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Capítulo 17: Pingüinos.

I hear a symphony -Cody Fry

SAORI

No me gusta lo que veo en el espejo, todo lo contrario, odio lo que estoy viendo en el espejo. Tragó saliva con fuerza cuando mis ojos detallan cada parte de mi cuerpo antes de poder apartar la mirada y dar un paso hacia atrás.

Me siento inquieta, me siento pequeña.

—¿Señorita Howard está todo bien?

No.

Sí, ya salgo.

Suspiro con fuerza y cierro los ojos para tranquilizarme, solo es un chequeo médico rutinario que Lou quería que nos hiciéramos toda la familia, y aún así, sabiendo aquello, no soy capaz de no sentirme nerviosa.

Los hospitales y los doctores me colocan nerviosa, me hacen sentir ansiosa.

Cuando salgo del cubículo dejo que la doctora me revise, respondo cada pregunta que me hacen y también soy amable con cada persona que se acerca a mi.

Me sacan sangre, me revisan con cuidado cada parte de mi cuerpo, y así van pasando las horas y sé que tía Lou está esperando en la sala de espera, porque soy la última en pasar a la cita médica.

Porque los demás ya acabaron.

—¿No has sentido ninguna molestia? —inquiere la doctora—. Fatiga, malestar, falta de aire.

—No —musito—. Ni ahora y tampoco antes, todo ha estado bien.

Asiente con la cabeza.

—Eso es bueno, significa que estás teniendo un buen recibimiento.

—Sí. Eso me dijo el último doctor con el que fuí.

Me explica algunas cosas, me dice que debo evitar y me recuerda que debo tener cuidado ya que el tiempo sigue siendo muy poco para una completa recuperación.

Suspiro aliviada cuando me cambio de ropa y estoy dentro de mis trapos habituales. Y me siento más ligera cuando me despido de la doctora y voy camino al pasillo, dando con Lou sentada en el área de espera.

—¿Todo bien? —inquiere Lou con cuidado.

Le sonrío.

—Todo perfecto.

Me escudriña con cuidado, mirando cada espacio de las facciones de mi cuerpo en busca de algo diferente, algo que mienta.

—¿Segura?

—Sí.

La veo sonreír y soy incapaz de decirle que estoy incómoda y quiero salir corriendo del hospital. En camino al hotel me pregunta cada cosa que me dijo la doctora, le explico que estoy bien y todo está tranquilo, que no hay nada de qué preocuparse.

Luce como si le hubiera quitado un peso de encima y sé que lo he hecho. Al llegar al hotel donde nos estamos quedando cada una va hacia su habitación correspondiente. Siento que estar dentro de un lugar que huele a alcohol y desinfectantes más luces extremadamente blancas me ha digerido toda la energía que podía tener.

Escucho dos toques en la puerta y mis ojos viajan hacia el pedazo de madera oscura, espero y escucho otra vez los toques. Con desgano me levanto en dirección del sonido y al llegar veo por el visor, dando con una flores y un peluche de pingüino que me hacen reír.

Abro un poco la puerta. El peluche es elevado por el aire, quedando enfrente de mi rostro.

—Buenas tardes, señorita Saori —dice Eidan, imitando una voz chillona—. Hemos venido de la organización de felicidad. ¿Podemos pasar?

Dejo salir una risa bajita.

—¿Por qué debería hacerlo?

—Porque vamos a hacerla feliz.

—¿Sí? ¿Y como lo harán?

Lo veo sonreír y sus ojos dan con los míos. Hay picardía en su mirada.

—Tengo muchas ideas de como hacerte feliz.

Arqueo una ceja.

—¿Muchas?

—Muchisimas.

—Lastima...hoy me vendieron.

Hace una falsa cara de sorpresa.

—¿Quién podría venderla?

—Un tonto.

—Habra tenido sus razones.

Bufo.

—Llevar a alguien engañado a una cita médica no es una razón.

Eidan se encoge de hombros.

—Quizás solo quería saber qué su chica esté en una perfecta salud. Y su tía acaba de decirle que todo está en perfecto estado.

Su chica.

Muerdo mi labio inferior para evitar sonreír como una tonta enamorada, porque me gusta la honestidad en su voz, la forma en la que me mira.

—Debió decirle.

—Ella no hubiera ido.

—Cierto, pero debería decirle.

Eidan asiente con la cabeza y da un paso en mi dirección.

—El tonto tomara nota y corregirá su error en el futuro.

