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Serendipia

Comentario: el otro día estaba muy triste y comencé a liberar tristeza mientras escribía y sin darme cuenta ya había escrito 4 hojas, por lo que simplemente me dedique a desahogarme con este fanfic, van muchos sentimientos mezclados y hace mucho que no liberaba tensión en un escrito, así que solo digo que traigan un papel higiénico para sonarse las narices.

Espero lo disfruten y lloren conmigo. 



la imagen me pertenece 

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Caminando por entre el nublado escenario se veía un joven tiritando por el frio de la desolada estación, esperando el tren que lo llevaría al lugar destinado al cual se dirigía, su dirección, incierta, el solo quería perderse en sus pensamientos, por lo que entre más largo el viaje que hiciera mejor. Sus grandes y desgastados ojos poseían un intenso color violeta, lástima que no había siquiera esperanza que estos brillasen por alguna razón en específico, como muchas personas dicen, los ojos expresan el alma de alguien y ya se percatarán que este chico tenía el alma tan desgastada como aquel rostro sombrío que poseía, como esos lagrimales que ya no podían emitir lágrimas de tantas que habían derramado y negra tal como las ojeras que llevaba hace años decorando su pálida piel.

Se subió al tren aquella fría mañana de julio, menos cinco grados mostraba el termómetro en el celular que llevaba consigo, posó su delgada pierna en el primer escalón y sin siquiera mirar para atrás se subió al medio de transporte, tenía frio, mucho frio, sin embargo no es como que realmente el frio le afectara, está bien, él no era un súper humano para no sentirlo, es solo que no era una de sus mayores preocupaciones ahora, tenía su corazón destrozado y no sabía cómo repararlo, mucha gente solía decir que la única forma de hacerlo era amor, ¿pero donde se encontraba el amor? No se vendía en los supermercados y tampoco lo podía encontrar botado en la calle. ¿Qué mierda se suponía que era el amor? ¿existía realmente?

Avanzó a paso lento por el pasillo del tren, había poca gente haciéndole compañía en el vagón en el cual él debía sentarse, sospechaba que más de algún alma desdichaba se encontraba en ese lugar realizando exactamente lo mismo que él deseaba hacer, reflexionar mirando hacia un melancólico paisaje de invierno y suspirar sin nada más que hacer que pensar en el infierno en el cual se encontraba viviendo, miró a su alrededor y a lo lejos vió a un viejo caballero quien tenía la misma mirada que él, esa mirada que delataba que estaba muerto en vida, trató de sonreír, empatizaba con aquel desdichado ser que estaba tan vacío como él, era una lamentable empatía compartida, ya que ese caballero lo miraba de vuelta y le sonreía con la misma actitud que aquel chico.

Continuo su caminar hasta detenerse en el asiento que le correspondía, un voluptuoso sillón el cual daba camino a una gran ventana que le mostraría miles de paisajes durante el largo recorrido que le esperaba, no llevaba ninguna posesión con él por lo que solo se sentó, ni siquiera intentó abrocharse el cinturón de seguridad, ¿de que servía? Un ser que estaba muerto por dentro no le encontraría ningún problema en morirse realmente en algún accidente de tránsito, es más seria la mayor bendición que podría hallar en su corta vida.

La persona encargada de revisar los pasajes de viaje pasó por aquel vagón, llegó frente a él, su cara era de lástima, seguramente su aspecto y condición física le daría conmiseración a cualquiera, como despreciaba ese tipo de mirada hacia él, como si porque alguien te mirara de aquella manera fuese a solucionar algo en su vida. Entregó el boleto de mala manera y el pronto el viaje comenzó, pudo sentir como el tren se movía rápido, pestañeó hacia afuera admirando aquel paisaje, esa hermosa naturaleza llena de verde, realmente le tranquilizaba el pensar en cómo aquellas plantas vivían en paz unas al lado de otras meciéndose en un relajante ritmo en común, no había nada como ser una planta, todo el mundo las ama y son necesarias para todos, si comparaba su vida con un simple árbol seguramente el árbol ganaría en muchos aspectos. Suspiró pesado y sonrió lamentándose por todo lo que había vivido, sonrió, sonrió tanto que lagrimas se derramaban por su jovial y desteñida cara, su corazón y garganta se apretaban, dolía tanto, cuantas emociones llevaba guardando por años, si tan solo existiera alguien que lo necesitara, alguien por el cual su existencia valiera la pena continuar en este mundo, alguien que sonría para él, pero ese alguien no existía y ya era demasiado tarde para encontrarlo, nadie sabía de su existencia, era una persona sin identificación, su existencia no significaba nada en ninguna parte del mundo.

