Capítulo 6. Un libro, un chef y una pelota sonriente
Los segundos parecieron congelarse junto a Tadashi que, muy a su pesar, se había vuelto a convertir en el centro de atención.
—¿Alguna duda, joven? —inquirió el profesor con tono severo.
—No, no... ninguna... —logró articular el increpado.
—Tadashi me estaba pidiendo permiso para compartir el libro —intervino Nathan—. Todavía no tiene el suyo.
El profesor se aclaró la garganta.
—Bien, bien, compartan. Pero procuren no interrumpir. Les recuerdo que están en último curso. No hay ni un minuto que perder.
—Por supuesto, señor Moreau —dijo Nathan—. El tiempo es oro.
Se escucharon varias risillas pero el hombre las silenció sin contemplaciones y retomó la lección con renovada energía. Transcurrieron unos minutos hasta que la mayoría de estudiantes volvió a relajarse y desconectar. Tadashi aprovechó el momento para hablar.
—Gracias —susurró.
Nathan ladeó la cabeza, observándole.
—Este es nuestro segundo año con Moreau —comentó, señalando al hombre—. Es majo, pero no soporta parar las explicaciones. De hecho, casi le da un patatús cuando habéis llamado. Se supone que llegabas en el cambio de clases.
—¿En serio?
—Y tanto. Te habría gustado ver la cara que ha puesto al oír la puerta. Lástima que tu presentación duró tan poco.
—Si lo llego a saber os habría contado toda mi vida, en plan sermón de viejo.
Nathan le dedicó otra media sonrisa.
—Existe una teoría que dice que tan solo un apocalipsis zombie lograría que interrumpiera una de sus clases pero yo no estoy de acuerdo —añadió, arrugando la nariz—. Creo que Moreau seguiría dando mates aunque le estuvieran devorando los no-muertos. El tiempo es oro.
Tadashi tuvo que hacer un esfuerzo para aguantar la risa. Por suerte para él, en ese momento se escuchó una melodía y el silencio del aula desapareció por completo, como si los estudiantes hubieran sido víctimas de un hechizo paralizante que los acordes acababan de romper.
—¿Música? —preguntó Tadashi. La sorpresa hizo que lo dijera en voz alta.
—Y no cualquier tipo —comentó Nathan estirando los brazos—: música clásica, la favorita de Lefebvre. No es mi estilo pero sigue siendo mejor que un timbrazo.
El profesor dio unas últimas indicaciones, recogió sus escasas pertenencias y abandonó el aula. Si la canción había sorprendido a Tadashi, lo que sucedió en cuanto la figura de Moreau desapareció, le dejó paralizado. La totalidad de la clase se levantó, rodeándolo.
—¿Esa palabra rara era chino? —preguntó un chico.
—Claro que no —intentó responder alguien.
—¿Ese era tu chófer? —interrumpieron.
—¿Por qué te acompañaba la directora?
—¿Me das tu insta?
La avalancha de interrogantes continuó hasta que una alumna se abrió paso de manera enérgica entre la multitud, interrumpiéndoles. Tadashi la reconoció: era la chica que estaba sentada sola cuando Moreau le indicó que escogiera un sitio. Solo que, en esta ocasión, tenía el ceño fruncido.
—¡No lo puedo creer, Nathan! —exclamó, cruzando los brazos. Sus ojos caoba parecían dispuestos a traspasar al nombrado—. ¿Qué hiciste esta vez?
Nathan levantó las manos.
—Me declaro libre de culpa, señoría —respondió, haciendo reír a casi todos los presentes.
—¡Y un cuerno! Has hecho algo seguro. Si no el chico nuevo se habría sentado conmigo.
—¡Eh, eh! Yo no tengo la culpa de que Tadashi tenga un gusto impecable. Además, la única que estuvo a punto de liarla fuiste tú. ¿Me equivoco?
Nathan formuló la pregunta mientras mostraba la bolita de papel que había mantenido oculta, haciendo que Tadashi recordara el pequeño incidente. La acusada volvió la cara, haciendo relucir su largo e inmaculado pelo castaño. Tenía la nariz pequeña y redondeada, el mentón fino y pómulos marcados con ligereza, como los de una muñeca.
—No tengo idea de lo que hablas —respondió con pose digna—, y no pienso perder más tiempo hablando con un 'mindunguis' como tú.
—Lástima —Nathan se volvió para mirar a Tadashi—. Quería presentarte a Cassidy —dijo—, pero ha dejado de hablarme así que tendremos que comer solos.
La chica apoyó las manos sobre la mesa a tal velocidad que incluso un guepardo habría sentido envidia. Tenía los ojos fijos en Tadashi y sonreía con ternura.
—No hagas caso a Nathan, es un bromista. Soy Cassi. ¿Cómo dijo la dire que te llamabas?
—Siempre me llama Nakamura pero ese es mi ape...
—¡Naka! —interrumpió la joven—. Sabía que me sonabas de algo. ¿Tú familia tiene un restaurante, verdad?
Tadashi alzó ambas cejas, observando a la joven sin habla durante unos segundos. La expectación entre los presentes era palpable.
—Sí —comenzó a decir—. Mis abuelos tie...
—¡Ahhh! ¡Que cool! —Cassidy volvió a cortarle de imprevisto. Tenía el rostro brillante y comenzó a dar pequeños saltitos—. Lo supe en cuanto abristeis el nuevo local en el centro, en vacaciones. Quise ir ese mismo día pero mi madre aborrece las inauguraciones. ¿Me conseguirás una reserva? Siempre está lleno.
Tadashi estaba desconcertado. No era el único.
—¿De qué hablas? —preguntó un chico pelirrojo que estaba de pie junto al pupitre.
Cassidy volteó los ojos y extrajo un móvil de un bolsillo oculto en la falda.
