?
Guardé mis últimos libros y giré a ver a Carlos, un compañero de panel de tesis. Éramos solo diez personas, y yo la única que había logrado entrar a pasantías en un buen lugar. Sabía que en parte eso causaba cierta envidia, pero realmente no me interesaba.
—No, gracias. Tengo algo pendiente.
Camine hasta el metro a toda velocidad con la pequeña canasta donde tenía un cactus, y tome la línea Amarilla, hacia el Este de la ciudad. El nuevo departamento del Doctor Vega era considerablemente lejos a la firma, aunque esa zona solía tener rentas baratas.
Cuando llegué a nuestro punto de encuentro, todos esperaban por mí.
—¡Eh, Romina! ¿Por qué rayos tardaste tanto?—preguntó molesto Carlos mientras cargaba una gran caja envuelta en papel blanco.
—Se atrasó mi clase, ¿Qué rayos traes ahí?
Cambiando su peso a otra pierna, dijo:—Bueno, no sabía qué traer. Le pregunté a mi padre y dijo que era normal regalar un juego de ollas.
—Suena a algo pesado. —comento Alejandra
—Lo es, con un demonio. Vamos antes de que me parta en dos.
Con eso, caminamos en busca del edificio. Al encontrarlo, me alegró que no hubiera guardias ni nada parecido. Era una sorpresa, y avisar nuestra llegada le habría quitado totalmente ese efecto.
Tocamos la puerta del piso 3, y cuando abrió la puerta, me sorprendió verlo de esa manera. Sin terno, una polera con el estampado de Naruto y un uso negro totalmente sucio.
Él nos veía con sorpresa, como si hubiéramos llegado de un planeta totalmente distinto. Y así se sentía para los cinco también. No era algo que esperábamos verlo de ese modo, pero hubiera sido raro verlo con terno aun en su casa.
— So... ¡Sorpresa!—chilló Esteban en cuanto reaccionó.
El Doctor Vega parpadeo, como si despertará de un sueño. Nos agradeció la visita entre dientes, y nos dejó pasar. Su casa estaba llena de cajas aún, y después de una charla incómoda sobre como iba la firma, empezamos a ayudarlo a desempacar sus cosas.
La mayoría era de una empresa de mueblería, por lo que supuse que gran parte de los muebles de su anterior casa se habrían quedado con su exesposa. Mientras habríamos las cajas, no parábamos de hablar.
¿Tu equipo favorito es Real Madrid?
Vaya, hace tiempo no veía una radio tan antigua.
¿En serio nunca viste las películas de Star Wars?
Todos empezarlos a llamarlo por su nombre como si nada, y yo aún no podía. Sentía que había algún tipo de muro que no podía ni quería sobrepasar.
Terminamos al atardecer, y entre los chicos decidieron cocinar algo para estrenar su cocina. Alejandra y yo nos vimos excluidas al ser inútiles cocinando. Por eso mismo prendimos la tele y vimos una película con el Doctor Vega.
—Oigan, no sean así. Al menos vayan a comprar un refresco o algo.—Fernando se quejó.
—Ah, yo voy...
—¡Yo iré!—se adelantó Alejandra y de un salto apareció en la puerta.
—Pero dijiste que no tenías...
Ella giró antes de cerrar y me guiño un ojo. No entendí a que se refería hasta que giré y observe al Doctor Vega viéndome con curiosidad.
Ah, era eso.
Desde hace que comenzamos a trabajar juntos, ella había insistido en que teníamos química el Doctor Vega y yo. Lo negaba, y le dije que era algo fuera de lugar decir algo así cuando estaba recién divorciado
—Se divorció hace dos meses, querida. Y esas miraditas no son por tu hermoso carácter.
Me senté a su lado, ignorando esas palabras. No podía negar que era un buen hombre. Tenía su carácter, pero realmente no era una mala persona. Tampoco tenía una belleza sin igual, aunque cuando sonreía mi corazón saltaba sin que pudiera evitarlo.
—Romina.
Giré a verlo casi de inmediato.—¿Eh?
—Te preguntaba si querías seguir viendo esto, ¿O prefieres ver algún noticiero o...?
¿Noticiero? ¿Qué tenía, treinta años? Ah... Si, si los tenía.
—No es necesario, veamos lo que guste. Creo que ahora está dando un partido de Real Madrid...
—Realmente no me gusta el futbol. Esta polera le regalaron a mi hermano menor, pero era muy grande y me la dio.
—Me parecía raro cuando usted dijo que el último partido fue decepcionante cuando en realidad ganaron.
—Llámame Mauricio.
Lo miré con curiosidad.—¿Disculpe?
Él me señalo y dijo una saltitos en su sillón con emoción.—A eso me refiero. Siempre me tratas de "usted". Vamos trabajando juntos desde hace tanto tiempo... Simplemente, llámame Mauricio, Romina.
Asentí con nerviosismo. Me estaba dando permiso para romper ese muro invisible que yo misma había creado, y no estaba segura como sentirme. Trague todo mi miedo, y dije:
—Está bien, Mauricio.
Para mi sorpresa, él se sonrojó. Giró y comenzó a hablar sobre Benjamín, su hermano menor. Note que hablaba cada vez más rápido, de manera nerviosa, y no pude evitar reír en voz alta.
—¿Todo bien ahí?—preguntó Esteban al ver la cómica escena de Mauricio removiendo unas revistas sin interés alguno y yo a su lado riendo a carcajadas.
Negué con la cabeza. De cierta manera, quería que ese momento fuera un secreto entre ambos.
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