El frio comenzó a aumentar y el viejo tren en el que viajaba no hacía nada más que empeorar la situación ya que no poseía siquiera calefacción para aliviar el frio de sus pasajeros, el joven de cabellos oscuros se auto abrazó rogando que ese mortal frio lo llevase en su regazo hasta una eterna paz, al menos su congelado cuerpo sería bueno para abono para las plantas que tanto ama, quizás alimentar a un hermoso y gran campo de rosas violetas sería un buen final, volvía a sonreír con los ojos sin brillo.

Una gran bocanada de vapor salió del joven quien tiritaba de una forma exponencial, sentía que sus extremidades se congelaban, entre más avanzaba el tren en dirección al sur más frio hacía, ¿cuantos grados habrían? ¿Menos diez?, ¿menos quince? No lo podía saber, desde que entró al tren apagó el celular, no quería recibir llamada alguna, tampoco que lo rastrearan por medio de su chip u otra alternativa, el solo quería desaparecer de ese mundo que había sido tan cruel. ¿Posesiones? No llevaba más que un viejo abrigo desteñido, pantalones rotos, bototos grises y rotos por el desgaste de los años, sus pies dolían ya que le quedaban extremadamente apretados, bajo ese abrigo un polerón deteriorado y andrajoso, su mayor posesión era aquel celular que había robado a su hermano mayor antes de escapar de aquel infierno al cual llamaba hogar.

-Satanick, te traje unos nuevos zapatos, espero agradezcas el gran esfuerzo que hace tu hermano mayor para mantener a una basura como tú, al menos podrías sonreír de vez en cuando para mí – recordaba muy bien esas palabras, fue en su doceavo cumpleaños, actualmente tenia dieciséis, agradecía que de cierta forma su hermano mayor haya comprado algunas tallas más grandes de lo que calzaba en aquella época, ya que si no tendría que andar descalzo por mucho tiempo.

El joven de cabello azabache bajó la mirada al recordar aquella época donde el solía ser feliz, o al menos es lo que él creía que era felicidad, su familia era bastante humilde, una familia de tres integrantes para ser precisos, su madre, su hermano mayor y él, Fumus había sido hijo del primer matrimonio de la madre de ambos, tras doce años de un feliz matrimonio un bandido entró a la casa para robarla, Fumus se escondió en el baño mientras sus padres trataban de defenderlo del malhechor, sin embargo y por desgracia de todos el tipo traía un arma con él y nada pudieron hacer, aquel infeliz se había llevado con él la vida de su padre y había embarazado a su madre en una horrible noche donde desmantelaron lo que solían llamar hogar. Su madre hundida en una horrible depresión trató de deshacerse de aquel bebé que llevaba en su vientre, sin embargo, nunca tuvo el valor de hacerlo, después de un tiempo fue que nació Satanick, Fumus lo odiaba, él era la viva imagen de ese asqueroso ser quien había destruido su familia, excepto por esos hermosos ojos violeta los cuales los tres integrantes de la familia compartían.

La madre de ambos trató por todos los medios de criar a ese pequeño ser de una forma adecuada, después de todo no era su culpa haber llegado al mundo de esa forma tan asquerosa. Tres años después de su nacimiento su madre comenzó a decaer, ya no aguantaba más tanto sufrimiento, entre más pasaba el tiempo aquel indefenso ser heredaba más y más los rasgos de aquel sujeto despreciable, por lo que tratarlo con cariño se le hacía cada vez más difícil, finalmente terminó suicidándose.

