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9 de Febrero, 2024.
Zarya Harper
Escuchar mi nombre de los labios del joven empleado del café me sacó del trance en el que me encontraba. Sin darme cuenta, había estado completamente absorta en mis pensamientos, ajena al hecho de que ya me estaban llamando desde hacía varios minutos. Reaccioné de inmediato, avanzando con rapidez hacia el mostrador mientras una mezcla de vergüenza y disculpa se dibujaba en mi rostro. La mirada exasperada del empleado no dejaba lugar a dudas: claramente había agotado su paciencia.
—Lo siento mucho —me disculpé con una sonrisa nerviosa, mientras recogía mi pedido y salía apresuradamente del local.
El aroma del café caliente llenaba el aire matutino mientras el estrés se apoderaba de mí. Una rápida mirada al reloj de mi muñeca confirmó lo que ya temía: Estaba al borde de llegar tarde, otra vez. Mi trabajo no permitía margen para estos errores, no después de todo lo que había sacrificado para llegar hasta donde estaba. No podía permitirme perder el trabajo, no ahora.
Hace dos años, mi vida tomó un giro inesperado cuando conseguí un puesto en D'Amico Enterprises. Había sido un golpe de suerte, o más bien, un favor bien intencionado. Mi mejor amigo Levi fue quien me recomendó y ayudó a conseguir el trabajo. En ese entonces, empecé como secretaria en el departamento de recursos humanos, bajo la supervisión de Adrian, un hombre severo pero justo. A los seis meses, mis esfuerzos fueron recompensados con un ascenso como asistente personal del vicepresidente, Marxwell Lionel, un puesto mucho más demandante, pero también con una paga considerable. Sin embargo, mi verdadera prueba llegó hace unos tres meses, cuando recibí una promoción aún mayor: Ahora era la asistente personal del CEO y dueño de la compañía, Alessio D'Amico.
Caminando rápidamente por las calles de Manhattan, mantuve el café cuidadosamente equilibrado entre mis manos. Solo quedaban dos cuadras para llegar a la oficina, pero el tiempo corría en mi contra. No podía permitirme fallar.
Trabajar con el señor D'Amico era tanto una bendición como un desafío constante. Él no era solo un jefe demandante, sino también meticuloso y extremadamente perfeccionista. Cada detalle, por pequeño que fuera, debía estar bajo control. Y el café no era la excepción. Todas las mañanas debía asegurarme de que su Cappuccino Espresso estuviera listo a las ocho en punto. Siempre a las ocho. Cualquier retraso lo alteraba, y un día sin su café perfecto era un día lleno de reprimendas y malos humores.
Capuchino espresso, con mucha espuma, poca leche, y un cuarto más de espresso, recité mentalmente mientras ajustaba el vaso entre mis manos. Dos cucharadas de canela mezcladas, tres de chocolate sobre la espuma... y nada de ralladura de naranja. La detesta. El único error imperdonable sería añadirle aquello, Alessio lo detesta con una pasión casi irracional.
Hoy era uno de esos días en los que no podía permitirme el lujo de cometer errores. Y, sin embargo, ahí estaba yo, corriendo por las calles de la ciudad, a dos cuadras del edificio de la empresa, con solo seis minutos para llegar a tiempo. El café en mi mano temblaba ligeramente, amenazando con derramarse a cada paso apresurado que daba, pero no podía detenerme. Si llegaba tarde, las consecuencias podrían ser desastrosas. Alessio no toleraba la tardanza, mucho menos si significaba empezar el día sin su querido café.
Pero ahora, por cuarta vez desde que me ascendieron, estaba por llegar tarde. Y después de todos mis retrasos no estoy segura de que él aún esté de humos para conservarme, simplemente no podía evitarlo, no cuando desde hace varios meses las cosas solo empeoraron.
A medida que me acercaba al imponente edificio de D'Amico Enterprises, un rascacielos de vidrio y acero que dominaba el horizonte de la ciudad, mi corazón latió con fuerza. Saludé a los guardias en la entrada, quienes apenas me devolvieron el gesto, acostumbrados ya a mi carrera diaria contra el tiempo. Tres minutos. El ascensor, como de costumbre, parecía una cruel broma del destino, deteniéndose en cada piso mientras yo desesperaba mirando el reloj. Un tic nervioso en mi pierna delataba mi ansiedad. Cada segundo que pasaba era una eternidad.
Con los nervios a flor de piel, finalmente el ascensor llegó al piso correcto. Eran exactamente las ocho cuando me bajé apresuradamente al llegar al piso 25, mi respiración agitada por la prisa. Avancé por los pasillos impecablemente decorados de la empresa, intentando calmarme antes de entrar en la oficina de Alessio. Cuando llegué a mi escritorio, apenas tuve tiempo de dejar mi bolso y la carpeta con los documentos que llevaba con sorprendente agilidad. Tomé aire, y con el café en mano, toqué la puerta de su oficina justo cuando el reloj marcaba las ocho en punto.
