Despedida
El atroz momento al fin llega...
Me dices que el sueño huyó de ti
toda la noche.
Asiento,
tampoco yo fui capaz de dormir,
de callar la mente, de dejar de sentir.
La vida te lleva lejos,
te estás despidiendo.
Me pediste un último regalo,
dijiste, para el viaje,
pero deseo que sea para sentirme más cerca,
para hacerte reír o soñar,
o para pensarme cuando no te pueda abrazar.
Más no pude cumplir.
Te prometí una carta de despedida,
pero mi musa se ahogó en lágrimas
y se dio por vencida.
Y ahora se arrepiente, puedo sentirla.
¡Tantas cosas tiene para decirte,
para confesar,
para prometer,
para proponer...!
Pero aunque quiere hablar,
la musa sigue muda
y a mí me calla la cobardía.
No puedo pedirte que te quedes,
no sé si lo harías si te lo pidiese,
pero no soy capaz,
porque la musa no para de llorar
y tú te mereces a alguien más;
no, a un cobarde
que desde pequeño te supo amar
pero sin animarse nunca a demostrar.
El secreto ahora me asfixia y no puedo respirar.
Me miras fijamente,
observas mi silencio
y entonces, entre lágrimas, te oigo balbucear
¡que tienes algo que confesar,
que ya no puedes callarlo más!
Y yo, sin poder creérmelo,
no pierdo un segundo
y con un beso, tanto tiempo soñado,
tanto tiempo temido,
te correspondo con lo que aún no me has dicho.
Ya puedo respirar.
La musa ya no llora
y el cobarde para siempre
se ha ido...
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