Capítulo 2. Un sueño, una confesión y una fotografía familiar
Si existía una sola persona sobre la faz de la Tierra a quien Tadashi admiraba, y con la que disfrutaba cada minuto, esa era, sin lugar a dudas, Juliette, su tía. La hermana menor de su madre era como una brisa de verano: refrescante e inesperada. Tenía un espíritu viajero que la había llevado por medio mundo, una sonrisa sincera y un brillo travieso que nunca abandonaba sus ojos caoba.
Para Tadashi, Juliette personificaba todo lo opuesto al estilo de vida tranquilo y cuadriculado de sus abuelos. Por eso, desde que tenía uso de razón, esperaba con ansias sus visitas, atesorando los momentos compartidos como perlas de felicidad a las que recurrir si se sentía alicaído.
Pero, lo mejor de todo, comenzó cuando cumplió siete años. Aquel verano, sus abuelos debían viajar a Japón para arreglar una herencia y le dejaron pasar todo el mes de Julio con su tía, en París. La experiencia fue inolvidable y Tadashi -con el respaldo de Juliette-, suplicó tanto para poder volver que, finalmente, pudo repetir. La misma situación se produjo los nueve años siguientes, incluyendo las vacaciones actuales, en las que ya había cumplido los dieciséis.
Pasar ese mes en la capital, lejos del pequeño e insulso pueblo norteño en las montañas, era el mejor momento del año. Juliette le llevaba a visitar museos, pasarelas, galerías de arte y, sobre todo, los rincones favoritos de su hermana Alize, la madre de Tadashi. El joven disfrutaba de aquellos lugares y adoraba recorrer esas calles señoriales inundadas por personas de todo tipo y colmadas por el olor a pan recién horneado.
Mudarse a París era su sueño. Quería estudiar allí, en la misma universidad en la que se conocieron sus padres. Fue ese deseo el que le llevó a esforzarse hasta convertirse en el número uno y, también, el que evocaba cada vez que sus compañeros le daban de lado, celosos de sus logros e incapaces de comprender esas ganas locas de volar lejos.
La emoción al ver el coche de su tía hizo que los latidos se le aceleraran. Ni siquiera se molestó en colocar la bicicleta cuando entró al patio trasero. Las manos le temblaban mientras hacía girar la llave en la cerradura y entraba en el almacén. Tras un rápido vistazo comprobó que el restaurante estaba cerrado y a oscuras, así que subió al piso de arriba. Iba por mitad del pasillo cuando escuchó las voces procedentes del salón. El tono serio que las acompañaba hizo que se detuviera tras la puerta entreabierta.
―Acordamos que esperaríamos hasta la universidad ―estaba diciendo su abuela.
―¡Pero se trata de una oportunidad única! ―contestó la voz de Juliette―. Estudiar en Joya Azul le abrirá todas las puertas.
Tadashi pudo notar la sangre helarse en las venas: tenía una idea bastante clara de lo que estaba sucediendo y, si estaba en lo cierto, puede que tuviera que dar explicaciones sobre cierta ''mentirijilla'' que casi había olvidado. La voz de su abuelo le sacó del ensimismamiento.
―¡Tendrá muchas más! ―refunfuñó―, hay decenas de instituciones prestigiosas en Francia y tú no eres quién para decidir cuál debe elegir.
―¿Qué no soy quién? ¡Soy su familia! Mi sangre corre por sus venas tanto como la vuestra.
―¡Eso no te daba ningún derecho a actuar por tu cuenta!
―¿Qué? Acaso no...
―¡Has sido una egoísta! ―interrumpió el anciano con enfado-. Sabías perfectamente que eso no era lo acordado y, aún así, tuviste la poca vergüenza de solicitar una plaza sin consultarnos. ¿Cómo te atreves a...
―¡Fui yo! ―intervino Tadashi, irrumpiendo en la sala de forma repentina.
El joven ya había escuchado suficiente como para confirmar sus sospechas y sabía, con toda certeza, que era el momento de rendir cuentas. Su aparición repentina provocó el silencio entre los reunidos, que le miraron con asombro y tan tensos como una cuerda de guitarra.
―Yo pedí la plaza ―continuó―. Le dije a la tía que los dos estabais de acuerdo para que me ayudara con el papeleo.
La confesión del chico intensificó el mutismo de los adultos, que necesitaron varios minutos para procesar la información. Juliette fue la primera en recuperar el habla.
―¿Me mentiste? ―preguntó, cruzando los brazos―. ¿Tus abuelos no sabían nada sobre la prueba de acceso?