—Adelante —dijo con su voz firme y controlada, una voz que siempre hacía que el nerviosismo en mi estómago se revolviera.
Entré llevando el café en una mano y una carpeta en la otra tratando de mantener la compostura, aunque sabía que mi aspecto delataba la prisa de la mañana. mi apariencia estaba lejos de ser profesional. Mi cabello, que había recogido en una coleta antes de salir de casa, ahora estaba desordenado, con mechones rebeldes que caían alrededor de mi rostro. La camisa blanca que llevaba, aunque levemente elegante, ahora estaba ligeramente arrugada, y el extremo maquillaje en mi rostro a pesar de la cantidad excesiva de bases que llevo no lograba disimular del todo las ojeras bajo mis ojos. Llevaba pantalones negros ajustados que, aunque prácticos, ahora mostraban marcas del estrés de la mañana, y unos tacones básicos de color nude que resonaban suavemente en el piso de mármol.
Además, dado que no me fue posible encontrar mis lentes de contacto, que estoy casi segura los ocultó Gabriel para jugar, fue necesario comprar unos simples y no muy hermosos lentes en el camino para venir, de color azul oscuro con marco grueso redondeado, y sinceramente solo se veían para nada agraciados en mi rostro, a pesar de que es la única opción.
Tengo suerte que el código de vestimenta de la empresa sea básico y que gracias a ello no sea necesario comprar algún uniforme costoso que se que no podría permitirme. Para todo género es necesario que las prendas que llevemos sean de colores neutros como negro, blanco, azul o gris, además es posible usar cualquier prenda que deseemos como faldas, pantalones o vestidos siempre y cuando sean decentes y semi formales.
Si bien nada de mi guardarropas es nuevo, trato de mantener todo lo más limpio posible lo que incluye planchar todas las noches lo del día siguiente para evitar las arrugas como las que tengo en este momento, y gracias a ello y a mis cuidados me es posible no resaltar entre los demás y lucir decente físicamente.
Así que cuando entró a la amplia oficina organizada en colores blancos y negros junto con las decoraciones en cristal, y mi jefe me observa de pies a cabeza con su típico rostro indiferente, no puedo evitar ponerme nerviosa ante tal mirada.
—Buenos días, señor D'Amico —saludé con un tono formal, tratando de controlar cualquier rastro de nerviosismo y temblor en mi voz.
Sin esperar más, me acerqué a su escritorio y dejé el café junto a su computadora. Por suerte, ni una gota derramada.
El señor D'Amico levantó la vista de su escritorio segundos después, donde su laptop descansaba en perfecto orden, rodeada de carpetas y documentos. Sus ojos grises me estudiaron por un momento antes de asentir ligeramente.
—Buenos días, señorita Harper —respondió con su tono habitual de buen humor, esa mezcla de serenidad y autoridad que contrastan con la voz ronca y seductora que parecía marcar cada interacción con él.
La voz que hace actuar como colegialas a las empleadas y les provocan grandes sonrojos. No puedo decir que soy completamente inmune, pero trato de separar lo personal de lo profesional por lo que es realmente difícil hacerme sonrojar, mucho más hacerme actuar como adolescente hormonal con el chico que le gusta.
Él tomó un sorbo, dejando escapar un suspiro de satisfacción, lo cual, para mí, era la mejor señal. Si el café estaba a su gusto, entonces el día podía seguir sin contratiempos. Alessio era un hombre de hábitos, y cuando algo no salía como lo esperaba, su humor se tornaba sombrío, afectando a todo el equipo.
—¿Los informes de Recursos Humanos? —preguntó segundos después sin levantar la vista de su pantalla. Solo deteniéndose levemente para beber del café, supuse que, como muchas veces, se quedó en su oficina toda la noche trabajando.
—Aquí están, señor. Y también traje los documentos de los inversionistas para el nuevo proyecto que solicitó —respondí, mientras le entregaba dos gruesas carpetas con algunos documentos sobre estas.
—Ya era hora —murmuró irritado en voz baja, aunque lo suficientemente alto como para que lo escuchara.
Sentí un leve pinchazo de culpa. Había tardado en entregar esos documentos debido a un error mío. Dos días antes, los informes llegaron, pero los dejé accidentalmente en el escritorio equivocado luego de recibir una llamada. Cuando volví por ellos, ya no estaban. Pasé horas buscándolos antes de darme cuenta de que habían sido archivados incorrectamente. Tuve que pedir nuevos copias y, apenas anoche, los recibí
—¿Necesita algo más, señor D'Amico? —pregunté con la esperanza de redimirme, intentando disimular mi incomodidad.