Fumus siendo su única familia un joven de dieciséis años desató toda su furia en aquel pequeño ser quien nunca había sido realmente amado o deseado, toda aquella felicidad que él pensaba tener no era más que la inocencia de un pequeño niño de tres años, cuya libertad fue arrebatada en ese mismo instante. Fumus no tendría perdón de dios por todos los martirios que le hizo pasar, después de todo el niño ni siquiera había sido registrado como habitante del país, su madre jamás se encargó de sus papeles legales, lo odiaba, lo despreciaba tanto que el simple hecho de incluirlo en la sociedad o de darle su apellido les parecía una ofensa a sus principios.

Satanick jamás salió de casa, Satanick jamás vio la luz del sol antes, el solo era el juguete de su hermano, él había nacido para satisfacer las ansias de venganza de Fumus y lo sabía, él que lo trataran de esa forma ya era parte de su día a día, su cuerpo desnutrido y su pálida piel destacaban en aquel solitario y frio vagón de tren.

La historia de ese viaje comenzó desde cuando un amigo de su hermano trajo una planta a la casa con la excusa de que el lugar era muy sombrío y que sin ventilación se hacía imposible vivir sin una buena fuente de oxígeno, por su puesto Satanick era escondido cuando gente venía al departamento donde solían vivir. El día que aquel pequeño vio por primera vez esa hermosa rosa violeta semejante al color de sus ojos pareció que todo un mundo nuevo se desbloqueó en su mente, se comenzó a preguntar si existirían mas tipo de flores como aquella, si habría más colores, si existirían lugares en el mundo los cuales estuviesen repletos de ellas, tan solo pensar en aquello le movía el corazón de forma acelerada. Él quería descubrir, él quería conocer, él quería salir y explorar todos esos lugares y poder entregarse a aquella naturaleza.

-Fumus- habló despacio un día lleno de terror, aquel despreciable ser que vivía con él le respondió solo con una mirada – puedo... planta...- señaló con el dedo encorvando el cuerpo en aquella pequeña jaula donde solía vivir los siete días de la semana – yo... quiero- dada a su escasa educación no es como si supiese comunicarse adecuadamente a la edad de 13 años, la verdad es que sabía cómo hablar de forma adecuada, pero el terror que le provocaba su hermano mayor no le permitía expresarse de una forma correcta –así que ¿quieres esto? – preguntó el mayor tomando la maceta – te la daré con una condición – Satanick se emocionó demasiado con la idea de por fin recibir algo que él tanto anhelaba, por lo que sus ojos se cristalizaron y asintió excitado – cómetela, si no lo haces por tu cuenta te obligaré de todos modos- dijo ese indigno ser al cual solía conocer como hermano mayor. Esa fue la noche más triste de su vida, fue obligado a comerse al ser que más amaba en la vida, aquella planta que tanta esperanza le había traído había sido destruida por su hermano mayor y metida a la fuerza a su boca sin siquiera preocuparse si le lastimaba con las punzantes espinas que esta poseía o si pudiese causarle daño en su organismo. Aquella flor actualmente vivía en él, era como si aquellas espinas se hubiesen enraizado en su corazón absorbiendo todo de él y lo hubiesen matado sin más.

El joven suspiró nuevamente al recordar su existencia, los vidrios se habían empañado por la humedad que producía la respiración de los pocos pasajeros que llevaba el vagón, limpió el vidrio con su desnuda y roja mano la cual estaba sumamente helada, no quería que nada le impidiera poder seguir disfrutando de aquel paisaje tan esperanzador en su vida. Pestañeo y un nuevo recuerdo llegó a su mente, era de cuando cumplió los catorce años de edad, se encontraba con el brazo quebrado ya que Fumus lo había pateado para desahogarse tras un mal día en el trabajo, tanto que su brazo había crujido y no era capaz de moverlo porque dolía demasiado, sabía que no podía llorar, si lo hacía lamentablemente nuevamente sería golpeado, tras tratar de encontrar la solución a su problema pasó días pensando en cómo hacer que su brazo doliera lo menos posible sin molestar o interferir en la vida del mayor, sin embargo nada resultaba y solía caérseles las cosas que tomaba. Aquel día un compañero de trabajo fue a casa de Fumus por lo que al escuchar un extraño ruido proveniente de una de las habitaciones traseras pensó que algún ladrón se había infiltrado al edificio, sin aviso al dueño de casa se dirigió al lugar y vió al joven adolecente quien al verlo pareció asustarse aún más ya que sabría que nada bueno le esperaba por haber provocado tal estrepitoso ruido que lo delató.

