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Capítulo 26: Un corazón lleno de cicatrices que aún late.

Imagine Dragons - Don't forget me

SAORI

Somos frágiles.

Nuestra piel luce resistente pero puede cortarse, nuestros huesos son duros y aún así son capaces de partirse y nuestras almas, se pueden manchar de dolor y tristeza y dejar de vibrar al anhelar la vida.

Yo he sido frágil desde pequeña, la primera vez que me rompí fue cuando mi padre murió, luego con la muerte de mamá y ahora, no solo soy frágil, también soy una mentirosa.

Comencé a mentir cuando era niña y todos esperaban verme llorar luego de la muerte de mis padres, también cuando no clasifique para estar en el equipo de gimnasia en la escuela o cuando sacaba malas notas luego de haberme esforzado bastante.

Se me hizo tan fácil mentir.

Fue tan fácil convencerme que estaría bien y nada malo ocurriría, que no debía preocupar a Lou con mis tonterías, una vez escuché a su esposo decir que era un estorbo y que no debía dar dolores de cabeza.

Y aunque sé que para Lou nunca fui un estorbo, también sé que me preocupaba comenzar a hacerlo y preferí no dar problemas.

Crecí guardando todo y autodestruyendome. Creyendo que solo soy un problema, una maldición ya que he perdido a las personas que amo y ahora, cuando yo soy la que puede morir, no tengo miedo, lo sentí como si fuera a ser un descanso, y no pensé en el daño que iba a causar.

Lou me ama como su hija y va a perderme.

Ash dice que soy el amor de su vida y va a tener que vivir sin mí.

Wilmer cree que nos iremos todos juntos de viaje a Jamaica el próximo año.

Y Ayla creía que la idea de irnos como mochileras había sido para celebrar su graduación. Sin embargo, era un viaje de despedida.

—¿Lou lo sabe? ¿O a ella también le mientes? —hay enojo en su voz.

No soy capaz de responder. Mis manos están agarrando con fuerza el volante y retengo la respiración por unos segundos, porque imaginar la cara de Lou me duele, no pensé en eso, no creí que vería su rostro lleno de dolor y ahora que Ayla lo sabe, sé que se lo va a decir.

Si no le hubiera dado mi teléfono, no hubiera visto el correo, no lo hubiera abierto y quizás estaríamos yendo en dirección del hotel cantando y riéndonos luego de pasar todo el día en la playa, pero no, estamos en medio de una guerra que acabará mal.

—Oh, Dios...Lou no merece que le mientas.

—Lo siento —susurro.

Por la mirada que me da sé lo que piensa, sé que va a explotar, porque no quiere mis disculpas, justo ahora es un huracán que quiere destruir todo y yo solo parezco una idiota que intenta calmar algo que no se puede calmar. Y antes de que pueda decir algo más; comienzan los gritos, comienza a exigir respuestas y no le doy ninguna.

No puedo hablar porque sería dejar caer toda la mentira que he estado manteniendo por años, porque cuando tenía diecinueve empezaron los dolores en el pecho, la falta de aire, la sensación de morir. Y cuando fui al medico, me dijeron que tenía la misma enfermedad cardíaca de mi padre y creían que los medicamentos me ayudarían, y lo hicieron durante unos años pero mi cuerpo ya no está respondiendo ante los fármacos.

Estoy empeorando, estoy cada vez más débil y lo más mínimo me quita el aliento. Y aunque hay otras opciones, como una válvula que ayude a mi corazón a bombear la sangre a mi cuerpo, estoy cansada de luchar contra lo inevitable.

Solo lo estoy aceptando.

—Puedes aceptar lo que el doctor dice, un implante podría ayudar.

—No.

—So, no hagas esto.

—Estoy cansada.

—Por favor.

—No quiero seguir —digo con la voz rota—. Estoy harta, estoy cansada de seguir aquí. ¿Entiendes? Así que no voy a cambiar de opinión, no voy a tomar ningún tratamiento, probar algún aparato y solo...solo dejaré que pase lo que tenga que pasar. Si logro vivir más de lo que ellos dijeron, está bien, si no lo logro —hago una pequeña pausa—. Está bien, lo aceptaré.

No dice nada y a la vez dice mucho. Me siento asfixiada, el sentimiento de tristeza y soledad no se va, no me suelta y me hunde cada vez. A veces me despierto como si pudiera tomar el mundo en mi mano y hacer cualquier cosa y otros días, no quiero salir de la cama y tengo que obligarme.

Hay un vacío en mí. Uno muy grande que ha estado creciendo con el pasar de los años. Y aunque he intentado ir a terapia, aunque siga intentando seguir adelante y no rendirme, siento que la meta está muy lejos y mis esperanzas de lograrlo se apagaron como lo hace la llama de una vela: de golpe.

—Yo estoy aquí. No estás sola.

—Así no se siente.

—So...