No me dice que estoy siendo dramática, tampoco dice que exagero, todo lo contrario. Está escuchandome, está entendiendo lo que me molestó y mi corazón da un vuelco de felicidad dentro de mi pecho.

—¿Tenemos un trato? —inquiero con cuidado y extiendo la mano en su dirección.

Su mano, cálida y mucho más grande estrecha la mía, dando un suave apretón.

—Tenemos un trato. Te traje flores y un pingüino.

Me río.

—Estan bonitos.

Tomo los objetos y dejo las flores en agua y al peluche sobre la cama, luego volteo hacia él.

—Pensé que estarías con Min y Jem en la reunión del manager.

Niega con la cabeza.

—No tengo mucho que opinar, además, tengo planes.

Arqueo una ceja.

—¿Tienes planes?

—Sí.

—¿Con quién?

—Mmmm. Con una linda chica de ojos avellana.

Sonrío.

—Uy, debe ser muy linda.

Da un paso en mi dirección.

—Demasiado.

—Demasiado —repito en un susurro al verlo acercarse otro paso más en mi dirección.

—Si.

Su rostro se inclina hacia el mío. El olor a pintura mezclada con colonia llena mis fosas nasales, me gusta ese olor, me gusta su olor.

—También tiene un precioso cabello de un color extraño.

Suelto una pequeña risa.

—Entonces es alguien linda pero extraña. Te gustan las personas extrañas.

Niega con la cabeza.

Su nariz está rozando la mía, su cabello rizado cae sobre mi frente y acaricia mi piel. Siento su aliento, su respiración chocando en mi rostro, el calor que emana su cuerpo contra el mío.

—Más que extraña, me gusta lo única que es.

—Unica. ¿Eh? —musito.

Una de sus manos se eleva por el aire y acaricia mi mejilla derecha, erizando mi piel y colocándome nerviosa.

—Unica, bonita, preciosa, mi preciosa Ramé.

No soy capaz de decir nada. Su boca me besa y ahogo un suspiro tembloroso, una de sus manos acuna el lado derecho de mi rostro mientras que la otra se deslizan hacia mi cadera, pegando mi cuerpo al suyo, su cuerpo me obliga a retroceder en la habitación y escucho como cierra la puerta, también siento la madera de una de las mesas que hay en la habitación chocar contra la parte trasera de mis piernas.

Su boca. Mojada, calidad y dulce se apodera de la mía, robándome la estabilidad, robándome el aliento, robándome el alma. Su lengua busca la mía y profundiza el beso, me hace flotar, me hace sentir en el aire.

Me hace sentir deseada.

Mis temblorosas manos van hacia su cabeza, entierro los dedos en las hebras de su cabello y lo acaricio, tiro de este un poco y lo escucho gruñir contra mi boca, lo cual me hace reír bajito. La temperatura de mi cuerpo está elevándose, sus manos están en cada curva de mi cuerpo y las mías se mueven de igual manera.

No hacía espacio entre nuestros cuerpos, tampoco distancia. Somos un manojo de hormonas y emociones desenfrenadas.

—Vas a matarme, Saori —susurra agitado sobre mi boca.

Lo veo con picardía.

—¿Con una muerte lenta o rápida?

Sonríe amplio.

—Lenta, delicada, letal.

Sonrío y vuelvo a besarlo. El beso es desesperado, urgente, como si nos necesitamos para respirar y cuando sus manos van hacia mis muslos y me alzan mis piernas se enredan en su cadera, aferrándome a su cuerpo.

Sus manos se mueven por mi espalda y está se arquea cuando se cuelan por debajo de mi camisa y su piel toca la mía. Él comienza a caminar y pronto mi espalda toca la superficie suave del colchón.

Dejo salir un suspiro tembloroso cuando sus labios se deslizan por mi cuello, dejando besos húmedos y lentos por toda mi piel, robándome el aliento.

—Podría pasarme toda la vida así, pero hay un lugar al cual quiero llevarte —susurra contra mi piel.

—¿Hoy?

—Hoy —se aparta un poco para verme a los ojos—. Te hará feliz.

Le sonrío y acaricio su mejilla con cuidado.

—Ya estoy feliz.

Sus ojos detallan mi rostro, como si quisiera grabar cada parte de este en su mente y sonríe, lo hace con suavidad, enseñando su hermosa y característica sonrisa cuadrada, robándome un latido irregular, robándome el aliento.