-¿Quién eres tú?-

-Yo... - dijo tímido y casi temblando, la voz se le cortaba su mirada se nublaba, su cuerpo se descompensaba tras cada paso que sentía dar a su hermano el cual avanzaba por el pasillo de su oscuro hogar – Fumus, hay un niño en esta habitación –

-Sí, es mi estúpido hermano menor, mejor no te acerques a él –

-Espera... parece asustado, ¿pasó algo? Parece que te duele el cuerpo –

-...- Satanick miraba a Fumus y luego miraba a aquella persona que parecía ser amable, sus ojos se cristalizaron y su cuerpo no podía parar de tiritar, pensaba que en cualquier instante se podría orinar encima por el pánico que sentía por aquella terrorífica mirada que le propinaba el mayor de ambos hermanos. El invitado al notar como el chico tiritaba no dudó en acercarse y tocar su hombro para ver si estaba bien, aunque solo pudo constatar que el brazo del chico estaba completamente roto ya que el grito descomunal que dio solo por ser tocado le aclaró bastante el panorama, como doctor no podía evitar ayudar al desdichado chico atando su brazo con las cosas que sirvieran y que hubiesen en la casa, sin embargo le dijo a Fumus que sería bueno que fuese al hospital, además se notaba que el niño no se encontraba en buen estado nutricional.

-No tiene caso que vaya a un hospital, es una causa perdida, por más que trato de educarlo correctamente se dedica a vagar todo el día saltándose la escuela y juntándose con gente inadecuada, el que esté de esa manera es su culpa y ya no tiene vuelta atrás-

-Mmm que lastima me da escuchar eso Fumus, eres un buen hermano por darle asilo y preocuparte por él aun siendo él un chico rebelde- fue lo último que pudo escuchar el más joven ese día, el corazón se le estrujaba, él jamás había salido de casa, no sabía nada de las cosas que estaba divulgando aquel ser sin corazón que hacía llamarse hermano, en fin, no le importaba lo que los demás opinaran de él, al menos su brazo ya no dolía tanto y según el tipo que lo encontró debía mantenerlo de aquella manera algunos meses, sería difícil hacerlo con la paliza que le esperaba esa noche por haber dejado que lo descubrieran.

Satanick miró su mano enrojecida, abriéndola y cerrándola para verificar que había sido curada a la perfección, le agradaba el hecho de haber aprendido a curar huesos rotos ya que a partir de aquella vez no solo su brazo, su pierna, muñecas, entre otras partes de su cuerpo se habían fracturado o quebrado por culpa de la furia del que hacía llamarse un doctor dedicado y con vocación. Los profundos sentimientos de Satanick habían cegado su vista y lo habían hecho perderse en un espacio negro sin nada más que dolor y voces susurrando a su alrededor, voces ininteligibles, sabía que todas hablaban al mismo tiempo y le pedían que hiciera cosas, sin embargo no podía entender nada, por otro lado, los demonios que Vivian en su cabeza tenían voces fuertes y claras, además poseían la habilidad de estrujar su corazón por cada maldito recuerdo que le hacían vivir una y otra vez, era como si se hicieran fuerte al robarle cada gota de vida que él poseía ya que felicidad en su mundo no existía. Hundido en sus pensamientos y agonías no notó cuando el tren se detuvo en la primera estación, un poco de gente entró al solitario y frio vagón, tampoco vio cuando una pequeña niña de coletas se sentaba a su lado, un adolecente y un niño de cabellera rubia al frente de él, en el momento que despabiló solo pudo encontrar unos hermosos ojos amarillos mirándole y al encontrarse con los suyos huyeron hacia otra dirección y solo ignoró su presencia - Poemi quédate quieta, papá nos va a regañar si te llegas a ensuciar, Adauchi no te pares del asiento, si te pierdes ni creas que iré por ti. Aagh estos niños no obedecen – pronto sonrió al ver a sus dos pequeños hermanos correr hacia los asientos vacíos que estaban al lado para poder ir viendo por la ventana. El de ojos violeta solo los observaba, así que eso era ser un buen hermano mayor, ¿así que eso significaba ser una familia? Vaya que envidia sentía.