—Todos están siguiendo con su vida. Todos saben que quieren hacer y tienen planes, yo no.

—Podemos buscar ayuda.

Quiero decirle que ya lo he hecho, que he tomado pastillas, he ido a terapia, que he creído que estaba avanzando pero en realidad me estaba mintiendo a mí misma, a la psicóloga, a mi familia y amigos. Cada vez que digo un estoy bien, en realidad hay un nudo en mi garganta y un sentimiento de querer llorar atorado en mi pecho, porque hay un dolor en mi alma que no soy capaz de opacar, no soy capaz de ignorarlo, este crece y no deja de hacerlo se expande, me retiene y no me deja avanzar.

Y cuando intento decir como me siento, me siento tan estúpida, como si mis problemas fueran granos de arroz frente a los problemas de otros. Si yo estoy cansada de estar mal, si estoy cansada de estar triste, los demás también lo van a estar, se cansaran de esperar a una Saori alegre, alguien con energía de hacer todo y comerse el mundo, porque las mayor parte de los días, soy una impostora que se hace pasar por un rayo de sol cuando en realidad es una nube gris intentando no empezar a llover.

La veo por un breve momento antes de volver la mirada hacia la carretera. Está buscando alguna solución, como si la vida se tratara de un ejercicio matemático que puede tener una respuesta. Sin embargo, hasta en las matemáticas no hay solución, a veces solo hay errores y resultados inconclusos.

—¿Por qué tienes que hacer esto? ¿Por qué eliges ser una cobarde? —reprocha con la voz rota y temblorosa.

Yo también quisiera ser más valiente, más fuerza, quisiera ser alguien más, y no ser este desastre que soy.

—Lo lamento...

—Si lo ibas a lamentar no lo hubieras hecho.

Volteo a verla por un breve momento y veo sus ojos, hay tristeza y yo la provoque, quiero volver a disculparme, no lo logro, mis ojos ven la luz detrás de ella y mi corazón da un vuelco. Giro el volante con fuerza, intentando evitar que el auto nos choque, escucho el grito de miedo de Ayla y como el carro se mueve de manera violenta.

Mi corazón casi explota dentro de mi pecho cuando logro evitar salir libre del accidente, giro mi cabeza hacia Ayla, quiero preguntar si está bien, sin embargo, antes de que pueda decir algo, observo el miedo en sus ojos y aunque tiene la intención de gritar no lo hace, porque el sonido de algo chocando desde mi lado del auto llena mis oídos, mientras que mi cuerpo es tirado bruscamente hacia un lado y soy capaz de escuchar los vidrios partiéndose en miles de pedazos. Y en cuestión de segundos todo se vuelve negro.


Saori...por favor...Saori...

El susurro se desliza hacia mis oídos como una súplica dolorosa, no sé de dónde proviene la voz y cuando intento averiguarlo soy consciente del dolor que azota mi cuerpo, enfocándose en mi pecho, se siente asfixiante, como si mi corazón fuera a estallar por la presión que siento.

Saori.

Gruño en un intento fallido de dar una respuesta, hay algo recorriendo mi cabeza, siento como se desliza, es caliente y espeso, chasqueo la lengua, el sabor a hierro inunda mis papilas gustativas. Mis párpados se elevan con pesadez, veo sombras y luces, un quejido sale de mis labios, muevo mis brazos, toco mi cabeza, el líquido viscoso llena mis dedos, sé lo que es.

Saori.

Giro mi cabeza en dirección de la súplica, veo otra figura oscura, parpadeo, se siente lento lo que estoy haciendo. Algo roza mi brazo, es frío e intento hablar, no me sale la voz.

No te duermas, So.

Lo intento. Intento que mis ojos no se cierren pero la pesadez se posa sobre mis párpados, no soy capaz de hablar, moverme, no soy capaz de nada. Solo puedo quedarme aturdida, confundida y aterrada.

Saori, tengo miedo.

Yo también, estoy asustada. Mi cabeza no logra procesar lo que acaba de suceder, solo sé que una gran luz se aproximaba hacia nosotras y luego hubo un gran sonido, luego dolor, luego nada.

So, no me dejes.

Sé quién es, mi mente la recuerda y mi corazón llora por ella. Giro la cabeza en su dirección, un quejido de dolor sale de mis labios y la veo, en medio de la oscuridad, mi mano busca la de ella y entrelazo mis dedos con los suyos, dando un pequeño apretón.

Estoy aquí, lo siento, quiero decirle, sin embargo, no salen las palabras. Las lágrimas se deslizan por mis mejillas, el dolor en mi pecho se intensifica y me ahogo, escucho súplicas, escucho sirenas y solo sé que lo último que siento antes de caer en la inconsciencia es miedo.

Miedo a perder.

Miedo a vivir.

Solo siento miedo de que todo acabe mal por mi culpa.