Me besa.

Lo hace con cuidado, tomándose el tiempo de explorar mi boca y de acariciar la piel que está expuesta a su alcance. Y cuando acaba, apoya su frente en la mía, respirando irregular y acariciando su nariz contra la mía.

—Y te haré aún más feliz. Lo prometo.

Hay seguridad en sus ojos y firmeza en sus palabras, le sonrío y lo atraigo hacia mi para abrazarlo, su cabeza reposa sobre mi pecho y sus manos me acarician los costados del cuerpo.

Juego con las hebras de su cabello y nos quedamos sumidos en el silencio y la calidez del lugar, olvidando cualquier cosa que pueda llegar a herir.

Y sé que estando junto a él, estoy a salvo de la tormenta.


EIDAN

—¡Son pingüinos! —grita con alegría mientras vamos entrando en el lugar.

Me echo a reír y la observo desde la distancia mientras le colocan una pulsera azúl y Yeon está junto a ella. Sus ojos brillan al ver a los pingüinos y los saluda a todos, como si ellos la entendieran y no hubiera un cristal de por medio.

—Luce encantadora —dicen a mi lado.

Volteo en dirección de la voz, dando con la mirada de Jerry, un hombre de unos cincuenta años y de cabello canoso que me sonríe amplio. A quién le doy un fuerte abrazo y veo con cariño.

—Han pasado años Jerry.

—Demasiados, muchacho. —Ve hacia Saori—. ¿Solo una amiga o alguien importante?

—Alguien importante.

Sonríe amplio.

—¿Cuándo fue la última vez que te conocí una chica?

—Solo conociste a una y fue a los dieciocho.

Asiente con la cabeza.

—La preciosa Camille —dice con tristeza en la voz—. Tan linda y con tantos demonios. —Niega con la cabeza—. Tú abuela estaría feliz de ver qué conociste a alguien que irradia tanta luz.

Le sonrío algo tenso. Sé que si la abuela estuviera viva, habría amado a Saori. Le habría parecido alguien dulce, sincera y brillante. Lo sé. Pero también sé, que hubiera querido a Camille, porque Camille era como un ave herida y solo buscaba sanar sus heridas, aunque estás eran más profundas de lo que yo creía.

—¡Saori! Déjame presentarte a Jerry —digo en voz alta para que se acerque y no se aleje mucho, cuando está frente a mi los presento—. So, él es Jerry, un viejo amigo de la familia y Jerry, ella es Saori, un miembro de mi familia.

—Un gusto, querida —dice Jerry, extendiendo su mano en dirección de Saori.

—El gusto es mío, señor. ¿Trabaja usted aquí?

Jerry sonríe amplio.

—Soy el gerente del lugar. Para servirte.

—Oh, ¿Por qué hay tantos pingüinos? ¿Dónde estamos?

—Es un refugio animal. Aquí traemos a los animales marinos que rescatamos, los rehabilitamos y cuando están listos los devolvemos a su hábitat natural.

Saori observa con tristeza a los pingüinos que graznan en el lugar.

—¿Le hicieron daño?

—Muchos fueron encontrados en las costas marítimas, deshidratados y desnutridos. —explica Jerry con calma—. Cuando navegan y no encuentran suficiente alimentos, recurren a las costas y muchas veces son salvados de una muerte inminente.

Apoya su mano contra el vidrio, mirando con dolor a los pequeños animalitos que comen, juegan entre sí y se distraen un momento de las circunstancias por las que pasan.

—Son animales indefensos. No le hacen daño a nadie.

—No, y aún así son víctimas de las grandes empresas.

Asiente con la cabeza y vuelve la mirada hacia los animales. Los inspecciona uno por uno, detallando que algunos tienen heridas en sus cuerpo, otros lucen ilesos pero temerosos.

—Hay un bebé pingüino.

Lo veo y ladeó la cabeza hacia un lado.

—Es un pingüino sin plumas. Está calvo.

Escucho la carcajada de Jerry.

—Igual de ocurrente que siempre, Eidan —dice Jerry con calma—. Sigues igual que cuando eras un niño.

—Hay cosas que nunca cambian, Jerry.

—Es cierto. —Chasquea la lengua—. Algunos asuntos necesitan mi presencia, si necesitan ayuda o quieren saber algo cualquiera de las personas que trabajan aquí estarán encantados de ayudarlos. —Ve hacia Saori —. Un placer conocerla, linda.

—Igual, Jerry.

