Me hizo toda clase de preguntas. Quiso saber mi nombre (inventé que me llamaba Thor), quiso saber de dónde venía (le dije que del norte) y hacia dónde iba (mentí que al sur), me preguntó si estaba hambriento, si me dolía algo y qué le había pasado a mi caballo... Y ya no supe qué responder. No recuerdo ninguna de las respuestas que di después de eso, si es que se las di. Yo seguía fascinado con aquel humano y mientras la cabaña se llenaba de un intenso aroma a pan recién horneado y el agua para el té de hierbabuena burbujeaba en una marmita en la chimenea, mi anfitrión me contó sobre él. Al principio no quería, pero le insistí. Supe entonces que se llamaba Tyr, que vivía sólo desde el invierno pasado, que nunca había conocido a sus abuelos, que recordaba vagamente a su padre y que a su madre le gustaba golpearlo a él y a sus hermanos especialmente los domingos, no sabía explicarme por qué.

-Y también cuando llueve, como ahora...- me dijo y sus ojos dejaron de mirarme y se clavaron en el paisaje invernal que se veía a través de los cristales escarchados de la ventana-Mis dos hermanitos se fueron al cielo.- Sin que yo me diera cuenta, mis ojos se humedecieron-Mi madre me dijo al volver del cementerio que ya no me soportaba, que todo había sido mi culpa, que no era lo suficientemente bueno y que por eso se marchaba. Cargó la carreta con todos los víveres que teníamos en la casa, las pocas cosas de valor que habíamos heredado de una tía vieja y se fue un Febrero tormentoso y frío... Intenté seguirla. Corrí tras sus huellas pero la nieve me cercó y perdí su rastro. Desde entonces busco huellas en la nieve pero nunca no las encuentro. Desde entonces vivo aquí sólo, duermo porque tengo que dormir, como porque tengo que comer, respiro porque tengo que respirar. El único momento del día en que me siento realmente vivo es en el Crepúsculo, cuando voy hasta el bosque y miro el cielo. Las primeras estrellas que brillan imagino que son mis dos hermanitos. Ellos sí me querían. Ellos nunca me trataron mal. A ellos nunca les importó que yo fuera diferente. A veces, si tengo suerte, veo pasar una estrella fugaz y sigo su huella en el cielo; y siento que son ellos los que me mandan ese regalo. Y siento, solo en ese segundo que dura esa estrella, que hay alguien allí arriba... un ángel que me observa y que me abraza... y que ama...