Capítulo 5. Un adorno, un saludo y un papelito arrugado
El despacho de Lefebvre resultaba ser tan pulcro y serio como lo era ella, con una mesa de madera noble, sillones en tonos crema y estantes repletos de libros gruesos y, casi seguro, tan monótonos como un desfile de termitas. El único elemento que parecía desubicado entre aquellas paredes, además del propio Tadashi, era una delicada figurita de cristal, con forma de bailarina, situada sobre la mesa de su derecha.
Precisamente, el joven se estaba preguntando acerca de ese adorno cuando la directora, que hasta entonces había mantenido un monólogo sobre la normativa y funcionamiento del centro, dijo su nombre.
—¿Está de acuerdo, joven Nakamura? —preguntó.
Tadashi se sobresaltó levemente y tragó saliva, consciente de que ambas mujeres le miraban.
—Cla... claro —respondió carraspeando.
La directora alzó levemente la ceja derecha y Juliette le dedicó un gesto sutil que mezclaba un ''¿qué dices?'' con un ''te mato". Tadashi se removió en el asiento, esforzándose en recordar de qué estaba hablando Lefebvre antes de formular la pregunta. No tuvo éxito.
—Es un recuerdo —dijo la directora, mirando en dirección a la figura. Un brillo de nostalgia apareció en sus iris oscuros—. Bailé durante muchos años, en escenarios de toda Europa. Adoraba el ballet. Era mi mundo.
—¿Por qué lo dejó? —preguntó Tadashi, llevado por la curiosidad. La mujer se volvió en su dirección, retomando un gesto reservado.
—La vida nunca es fácil, joven Nakamura, nos obliga a sortear obstáculos. Esa es la forma en que determina quién está preparado y, también, la razón de que hoy estemos reunidos en mi despacho.
Tadashi y Juliette fruncieron el ceño y ladearon la cabeza al mismo tiempo; demostrando, de manera inconsciente, que no les hacía falta ningún parecido físico para proclamarse como miembros de una misma familia. Lefebvre prosiguió hablando.
—El propósito de Joya Azul siempre ha sido hacer brillar la excelencia de nuestros jóvenes, incentivándoles a mejorar. Así fue como esta institución logró abrirse camino, alcanzando el prestigio del que goza en la actualidad. Sin embargo, mucho me temo que el paso del tiempo ha ido empañando esta visión, haciendo que una inmensa mayoría crea que, pertenecer a la élite, es el único requisito para merecer una plaza entre estos muros. Mi intención es demostrar que se equivocan.
—¿A qué se refiere? —preguntó Juliette.
—La beca... —recapacitó Tadashi en voz alta.
—Exacto —asintió la directora—. Sobresalir depende del esfuerzo y la constancia. Dos valores que usted ha demostrado poseer y que, por descontado, no entienden de clases.
—Por eso había una prueba de acceso —concluyó el joven. Lefebvre asintió.
—Becar a un estudiante no fue una idea especialmente popular entre los miembros de la junta. Debía asegurarme de seleccionar a alguien apto. Un estudiante que les recordara que, hace tiempo, las puertas de Joya Azul siempre estuvieron abiertas para jóvenes con talento, sin importar su origen.
—Es una gran responsabilidad —puntualizó Juliette.
—Lo es —asintió Lefebvre, clavando los ojos en Tadashi—. Pero no dudo de la habilidad de Nakamura. Además, la institución garantiza equidad total. Su sobrino recibirá, en todo momento, el mismo trato que el resto de estudiantes.
El joven correspondió la mirada de la mujer, adoptando una expresión seria antes de hablar.
—No se arrepentirá —afirmó con firmeza. Estudiar en París era un sueño hecho realidad y, sin atisbo de dudas, estaba dispuesto a dar el cien por cien para conservarlo—. Tendré unas notas de primera.
—Cuento con ello —asintió Lefebvre.
Tras la conversación, el resto de la reunión transcurrió en el mismo tono monótono del inicio solo que, en esa ocasión, Tadashi procuró prestar atención a las palabras de la directora.
Por suerte para él, el encuentro no se alargó demasiado y, tras las últimas indicaciones y la firma de unos documentos por parte de las adultas, los tres abandonaron el despacho.
—Lamento haberla entretenido —estaba diciendo la directora de camino al hall—. Siempre me reúno con las familias antes del inicio del curso pero, dada la precipitación con que tuvimos que preparar su caso, no disponía de otro momento.
—¡Sin proble... —Juliette carraspeó—. No se preocupe, no ha sido ninguna molestia.
—Me alegra que, a pesar de la precipitación, su sobrino haya podido incorporarse al primer día de clases. Incluso ha podido venir con el uniforme.
—Mi jefa es muy amable —comentó Juliette mientras bajaban las escaleras—. El viernes, cuando le conté que me habíais llamado, no tuvo ningún problema en que saliera antes del trabajo para recoger el uniforme. Lo que todavía no tenemos son los libros. Me dijeron que estarían disponibles mañana.
—Desde luego. El joven Nakamura podrá recogerlos tras las clases.
Alcanzaron la entrada principal. El hall estaba despejado por lo que, a diferencia de la primera vez que lo vio -hacía apenas una hora-, Tadashi pudo apreciarlo en su totalidad. Incluso tuvo la impresión de que había aumentado de tamaño. La luz de la mañana se colaba a través de las cristaleras, haciendo brillar las baldosas con cenefas que decoraban el suelo y que, antes, no había podido distinguir. El estilo antiguo de las columnas y del ventanal contrastaba con el toque moderno que aportaban las nuevas barandillas y la pantalla de televisión situada en uno de los laterales.