Cuando Jerry desaparece de nuestro campo de visión Saori voltea a verme con reproche.

—No está calvo.

Vuelvo a echarle un vistazo al pingüino. Parece que le cayó algo, quizás un derrame de petróleo que hizo que su plumaje se viera dañado. Hago una mueca, tuvo que haber estado asustado y sobre todo, confundido al no entender que ocurría.

—No por completo, pero está casi calvo. Es como los bebés, son feos al nacer.

La escucho reírse.

—Admites que cuando bebé también eras horrible.

Asiento.

—Lo admito. Todos los bebés, incluyendome, en sus primeros días son espantosos.

Sonríe amplio.

—Cuando seas padre le dirás a tu hijo que era feo.

—Le diré que un pingüino era más bonito que él —digo con burla.

La veo reírse a carcajadas y negar con la cabeza.

—Pobres niños.

—Vamos, cariño, ¿Cuando tengas hijos que les dirás?

—Que los pingüinos son adorables en todas sus facetas, haré que los amén. Paredes pintadas de azúl, imágenes de pingüinos . Quizás esa sea su primera palabra.

Suelto una carcajada estruendosa, sin creer lo que escucho.

—¿Y tendrán fiestas de cumpleaños con temática de pingüinos?

—Todos los años.

—Dios mío, pobres pequeños.

La veo riéndose con ganas, mientras que sus ojos brillan. Luego ve hacia Yeon, quién mira fascinado a los pingüinos.

—Yeon piensa que son tiernos.

—Y quizás se pregunté si puede comerlos.

Me ve horrorizada.

—No, por favor.

Me río y dejo un beso en su frente.

—No los va a comer. Solo les dará una pequeña lamida para hacerles un peinado.

Sonríe y se relaja.

—¿Ahora será un estilista?

—Lo será.

Niega con la cabeza y me toma de la mano para jalarme en dirección de lo que queda del establecimiento.

—Luego dices que tengo mucha imaginación.

La veo de reojo.

—¿Y no la tienes? De camino a la ciudad estuviste hablando con Jem de cómo las personas se parecen a famosos o caricaturas.

Me mira con inocencia.

—Eso se llama ser creativa.

La observo burlón.

—Entonces eres muy creativa.

—Lo soy —dice con orgullo y coloca sus manos sobre mi pecho—. Soy la persona más creativa que llegarás a conocer.

—Fascinante —murmuro y dejo un beso en su frente—. Simplemente fascinante.

La veo reírse y pasamos el resto de la tarde recorriendo el lugar, escuchando lo que algunas personas nos explican de los animales rescatados y veo a una Saori asustada cuando le preguntan si quiere darle de comer a algunos pingüinos. Y mientras la veo sonriendo, siendo amable, luciendo feliz con su entorno, más me encariño, más me gusta lo que voy conociendo de ella.

Más se mete dentro de mi piel.



—¿No estás cansando de escúchame hablar de pingüinos? —inquiere mientras estamos sentados en unas bancas, terminando de comer el sandwich y de beber la coca cola que compramos en una tienda de convivencia.

Es casi de noche por completo y en vez de ir hacia el hotel, preferimos comprar comida y sentarnos frente a un lago en un parque para comer y estar en compañía del otro. Mientras que Yeon deambula por los alrededores, olisqueando todo y marcando territorio.

—No. Es adorable escucharte hablar.

Entrecierra los ojos.

—¿No parezco una loca?

—Aunque lo parecieras, soy feliz escuchándote hablar, aunque fuera la lista del supermercado..

La veo sonreír.

—Cuidado, Fellner, yo vaya a ser que termine llamándote para hablar de mis compras en el supermercado.

Me echo a reír.

—Qué miedo.

La veo acomodarse en la banca, una de sus piernas está sobre la mía, dónde mi mano libre descansa sobre el muslo y la palma de mi mano acaricia en pequeños círculos la zona.

—Hablame de ti.

—¿De mí?

Asiente. Aparto la mirada hacia el lago, buscando qué decir.

—Era muy inquieto, de pequeño, siempre le daba dolores de cabeza a la abuela y Min siempre intentaba controlar esa parte.

—Adivino. Nunca logró hacerlo.

Le sonrío.

—Nunca. Era un niño muy liberal, me gustaba hacer mis cosas, ser yo aunque a otros no les gustará y se burlaran de ello, pero siempre estaba a gusto siendo lo que quería ser que siendo lo que otros querían o esperaba que fueran.