Otro recuerdo pronto inundó su mente, el recuerdo de cuando empezó a aprender a escribir y leer, había muchas veces visto a su hermano mayor hablarle a un extraño aparato y éste le respondía en un extraño tono de voz dándole las respuestas, un día que Fumus olvidó su celular en casa y realizó todo tipo de preguntas para poder aprender ciertas cosas que normalmente veía al mayor realizando como una actividad común. Al no tener un vocabulario extenso y menos conocimiento en esas tecnologías le tomaría mucho tiempo poder aprender todo lo necesario, no obstante, la necesidad y la presión del terror que sentía por ser descubierto le llevó a reducir ese gran tiempo a tan solo dos días, practicaba escribiendo letras con el polvo que se acumulaba en el piso con su dedo, una vez las había memorizado todas comenzó a escribir palabras que él sabía, no eran muchas, pero les servían para practicar su lectura. Después de ello, le pidió al celular que le leyera algún párrafo de algún libro y los escribía con el polvo que adornaba el lugar, palabra que desconocía lo preguntaba al celular, de aquella manera su lectura y su vocabulario aumento casi un cuatrocientos porciento, la tercera vez que se le quedó el celular a Fumus en casa comenzó a ver videos de cómo era la vida normal de un humano, como era el mundo fuera de su encierro y pudo descubrir aquellos hermosos parajes de ensueño, él no quería morir sin conocerlos al menos una vez, por lo que se armó de valor y poco a poco comenzó a idear un plan de escape, la señal para escapar sería la cuarta vez que el celular de Fumus se quedara en casa, el día llegó pronto, así que debía actuar rápido ya que era posible que éste se devolviese a buscarlo, tomó aquel aparato y sus mejores prendas de vestir para abrigar del frio a su débil cuerpo, tomó el cuchillo más grande que encontró y con uno de sus calcetines lo amarró al palo de escobillón comenzando a batear con todas sus fuerzas la puerta de entrada al departamento, tal como si la estuviese acuchillándolo, ya que tenía una enorme cantidad de llaves que jamás lograría sacar en pocas horas, solo le quedaba destrozar la puerta y salir por el agujero que quedara. Una vez la puerta quedó débil empezó a pegarle patadas hasta que esta cedió en un pequeño sitio donde forzó hasta lograr destrozar y hacer suficiente espacio para meter su mano, eso era más que apto para poder derramar aceite por dentro de ésta e incendiarla hasta desgastar demasiado la madera, una vez está ya poseía un gran agujero mojó la tabla y solo empujó con su débil cuerpo para ser libre por primera vez en su vida, no le importó si los vecinos le veían con horror y le decían palabras que él no podía entender, el solo se preocupó de una cosa y esa era correr, correr lo más lejos de ese infierno como pudiese, con el poco dinero que logró encontrar sobre la cómoda de la habitación de Fumus bastaba para comprar un ticket de tren y largarse hacia algún lugar lejano. Ayudado del celular del mayor llegó a la estación de metro más cercana donde se transportó a la estación de trenes y compró el ticket necesario. Actualmente agradecía enormemente aquel aparato que llevaba apagado dentro de su bolsillo, sin él seguiría en aquel sitio siendo ignorante de todo lo que le pasaba alrededor.

-¿Oye, te sientes bien?- escucho una dulce voz que le hablaba –te vez algo pálido y se ve que tienes frio, si quieres puedo darte un poco de té, se los había traído a los niños, pero como vez me abandonaron – era una persona muy agradable, lo miró y asintió tímido hundiéndose en su abrigo, y a pesar que tenía miedo, aquellos ojos color sol le decían que podía confiar en aquella persona quien le ofrecía de forma encantadora un té para calentarlo, lo recibió con cuidado y duda, sus manos no paraban de temblar, no obstante al tomar el primer sorbo y notar como su cuerpo revivía del estado cianótico en el que casi estaba le hizo brillar los ojos por primera vez en años – hola, me presento, me llamo Ivlis Solaris, ¿cómo te llamas? – le preguntó aquel amigable joven de cabello cenizo y ojos amarillos como el sol que había conocido hace muy pocas horas.

