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En el momento justo


El amanecer aun no mostraba su rostro de colores cálidos y el hombre sentado en la ventana no veía más allá de lo que su mirada deseaba ver.

Un hermoso rosal plantado en el centro del patio interior, rodeado de piedras cuidadosamente colocadas en forma de corazón, parecía observarlo en silencio, sintiendo su dolor, compartiendo su sufrimiento porque, aunque se tomaba su tiempo para cuidar de él a diario, podía sentir que su alma estaba tan rota y vacía como un vaso sin fondo.

Las orbes verde oscuro, hundidas en profundos cuencos, rodeados de ojeras tan marcadas como su palidez, daban un aspecto cadavérico a su rostro.

Su cuerpo no estaba en mejores condiciones, hacía semanas que no se cocinaba un plato decente de comida y sólo recibía líquidos como para conservarse en pie. Ya no le interesaba poner énfasis en su cuidado personal, no era necesario malgastar tiempo cuando lo único que lo mantenía aún allí, era el hecho que ese día sería el último amanecer que apreciaría.

Ya no tenía nada que hacer en este mundo que tan cruelmente le había arrebatado lo que más amaba.

Aioros...

Se reuniría con él, ese día, el de su cumpleaños, porque justo en el festejo de su natalicio su vida había sido arrancada, porque un año atrás, mientras festejaban la vuelta al sol número veintitrés de Aioros, un chofer de colectivo que manejaba ebrio, se subió a la acera y atropelló a cuanto peatón que pasaba en ese momento.

Aioros venía tomado de la mano de Shura, en su otro brazo traía el ramo de rosas rojas que éste le habia obsequiado, cuando el colectivo derrapó por el empedrado y se montó sobre la acera.

No tuvieron tiempo para nada, Shura fue despedido contra un local de comidas rápidas, rompiendo la vidriera principal con su cuerpo, el que fue atravesado por cientos de cristales.

Aioros fue atropellado de frente y no tuvo oportunidad de hacer nada, su último pensamiento fue de horror al ver volar a Shura por los aires y caer en medio de un estruendo de vidrios que perforaban su cuerpo. Su último pensamiento racional fue que su prometido estuviera bien, luego la oscuridad eterna lo envolvió.

Sí, hoy era el último día de su lastimosa existencia en el mundo.

Era su primera salida solo desde que había llegado a España, escapando de un peligro que siempre estuvo a su lado y nunca había querido ver.

Era orgulloso y no se permitía creer que todo lo que llegó a considerar la casualidad más bella, se había transformado en su infierno personal.

Kanon había sido el príncipe azul salido de un cuento de hadas para llenar su vida de felicidad, pasión y aventuras.

Lo había conocido en una convención de arquitectos y el flechazo había sido mutuo. Claro que el griego era unos años mayor que él, ya era profesional mientras él aún cursaba la carrera y pronto los pequeños roces causados por celos infundados, se hicieron presentes.

Al principio todo era miel, su amado griego lo colmaba de halagos y presentes, haciendo que su joven e inocente mente se llenara de pajaritos de colores.

La primera discusión llegó una tarde que volvió de la universidad en compañía de un sujeto que le habían asignado como pareja para diseñar una gran maqueta.

El muchacho era griego también, Milo, extrovertido y simpático, no mostraba interés alguno en su persona pero Kanon veía todas las alarmas de un conquistador nato.

Le hizo terrible escena porque encontró al rubio en la habitación de huéspedes, mudándose la ropa de trabajo.

Dos días después, fue por el chófer del taxi que lo miraba con lascivia.

Otro día, porque al llegar no tenía la mesa preparada y la causa era que el profesor de construcción lo había hecho quedar sobre turno, cosa que Kanon vio sospechoso.

Los celos, las escenas de gritos se transformaron en discusiones acaloradas hasta que llegó el primer golpe.

El mundo de Camus venía tambaleando, pero ese agravio destruyó su castillo de cristal y lo hizo añicos, junto a su corazón.

Porque él lo amaba, lo respetaba, le daba su vida entera y no era suficiente para que le tuviera confianza.

Y entonces lo decidió... no soportaría más humillaciones, menos que lo golpeara.

Una noche de tormenta escapó del que había considerado su hogar, abandonó al monstruo que había tomado posesión de su hermosa pareja y, sabiendo que no dejaría baldosa sin revisar, se fue del país.

Con pocos ahorros, una mochila y un pequeño bolso.

No necesitaba demasiado para volver a empezar, sólo reencontrarse consigo mismo y aceptar que había fracasado en el amor.

En España volvería a ser Camus, el joven soñador y comprometido con su futuro.

Miraba el portarretratos con la última foto que se tomaron juntos, el día antes a la tragedia.

Los recuerdos se arremolinaban en su atormentada mente, no quería perder detalle del rostro de su amado griego, no deseaba olvidar su cuerpo hermoso y trabajado...