Me observa con ternura.

—Desde niño supiste lo que querías y lo que no querías.

—Algo así. Cuando creces en un entorno familiar dónde tu madre busca siempre la aprobación de tu padre, aprendes que no quieres ser así, no quieres ser esa clase de persona. No cuando terminas olvidando quien eres, olvidas a los tuyos, olvidas a los que te aman.

—Eidan...

Niego con la cabeza.

—Cuando niño no lo entendía, no sabía porque ella prefería a un hombre antes que a su hijo, tampoco lo entendí luego de que nos abandonará a Min y a mi en casa de la abuela y no volviera, no cuando iba detrás de papá —suelto un suspiro tembloroso—. Luego entendí, al crecer, que no puedes obligar a alguien a quedarse contigo, sin importar cuánto lo ames, cuánto lo necesites. Las personas deciden dónde estar y dónde no estar, y sus decisiones, son solo suyas, no tuyas, no tenemos la culpa del daño que otros ejercen sobre nosotros, mucho menos de su abandono, no somos culpables de las acciones de otros, solo somos víctimas.

La mirada en los ojos de Saori es dolorosa, sus manos van en dirección de mi cuello y en menos de un segundo está abrazándome, está envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello y me llena de consuelo. Cuando era niño la abuela me consolaba por las noches cuando me encontraba llorando, luego Min lo hacía y ambos llorabamos.

El abandono de un padre genera una herida muy profunda, te sientes insuficiente, pequeño, aislado. No comprendes que fue lo que hiciste mal, quizás el pedir dulces, juguetes, atención, prometes ser un mejor niño, prometes no jugar y hacer ruido, prometes quedarte en tu habitación aunque tengas hambre.

Prometes todo lo que ellos quieren que seas para que te amén.

Y aún así, no es suficiente.

No eres suficiente.

Y tarde en entender, que aunque para mis padres no lo fui, no significa que para otros sea igual, todo lo contrario. Algunos verán tu alma, te amaran, te cuidarán y te van a apreciar, verán todo lo dulce que hay en ti.

Para otro serás importante.

—Lamento que hayas tenido que pasar por ello —susurra con cuidado y se aparta un poco—. Ningún niño merece sentirse rechazado.

Le sonrío y acomodó su mechón de su cabello detrás de su oreja.

—Ya pasó, es cierto lo que dicen, el tiempo cura heridas. Y las mías ya cerraron, ahora solo son pequeñas cicatrices de guerra.

Da un pequeño beso en mis labios.

—Aun así, si tus heridas duelen en algún momento, dímelo.

—¿Por qué?

—Porque está vez seré yo la que te consuele.

Está siendo honesta. Le sonrío y asiento con la cabeza para que sepa que lo haré, tomó su rostro con cuidado entre mis manos y acaricio sus mejillas, dando un pequeños apretón antes de acercarla a mi y besarla.

—Ya bajaste los muros —susurro sobre su boca.

—¿Mis muros?

—Mmm. La primera vez que te vi, fue en un ascensor, debatiéndote entre venir a casa de tu tía o no, tenías tus muros alzados y eras arisca —se queda en silencio, observandome como si no entendiera y cuando el momento llega a su cabeza, sonríe—. La segunda vez que te vi, me vomitaste encima —la veo cubrir su rostro—. Y luego la tercera en el hospital y luego ocurrieron más y más encuentros.

Sonríe nerviosa.

—Olvidemos lo del vómito.

—¿Por qué? Quizás ese día fue en el que terminé enamorado.

—¡Eidan!

La veo divertido.

—Es una nueva forma de conquistar a personas. Vomitarlas.

La escucho reírse a carcajadas mientras oculta su rostro en la curvatura de mi cuello. Acaricio su espalda y siento como su risa va disminuyendo, hasta que cesa por completo y se acomoda sobre mis piernas para verme directo a los ojos.

—Me diste el empujón que necesitaba para venir al pueblo.

Le sonrío.

—Puedo darte uno siempre que lo necesites.

—¿Siempre?

—Siempre.

Me abraza, lo hace con fuerza y siento el latido desesperado de su corazón en su pecho. La aferro a mi cuerpo, como si se fuera a ir y no quisiera soltarla, dejo algunos besos cortos en su cabello, huele a shampoo de vainilla, siento su respiración chocando contra mi cuello y cómo sus manos juegan con el cabello pequeño que hay en mi nuca, y nos quedamos así, en la misma posición, escuchando a Yeon ladrar, viendo como la luna se instala por completo en el cielo.

