━017 ❝Tʀᴀᴛᴏs II❞
AQUELLAS palabras que aquella chica de la Isla rondaban por su mente. Era un trato que no iba a poder desaprovechar si quería su felicidad como resultado. Mientras golpeaba su lápiz contra su escritorio blanco de su nuevo consultorio, pensaba una y otra vez si aquello a lo que había accedido estaba bien o estaba mal. Quizá estaba siendo muy egoísta.
—Pero, ¿mis amigos saldrán heridos?— recuerda haber cuestionado con temor—, ¿Mi novio?
Maddy da un sorbo a su cappuccino.
—Posiblemente.— responde sin ningún filtro—, Pero eso pasará si tú no cumples tu palabra.
Levantando la mirada para ver el reloj, recordó que había quedado en ir a una reunión con su padre. Da un suspiro y comienza a recoger sus libretas para meterlas de manera ordenada en su maletín rosado. Se retiró su bata y la dejó en su casillero, desató su cabello para dejar que sus rizos cayeran por sus hombros; retocó su maquillaje, tomó su mochila y se dispuso a salir.
—Mierda.— exclamó en voz baja al pegarse en su cintura con la esquina del escritorio. Esto hizo que algunos papeles cayeran al suelo—, Qué lindo, otra vez a ordenar esto.— dice sarcástica al colocarse de rodillas en el suelo para recoger los papeles, todos trataban de diferentes pacientes embarazadas.
Mal Igna Moors.
Al leer ese nombre arqueó una ceja y dejó que la curiosidad le ganara. Se sentó nuevamente en su escritorio y comenzó a leer con atención cada palabra de aquel informe prenatal.
—Con que estás embarazada, Malsy.— muerde su labio inferior con un toque de picardía, había acabado de descubrir un punto muy clave. Sus ojos se iluminaron con un toque de malicia al leer una frase que estaba en rojo:
"EMBARAZO DE ALTO RIESGO"
—Vaya, vaya.— dijo chasqueando su lengua—, Tendré siempre en cuanta esa frase célebre "siempre espera lo inesperado".
Guardando esos papeles en su mochila, sale del consultorio como si nada hubiera pasado.
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Los delicados y ruidosos tacones dorados de la princesa, pisaban el suelo de aquel castillo que llegó a ser su hogar hasta que decidiera irse de allí por la universidad.
Todo estaba igual, todo tenía el mismo toque de siempre.
Los ventanales abiertos para dejar circular el aire por todo el lugar, la luz solar formando focos a través de las telas pesadas palo de rosa que cubrían aquellas ventanas, y los cantos dulces de las aves se oían a cada segundo. El ambiente le recordaba mucho a su madre, que por cierto, era la que quería ver el castillo de esa manera. No obstante, los retratos familiares que habían en cada pared demostraban la evolución de la familia real que al nacer Aurora se habrían unido con la familia de Felipe. Una familia muy numerosa, de hecho.
Al estar frente a la puerta del gran despacho de rey, sus mejillas se llenaron de aire y sus manos comenzaron a temblar antes sin siquiera haber levantado su mano para dar unos toques que avisaran su llegada.
—Entra.— se escucha desde adentro, como si aquel hombre supiera que su hija ya estaba ahí le ordenó que pasara.
La puerta se abrió, dejando ver a la princesa de Auroria, su mirada neutral, sus brazos cruzados sobre su pecho. Quién diría que aquella chica que juró nunca ponerse nada de color negro, tenía en ese instante una pinta de motociclista: Chaqueta negra de cuero, jeans negros, una blusa algo transparente rosada, una gargantilla dorada con encaje, y los tacones dorados. Ella no necesitaba tanto maquillaje para hacer destacar su hermosa y luminosa piel trigueña.
Una pose autoritaria hizo la chica al entrar al despacho y ponerse en frente de su progenitor.
—Siéntate, hija.— pide el adulto, ella hace caso omiso y se sienta—, ¿Cómo estás?
—No puedo estar peor.— responde de manera seria—, ¿Y tú, padre?
—No puedo decir lo mismo que tú, querida mía.— ella roda los ojos al escuchar la respuesta de su padre—, ¿Cómo vas con la universidad?
—Ve al grano, Felipe. No vine a que me interrogaras.— demanda la princesa—, ¿No se supone que tu querida sobrina me dijo todo lo que me querías decir?— su dolor lo demuestra con cada palabra que le dice a su padre.
El adulto se encoge de hombros antes de recargar sus brazos sobre el escritorio y mirar a su hija con seriedad.
—Te recuerdo que soy tu padre.
—Pero desde que Jay llegó a mi vida, yo no significo nada para esta familia, ¿no es verdad?— interrumpe, ese día le diría a su padre todo lo que estaba sintiendo. El rey Felipe bajó la mirada mientras negaba con la cabeza—. Que él sea un plebeyo, no significa que sea lo peor para mí. Al contrario-
El hombre golpea la mesa, haciendo que su hija se asuste pero lo siga retando con la mirada.
—Ya habíamos hablado de esto, Audrey.— le recuerda el adulto —, Te comprometimos con Benjamin, porque tu ibas a tener un alto rango en la sociedad, ibas a unir al reino de Auroria con Auradon. Pero-
—¿¡Y eso qué!?— cuestiona la muchachita—, Es solo un maldito reino como otros.
