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Capítulo 20: El chico que creía ser héroe.

Taylor Swift-  would've, could've, should've

EIDAN

—Eidan me estás haciendo daño.

No me detengo, no escucho lo que dice. Acaba de cruzar la raya, otra vez ha invadido mi privacidad, mi cabeza duele debido al dolor de cabeza, no tengo idea de cómo entró en la casa, solo note su presencia cuando cubrió mis ojos con sus manos y creí que era Saori.

Pero no lo era.

La saco de la casa, intenta decir algo que nunca llega a decir porque cierro la puerta en sus narices. Respiro agitado y brusco, pegó mi espalda hacia la puerta y cierro los ojos cuando comienza a golpear la madera detrás de mí.

—¡Eidan, abre la puerta! —vocifera con fuerza.

Debería llamar a la policía para que se la lleven pero no sirve de nada hacerlo, no cuando sé que su madre tiene influencia por ser la esposa del alcalde y nunca la llevarían presa.

—¡Eidan, me estás humillando!

Me aparto de la puerta, se irá, lo sé, luego de cansarse de insistir lo hará. Cuando la alejé al darme cuenta que era ella ví el dolor en su rostro ante el rechazo, Alessia odia ser rechazada, no lo acepta.

Es incapaz de aceptar un no como respuesta, odia que le den una respuesta negativa, ella siempre quiere una afirmativa. No importa si comienza a comportarse como una acosadora, tampoco si parece irracional, solo quiere obtener lo que quiere sin medir sus actos.

Esto es una mierda, nada de esto tiene sentido.

¿Cómo una persona puede obsesionarse tanto con otra?

He recibido mensajes suyos desde el aniversario del pueblo, todos pidiendo hablar, otros diciendo que me vio besándome con Saori, que la humille con su madre porque creía que estaría con ella. Se creó una película en su cabeza, imaginó una historia donde ella era la protagonista principal.

Y si esto sigue llegando más lejos, necesitaré una orden de alejamiento. No voy a tolerar esta mierda y mucho menos su acoso sin sentido.

Cuando vuelvo al estudio observo a Saori mirando el cuadro de Camille y Clarisse con sumo cuidado, mi estómago se retuerce con violencia dentro de mí y trago saliva, sintiendo la garganta seca.

Es mi pasado, mi historia y nadie debería quitarme el derecho de decidir cuando compartirlo.

—Saori —llamo con cautela.

Sus ojos se deslizan hacia mí, me observa con calma y luego sonríe de boca cerrada, sin dejar ver sus dientes. Está tensa y abraza su cuerpo con fuerza.

—Son hermosas —musita con cuidado—. Ella y tú hija, son preciosas.

—Lo siento.

Frunce el ceño.

—¿Por qué te disculpas?

—No se supone que debías de enterarte así.

Silencio. Es breve pero se siente como si durará toda una eternidad, sus ojos vuelven hacia el cuadro y luego hacia mi. No hay tormenta en ellos, solo hay calma.

—¿Ella fue tu primer amor?

Se me hace un nudo en la garganta. Parece entenderme, no repite la pregunta y se acerca hacia mí, dando pasos cautelosos pero seguros, quedando a cierta distancia de mí.

—¿Ibas a contarme de ellas?

Me quedo en silencio. Podría decir que sí pero la respuesta es negativa, no pensé en hacerlo, en absoluto. Algunas heridas sanan con el tiempo, otras arden toda la vida y ellas son la clase de herida que arde, la clase de herida que rompe y roba tu cordura.

Silencio.

Mi mente no está en orden. No sé qué decir, cómo actuar, me siento indefenso, como un adolescente apunto de perderlo todo por los secretos. Saori me observa, da un paso hacia atrás y asiente con la cabeza, no me deja ver ninguna emoción, sus facciones son neutras.

No sé lo que está pasando por su cabeza.

Lo siento.

—Entiendo.

—Saori...yo...

—Eidan —menciona mi nombre con suavidad—. Realmente entiendo. Hay ausencias que duelen y recuerdos que atormentan, y hablar de ello, solo revive lo que un día tuviste que vivir —hace una pausa, la veo humedecer sus labios con la punta de su lengua y dejar salir un leve suspiro para añadir—: Lo que quiero decir, es que; si quieres hablarme de ellas, está bien, si quieres llorar, está bien, voy a estar aquí.

