Capítulo 28: "Un paso hacia adelante aunque se sienta tres hacia atrás"
SIA- Im still here.
EIDAN
Saori intentó suicidarse.
No me di cuenta cuando salió de la habitación, no pensé que se despertara. No la escuché en ningún momento y si Lou no hubiera venido a la habitación, no me habría dado cuenta y Saori no estaría viva.
Una de las enfermeras me da una toalla para secarme mientras me pregunta si necesito algo mas, cuando digo que no se marcha y vuelvo a estar solo en el cuarto de Lou, mientras ella habla con los doctores. No podemos quedarnos con Saori. Una enfermera se quedará en su cuarto con ella. Son órdenes de sus doctores y no podemos discutirlo.
La pude agarrar a tiempo, la pude sostener y evitar que cayera.
Y ella solo miraba a Lou, solo lloraba y no dejaba de balbucear que la dejara irse con ella. Y sé que está confundida porque Lou está viva, la sacaron por la parte de atrás de la casa antes de que explotara. Lou estaba inconsciente en su cuarto, debido a la inhalación del dióxido de carbono perdió el conocimiento mientras intentaba salir.
—La volvieron a sedar —me dice Lou, entrando en la habitación.
Luce cansada y asustada. Ha estado llorando y sus ojos están muy inflamados. Extiendo mi brazo en su dirección y la abrazo. No sé si lo hago para darle un consuelo a ella o dármelo a mí.
Saorí pudo morir.
Pude haberla perdido.
Pudimos haberlo hecho.
—Vamos a estar bien —dice Lou mientras me abraza—. Y está bien que no te hayas dado cuenta que ella salió de la habitación, estás cansado, no has dormido.
—Estoy bien.
—Min no dice lo mismo.
Me aparto y le sonrío.
—¿Han hablado de mí?
Asiente.
—Es un buen guardián. Calvin no ha podido estar mucho tiempo conmigo porque Jem lo necesita, y Min no es un mal compañero.
Le sonrío.
—¿Es bueno?
—No está mal.
Ambos nos reímos y cuando dejamos de hacerlo, el silencio que inunda nuestro alrededor no es nada más que un silencio lleno de tristeza. Sé lo que va a pasar con Saori, la psiquiatra nos había dicho que ocurriría al ver que ella no está estable mentalmente. Y lo que acaba de suceder solo ha confirmado lo que todos sabíamos.
El amor no puede curar enfermedades mentales y tampoco la familia, lo único que podemos hacer es ser un soporte para aquellas personas que la están pasando mal. Y aunque me muero por quitar su dolor, aunque quiera cuidarla de que nada le haga daño, no puedo, no cuando es su mente la que la está destruyendo.
Y tampoco debo hacerlo.
No puedes proteger a una persona siempre del dolor y la tristeza, es inevitable. Y si lo haces, cuando ya no estés junto a ellos, el mundo será un campo de batalla cuando tenga que enfrentarlo.
—Intenta dormir —dice Lou cuando le digo que me ire al hotel. No hay mucho que pueda hacer aquí.
—Lo haré. Descansa, Lou.
Y aunque lo intento. No soy capaz de hacerlo. Los sucesos ocurridos se reproducen en mi mente una y otra vez y no dejan de hacerlo. No mientras estoy en una habitación solo y con tanto silencio a mí alrededor que se siente asfixiante. Mis manos buscan entre mis cosas en busca de mi libreta y lápiz, comienzo a dibujar, los ojos de Saori siguen muy vivos en mi cabeza.
El dolor.
La tristeza.
La desesperación.
Cuando la agarré me observó con confusión, como si hubiera despertado de un trance y se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo. Su mano se aferró a la mía con mucha fuerza, y ahí lo vi, tan diminuto pero estaba ahí. Ella no quería morir. Nadie quiere hacerlo, solo quieren dejar de sentir dolor. Cuando logré subirla con ayuda de otros enfermeros Lou corrió hacia ella, y ambas se quedaron bajo la lluvia llorando.
Cierro los ojos con fuerza y froto mi rostro frustrado. La situación es agotadora y desesperante en general. Siento el corazón cada vez más agitado, mi respiración se vuelve irregular y antes de poder ser consciente de lo que hago estoy enfrente de la puerta de la habitación de Min.
Sé que lo voy a despertar, no debería hacerlo. No luego de que Lou lo convenció de quedarse en el hotel y de que ella estaría bien sola. Sin embargo, no puedo estar solo, no puedo con esto solo.