Solo somos nosotros dos.

Mis ojos se quedan mirando el reflejo de la luna en el agua, estoy tan perdido en el reflejo que no me doy cuenta cuando un hombre llega hasta el frente de nosotros. Sus ojos miran con curiosidad a Saori, hay reconocimiento en su mirada y luego una eterna frialdad, antes de murmurar con dureza en la voz.

—Parece que estás teniendo una buena vida, Saori.

La siento tensarse sobre mi cuerpo, con lentitud se aparta de mi cuerpo y ve en dirección del hombre, quién no aparta la mirada de ella, quién parece querer saltar sobre Saori y la ira en sus ojos me hace colocar alertar.

—Dawin...

El hombre sonríe tenso.

—¿No crees que es injusto? Tu tienes una buena vida y ella está tres metros bajo tierra por tu culpa.

—¿Quién mierda eres? —espeto en dirección del hombre.

Voltea a verme sonriendo.

—Deberías alejarte de ella, tiene un toque letal. Todo muere a su alrededor.

—Saori —murmuro al verla temblorosa, asustada, dolida—. No escuches lo que dice. No es cierto.

Sus ojos me observan con dolor, su mirada grita sufrimiento, agonía. El tipo delante de nosotros está logrando el cometido de herirla. No sé quién es, pero está logrando destruirla en cuestión de segundos.

—Vamos, Saori. ¿Ya hechizaste al chico? Supongo que solo matas a tus amigos y no a tus intereses románticos.

—Cállate —espeto con irá en la voz. Levantándome del lugar y dándome cuenta que soy más alto que él.

Los ojos verdes el tipo se clavan en mi cara, está sonriendo con burla.

—¿O qué harás príncipe azúl?

Quiero partirle la cara, destruir la estúpida y arrogante sonrisa que tiene en el maldito rostro de mierda que tiene. Siento la mano de Saori envolviéndose entre la mía y dando un apretón, al voltear a verla la veo nerviosa, quiere salir de allí. Lo sé.

—Eidan...mejor vámonos. ¡Yeon, vamos!

Tomo nuestras cosas, incluyendo la correa de Yeon y ambos comenzamos a alejarnos del tipo, quién grita cosas que no entiendo y parece enojado, sus pasos nos siguen y tenso la mandíbula al notar que Saori está llorando.

—¡Eres una puta asesina, Saori! Ella confiaba en ti, creía en ti. ¡Yo lo hacía! ¡Pero terminaste siendo lo que todos decían! ¡Una maldita maldición que destruye todo lo que dice amar! —vocifera el tipejo—. ¡Cuidado, chico! No vaya a matarte a ti, ya que con Ash nunca lo hizo porque es una perra fría que finge amarte hasta...

Lo silencio.

Siento el impacto de mis nudillos contra su rostro, escucho el grito de Saori con mi nombre escapando de sus labios, pero no hago caso y sigo golpeando al tipo delante de mi. Dejo salir un gimoteo de dolor al sentir un puñetazo en mi rostro y otro en los costados de mi cuerpo.

Ambos caemos al suelo en un golpe seco, el olor a grama y tierra se filtra por mi nariz, mientras que mis nudillos arden a cada golpe que otorgo, y mis costillas gritan de dolor ante los golpes que me dan. Y solo soy conciente de lo que estoy haciendo cuando veo las luces rojas y azules de las sirenas de las patrullas, solo soy conciente de la cara llena de sangre del tipo cuando escucho el llanto de Saori.

Solo soy conciente que el tipo está inconsciente cuando me apartan de él y me intentan controlar, y al voltear hacia Saori, solo veo la culpa en sus ojos y no sé qué me duele más, verla llorar y culparse de lo que ocurre, o los golpes que he recibido.


N/A 

¡Hola! He estado desaparecida de todos lados y seguiré estando de esta forma por un tiempo. Estoy volviendo a emigrar  a otro país y está siendo una odisea, lo cuál es una locura y apenas ayer pude escribir algo sin borrarlo todo, ya que lo hago desde mi teléfono.

Gracias por la espera, espero que esté capítulo les haya gustado un mundo. A mí me gusta la relación de Saori y Eidan, son muy lindos, él es muy lindo <3

¡NOS VEMOS LUEGO!

¡CAMBIO Y FUERA!




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