—Arregla una reserva en el Whinter's para almorzar, mesa para tres. Eso es todo—respondió, aún con la vista en la pantalla.
Sabía que su mente ya estaba ocupada en otros asuntos, por lo que asentí discretamente con alivio y salí de la oficina en silencio, cerrando la puerta detrás de mí. Ahora, todo lo que tenía que hacer era mantener la calma y concentrarme en mi trabajo. Pero algo dentro de mí no dejaba de inquietarme.
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Alessio D'Amico
Levante mi mirada y observé cómo la señorita Harper salía de mi oficina. Los tacones de sus zapatos resonaron en el suelo, y mis ojos se desviaron, casi de manera involuntaria, hacia su figura mientras se alejaba. Rápidamente aparté esos pensamientos, recordándome la regla que había impuesto a mí mismo y que recordaba cada vez que me descubro a mi mismo mirando de más a mi asistente.
No ha sido fácil.Las pocas veces que usa una falda o vestido mi mirada tiene a deslizarse por sus piernas cuando ella no observa, en casos como este que usa ropa una o dos tallas mayor ocultando sus curvas me es inevitable no observarla fijamente, tratando de descubrir ese misterio que la rodea.
Han pasado cuatro meses desde que Natalie, la antigua asistente de mi padre y, eventualmente, mía, se vio obligada a renunciar debido a problemas de salud. Fue una verdadera lástima perderla, ya que, además de ser una mujer mayor, experimentada y sumamente eficiente en su trabajo, siempre cuidó tanto del bienestar de mi padre como del mío. Era el tipo de persona que mantenía todo en perfecto orden, anticipándose a nuestras necesidades sin siquiera preguntar.
Tras su partida, Recursos Humanos intentó llenar su vacío enviándome una serie de asistentes, pero ninguna cumplió con las expectativas. A veces, todo parecía ir bien al principio, pero tarde o temprano todas acababan insinuándose de una manera u otra, lo que hacía que la convivencia diaria resultara incómoda después de rechazarlas. No soy ajeno a la atención femenina y, ciertamente, tengo mis conquistas y aventuras. Sin embargo, tengo una regla muy clara para mí mismo: no mezclar los asuntos laborales con los personales, especialmente cuando se trata de relaciones.
Así, una tras otra, las asistentes pasaron por mi oficina, algunas más discretas que otras. Hubo incluso una anciana excéntrica, enviada en un intento desesperado por Recursos Humanos. Parecía una buena opción, hasta que apareció al tercer día de trabajo con seis gatos en brazos, lo que, obviamente, terminó en su despido inmediato.
Fue entonces cuando Marxwell, mi mano derecha y amigo cercano de la familia, intervino con una solución. Me ofreció que su asistente, una joven tímida llamada Zarya Harper, asumiera el rol de mi asistente temporalmente. Él mismo había mencionado más de una vez que quería que su esposa, Vivianne, lo ayudara en su propio trabajo, y esta parecía una buena oportunidad para hacerlo. Además, Zarya contaba con excelentes referencias, tanto de Marx como de Adrian, nuestro jefe de Recursos Humanos. Después de todo, ¿por qué no darle una oportunidad? Si alguien como Marx confiaba en ella, debía de ser capaz de cumplir con las expectativas.
Acepté la propuesta, y durante el primer mes todo transcurrió de manera impecable.
Zarya Harper no era como mis anteriores asistentes. No se insinuaba, no me lanzaba miradas seductoras ni trataba de ganarse mi favor con sonrisas coquetas. Era profesional, eficiente... al menos lo había sido durante los primeros meses. Ella resultó ser puntual, diligente y extremadamente competente. Manejaba mi agenda con precisión quirúrgica y siempre tenía los documentos en perfecto orden. Me impresionó, no solo por su eficiencia, sino por su currículo: a su edad, tenía logros que muchos tardan décadas en alcanzar. Era, sin duda, una joven prodigio.
Además, aunque no me lo planteé en un principio, no pude evitar notar ciertos detalles de su apariencia. Su cabello rubio casi platino caía en pequeñas ondas desordenadas, y su piel de porcelana contrastaba con sus labios carnosos de un rosa natural. Tenía unos ojos verdes pequeños pero expresivos, que a veces parecían esconder algo más detrás de su timidez. Sin embargo, había algo que me desconcertaba: su estilo de arreglarse era completamente inconsistente. En algunos días llegaba prácticamente sin maquillaje, con el cabello desordenado y ropa que parecía sacada a la prisa del armario. Otros días, por el contrario, llevaba un maquillaje excesivo y ropa holgada que ocultaba su figura bajo capas innecesarias, siempre con un suéter de mangas largas o cuello alto, sin importar el calor que hiciera.