Cada emoción que he sentido en las últimas horas se están desbordando como un rio y no puedo controlarlo, no soy capaz de hacerlo solo y la única salida que veo es buscar a la persona que ha estado en cada uno de los momentos buenos y malos de mi vida.
Min me ha visto en la oscuridad y también me ha reconocido; incluso cuando yo mismo me he desconocido al verme en un espejo.
—¿Eidan? —dice con los ojos entrecerrados y confundido al abrir la puerta—. ¿Qué ocurre?
—Saori...ella...está bien pero intento...intento —no puedo decir hablando. Solo escucho los sollozos que no puedo evitar y los espasmos que sacuden mi cuerpo.
Min lo entiende. No necesito hablar, solo necesito dejar salir las emociones encontradas que tengo en mi pecho. Y solo estamos ahí los dos, en medio de un pasillo de hotel conmigo llorando desconsolado y con él consolándome.
Y vuelvo a cuando éramos más jóvenes, cuando perdí a mi familia y él estuvo ahí, cuando me alejé del arte y lo odie durante mucho tiempo. Min siempre ha estado ahí para mí y no ha dejado de estarlo. Por ello, es mi hermano, mi mejor amigo y la persona más importante de mí vida.
Hay lazos que son inquebrantables. Y mi lazo con él lo es. Y sin importar si discutimos, si decimos cosas hirientes y creemos que vamos a estar lejos, siempre volvemos hacia el otro como un boomerang. Sobre todo, si el otro lo necesita.
—Te sostengo, hermano.
Y lo hace, siempre lo hace.
SAORI
Estoy viva.
Estoy aquí.
Cierro los ojos y cubro mi rostro con mis manos, me siento tan vacía, tan confundida. Las últimas horas se han sentido como un vaivén de recuerdos confusos y sentimientos convertidos en un huracán.
Dejo salir un suspiro profundo y siento el nudo en la garganta el cuál se está retorciendo; quitándome el aire. Mi estómago está revuelto y no he podido ingerir nada de alimentos.
Me siento débil. Los latidos de mi corazón son pausados, no estoy segura si estoy viva, pero sé que lo estoy.
Lou lo está. Ella está viva.
Y yo intenté quitarme la vida. Creía que era un sueño lucido pero no lo era, el dolor era muy fuerte, mis pensamientos estaban nublados y solo podía pensar en que quería dejar de sentir.
Me sentí desesperada.
Tener los brazos de Lou rodeando mi cuerpo con fuerza, escuchar su voz y cómo me suplicaba que me quedara con ella fue como si mil agujas se encajaran en mi pecho.
Me levanto de la cama cuando siento que mis pensamientos están comenzando a hundirme, mi cuerpo está temblando y la culpa me está carcomiendo la cabeza. Abro las cortinas de la habitación y la luz entra por la ventana. Tengo que parpadear varias veces para adaptar mis ojos a la luminosidad.
El cielo está completamente despejado, el torbellino de nubes que había el día de ayer han desaparecido y solo hay un firmamento azulado y lleno de luz, puedo ver las aves volando y cierro mis ojos. La luz del sol contra mi piel se siente cálida, no quema, es como una leve caricia qué hace que mi corazón dé un vuelco.
¿Cómo el cielo puede estar tan lleno de luz cuando ayer no lo estaba? Solo eran nubes llenas de lágrimas y truenos que hacían temblar todo el firmamento. Solo se sentía la desesperanza y la tristeza.
Estoy viva.
La sensación es agridulce. Mis ojos van hacia mis muñecas, veo los distintos colores que conforman el hematoma qué es una evidencia de lo que ocurrió anoche. Eidan me sostuvo con fuerza, su mirada estaba llena de desesperación por sostenerme y caí en cuenta lo que había intentando hacer.
Dónde estaba y quién me sostenía.
No era un sueño, tampoco una ilusión. Era la desesperación y el dolor hablando, era mi cuerpo reaccionando ante tanto. No puedo seguir ocultando todo debajo de una alfombra, no puedo seguir fingiendo que nada pasa cuando pasa todo.
Todo lo que creía haber avanzado se ha desmoronado en un parpadeo. Escucho la puerta a mi espalda abriéndose, debe ser la enfermera o la psiquiatra. Quieren que me exprese, quieren que hable con ellos y cuente como siento.
No sé cómo me siento y ellos quieren que lo explique.
Sin embargo, ¿cómo explico algo que no puedo entender?
Todo parece bien pero no lo está. Creo estar sanando pero solo he estado ocultando la tristeza. Me he mentido, me he lastimado a mí misma, he sido mi propia víctima.
