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Capítulo 29: Mariposas monarcas.

Taylor Swift- I hate it here

SAORI

No estoy bien.

Hay un vacío tan grande en mi pecho que me comprime los pulmones y hace que respirar sea una tarea difícil. He estado acostada en la cama desde que llegué a este lugar y no he querido salir. Es como si una fuerza que no soy capaz de explicar me mantuviera contra la cama.

No he comido. No me he levantado al baño o siquiera he recorrido la habitación, solo llegué y me acosté. Mi cuerpo no tiene energía, no soy capaz de levantarme por mi propia cuenta. Mi mirada ha estado fija en la ventana, he visto el anochecer y el amanecer, escucho a gente afuera hablando, riendo y luego estoy yo, incapaz de moverme por mi propia voluntad y sintiendo que la cama es una prisión.

—Saori —llama una mujer.

Sé que es la enfermera y no respondo. Solo cierro los ojos y me quedo en la misma posición, como si estuviera dormida. La escucho caminando por la habitación, dice que tengo que comer, también que debería tomar algo de aire fresco. Sigo sin moverme y solo abro los ojos cuando escucho la puerta cerrarse.



No sé cuántos días han pasado. Solo sé que no he mejorado. No tengo hambre, no tengo sed o ganas de moverme. Solo quiero seguir durmiendo, solo quiero dejar de existir. Ojalá pudiera cerrar los ojos y así callar a las personas que están riendose afuera, los escucho hablando, escucho sus carcajadas. Veo la luz del día y se siente lejano, como si yo estuviera atrapada en una oscuridad inmensa y los demás siguieran adelante; mientras que yo sigo aquí atrapada.



No siento nada. ¿Si muero el vacío se acabaría? Quizás todo estaría mejor. Escuché que Lou vino a verme, no la dejaron entrar. Si me viera, quizás ella también quisiera que muera.



Los días se han vuelto un parpadeo. Veo el sol, brillante y cálido, está lejos de mí mientras que la noche oscura y fría está tan cerca, es como una vieja amiga que me viene a visitar cada día. Quizás ella me entiende, quizás sabe por qué quiero morir.



—Vas a enfermar si te sigues rehusando a comer.

Lo sé, quiero responderle, pero no lo hago. Ella solo deja salir un suspiro y se va. Dejándome sola otra vez, vuelvo a la oscuridad.



No tengo fuerzas para abrir los ojos. Me siento tan débil, tan pequeña, siento que pronto todo acabará.

—Lamento tener que hacer esto, es por tu bienestar.

Siento un pequeño pinchazo en mi brazo izquierdo, está insertando una aguja que se encuentra conectada a una bolsa transparente. Cierro los ojos por un breve momento antes de volver mi atención a la ventana. La luz del sol entra por ella, se refleja en el suelo, como si quisiera alcanzarme, pero sigue sin poder hacerlo.

Ojalá me alcanzara.



Mi cuerpo se siente muy pesado y cansado, todo lo contrario a mi mente donde hay miles de pensamientos al mismo tiempo. Y todos terminan en la misma conclusión.

¿Debería acabar con todo? Sería lo mejor.



Extraño a mi familia, pero sé que ellos están mejor sin mí.



¿Cómo he acabado así? Soy un fracaso.



Mi nariz percibe un aroma familiar, mis ojos buscan de dónde viene y lo veo. Es una taza con una especie de crema, y a su lado veo un pequeño plato con arroz. Y por primera vez, siento ganas de devorarlo. Huele igual que la crema de vegetales de Lou. La extraño tanto. ¿Ella estará bien? ¿Los demás lo estarán? Mi cuerpo, todo tembloroso, intenta pararse por primera vez en días, mis piernas no tienen fuerza y caigo al suelo junto a la bolsa transparente. Me quito la aguja clavada en la piel, y con sangre recorriendo mi brazo me arrastro hacia la comida que hay a unos pasos de distancia.

Me siento frente al escritorio. Al oler la crema un suspiro de satisfacción sale de mis labios, hay una nota, es la letra de Lou, dice que lo disfrute, que está hecha con amor. Cuando doy el primer bocado un sollozo sale de mis labios y sin esperar mucho termino todo el contenido.

Al terminar me quedo en el escritorio, mirando la nota, mirando el plato vacío. Las cosas hechas con amor son una cura para el corazón y la panza. Era lo que Lou decía cuando me enfermaba y me hacia sopa. Escucho a la enfermera entrar, escucho la preocupación en su voz al ver la sangre en mi brazo y yo solo puedo llorar.



—¿Sabías que las mariposas monarcas hacen un viaje de más de dos mil millas? —dice la psiquiatra.

Es la primera vez que giro mi cabeza para verla desde que llegué. Es joven y sus ojos son grandes y bonitos. Sonríe amable, se acerca un poco más junto a su silla. Sabe que tiene mi atención.

—Y el sol es su guía para saber el camino que deben hacer para migrar, sin embargo, aún en días nublados no pierden el rumbo. Y en las noches, descansan en espera del sol que calienta sus alas para seguir volando. —La veo inclinar su cuerpo en mi dirección y añade—: Necesitas recargar energías antes de volver a volar. Y tomar el sol, siempre es una buena opción.

Aparto mi mirada, vuelvo a ver la ventana. Y otra vez, la luz radiante del sol sigue bañando el suelo y está vez, la veo más cerca de mí.



La luz está cerca. Yo estoy cerca, solo necesito ir a ella. Solo un paso. Solo un poco más.



La sensación de calidez que golpea de lleno mi cuerpo me hace soltar un suspiro, escucho las aves cantando y el sonido que hace la brisa al mover las ramas de los árboles. Camino por el patio, hay personas de todas las edades en pequeños grupos, algunos parecen felices, otros perdidos en sus propias mentes. La enfermera me deja explorar el lugar, me deja sentar debajo de un árbol cuando le digo que estoy cansada.

He bajado de peso, las cutículas de mis dedos están destrozadas y aún sigo débil. He empezado a tener una charla en grupo, no participo en ella, solo me quedo sentada escuchando las historias de los demás.

Todos hemos perdido a alguién y estamos intentando reparar esa grieta dejada en el coraźon.

Mis manos están sobre mis rodillas y mi cabeza descansa en el tronco detrás de mí. Escucho a una ardilla en el árbol y me quedo inmóvil mientras la veo, sus ojos me estudian un segundo antes de seguir su camino. No soy una amenaza para ella, solo para mí misma. Siento un cosquilleo en los dedos de mi mano derecha, al posar la mirada en el lugar lo veo.

Es una mariposa. Sus colores naranjas y negro lucen brillantes debajo de la luz del sol. Sonrío al verla porque sé que es una mariposa monarca, es bellísima y muy difícil de confundir. La psiquiatra dijo que son un símbolo de transformación constante y perseverancia.

—Está bien —susurro—. Puedes descansar un poco antes de volver a volar.

Ahora sé que yo también puedo hacerlo.

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