Nunca supe con demandada exactitud

qué hacer,

qué estudiar,

qué decir,

no me han dado el lugar

- o no lo he tomado

o no lo he peleado a decir verdad.

Como un eco repetido,

desde la primera razón aprendida,

recuerda mi cabeza

que no valgo,

que no sé,

que no soy suficiente,

resonando cada vez que un nuevo algo

aparece...

Más, en cambio, aunque perdida para todo lo existente,

en cuestiones de amor

siempre supe lo que haría latir mi corazón.

Me he imaginado a ese ser

con total claridad,

lo que siente, lo que piensa

para los otros y en la intimidad.

Y así me he pasado la vida

buscando eso que creía

era el amor perfecto,

descartando desdeñosamente

a todos aquellos

que no parecían encajar.

El tiempo, cada vez más largo,

y la soledad, cada vez más profunda,

no me hicieron dudar.

Ya llegará, me repetía a mí misma

en las noches en vela,

padeciendo la cama vacía,

sufriendo mis labios secos

y mi corazón sin razón de palpitar.

Y entonces...

apareciste en mi vida,

descarado, rompiendo moldes,

burlándote del mundo y sus obsesiones,

desdeñando las apariencias,

las arbitrarias reglas impuestas.

Y con tan solo tu voz

mi propio mundo cayó en pedazos.

Y me olvidé de las convenciones,

y todo me trasmutó a posible y a bueno;

y le hice caso a la locura

y mi corazón latió de nuevo,

como no lo había hecho antes.

Al fin, entre tus brazos,

que se me hicieron un extraordinario oasis

entre tanta "normalidad",

le sonreí al mundo

que nunca ha logrado o acaso querido ver más allá,

y aún le sonrío

mientras se interpelan cómo te puedo amar,

diciendo que tienes un yo

que desconoce un cuerpo

y un nombre

y se inventa otra realidad.

Un yo que se niega a contestar qué eres

y sí a decir qué sientes de verdad.

Y yo me pregunto mientras me besas,

cómo he podido sobrevivir tanto tiempo en este mundo de apariencias

y cómo buscaba otra cosa,

si era a ti

a quien mi alma esperaba de verdad.