-¿Yo?-

-¿Vez que le pregunte a alguien más? Claro que a ti tonto –

-... Lo siento... nombre es... Satanick-

-Hablas raro, ¿Satanick cuánto te llamas? -

-Solo... solo Satanick-

-Es un nombre extraño, ¿no tienes apellido? - el de cabellera negra negó con la cabeza, su madre jamás le dio un nombre legal, es más le puso Satanick ya que para ella el tenerlo con vida le hacía recordar al mismísimo diablo.

-Bueno, no importa, un gusto conocerte Satanick – sonrió algo anímico, le parecía genial la idea de tener un amigo de viaje, después de todo él también era un niño y al igual que sus pequeños hermanos le emocionaba el viaje en tren – tengo quince –

-¿Quince? – preguntó el más alto quien acababa recién de tomar el té – quince años, ¿es mi idea o realmente eres muy tonto? –

-Tonto no, Quince años... yo diez... diez y seis – le costó decir el número, es más, mostró sus manos mientras contaba con sus dedos cuantos años él creía que tenía, sabía muy bien cuál era el día de su cumpleaños, era aquel día en que su hermano mayor se esmeraba en hacerlo sentir como escoria, el solo había contado trece años de escoria y por lo que sabía el abuso comenzó cuando él tenía tres, por eso el calculaba que su edad correcta era dieciséis años.

-Eres mayor que yo, pero actúas como un niño de cinco años ¿sabes?, aunque eso me agrada, la niña que vez allá es mi hermana pequeña, ella tiene cinco –

-Ooh- respondió sin dejar de mirar al más bajo a los ojos, tenían un hermoso brillo que él quería poseer, le irradiaba una luz y un calor inigualables, sin duda era hermoso, era el ser más hermoso tanto fuera como por dentro que había conocido, algo se apretaba dentro de él y por primera vez no era el miedo el que provocaba ese sentimiento ¿a esto se le conocía como descubrir el mundo?

-¿Dónde Ivlis... dónde ir? –

-Jaja de nuevo estás hablando raro- el mayor solo bajó la mirada y se sonrojó, le daba vergüenza no poder comunicarse bien con ese ser tan significativo para él, solo llevaba unos minutos que lo conocía sin embargo se había convertido en el ser más importante de su vida, pronto se dio vuelta para mirarlo mejor y poner atención a todo lo que este chico le hablaba, le contaba cosas divertidas, una sonrisa se formó en su rostro y su helado cuerpo se sintió cálido, su estómago se apretaba y a la vez se expandía como si miles de sensaciones y estímulos pasaran por ese órgano en aquel momento – el que me mires así me cohíbe un poco sabes... ¿qui... quieres más té? – el de cabellera negra asintió y dejó que el otro le atendiera –no responderé tu pregunta porque la verdad aun no te conozco bien y luces extraño, pero ¿sabes? a cambio te diré algo... tienes una linda sonrisa- un color intenso se vino al rostro de Satanick y lágrimas se asomaron por sus ojos, Ivlis al notar esto se sonrojó de la misma manera, no es como que quisiera decir algo en específico, ni siquiera sabía porque dijo tal comentario, quizás el conversar con ese extraño sujeto le hacía realmente feliz, jamas se había sentido tan cómodo con alguien de su edad.

Pasaron horas conversando y sin duda había sido el momento más feliz en la vida del joven de dieciséis años, su corazón había adquirido tanto calor en ese abrumador frio, sin duda ese día pasaría a sus mejores recuerdos, no obstante era la hora que Ivlis debía marcharse, su destino era solo unas ciudades más allá, por lo que ya había llegado, se despidió del muchacho de maltratada apariencia rogando poder volver a verlo, él no solía darse con mucha gente, sin embargo vió tan necesitado a ese tipo que no pudo evitar ayudarlo, después de todo así le había enseñado su hermana mayor a actuar, él la admiraba inmensamente por lo que seguía sus sabios consejos siempre. Ambos chicos se despidieron con un apretón de manos y una amable sonrisa, sin embargo, algo en el corazón de Ivlis le decía que a ese muchacho no le quedaba mucho tiempo de vida, por lo que al bajar del tren y ver como este partía un frio inundó y apretó su pecho, su sonrisa se deshizo y caminó triste en dirección a su casa tomado de las manos de sus dos hermanos menores mientras suspirada de angustia, algún día averiguaría como encontrarlo y lo llevaría a casa para que conociera su hermosa plantación de girasoles.