Tadashi tuvo poco margen para contemplar aquel espacio antes de despedir a su tía, que abandonó el lugar tras estrechar la mano de Lefebvre y lanzarle una mirada de aliento. A continuación, la directora le indicó que la siguiera hasta el aula, guiándole de vuelta a las entrañas del edificio.
La mujer hizo un tour breve mientras recorrían los pasillos hasta que, finalmente, se detuvo frente a una puerta azul.
—Es aquí —comentó mientras llamaba—. Doy por sentado que ha aprendido el camino.
Tadashi tragó saliva cuando una voz desde el interior les indicó que entraran. La directora abrió sin dudar, dándole paso con la mano libre. El joven entró a un aula de tamaño medio, donde varias decenas de ojos, pertenecientes a los estudiantes que iban a ser sus compañeros, estaban fijos en él. Un hormigueo de nervios le asaltó, haciendo que retorciera las manos.
—Buenos días —saludó Lefebvre de manera formal, despertando un coro de voces que respondieron al saludo—. Lamento interrumpir la clase, señor Moreau, tan solo le robaré un minuto para presentarle al joven Nakamura, el nuevo alumno. Estoy segura de que, entre todos, haremos que se sienta como uno más.
—Bienvenido, bienvenido —respondió el hombre estrechándole la mano—. Le estábamos esperando. ¿Por qué no se presenta usted mismo?
Tadashi asintió, reuniendo coraje para enderezarse y sonreir.
—¡Kon'nichiwa! —dijo de manera espontánea, provocando algunas risas.
Tadashi se balanceó sobre los pies, llevando una mano al cuello. Notaba las mejillas encendidas. Llevado por los nervios, había empleado ese saludo sin pensar. Se recolocó antes de continuar.
—Hola. Me llamo Tadashi y acabo de mudarme a París para estudiar aquí —hizo una pausa, sopesando cómo seguir. Hasta ese momento, no se había parado a pensar que tendría que presentarse frente a toda la clase. Debería haber preparado algo. Al final, optó por la vía rápida—. Estoy encantado de conoceros —concluyó.
Se escucharon nuevas risillas y murmullos. El profesor, al ver que Tadashi había terminado de hablar, alentó al grupo a aplaudir y le indicó que tomara asiento donde quisiera. El joven hizo una inspección rápida del aula. Había dos lugares vacíos: uno al lado de una chica que le miraba sonriente y el otro en la pared de las ventanas, junto a un alumno con gafas y pelo castaño que parecía distraído.
Aunque parecía simpática, Tadashi tuvo la sospecha de que la chica le acribillaría a preguntas así que, deseoso de dejar de ser el centro de atención, optó por la segunda opción, pasando entre los pupitres de las tres primeras filas para llegar. Una vez se sentó, la directora se despidió y abandonó la clase. Por su parte, el señor Moreau silenció los susurros y retomó la lección, dispuesto a recuperar cuánto antes la atención de los adolescentes para poder cumplir con la programación establecida.
Tadashi fingió escuchar mientras, poco a poco, el resto de estudiantes dejaban de mirarle. Ojalá hubiera causado una buena impresión. ¿Conseguiría integrarse? Esperaba que allí no hubiera ningún ''Derek'' manipulador que les volviera en su contra. La idea le hizo sacudir la cabeza: ¿qué hacía pensando en ese engreído? Ahora estaba en Joya Azul, en un instituto muy diferente al de su pueblo. Allí, todo sería distinto.
Tadashi observó por el rabillo del ojo al compañero que había elegido. El chico apoyaba la mejilla sobre la mano izquierda, dejando que las ondas del cabello le cubrieran los dedos. Tenía los ojos azules y rasgos suaves. Miraba el libro con gesto aburrido. ¿Sería simpático?
Lo fuera o no, si pretendía hacer amigos debía empezar por algún lado. Esperó hasta que el profesor les dio la espalda para escribir en la pizarra y se inclinó en dirección al extraño.
—Hola —susurró. El chico le miró, sin mover la cabeza—. Soy Tadashi.
—Lo sé —respondió, dedicándole una media sonrisa—. Lo dijiste hace un momento, ¿recuerdas?
Tadashi se quedó callado, temeroso de que el otro se estuviera burlando. Sin embargo, sus miedos se disiparon al ver que mantenía una expresión amable.
—Nathan —dijo, saludando perezoso con la mano libre. Tadashi correspondió el saludo—. No deberías haberte sentado conmigo.
La afirmación inesperada de Nathan le hizo fruncir el ceño.
—¿Por qué?
—Cassidy estará cabreada.
Un brillo travieso iluminó la mirada de Nathan. Tadashi alzó una ceja. Aquella respuesta tan solo había servido para crear nuevas preguntas. Antes de que pudiera decidirse por una, un papelito arrugado le golpeó y cayó sobre la mesa, sobresaltándole. El movimiento brusco no pasó desapercibido para el profesor, que se giró con cara de pocos amigos y miró en su dirección.
En lo que dura un parpadeo, Nathan movió el libro para ocultar el papelito y adoptó su mejor pose de alumno intachable. Sin embargo, Tadashi, pillado por sorpresa, no tuvo tiempo para sentarse bien antes de que los ojos del señor Moreau se fijaran en él.
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