»No estoy segura de cómo consolar a otros, aún me cuesta consolarme a mí misma, pero puedes enseñarme.

—¿Enseñarte? —me tiembla la voz, el nudo que tengo en la garganta se retuerce con fuerza, me roba el aliento.

Da un paso en mi dirección. Acuna mi rostro entre sus manos y acaricia mis mejillas, está secando las lágrimas que se deslizan por mis mejillas.

No sabía que estaba llorando.

—Enseñame a consolarte, enséñame cómo hacerte sentir mejor.

Lloro.

Lo hago como un niño pequeño que está perdido, dejo salir el llanto y ella se acerca y me abraza, mis manos se aferran a su torso y el dolor y la tristeza sale, se extiende por todo mi pecho y arrasa con todo.

Hay recuerdos que hieren más de lo que deberían, te lastiman porque aún hay pequeñas heridas, porque hay personas que se encargan de empujarte al precipicio.

—Te tengo, cariño. Te estoy sosteniendo.

Mis viejas heridas se abren y sangran al escucharla decir esas palabras. Cuando me aparto para verla, descubro en sus ojos compresión, está reteniendo las lágrimas y mi corazón duele, mi pecho arde.

¿Cómo alguien te puede consolar con solo estar ahí? Con solo un abrazo y sin saber la razón del llanto. Ella no corrió cuando escuchó las palabras gran amor e hija. Todo lo contrario, se quedó.

Quiere escucharme hablar, quiere mi historia, quiere saberlo por mi y no por otros. Y eso hago, hablo, le cuento lo ingenuo que fui.

Cuando eres jóven te crees invencible, crees que puedes ir a la luna y bajarla junto a las estrellas, sueñas con comerte el mundo de un bocado. Estás lleno de ilusiones y sueños por complir, luego, creces, te das cuenta que la vida es dura, te da golpizas y hace que te arrastres del dolor y solo tienes dos opciones.

Te adaptas o te dejas vencer.

Y si aceptas adaptarte, vas a pasar por distintos cambios y no puedes evitarlo.

Camille era mayor por cuatro años, era la chica que buscaba refugio de un padre abusador y una familia disfuncional, y mi yo de dieciséis se enamoró con locura. Se enamoró de sus ojos negros, de la forma de sonreír tan adorable que tenía.

Amaba sus lunares y las pequeñas cicatrices de su piel, amaba verla bailando y cuando cantaba a todo pulmón.

La amaba.

Tanto, que cuando tenía dieciocho me case con ella, sin importar que Min se oponía, creía que de esa forma podía salvarla del infierno que vivía en casa, en ese tiempo ya tenía algo de reconocimiento en el mundo del arte y con lo que ganaba por mis pinturas y mi trabajo en una ferretería podía costear un mini-departamento para ambos. Y éramos felices.

O quizás, quería creer que lo éramos.

Era ingenuo, inmaduro ante la experiencia del amor. No sabía de relaciones, de que era sano y que era tóxico, no diferenciaba entre límites o manipulación. Y la realidad era que yo era el banco de Camille.

Lo era para sus adicciones, y no era porque yo le daba el dinero, ella lo robaba o mentía para obtenerlo.

Su padre era alcohólico y su madre drogadicta y ella comenzó a consumir esas sustancias desde niña, generando dependencia. La relación era tóxica, manipuladora, llegando al punto de ser abusiva.

Y yo era la víctima.

Decía que me amaba y luego que me odiaba, por la noche decía que no podía vivir sin mi y por la mañana gritaba que era una basura que no la entendía, decía que se suicidaría si la dejaba y yo lo creía, creía que si ella moría sería mi culpa y me quedé.

Di más oportunidades de la que se deben dar, creí en: ella cambiará porque me ama, ella lo está intentando, solo necesita tiempo, me necesita a mí.

Creí en las disculpas por la abstinencia y en las palabras de amor mientras "sanaba" creí en el amor que prometía sentir y en los juramentos vacíos que me daba.