A pesar de esto, todo marchaba bien... hasta el segundo mes.
Fue entonces cuando las cosas comenzaron a cambiar. Al principio, solo eran pequeños errores: una cita agendada mal, un documento entregado con retraso. Nada demasiado grave, pero detalles que no pasaban desapercibidos para alguien como yo, que depende de la precisión. Sin embargo, la situación empeoró rápidamente. Hace dos meses, durante una reunión crucial con inversionistas, Zarya no pudo encontrar los archivos que necesitaba. Aquello fue el punto de quiebre. La falta de esos documentos no solo arruinó la presentación, sino que me obligó a ofrecer una disculpa formal a los inversores, lo que derivó en una pérdida financiera considerable.
Suspiré, frotándome las sienes. Necesitaba encontrar la forma de solucionar esto, antes de que su incompetencia me costara aún más dinero. Sin embargo, algo en su comportamiento me hacía sospechar que había más en juego que simples descuidos.
Miré hacia la puerta por donde había salido. Tendría que vigilarla de cerca, averiguar si los problemas que arrastraba podían afectar mi empresa.
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Zarya Harper
Mis días últimamente habían sido duros, muy duros, y lo sentía en cada fibra de mi cuerpo. Mientras me sentaba en la zona de empleados, observé las galletas y la botella de agua que acababa de tomar de la mesa. Eran muestras gratis, siempre había algunas por ahí para el personal. Mis opciones para comer hoy no eran muchas, y la verdad es que no me importaba. Ya me había asegurado de mandarles a los niños la merienda y el dinero para sus almuerzos. Ellos siempre son la prioridad.
Suspiré, abriendo la botella y tomando un sorbo para calmar la sed. Las galletas crujieron en mi boca, pero ni siquiera pude disfrutarlas. Estaba agotada y mi mente no podía dejar de girar alrededor de todo lo que tenía que hacer. La oficina estaba tranquila, todos estaban en su almuerzo, y me permití unos segundos de respiro mientras intentaba distraerme del constante zumbido de pensamientos.
Justo en ese momento, oí pasos acercándose. Levanté la vista y me encontré con la mirada del señor D'Amico, quien acababa de salir de su oficina. Me observó de una manera extraña, casi como si me estuviera analizando. De inmediato, un calor incómodo me subió al rostro, sintiéndome avergonzada. ¿Qué estaría pensando? Me sentí como si me hubieran atrapado haciendo algo mal, aunque solo estaba tomando una de las galletas que estaban ahí para los empleados.
Quise decir algo, pero las palabras no me salieron. Me sentí pequeña, casi insignificante bajo su escrutinio. Finalmente, él habló con ese tono calmado y autoritario que me hacía sentir aún más nerviosa.
—Señorita Harper, voy a un almuerzo de negocios —dijo, sin preámbulo,su voz era firme, aunque no tan dura como otras veces— Pero necesito que después de eso se quede un poco más tarde de lo usual. Hay unos documentos que necesito que organices después de mi regreso.
Mi corazón se hundió en el estómago. La preocupación me inundó de inmediato. Quedarme más tarde significaba que no podría ir a recoger a los niños. No podía pedirle a Erik que se hiciera cargo, mucho menos ahora con los trillizos. Las pocas veces que he hecho horas extra los trillizos aún acompañaban a los gemelos en los guardería, donde podía dejarlos hasta la hora necesaria, así Erik solo debía llegar a casa con Stefan, no me gustaba, pero era necesario. Ahora con Gabriel y Michael en la escuela no puedo pedirle eso.
—Por supuesto, señor D'Amico —respondí rápidamente, tratando de mantener mi voz neutral y tranquila—. No hay problema.
Él me miró una vez más, como si esperara algo más de mí, antes de girarse y salir sin añadir nada. Apenas se fue, me hundí un poco en la silla. "Qué vergüenza", pensé, apretando un poco la botella de agua en mis manos.
Sin embargo tenía que encontrar una solución, y rápido. Mis hermanos no podían quedarse esperando en la escuela, pero yo necesitaba estas horas extra de trabajo, necesitaba ese dinero extra, especialmente con todo lo que debo pagar pronto.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Necesitaba una solución, y rápido. Levanté mi celular y pensé en Mikayla, mi amiga que trabajaba cerca de la escuela de los niños. Tal vez podría pedirle ayuda... aunque solo de pensarlo me ponía aún más nerviosa. No quiero ser una molestia, pero no tengo otra opción.