Al abrir mis ojos lo primero que veo el techo blanco sobre mí, mi garganta está muy seca y siento como mi cuerpo entero está temblando, respiro de manera brusca en un intento desesperado por tener aire y no soy capaz de hacerlo, siento que me ahogo, me estoy asfixiando, sin pensar mucho me levanto de la cama y arranco la vía que tengo en uno de mis brazos, mis piernas no tienen fuerza suficiente y cuando intento dar un paso hacia adelante me caigo de bruces contra el suelo.

Saori.

Su voz, esa voz que he tenido miedo de olvidar con el pasar del tiempo hace eco en mi cabeza, hace que mi pecho arda y sienta que no soy capaz de nada, que no tengo fuerzas para seguir. No recordaba el accidente, solo pequeñas partes y ahora, me estoy muriendo en vida al hacerlo.

Por eso no quería recordarlo, por eso mi mente lo bloqueaba.

Lloriqueo en el piso antes de ir hacia el baño con pasos temblorosos, siento las gotas de sudor y tal vez las lágrimas cayendo por mi rostro, siento como cada parte de mi cuerpo pica, como arde y al verme en el espejo, solo puedo ver a alguien tan rota que aún hace el esfuerzo de seguir con vida.

Mi mano está vendada y quito la venda, hay una quemadura y no me duele cuando la toco, es como si lo mereciera, como si mereciera el dolor, el sufrimiento, como si no tuviera ninguna razón para merecer vivir. Mi pecho me arde, lo hacen tanto que es como si hubiera una llama ahí, como si me estuviera quemando por dentro y no pudiera evitarlo, la bata que tengo encima se siente asfixiante y me la quito, quedando desnuda ante el espejo del baño.

Y la veo.

Hay una línea larga e irregular en mi tórax, empieza cerca del medio de mis clavículas y se extiende hasta casi llegar a mi diafragma. Y lloro, lloro como nunca lo he hecho en mí vida, yo no quería vivir, yo quería morir, lo deseé y pedí que Ayla sobreviviera pero no sabía que ella era donante de órganos, no sabía que su corazón terminaría dentro de mi pecho, un corazón lleno de heridas que yo causé y que late para mantenerme viva.

Yo le robé la vida, le arrebate sus ganas de seguir con vida.

No lo merezco.

Con ira golpeo el vidrio frente a mí, partiéndolo e insertando algunos pedazos en mis nudillos, y cuando veo la sangre, no siento dolor, no siento nada más que desesperación. La sensación de estar muriendo me mata lentamente, la sensación de culpa que creí que ya había logrado dejar ir vuelve con fuerza, vuelve al recordar los hechos, al imaginar la cara de miedo de Ayla, al recordar mi egoísmo y sobre todo, recordar que por mi culpa ella murió.

Yo propuse el viaje, quería despedirme de ella antes de aceptar que iba a morir y ahora yo estoy aquí.

Estoy sola.

Un grito mezclado con un sollozo sale de mis labios, es doloroso y mis piernas caen al suelo, chocando contra el frío piso y el dolor se extiende por mis extremidades, sin embargo, no hay dolor más grande que el que se siente en el alma. Está ahí y no hay pastilla que lo pueda detener, que pueda evitar que siga creciendo y asfixiando, no hay un tratamiento y es como una ola que te arrastra y mantiene en el fondo del mar; sin poder volver a la superficie para poder respirar.

Y yo estoy atrapada debajo de esa ola.

—Por favor, por favor, para...—susurro.

Mis súplicas no son escuchadas y mis memorias siguen dando vueltas dentro de mi cabeza y no se detienen. Con la poca fuerza que tengo me arrastro hacia las duchas y dejo que el agua caiga sobre mi cuerpo, está fría y mis músculos se quejan pero no la cambio, no cuando estoy buscando de manera desesperada que el ardor en el pecho, que el dolor y la tristeza se vaya.

Escucho mi nombre pero no dejo de estar en la misma posición, hecha un ovillo bajo el agua de la regadera, con mis ojos cerrados y mis manos cubriendo mis oídos en un intento de callar mi cabeza, de dejar de escuchar la voz de Ayla, de dejar de escuchar el sonido de los autos chocando, de como las llantas de carro chirriaron y como los vidrios se partieron.

Grito cuando me tocan, intento apartarme y veo a una mujer vestida de blanco, luego no es solo ella, también es un hombre, entre ambos me intentan sujetar, intentan calmarme pero no estoy segura. Solo sé que no puedo parar, solo grito y pido que pare, grito que por favor el dolor pare.

La mujer me abraza con fuerza contra su pecho, no me suelta aún cuando intento alejarme mediante golpes, no me suelta y solo intenta calmarme, no sé cuánto tiempo pasa, solo sé que mis ojos ven figuras borrosas luego de sentir un pinchazo en el brazo y hay solo una figura que me duele en el alma al verla, porque sé que murió y no pude salvarla.

—Lo siento —murmuro en dirección de esa figura y todo para.

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