—Saorí.
El sonido de su voz llega a mis oídos como una caricia y aunque debería ser suave, se siente como una flecha directa a mi corazón. Aguanto la respiración, las lágrimas se están acumulando detrás de mis ojos, siento el ardor, los latidos de mi corazón aumentando cuando escucho sus pasos detrás de mí.
—Mi pequeña niña.
Vergüenza.
No soy capaz de voltear a verla, no soy capaz de verla a los ojos después de lo que hice. El primer sollozo escapa de mis labios seguido de un espasmo que sacude mi cuerpo. El torbellino de emociones se deslizan, dan vueltas y salen de distintas maneras. Lou no se acerca más, no escucho sus pasos y cuando creo que puedo aguantar las lágrimas volteo hacia atrás.
Ella está ahí.
Sus ojos verdosos me observan fijamente, hay tanta comprensión en su mirada que me desarma. Está cerca de la cama y un deja vú atraviesa mi mente como una estrella fugaz. En mi memoria está de pie, mirándome con el mismo sentimiento de dolor y tristeza, como si quisiera tomarme entre sus brazos y curar cada herida.
Y aunque todo parece igual al día en el cual desperté del accidente, es muy distinto porque está vez no le grito qué se vaya, tampoco la alejo o rompo su corazón con palabras hirientes. Está vez mis piernas van hacía ella, mis brazos buscan rodear su cuerpo y oculto mi rostro en la curvatura de su cuello.
Está vez hago lo que quería hacer ese día y no hice por miedo, por tristeza, por culpa. Me acurruco entre sus brazos y dejo que vea cada herida abierta que hay en mí.
No finjo que soy fuerte, no miento diciendo que todo está bien. Dejo que vea cada ranura que hay en mi alma y que me consuele. Me dejo envolver por el calor de su cuerpo y me desmorono en la seguridad de sus brazos.
Lou me deja llorar, me vuelve a consolar y susurra palabras de aliento en mí oído.
—Lo siento, Lou —susurro con la voz rota y temblorosa por el llanto—. Lo lamento.
No hay una respuesta. No sé cuánto tiempo transcurre solo sé que acabamos en el suelo sentadas, y en ningún momento ella le aparta. Sus manos acarician mi espalda y cabeza simultáneamente, deja besos cortos en mi cabello y nos mece a ambas hacia los lados.
Lou no me suelta cuando dejo de llorar, tampoco cuando la puerta de la habitación se abre, por instinto me aferro a ella más.
Sigo teniendo miedo de soltarla y que se desvanezca. Escucho la voz de la psiquiatra, no entiendo lo que dice y no creo que quiera hacerlo.
—Saori, debemos hablar, mi niña.
La firmeza en su voz provoca un escalofrío en mi cuerpo, mi primera reacción es querer decirle que no, no quiero hablar, solo me quiero quedar aquí. Porque sé que necesito ayuda, sé que no puedo sola y aun así, me da miedo no mejorar. Me da miedo que no sea lo suficientemente fuerte para poder estar bien.
—Tengo miedo, Lou —digo en un hilo de voz—. Tengo tanto miedo.
—Lo sé, mi niña. Y también sé que has hecho muchas cosas con miedo.
Me aparta de su cuerpo, acuna mi rostro entre sus manos y la veo llorando, ambas lo estamos haciendo. Une su cabeza con mi frente y cierro los ojos por un breve momento.
—Yo voy a estar ahí sosteniendo tu mano —dice con calma—. Así como te sostuve cuando estabas aprendiendo a andar en bicicleta, cuando te daba miedo nadar en la piscina porque no podías toca el suelo. Voy a estar ahí y podrás hacerlo.
—¿Y si no lo hago?
Me sonríe. Es la misma sonrisa que me ha dado cada vez que no me sentía capaz de hacer algo. Esos labios curvados ligeramente me dan confianza, me dan un empujón.
Mis ojos se dirigen hacia la psiquiatra y antes de que pueda decir cualquier cosa, ella me sonríe y asiente.
Ya sabe mis respuestas a sus preguntas.
Balanceo mis pies hacia adelante y hacia atrás. Hace horas que la psiquiatra se fue y Lou está terminando de hacer los respectivos papeles para mi salida del hospital.
No hay una casa a la cual ir. No regresaré con ella.
Suelto un suspiro tembloroso. Estoy aterrada, mentiría si dijera que no lo estoy. Lou irá a casa de Eidan, mientras que yo iré a otro lugar. Allí van a ayudarme, es un lugar agradable según la psiquiatra, como un centro de rehabilitación pero tiene más aire de casa de campo que de hospital.