Me creí una mentira de amor para no ahogarme con la verdad.

Llegué a creer que era un mal esposo, que no estaba apoyándola lo suficiente, que debía ser paciente, había prometido estar en las buenas y en las malas, pero cuando las malas se extienden, debes aprender a soltar.

La vida no es una película, nada se soluciona con amor. No existen héroes, no existen salvadores. Y yo no era un héroe, aunque creía serlo, y ella no quería ser salvada, aunque creía que quería serlo.

Al año de matrimonio, quedó embarazada, fui feliz. Éramos jóvenes y creí que la bebé era algo bueno para nuestra vida, lo creí cuando la ví ir a rehabilitación, cuando ví que intentaba dejar las drogas y el alcohol.

Cuando creí que la vida estaba tomando un buen rumbo. Estaba equivocado.

Min me ayudó a arreglar la habitación de la bebé, acompañé a Camille a cada cita con la obstetra, le compré cada cosa que se le antojaba y me esforcé por dar lo mejor de mí.

Tenía una esposa en recuperación y una hija en camino, debía intentar mantener todo en orden, y las cosas parecían ir por bien camino, había firmado contrato con un agente, mis obras se hacían cada vez más conocidas, yo era cada vez más conocido.

Pero nada es eterno, mucho menos la felicidad.

Y cuando Clarisse nació. Los vicios volvieron, las discusiones tomaron fuerza, lo que comenzaba con una discusión terminaba con Camille rompiendo lo que tuviera a su alrededor, terminaba conmigo con algún moretón en los brazos o rostro en un intento de calmarla en sus ataques de histeria.

Y quién creí que era mi hija.

En realidad era el resultado de una infidelidad.

Y aún así, con Clarisse casi cumpliendo el año y nosotros siendo una montaña rusa, las cosas empeoraron cuando Camille comenzó a inyectarse heroína, cuando hacia fiestas en la casa y metía a sus amigos drogadictos. La interné en un centro de rehabilitación, era eso o ver cómo se mataba a ella misma.

Y cuando salió.

Parecía una persona nueva, renovada, tenía el brillo en sus ojos que tanto me gustaba, la veía sana. Estaba tan equivocado.

El día de la inauguración de mi primera galería de arte fue uno de los días más felices de mi vida, por fin la abría luego de haber trabajado hasta entrada la madrugada y haber colocado mi vida en ella.

Había planeado con Camille vernos en el lugar pero ella nunca llegó, y cuando me salí del evento por la sensación agria que sentía y fui a casa, entendí porque sentía que me ahogaba.

Al llegar a casa Camille estaba completamente drogada, y habían varios drogadictos en el lugar, cuando le pregunté por la bebé, dijo que lloraba demasiado y tuvo que dormirla.

Encontré a Clarisse en su cama sin vida. Le inyectó droga, una dosis suficiente para matarla por sobredosis.

Me rompí. No era mi hija, no tenía mi sangre pero era mía, mi niña, mi bebé, era la chiquita a la cual le contaba cuentos por la noche, a quién le cantaba y tranquilizaba cuando lloraba, a quién intentaba proteger y darle una buena familia.

Y la había perdido.

Y luego perdí a Camille.

La culpa y el remordimiento la ahogaron, se enfrentó a juicio por homicidio y fue sentenciada a veinte años, no llego a cumplir el año de condena, solo seis meses después se ahorcó en la celda, había intentado quitarse la vida varias veces y esa fue la vencida.

Pintar no fue lo mismo luego de la muerte de ellas, no había podido salvarlas. Me sentí culpable, creyendo que si hubiera hecho más las habría salvado.

Los ojos de Saori me observan con dolor y veo como varias lágrimas se deslizan por sus mejillas.

—Mi nombre nunca fue relacionado al caso, Min evitó que conocieran quién era —musito con la voz ronca—. Y cuando conocí a Alessia, éramos amigos, luego se volvió obsesiva cuando le dije que no quería tener una relación con ella, investigó toda mi vida y dió con ellas, con toda mi vida.

—Lo uso en tu contra —dice.

Le sonrío con tristeza.