Respiré hondo y marqué su número. Escuché el tono de llamada mientras jugueteaba con la tapa de la botella, intentando calmarme. Finalmente, Mikayla contestó.
—¿Hola? —la voz alegre de Mikayla respondió al otro lado de la línea.
—Hola, Kayla —dije, tratando de que mi tono sonara casual, pero la ansiedad me traicionó—
—¡Zary! Hola, ¿cómo estás? —respondió con entusiasmo.
—Estoy bien, sí... Bueno, en realidad... —tomé aire—. Necesitaba pedirte un favor.
—Claro, dime. ¿Qué necesitas? —Su tono era tan despreocupado que me sentí un poco más tranquila, pero seguía sintiendo esa punzada de incomodidad en el estómago.
—Bueno, es que... —empecé a decir, tratando de encontrar las palabras— Hoy voy a tener que quedarme más tarde en la oficina, y no voy a poder ir por los niños a la escuela, sabes que ellos salen a las cuatro. Sé que trabajas cerca y... me preguntaba si podrías hacerme el favor de recogerlos por mí.
Hubo un breve silencio al otro lado, lo que solo aumentó mi nerviosismo.
—Claro, Zary. No te preocupes. Puedo recoger a los los niños sin problema —respondió ella, su voz tranquila y comprensiva.
El alivio me golpeó de inmediato, pero también me sentí culpable por pedirle algo así.
—¿Estás segura? No quiero ser una molestia. Sé que tienes tus propias cosas... —insistí, aunque ya sabía que ella siempre estaba dispuesta a ayudar.
—Zarya, en serio, no pasa nada. Me encantan tus hermanos y será un buen cambio en mi día. Haré una parada rápida en la escuela y los llevaré conmigo. No te preocupes tanto, ¿vale?—
Me mordí el labio, sintiéndome aliviada pero aún nerviosa.
—Gracias, de verdad. Te lo agradezco mucho. Lo único es que voy a tener que llamar a la escuela para avisar que tú irás por ellos, y solo necesitas dar tu nombre cuando llegues—
—¡Perfecto! —dijo ella, sin dudar—. No te preocupes, avísales y yo me encargo—
—De verdad, gracias, Kayla. Sabes que no te lo pediría si tuviera otra opción... —El peso en mi pecho seguía ahí, sintiéndome culpable por cargarle algo que no era su responsabilidad.
—No te preocupes tanto, Zary. No es un problema en lo absoluto. Está bien pedir ayuda de vez en cuando, te lo he dicho—
—Lo sé... —murmuré, aún incómoda—. Gracias, de verdad—
—No hay de qué. Los veo en un rato. Cuídate y no te estreses tanto—
Nos despedimos y colgué el teléfono. Me sentí un poco más tranquila, pero seguía con ese nudo en el estómago. Ahora tenía que resolver lo de los gemelos. Me quedé mirando el teléfono por un momento, y luego marqué el número de Levi. Él trabaja aquí y suele ser alguien en quien confio mucho con los niños. Espero que también pueda ayudarme hoy.
—¿Hola? —la voz relajada de Levi respondió casi al instante — ¿Zary?—
—Lev, hola... Sí, soy yo. —Sentí cómo mis nervios volvían. A pesar de nuestra confianza, no podía evitar sentirme mal por pedirle algo en el último momento—. Sé que es muy repentino, pero... ¿te importaría hacerme un favor? Necesito que recojas a los gemelos de la guardería de la empresa hoy. El señor D'Amico me pidió que me quedara más tarde y ya le pedí a Kayla que recogiera a los demás. No me da tiempo de hacerlo yo—
Levi soltó una pequeña risa.
—Zary, claro que sí. No es la gran cosa. Ya sabes que adoro a esos pequeños. Los recogeré y puedo llevarlos al parque con Kayla y los demás. Los mantendremos ocupados hasta que salgas—
—No sabes cuánto te lo agradezco —murmuré, sintiendo cómo el peso sobre mis hombros se aligeraba un poco—. De verdad, me siento mal por estar pidiendo esto, pero...—
—Zary, basta —me interrumpió, esta vez con un tono más serio—. No tienes que sentirte mal por pedir ayuda. Somos tus amigos. Claro que vamos a ayudarte con los niños. Ellos son familia para nosotros también, igual que tú—
Mis ojos se llenaron de lágrimas de agradecimiento, pero las reprimí rápidamente. No quería parecer aún más débil de lo que ya me sentía.