Estaré un tiempo allí.
No importa que diga que estoy bien, nadie me cree. Tampoco yo lo creo. Mi mente está bloqueando todo, me retiene en un estado ficticio de calma donde en cualquier momento puede darme un golpe de realidad.
Fue lo que ocurrió anoche.
Y esa realidad me llevo a intentar saltar del edificio.
Allí voy a mejorar. Trabajan personas especializadas en tratar personas como yo.
Cubro mi rostro con mis manos, estoy tan frustrada. Cada palabra de motivación que intento darme no funciona. La puerta de la habitación se abre y mis ojos buscan a la persona que acaba de entrar.
Es Eidan.
Sus ojos lucen cansados y tiene ojeras debajo de ellos, su cabello está revuelto como si hubiera pasado sus manos en distintas ocasiones entre sus hebras y la preocupación en su rostro es evidente.
—Hola —susurro con una media sonrisa.
No hay un saludo de vuelta.
Sus piernas cortan la distancia y me envuelve en un fuerte abrazo, me toma por sorpresa y me cuesta unos segundos entender lo que hace, y cuando lo hago mis manos rodean su torso y me aferro a él.
—¿Estás bien? —susurra alejándose e inspeccionando mi rostro en busca de algo.
Asiento con la cabeza.
—Lo estaré —hago una pausa—. Sobre anoche...
—Lo sé —me interrumpe y me regala una sonrisa pequeña—. No necesitas disculparte conmigo.
—Aun así. Lamento haberte asustado, Eidan. Gracias por no dejarme caer.
Parpadea varias veces, hay alivio en su mirada y una sonrisa se desliza por sus labios. Sus manos acunan mi rostro y mueve con dulzura sus pulgares sobre mis pómulos.
—Siempre voy a sostenerte.
Le devuelvo la sonrisa y lo abrazo. Voy a extrañarlo, no sé si me visitará, no estoy segura si pueden hacerlo, pero voy a extrañar ver sus ojos y la calidez con la que me observa, voy a extrañar sus brazos rodeándome el cuerpo y la manera en la que hace pequeñas caricias en formas de círculos en mi espalda.
—No voy a pedirte que me esperes —digo, alejándome de su cuerpo y mirándolo a los ojos.
Sería egoísta hacerlo. Aunque quisiera que lo hiciera, si él siente que lo mejor es alejarse. Está bien. Debo aceptarlo. Hemos tenido más momentos tristes que felices, y aunque los felices han sido más memorables me duele pensar en arrastrarlo hacia mi tristeza.
—No debes pedirlo. Lo haré sin que lo pidas.
—Eidan...
—Ramé —me interrumpe y sus ojos me miran con firmeza–. Nosotros estaremos bien, primero tienes que ir y mejorar; y después seguiremos con el nosotros.
Imaginar un nosotros me acelera el corazón y hace que un suspiro se quede atrapado entre mis labios. Extiendo mis brazos en su dirección para poder acercarlo a mí, inhalo su aroma a pintura fresca y me derrito en sus brazos ante la calidez que emana el abrazo. Él está aquí conmigo, me ha conocido y no sé qué ve en mí que yo no veo, pero hace que mi pecho se sienta vivo.
Su corazón está latiendo muy rápido y sus respiraciones son profundas sin llegar a ser bruscas. Su barbilla está apoyada en la coronilla de mi cabeza, siento algo caer en mi cuero cabelludo y luego otra vez; y cuando alzo la mirada hacia él, sus ojos están cerrados y por sus mejillas se deslizan sus lágrimas.
Con mis pulgares limpio cada una de ellas y Eidan no se aparta, todo lo contrario, se acerca más, quedando de rodillas en el suelo y colocando su rostro cerca del mío. Puedo detallar cada lunar que hay en su cara, como su piel es suave ante el contacto con mis dedos y mi corazón da un vuelco cuando sus párpados se abren y me observa. Hay todo un mundo lleno de emociones en su mirada.
—Por favor, intenta con todas tus fuerzas mejorar y deja que ellos te ayuden.
—Eidan...
—Sé que no es fácil salir de allí, y que una vez que vuelves atrás es difícil de creer que iras otra vez hacia adelante. Sin embargo, todos necesitamos en algún momento de nuestras vidas dar tres pasos hacia atrás antes de tomar impulso para poder dar un gran paso hacia adelante —dice con calma y ahora soy yo la que está llorando—. Tienes una familia que te ama y siempre van a estar contigo, y aquí, enfrente de ti, está este idiota enamorado que quiere verte brillar como nunca.