—Pues de qué va a ser —respondió mientras trasteaba con el dispositivo—. De la franquicia de restaurantes más top que existe: Naka-sushi. Acaban de abrir en París. Por eso te has mudado aquí ¿verdad?
—Bueno, yo... —Tadashi carraspeó con ligereza, buscando una manera de explicarse. Cassidy no le dio ocasión.
—¿¡Veis!? —exclamó mostrando la imagen de un lujoso comedor. Después deslizó el dedo sobre la pantalla para mostrar varias fotos donde se veía a un hombre japonés trajeado cortando una cinta frente a una multitud—. Akira Nakamura, el reconocido magnate japonés, inaugura un nuevo restaurante en la capital francesa —leyó la joven—. El reconocido chef reconoce que se ha trasladado con su familia que, una vez más, se mantiene en el anonimato.
La sorpresa se extendió por todo el grupo, incluyendo a Tadashi que tuvo que hacer un esfuerzo para no abrir la boca. Cassidy sonrió con orgullo.
—Yo tenía razón —continuó—, Naka es el nieto de ese chef y no el alumno becado. Ya os dije que ese 'don nadie' que obtuvo el primer puesto renunció.
—¿Cómo lo sabes? —intervino una chica con pecas.
—Mi madre conoce a la amiga de la mujer de uno de los miembros de la junta. Ella se lo contó.
El pelirrojo volvió a tomar la palabra.
—Lefebvre no ha parado de insistir sobre becar a un estudiante desde que la nombraron directora. ¿Por qué iba a tirar la toalla?
—Se habrá dado cuenta de que este no es lugar para un mendigo —respondió, encogiendo los hombros. Varias risas siguieron al comentario—. Además, todos habéis visto a Naka llegar acompañado de su chófer y de una mujer que, claramente, es una asistente, ¿me equivoco?
Todas las miradas se concentraron en Tadashi que necesitó unos instantes para valorar la situación. Sus compañeros no solo habían confundido a Boris y a su tía con un par de empleados, también acababan de asignarle un abuelo multimillonario.
Lo correcto sería explicar que ambas afirmaciones eran fruto de la casualidad. Sin embargo, hubo algo que le frenó en seco; como si una vocecilla interior acabara de activar una alarma: ¿qué pasaría si lo hacía? Las expresiones de todos, y el tono de Cassidy, no eran amables cuando hablaban sobre la beca, ¿pasaría lo mismo con su actitud? La respuesta parecía bastante clara.
Una mujer de mediana edad, moño despeinado y caderas anchas irrumpió en el aula como un torbellino. Llevaba un bolso de gran tamaño bajo el brazo, varios libros y tenía los mofletes tiznados de rojo.
—¡Good morning everyone! —saludó con alegría y la voz entrecortada.
Los jóvenes devolvieron el saludo y comenzaron a volver a sus asientos. Nathan se inclinó para poder susurrar en el oído de Tadashi.
—Es nuestra tutora —explicó—. Se llama Ophélie pero aquí todos la conocemos como 'La Torbellino'. Te caerá bien. Al menos, hasta que lleguen los exámenes. Entonces se convierte en una hidra sedienta de sangre que no conoce el descanso ni la piedad.
La comparación hizo reír a Tadashi que observó a la recién llegada mientras desplegaba los bártulos sobre la mesa, extraía un portátil del bolso y comenzaba a hablar en inglés a toda velocidad sin dejar de gesticular, dando por sentado que todos estaban escuchando cuando, la mayoría, ni siquiera había preparado el material.
«El mote le va como anillo al dedo», pensó.
Pasaron casi cinco minutos antes de que la mujer se percatara de la presencia de un joven desconocido en el aula y recordara que ese día se incorporaba un alumno al centro. La profesora abrió mucho los ojos, detuvo la explicación para presentarse e indicó a Tadashi que volviera a saludar al grupo, esta vez en inglés. Aunque el chico se manejaba bien en ese idioma, volvió a optar por una presentación breve, consciente de que su primer día en el instituto iba a marcar toda su estancia allí. La conversación mantenida entre sus compañeros durante el cambio de clase todavía se mantenía nítida y le había dejado claro que su reputación estaba en juego por lo que, si pretendía cambiar las cosas y empezar de cero, debía jugar bien sus cartas.
A diferencia de Moreau -que vivía obsesionado con el tiempo-, Ophélie no se conformó con que solo hablara uno de sus estudiantes y animó a la clase a participar haciéndose preguntas entre ellos. Dispuesta a que la primera clase fuera entretenida, la mujer les indicó que se levantaran y extrajo del bolso una pequeña pelota amarilla con el dibujo de una carita sonriendo. El objetivo era irse pasando la pelota para poder hablar, como si se tratara de un micrófono volador. Al ser la novedad, Tadashi no paraba de recibir la pequeña esfera, por lo que tuvo que hacer un esfuerzo para limitarse a dar respuestas generales, evitando hablar de su familia o de su pasado. El ardid funcionó de maravilla, despertando el interés de los presentes y dotándolo de cierto halo de misterio.
Por fin, el intercambio de preguntas y respuestas llegó a su fin. Tadashi se sentó sin perder la sonrisa que había mantenido intacta aunque, por dentro, su mente era un auténtico torbellino. Tenía la oportunidad de empezar de cero pero, estaba claro, que hacerlo como alumno becado no sería una opción popular. La alternativa que Cassidy le había brindado se antojaba mucho más interesante aunque, a cambio, conllevaba mantener una mentira. ¿Estaba dispuesto a hacerlo?
El adolescente se llevó los dedos a la mejilla izquierda de manera inconsciente. Por más vueltas que daba a ese interrogante, parecía que solo existía un camino ganador.
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