—Gracias, Levi. En serio, gracias. Les prometo que no me demoraré mucho. Tan pronto como salga del trabajo, iré directamente a buscarlos—
—No te preocupes —respondió él, con esa tranquilidad que siempre me reconfortaba—. Los tendremos bien cuidados. Tú enfócate en el trabajo—
—Eres un ángel, Levi. De verdad, gracias—
—Para eso están los amigos. No te preocupes—
Tras colgar la llamada, sentí una mezcla de alivio y agotamiento. Tenía amigos que realmente me apoyaban, pero a veces me sentía como una carga. Sin embargo, si quería ganar ese dinero extra y asegurarme de que mis hermanos tuvieran todo lo que necesitaban, tenía que hacer sacrificios. Este era uno de esos días.
Ahora, solo tenía que organizarme y cumplir con lo que el señor D'Amico había pedido. Pero por lo menos sabía que mis hermanos estaban en buenas manos.
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Había pasado el almuerzo, y el señor D'Amico ya había regresado de su reunión de negocios. Me sentía más nerviosa que de costumbre, sobre todo porque sabía que tendría que quedarme más tiempo hoy para ayudarlo. Me repetí a mí misma que valía la pena, que el dinero extra realmente me hacía falta, pero no podía evitar sentir el ligero nudo en el estómago al pensar en cómo manejaría todo sin cometer errores.
Cuando él entró en la oficina, lo seguí casi de inmediato. Me había pedido que le ayudara con algunos documentos que necesitaban estar listos para el final del día. La luz suave del atardecer iluminaba su escritorio de madera oscura cuando se sentó y comenzó a revisar algunos papeles. Yo estaba junto a él, lista con mi cuaderno y bolígrafo, esperando instrucciones.
—Necesito que organizes estos archivos por fecha y los compares con las facturas que están en la carpeta azul —dijo sin levantar la vista, pasando una pila de papeles hacia mi lado de la mesa.
—Claro, señor D'Amico —respondí rápidamente, tomando los papeles y comenzando a revisar el contenido. Mi pulso siempre se aceleraba un poco cuando me daba tareas como estas. Quería hacer todo perfecto, no podía permitirme errores, sobre todo hoy.
Mientras organizaba las fechas y las facturas, él continuaba trabajando en otros documentos, pero de vez en cuando alzaba la vista hacia mí, como para asegurarse de que todo estuviera en orden. Su presencia siempre imponía una especie de tensión, una expectativa tácita de excelencia. No me molestaba, me obligaba a concentrarme, pero no dejaba de sentir la presión.
—Aquí tiene Señor, ya los ordené por fecha —dije, entregándole los papeles con cuidado. Intenté que mi tono sonara seguro y profesional, aunque por dentro siempre me sentía algo pequeña bajo su mirada.
Él asintió y tomó los documentos sin decir nada, revisando lo que había hecho. Mientras él lo hacía, me permití respirar un poco más tranquila. Todo parecía en orden.
—Bien —dijo después de un rato—. Ahora, necesito que prepares una presentación con estos datos. Vamos a tener una reunión importante mañana y necesito que todo esté listo para la primera hora—
Mi corazón dio un pequeño salto. Una presentación... No es que fuera algo complicado, pero preparar algo que él mismo usaría frente a otros directores me ponía nerviosa. No obstante, asentí con rapidez y me dispuse a comenzar.
—Claro, ¿alguna preferencia en el formato o el enfoque? —pregunté mientras tomaba los datos que me había entregado.
Él levantó la mirada brevemente hacia mí, como si evaluara mi pregunta. —Quiero que sea directa, enfocada en los números y en las proyecciones a futuro. Nada de rodeos, todo lo más claro posible—
—Entendido —dije, tomando nota de todo.
Mientras comenzaba a escribir, podía sentir su mirada en mí de vez en cuando, pero no era una mirada incómoda o molesta, solo parecía examinarme, quizás buscando algo. No podía evitar querer impresionar, o al menos, no decepcionarlo. Mi mente iba a mil por hora mientras revisaba cada detalle, cuidando que la presentación estuviera perfecta. Sabía que él no toleraba errores, y no quería darle ninguna razón para estar molesto.
El sonido del teclado llenaba el silencio, junto con el ocasional roce de papeles. De vez en cuando, el señor D'Amico me pedía alguna referencia o algún archivo que necesitaba, y yo se lo entregaba lo más rápido posible. A medida que pasaban los minutos, me sumergí más en la tarea. El tiempo volaba, y me sorprendí de lo concentrada que estaba.
—Señorita Harper, necesito que verifiques estos números con la base de datos de ventas. Algo no esta bien—me dijo de repente, interrumpiendo mis pensamientos.
Me acerqué rápidamente para tomar los papeles que me mostraba. Eran informes financieros que había revisado antes, pero él había notado algo que no cuadraba. Me mordí el labio, tratando de no mostrar mi nerviosismo.