Por otra parte, con el corazón lleno de amor Satanick se bajó del tren en la siguiente ciudad y ultima del recorrido, había llegado al lugar que tanto había deseado llegar, según lo que había averiguado en aquel aparato, en aquella pequeña localidad se encontraba uno de los bosques más hermosos del país, era grande profundo y oscuro. A paso aletargado se bajó del tren, sus piernas congeladas por el frio devastador de la zona lo estaban matando del dolor, casi no podía sentir sus dedos de los pies y más por lo apretado que se sentían dentro de esos pequeños zapatos, pero el sufrimiento valdría la pena si por fin podría llegar a su destino, no sabía cuántas horas llevaba caminado, por suerte el ejercicio lo mantenía con el cuerpo caliente, puesto que si bien sus ropas no eran aptas para el frio que congelaba la ciudad no tenían mucha grasa la cual quemar tampoco.

Al llegar al centro del bosque sus ojos volvieron a adquirir ese brillo que le caracterizó mientras charlaba con aquel simpático joven en el tren, por fin, sentía esa calma, ya no podía sentir el frio, solo se dedicaba a mirar hacia el cielo y notar esas frondosas ramas que adornaban el cielo apenas visible, el olor que emanaba el lugar le encantaba, era tranquilizador, esa mezcla de humedad, olor a tierra y arboles aromáticos llegaban a sus fosas nasales como pidiéndole que disfrutara de su última y maravillosa sensación.

Satanick se sentó en el suelo, pudiendo sentir la suavidad de la tierra, de las hojas mojadas, pudiendo escuchar los sonidos de diversas especies de pájaros e insectos que cantaban la canción más deseada para su desenlace, no tenía nada y ahora lo poseía todo, no tenía nada más que pedirle al mundo, todo lo que él deseaba se había hecho realidad en un abrir y cerrar de ojos, un viaje que deseaba realizar, alguien en quien confiar, un primer amor, sentirse acogido y conocer aquel hermoso lugar al cual quería unirse, no importaba si entregaba su vida en ello, pues era lo que él deseaba, quizás nunca pudo hacer grandes cosas, pero si el destino lo guío hasta ese lugar era porque así debía terminar. Una sonrisa se formó en su rostro y se acostó en el suelo a observar como las hojas se movían al son del viento, cerró los ojos sonriendo, su cuerpo se sentía lleno de amor y calidez, aunque solo era una respuesta a la felicidad que profesaba, ya que el frio que había en aquel lugar lo único que estaba logrando era quitarle lentamente la vida a aquel ser que estaba dispuesto a entregársela a la naturaleza que tanto amó, solo esperaba que una semilla de rosa cayera donde él estaba muriendo y ocupara sus nutrientes para crecer, ese sería el mejor final que pudiese desear.

Al día siguiente lo encontraron muerto en el bosque, había muerto congelado por las bajas temperaturas que yacían en aquel lugar, sin embargo, poseía la más hermosas de las sonrisas vistas anteriormente, si bien no nació ni vivió de la mejor manera, murió tal como quiso. Se atrevió a desafiar el cruel destino impuesto que solía tener para viajar y descubrir nuevos lugares, pero sin duda lo que más feliz le hizo y le ayudó a descansar en paz fue que en aquel pequeño viaje de aventura había descubierto algo que pensó nunca podría existir en su ser y a esos pequeños hallazgos realizados por casualidad buscando otras cosas se le conoce como serendipia.

Desde ese día todos los años ese bosque pareciera que tomara vida llenándose se moradas rosas, donde al medio de éste era dejado en el mismo lugar un pequeño girasol.


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Comentario : Si llegaste hasta aquí muchas gracias por leer -abrazo - 

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