—Eso mismo dijiste cuando terminaste con Chad. Déjame terminar.
Audrey comenzó a reírse.
—Ay, papá. ¿Tú crees que yo estaba en mis cinco sentidos cuando estaba con él? Obvio no, el fue un clavo que sacó otro clavo.— explica Audrey mientras actúa cínica frente a su padre, él solo la mira con una ceja arqueada—; En teoría, quiero que me dejes vivir mi puta vida como me dé la gana.— añade con una sonrisa genuina y conveniente, y después su rostro cambia a una expresión más seria—. No te bastó con poner a tu sobrina favorita sobre el trono, y lo peor ¡aún no he muerto! O, ¿eso quieres, papito?
—¡A mí no me hablas de esa forma, jovencita!— le grita el rey al golpear la mesa con la palma de su mano—, ¡Recuerda a quién le hablas!
—Pues fíjate que le hablo a un hombre que no es mi padre, porque para él yo morí desde que me fui de aquí. — las lágrimas se acumulan en los ojos miel de la princesa. El rey no dice nada, al contrario suspira y se dirige al ventanal que hay en el despacho—, Como siempre, nunca dices nada... Vaya hombre valiente que eres.
—Vete de aquí, Briar.— ordena el hombre, Audrey abrió sus ojos de par en par pues su padre le acababa de decir su segundo nombre y en un tono lleno de rabia—, Si quieres que juguemos a tu modo, te informo que para mí, desde este instante ya estás muerta.. Justo te llamaba para decirte que había cambiado de opinión porque le hice caso a tu madre, pero veo que aún sigues siendo una niñita caprichosa que cree que a punta de pataletas conseguirás lo que quieras.
Maldita estúpida. Se regaña a sí misma, si tan solo hubiera dejado hablar a su padre.
—No quiero saber nada de ti, ni que vengas a ver a tu madre. ¡Nada! ¡Sal de mi vista!
Las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas a mares. Definitivamente ya había metido la pata bien al fondo; y conocía bien que cuando su padre daba una orden, se debía cumplir. Él siempre había sido un hombre de palabra.
—Pero, papá...
—¡Te dije que te fueras!— grita el hombre.
La morena cierra los ojos, y suspira. Como siempre, todo le salía al revés; pero, aquello que había pactado hace días, se encargaría que saliera a la perfección.
—Así lo quieres... Así lo tendrás. — murmura Audrey antes de salir del despacho con lágrimas en sus ojos y la furia carcomiéndola de nuevo.
Ya no era la niña de papá, ya no era la princesa favorita... Ahora era solo un vago recuerdo prohibido de nombrar en aquel castillo medieval. Desde ese mismo día, aquella princesita caprichosa habría de ser olvidada por todos, y esa misma princesita cambiaría las cosas por completo. A pesar de haber cometido semejante error de decirle a su padre las verdades en la cara y al final enterarse semejante cosa, no dejaría pasar otro mes, sin que el rey Felipe recordara que su hija estaba dispuesta a recuperar lo que le pertenecía.
Prepárense para conocer el nuevo lado de Audrey.
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—Jamás creí ver que la hija de Aurora fuera capaz de hacer un trato como este, y menos con una persona como yo.— menciona sorprendida aquella mujer pelinegra que se ocultaba en las sombras de aquel lugar.
Audrey sonrió ladeadamente.
—Soy capaz de hacer lo que sea con tal de tener lo que me pertenece.— dice—, Por cierto, tengo algo muy clave para esto, y con lo que podemos empezar a atacar, porque como veo, está muy dispuesta a dañar la vida de la dama de la corte.
—Me sorprende que seas tan astuta.— Audrey sonríe ante tal halago—, Antes de que me menciones aquello que traes, quiero que tengas en cuenta que conmigo las cosas se cumplen al pie de la letra, de lo contrario no te ocurrirán cosas buenas ¿comprendes?
Audrey sopla uno de sus mechones que estaban sobre su mejilla, y después de rodar los ojos, asiente.
—Sí, comprendo perfectamente.— la curiosidad por saber quién es aquella mujer que le habla, la carcome por completo—, Pero, ¿por lo menos puedo saber con quién estoy hablando?
Una gran risa hace estruendo en aquella sala, la chica por un momento siente como su piel se pone de gallina. Era la risa más tenebrosa que había oído en toda su vida.
—No creo que te gustaría saber.— unos pasos hacia ella se escuchan, las débiles piernas de la morena comienzan a temblar—, Pero, ya que insistes.
De aquella oscura sombra sale hacia la luz por fin esa mujer misteriosa, provocando un gran impacto en Audrey. Era la persona que jamás se atrevió a querer conocer, era la persona que más odiaba en este mundo, era esa persona que había logrado arruinar un poco la vida de su familia, era la mujer más aclamada por los Isleños como la señora emperatriz.
—No puede ser...— pronuncia con un hilo de voz la nieta de Stefano.
Ya no habría vuelta atrás, lo pactado debía cumplirse al pie de la letra.
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N/A: ¿Qué les ha parecido este maratón? ¿Hacemos otro?
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