—Lo reviso ahora mismo —dije con seriedad, girando hacia mi computadora y abriendo la base de datos.
Sentía la presión crecer a medida que buscaba el error. Revisé cada línea, cada cifra, intentando encontrar lo que él había visto. Después de unos minutos, finalmente di con el problema: había una discrepancia en una de las transacciones.
—Aquí está el error —dije, mostrándole la pantalla—. Parece que una de las transacciones se registró mal. Ya lo estoy corrigiendo—
El señor D'Amico asintió sin decir nada, y por un momento, pensé que no estaba satisfecho, pero después dijo:
—Bien. Asegúrate de que todo esté correcto antes de cerrar el archivo. No quiero que algo así vuelva a pasar—
—Por supuesto, señor —respondí, aliviada de haberlo encontrado a tiempo.
Seguimos trabajando en silencio por un tiempo más. Me pregunté cómo estarían los niños, si Kayla y Levi los habrían recogido ya. Mi corazón se tranquilizaba un poco al pensar en que estaban bien cuidados por personas en las que confiaba. Pero sabía que no podría bajar la guardia en mi trabajo. Esto era demasiado importante.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, el señor D'Amico me miró y asintió.
—Eso será todo por hoy. Buen trabajo, Señorita Harper—dijo con su tono habitual de autoridad, aunque esta vez parecía menos frío.
Asentí y recogí mis cosas, aliviada de haber terminado, pero aún con el peso del cansancio en mis hombros. Mientras salía de la oficina, una pequeña sonrisa se asomó en mi rostro. Había sobrevivido un día más.
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Eran cerca de las siete cuando finalmente salí de la oficina. El cansancio pesaba en mis hombros, pero no había tiempo para detenerse. El trabajo había sido intenso y largo, pero al menos había logrado cumplir con lo que el señor D'Amico me pidió. Tenía la mente dispersa, pensando en los niños y en si Levi y Kayla habrían podido cuidarlos sin problemas a pesar de ya haberlo hecho otras veces, el miedo nunca se iba. Me apresuré en llegar a casa de Levi, donde él debía estar con los gemelos y los otros pequeños según su último mensaje. El reloj marcaba las ocho cuando finalmente llegué, un poco agotada, pero aliviada de ver la cálida luz de su casa iluminando la calle.
Al tocar la puerta, no tuve que esperar mucho. Levi la abrió con una sonrisa, y al instante escuché un alboroto de pequeñas voces detrás de él.
—¡Ary! —Gabriel y Michael fueron los primeros en correr hacia mí, sus caritas de tres años iluminadas de pura alegría.
Me agaché justo a tiempo para que ambos se lanzaran sobre mí con sus abrazos pequeños pero fuertes. El cansancio que llevaba encima se desvaneció un poco al sentir sus bracitos rodeando mi cuello.
—¿Cómo están mis pequeños angeles? —les pregunté con una sonrisa, acariciándoles el cabello.
—¡Jugamos! —dijo Mike con una energía que parecía inagotable, siempre era así antes de las nueve — ¡Kay y Lev, fuimos al parque y jugamos, jugamos con pelota!—
Gabe asintió entusiasmado, sus ojos brillando mientras me contaba cómo había corrido tan rápido que pensaba que volaba. No pude evitar reír, dándoles a ambos un beso en la frente antes de incorporarme.
—Gracias por recogerlos —le dije a Levi, que aún estaba en la puerta observando la escena con una sonrisa tranquila.
—No hay problema, Zary. Sabes que me encantan estos pequeños —respondió con su tono relajado de siempre.
Al entrar, vi a Kayla sentada en el sofá, jugando con Yelena y Elián, los gemelos de dos años. Ambos estaban medio acurrucados a su lado, sus deditos jugueteando con el cabello de Kayla mientras ella les hablaba suavemente. Lián levantó la mirada cuando entré y, al verme, una gran sonrisa se extendió por su carita.
—¡Mamá! —dijo, estirando sus pequeños brazos hacia mí. Aunque solo tenía dos años, él siempre había sido el más vocal de los dos.
Mi corazón se apretó un poco al escucharla llamarme así. Sabía que para él y para Lena, yo era más que su hermana, era la única madre que conocían. Con solo dos años, no recordaban en absoluto a mamá, y lo poco que sabían del amor y el cuidado venía de mí. Me acerqué rápidamente y lo levanté en brazos, acunándolo contra mi pecho mientras él se aferraba a mí, su cabecita acomodándose bajo mi mentón.
Lena, más silenciosa que su hermano, me miraba con sus grandes ojos. La levanté también, aunque más tímida, no decía nada. Se limitó a apoyarse en mí, su carita tranquila, pero segura en mis brazos.