—Me chantajeó con hacerlo, con llevar la información a los medios. Y revelar que el pintor anónimo, conocido como el pintor fantasma Vicent Vang; se llama Eidan Fellner y tiene un pasado de mierda que lo ha perseguido por mucho tiempo, pero no hizo nada, Min evitó que filtrara la información a los medios y yo desaparecí del mundo, otra vez. Ahora estoy en las sombras.

Mis piernas dejan de sostenerme y caigo al suelo de rodillas, la herida se abre y duele, arde, perdí en cuestión de minutos el amor de una niña pequeña, perdí a la persona que creía amar, a la persona que creí que me amaba, me perdí a mi mismo en el proceso de salvar a alguien más y me convertí en alguien lleno de lamentos y tristeza en busca de su camino.

He recorrido un largo camino para estar dónde estoy ahora, he tenido que aceptar que no fue mi culpa, nunca lo fue, yo era la víctima en una relación abusiva y tóxica, y nadie merece ser tratado como el villano de la historia cuando no lo es. El proceso de la recuperación tras la pérdida de Camille y Clarisse fue largo, doloroso y aún quedan heridas por sanar, pero he encontrado pequeños equilibrios y ahora estoy mejor, no soy el adolescente de dieciocho enamorado, ahora soy el adulto de veinticuatro que ha luchado por seguir adelante.

Siento los brazos de Saori rodear mi cuerpo y abrazarme, escondo mi cabeza en la curvatura de su cuello y respiro su aroma, sus manos se deslizan por mi espalda en suaves caricias y me deja llorar, deja que el dolor fluya.

Me consuela cuando ella no es la culpable, me llena de felicidad cuando ella no me otorga dolor, me hace sentir feliz cada momento que estoy con ella, me hace sentir paz.

—Lo siento, no debiste haberte enterado así. Alessia no debió venir y no debiste escuchar las cosas que dijo...

—Eidan...

—No, escúchame. —La aparto de mi cuerpo para verla directo a los ojos—. No eres un nuevo juguete, tampoco un pasatiempo o algo de lo que dijo Alessia. Eres Saori, la chica de los ojos caóticos de la cual me he enamorado y solo me importa lo que creas tú, nadie más.

Se queda en silencio, observándome con cuidado y luego acuna mi rostro entre sus pequeñas y suaves manos, para segundos después deslizar sus labios en una minúscula sonrisa.

—Creo en lo que dices.

—¿Por qué?

—Porque tus pupilas se dilatan cuando estoy cerca y estoy segura que tu corazón late igual de rápido que el mío, lo he sentido muchas veces cuando te abrazo, y sobre todo, siempre que puedes me demuestras lo importante que soy para ti. ¿Por qué dudaría sobre lo que dices si hay tanta evidencia de ello?

La beso.

Lo hago cuando siento que mi corazón va a explotar con tantas emociones mezcladas entre sí, la beso y saboreo su boca como si no la hubiera besado antes. Mis manos se deslizan desde su rostro hacia su cintura, atrayéndola más hacia mi cuerpo y abrazándola contra mí, sus manos se entierran en mi cabello y acarician y tiran, en torpes movimientos acabamos sentados en el suelo con ella sobre mi regazo y mis manos en sus caderas.

El amor se expresa de distintas formas, algunos se expresan con palabras, detalles, tiempo de calidad, con acciones, hay tantas formas de amar a alguien, y la forma en la que la amo a ella, la forma en la cual he caído ante ella; es inexplicable, no podría decirlo y tampoco pintarlo.

La beso como si mi vida dependiera de ello, la estrecho contra mi cuerpo como si fuera a perderla y no volver a verla, amarla ha sido inevitable, cualquiera es capaz de amarla al ver el corazón tan enorme que tiene. Ella no atrae muerte a las personas que la rodean, ella les da vida, los hace sentir en calma y los protege.

Ella es mi eterna serendipia y amo que lo sea.

N/A

Creo que es la primera vez que un capítulo me rompe el corazón a cachitos, Eidan es un solcito y tiene tanto dolor acumulado, tanta tristeza, pero aún así, es un sol para otros.

Espero que les haya gustado el capítulo.

¡Nos vemos luego!

¡Cambio y fuera!

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