El acusado bajó la cabeza, consciente de su culpa. Ese verano, mientras estaba en la capital, había sucedido algo inesperado: Joya Azul, una de las instituciones educativas más prestigiosas de París, decidió ofrecer una beca completa para el candidato que obtuviera el mejor puntaje en una prueba de carácter extraordinario. Se trataba de una ocasión única y, Tadashi, no estaba dispuesto a pasarla por alto. Convenció a su tía para presentarse y, tras sortear la tediosa burocracia y completar el test, logró obtener un muy respetable segundo puesto. Todo un éxito que, sin embargo, no era suficiente para alzarse con el ansiado premio. El joven volvió al pueblo con la desesperanza de haber rozado un sueño que volvía a ser inalcanzable y optó por olvidar el asunto. Sin embargo, la visita de Juliette acababa de cambiarlo todo.
―¿Me han admitido? ―la pregunta escapó de sus labios sin quererlo, como si hubiera estado encarcelada largo tiempo y acabará de encontrar la salida.
―Eso no es lo importante ahora, jovencito ―intervino su abuelo―. Has engañado a tu...
―Dímelo ―interrumpió Tadashi, fijando sus iris acerados en los de su tía. En ese momento, el anhelo por saber la respuesta era superior a cualquier posible reprimenda.
La determinación del adolescente impresionó al anciano que se mantuvo callado, al igual que su esposa. Tras unos instantes, que para Tadashi se antojaron como décadas, la voz de Juliette rompió el silencio.
―Sí ―confirmó―. El primer clasificado renunció a última hora, así que me llamaron esta mañana. Tienes que presentarte el lunes para formalizar la matrícula y comenzar las clases. Al creer que tus abuelos estaban conformes y, sabiendo la ilusión que te haría, quise venir en persona para contaros la noticia.
Las últimas palabras de Juliette no llegaron a ser procesadas por la mente de Tadashi que, tras escuchar la respuesta afirmativa, quedó zambullida en un torbellino emocional tan incontrolable como una estampida. El joven necesitó apoyarse sobre la mesa de comedor, digiriendo el shock: ¿Aquello era real? ¿Acababa de dar el primer paso para cumplir su sueño?
Su abuela, que hasta ese momento se había limitado a escuchar, se levantó de la silla y le tomó de las manos con delicada firmeza.
―Tadashi-kun, sé cuánto deseas estudiar en la capital, pero no debiste mentir para lograrlo. Por mucho que quieras conseguir algo, nunca debes perder tu integridad en el camino.
―Yo... lo lamento ―comenzó titubeando el acusado. Pero entonces recordó lo que había en juego y alzó la vista, lleno de determinación―. Quiero ir ―expresó con voz firme―. Quiero ser estudiante en Joya Azul. Por favor, Obaasan, Olliisan ―añadió, mirando a su abuelo―, me he esforzado mucho para lograrlo.
El anciano suspiró, llevándose una mano al mentón con gesto meditativo. Entonces caminó hasta el mueble y tomó una de las fotografías, la que ocupaba el lugar más destacado. En ella aparecían los padres de Tadashi, sosteniendo a su pequeño bebé en brazos y con la sonrisa propia de dos almas llenas de amor y de dicha. Aquel era el último retrato en el que aparecían los tres juntos. Dos días después, la pareja falleció en un accidente de tráfico. El matrimonio había dejado a Tadashi al cuidado de sus abuelos para asistir a la boda de unos amigos y un conductor borracho se saltó un semáforo, arrollándolos. No hubo supervivientes.
―Te pareces mucho a tu padre ―dijo, acariciando el cristal―. Siempre has sido un cabezota y ―se detuvo, fijando los iris en los de su nieto―, un luchador.
El adolescente liberó el aire que había estado conteniendo. Conocía muy bien el significado de ese brillo en los ojos del anciano: tendría que ir desempolvando las maletas y, por descontado, demostrar que su abuelo tenía razón e iba a aprovechar esa oportunidad al máximo. Que se fueran preparando en Joya Azul porque, Tadashi Nakamura, llegaba dispuesto a ser el número uno.
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Pequeño glosario de palabras que aparecen en el capítulo y que, creo, he buscado y escrito correctamente. Pido disculpas si no fuera el caso
Kun - Es una terminación cariñosa empleada en japonés para referirte a un niño o chico joven de manera cariñosa. Se añade tras el nombre o el apellido de la persona.
Obaasan - significa abuela en japonés.
Olliisan - significa abuelo en japonés.
Recuento de palabras
Capítulo: 1351 / Total: 2787
¿Qué te ha parecido conocer a Juliette? ¿Te esperabas que fuera la tía de Tadashi? Admito que lo puse un poco difícil de adivinar.
Hablando de cosas difíciles, nuestro prota consiguió ser el número dos en el examen ¡No hay quién le pare! ¿Qué opinas sobre la "mentirijilla'' que contó para poder presentarse? De haber estado en su lugar, ¿habrías hecho lo mismo?
Espero que el capítulo te haya gustado. Recuerda que me ayudas infinito con tu estrellita y que siempre me hace feliz leer y responder tus comentarios.
¡Nos leemos pronto!
❤️❤️
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