Me rio en medio de las lágrimas.
—¿Me quieres ver brillar?
—Mucho. Quiero conocer a esa Saorí.
—¿Y si luego vuelve la Saorí triste?
Niega con la cabeza.
—Voy a estar ahí para recordarle lo brillante que puede ser. No voy a abandonarte en los días malos, estaré allí. Todos lo estaremos. Y tienes que pedir ayuda para que lo estemos y dejarnos ayudar.
Le sonrío en medio de las lágrimas, y asiento. Mis labios buscan los suyos en una manera de cerrar la distancia que hay entre nuestros rostros y sellar sus palabras que suenan a promesas que quedarán talladas en mi alma. La dulzura con la que me besa me eriza la piel y hace que mi corazón de un vuelco, sus manos buscan mi rostro y lo acunan y aunque el beso es salado debido a nuestras lágrimas, me podría quedar en este momento por toda la eternidad.
Nuestros corazones laten desesperados por el otro y nuestras almas se rozan entre sí mientras se unen en un vaivén de emociones que somos incapaces de describir. Eidan es alguien que nunca busqué, no tenía ganas de enamorarme, de abrirme, de dejar que vieran cada grieta y con él, no fue difícil hacerlo. La seguridad y calidez que me ha dejado ver desde el primer día, incluso cuando éramos desconocidos en un ascensor; me han hecho confiar en él y abrirme sin darme cuenta.
Eidan es fácil de querer y de añorar cuando no está.
Y aunque quiero decir aquellas palabras que él una vez escribió en mi piel no soy capaz de hacerlo. Porque se siente como una dolorosa y necesaria despedida y no quiero que duela más al momento de irme.
—Saorí.
Mis ojos buscan la voz de mi tía, quién nos observa desde la puerta de la habitación con dulzura. A su lado hay una mujer que no conozco pero si reconozco el uniforme que tiene, es de colores cálidos y sé que es del lugar al cual voy a ir. Lo vi en las fotografías que la psiquiatra me enseñó.
—Es hora —dice Eidan.
Mi mirada va hacia él.
—Solo es una pequeña pausa, no es un final —susurro.
—Solo es una pequeña pausa, no un final —repite mis palabras y deja un beso pequeño en mi labios antes de colocarse de pie.
Extiende su mano en mi dirección y me ayuda a colocarme de pie. La mujer junto a Lou se presenta y no escucho mucho lo que dice porque mi corazón suena más fuerte en mis oídos que las cosas que dice la mujer, todos salimos del hospital y en la entrada hay dos carros.
En uno se irá Eidan y Lou, y en el otro me iré yo.
Mi mano aprieta con fuerza la mano de Eidan y él me devuelve el apretón pero de forma más pequeña, es suave y reconfortante. Suelto el aire que no sabía que tenía retenido en mi pecho cuando lo veo y le sonrío, aunque es tan corto que no estoy segura si lo hice. Lo abrazo y él deja un último beso en mi frente para luego dejarme ir en dirección de Lou.
—Voy a escribirte y llamar. ¿Sí? —dice con calma la mujer que me ha criado durante años—. Es como si otra vez fueras a la universidad.
Le sonrío y abrazo.
—Voy a extrañarte, Lou.
—Yo más, mi niña. Ahora ve, y vuelve a casa. Siempre puedes volver a casa. ¿Recuerdas?
La abrazo de nuevo y con más fuerza, aspiro el aroma a flores que emana su piel y dejo un beso en su frente. No digo nada, solo la miro directo a los ojos y le prometo en silencio regresar mejor, lo haré, sin importar el tiempo que tome. Porque merezco sanar y dejar ir. Merezco parar un momento y solucionar las cosas que duelen antes de volver a seguir.
Cuando me subo al auto los veo a ambos, sonriendo y moviendo sus manos en forma de despedida.
—¿Está lista? —escucho que pregunta la mujer.
—Estoy lista.
El carro se pone en marcha, dejándolos atrás y haciendo imposible verlos.
N/A
Holaaa. Si aún algo alguien con vida que sepa que... *extiende la mano y ofrece pañuelos* Se vienen cositas y al mismo tiempo estamos a nada del final. Me ha costado mucho escribir últimamente y espero ir retomandolo poco a poco pero ajaaa, va a haber final. No se preocupen.
¡GRACIAS POR LEER!
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