—Se portaron muy bien —dijo Kayla con una sonrisa— Los llevamos al parque un rato y después les di de cenar. Están exhaustos —
Agradecí internamente el cuidado que ambos les habían dado. Sabía que con mis amigos, los niños estaban en buenas manos, pero no podía evitar sentir una mezcla de culpa y alivio cada vez que tenía que pedir ayuda.
—Gracias a los dos, de verdad —dije, mirándolos a ambos—No sé qué haría sin ustedes—
Levi se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa, mientras Kayla sonreía de manera cálida.
— Probablemente morir del aburrimiento — Repuso Kay divertida.
—No es nada, Zary. Sabes que los niños son como parte de nuestra familia—Añadió Levi un poco más serio, poniéndose de pie mientras Lián se aferraba a mí un poco más fuerte.
Stefan, que había estado sentado en el rincón jugando con unos bloques de construcción, se acercó tímidamente. Él siempre había sido más tranquilo, un poco más en su propio mundo, pero igual me amaba profundamente. Lo notaba en la forma en que se acercaba y se quedaba cerca de mí sin decir mucho, como si solo necesitara estar a mi lado.
—Hola, mi campeón—le dije suavemente, extendiendo mi mano para que él la tomara.
Él me miró con sus ojos grandes y curiosos, y tras unos segundos, se acercó más para abrazarme la pierna. Sonreí, sabiendo que esa era su manera de mostrar cariño. Erik, por otro lado, estaba sentado más lejos, con los brazos cruzados, mirando hacia otro lado, había un sandwich junto a él. Lo observé por un momento, sintiendo esa punzada de dolor habitual al no saber cómo llegar a él. Desde que mamá se fue, y luego todo lo que pasó con nuestro padrastro, Erik se había vuelto cada vez más cerrado. Era difícil. A veces, en mi cabeza, pensaba que me odiaba por no haber hecho más, por no poder protegerlos mejor.
—Erik —llamé suavemente— ¿Cómo te fue hoy cariño? —
Él se encogió de hombros, sin mirarme —Bien —murmuró.
Me mordí el labio, sintiendo el peso de su indiferencia, pero decidí no presionarlo. Sabía que con él, forzar una conversación solo lo alejaba más.
Levi y Kayla intercambiaron miradas, como si entendieran lo que estaba pasando, pero no dijeron nada. Fue Kayla quien rompió el silencio.
—Zary, no puedes irte caminando a esta hora con seis niños. Te llevo a casa —dijo, firme.
Negué de inmediato, sin querer molestarla más de lo que ya lo había hecho. —No, Kayla, de verdad, no quiero incomodarte. Ya me ayudaste bastante—
Ella me interrumpió con una mirada severa. —Ni lo pienses. No te voy a dejar caminar con todos ellos en medio de la noche. No sería seguro. —Su tono no dejaba lugar a discusiones.
Suspiré, dándome cuenta de que no había manera de convencerla de lo contrario. Además, tenía razón. Las calles no eran exactamente peligrosas, pero no era prudente ir caminando con seis niños a esa hora, especialmente sabiendo que la caminata duraba mínimo una hora hasta llegar a casa.
—Está bien —dije al fin, sonriendo con gratitud—. Gracias, de verdad—
Después de despedirnos de Levi y agradecerle nuevamente por todo, nos montamos en el auto de Kayla. Acomodé a los más pequeños en sus asientos atrás, pero dejé que Lena se quedara conmigo adelante, acurrucada en mis brazos. A los pocos minutos, el cansancio comenzó a hacer efecto en los niños. Gabriel y Michael se quedaron dormidos casi de inmediato, sus cabecitas apoyadas en los asientos traseros. Stefan, después de unos minutos, también cerró los ojos, dejando escapar un suspiro largo antes de sumirse en el sueño. Incluso Lián, en los brazos de Erik, cayó dormido, aunque Erik permanecía despierto, mirando por la ventana en silencio.
El trayecto hasta casa fue tranquilo, apenas cruzamos palabras. Sabía que Kayla entendía mi cansancio, y yo no quería preocuparla más con mis pensamientos. Cerca de veinte minutos después, llegamos frente a mi pequeña casa. Era modesta, pequeña, pero había aprendido a hacerla acogedora para los niños y para mí. No era el mejor barrio, pero tampoco el peor. Tenía la ventaja de estar cerca de la escuela y del trabajo, lo que me hacía la vida un poco más fácil.
—Gracias por todo, Kayla —dije una vez más, con sinceridad.
Ella solo sonrió y asintió.
—No te preocupes, sabes que estamos para ayudarte. Llámame si necesitas algo—
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