Su sonrisa era maravillosa, su fuente de inspiración y el único motivo que lo había mantenido cuerdo durante el tiempo de recuperación y rehabilitación que había tenido que pasar tras el accidente.

Durante meses había tratado de ver a Aioros pero le decían que estaba en cuidados intensivos y él no podía verlo.

Tras ocho meses de intenso trabajo con kinesiólogos y psicólogos, Aioria se animó a contarle la verdad de lo sucedido con su hermano y el mundo se desmoronó ante sus ojos.

Su amor de toda la vida había muerto hacía meses, ni siquiera se pudo despedir de él porque estaba en coma.

Pero pronto se volverían a ver, ya tenía todo planeado, sólo debía salir a buscar algo que necesitaba y listo.

Nunca supuso que en busca de la muerte, encontraría una nueva vida.

Caminaba pausado, nada le interesaba en demasía, todo era banal y sin sentido... los transeúntes que pasaban a su lado no tenían rostros ante sus ojos, eran mudos a sus oídos.

Sin embargo, algo penetró el escudo impuesto.

Eran gritos de terror, pedidos de auxilio, lo increíble era que podía entenderlos a pesar de ser en otro idioma.

Tuvo un segundo pensamiento, hacer que no había oído nada y seguir su camino, su destino.

Más no pudo.

Recordó su propio accidente, aquél que le quitó a Aioros y pensó que esa persona debía tener alguien que lo esperaba ansioso.

No lo meditó dos veces y se acercó al lugar donde provenían los gritos.

Dos hombres amenazaban a un joven, le habían quitado su mochila y le pedían dinero.

El chico lloraba, no les entendía y sólo veía con terror, la navaja en su cuello.

-¡Dejadlo tranquilo! ¿No veis que es extranjero y no les entiende?

-No te metas donde no te llaman

-Tarde, ya lo hice y te aviso que puedo defenderme, además que la vida me vale madres... suelten al chico...

-No lo haremos...

De un movimiento ágil se abalanzó sobre Shura mientras el otro sostenía al aterrado muchacho.

El pelinegro, tal como lo había anticipado, sabía artes marciales y se quitó al agresor de encima como si fuese basura.

El otro, al ver a su cómplice fuera de combate y a Shura corriendo hacia él, no supo qué hacer y hundió el puñal en el abdomen de su víctima.

Pudo correrlo, pero ver la enorme cantidad de sangre que perdía, lo asustó lo suficiente para cambiar de idea y ayudarlo.

Lo levantó en brazos, no pesaba demasiado, y corrió hacia la guardia del hospital más cercano.

Los médicos le pedían explicaciones que pudo dar a medias, no sabía quién era ese chico porque en el apuro, el bolso y sus pertenencias que no fueron robadas, quedaron en el olvido en aquel oscuro callejón.

La inconsciencia había envuelto al joven, que ahora podía ver mejor gracias a las luces, y debía reconocer que era increíblemente hermoso, con cabellos rojo fuego y una piel nivea que hasta la luna sentiría envidia.

Lo entraron en urgencias y Shura quedó allí parado sin saber qué hacer. Deseaba irse y seguir con sus planes, pero también quería asegurarse que ese muchacho estuviera bien y a salvo.

Suspiró maldiciendo su suerte y se sentó en los sillones de espera.

El cansancio por tantas noches de desvelo tomó revancha y se quedó dormido, mientras esperaba noticias del chico.

Dentro de la sala de operaciones, los doctores intentaban contener la hemorragia y sacar adelante al paciente.

La herida era pequeña pero profunda y había lastimado el bazo, de allí el copioso sangrado.

Les llevó bastante tiempo pero lograron su cometido y dejaron al muchacho aún dormido en terapia intermedia.

El doctor salió en busca del joven que lo había llevado, aunque no esperaba encontrarlo. Sin embargo, lo halló dormido en la sala.

Con suavidad tocó su hombro y Shura despertó de inmediato.

-El chico... ¿cómo está?

-Descansa en terapia intermedia, de no ser por tí, se hubiera desangrado. Le has salvado la vida.

-Yo... me alegro... ahora que sé que se pondrá bien, debo irme...

-¡No puedes dejarlo solo! Has tomado una responsabilidad al traerlo aquí...

-Yo sólo lo ayudé en ese callejón donde lo estaban asaltando, no soy responsable de nadie...

-Pero dijiste que es francés, no se sentirá bien y no podrá relacionarse con los enfermeros ni nada... te necesita...

Shura suspiró cansado, derrotado.

-Está bien, volveré a ese callejón a ver si con suerte, sus pertenencias siguen allí y regreso pronto...

El doctor sonrió... tenía la sensación que ese chico no se había cruzado en la vida del español por casualidad...

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