Capítulo 1. Un atajo, un engreído y un Toyota rosa
Una brisa revoltosa saludó a Tadashi cuando salió al exterior, revolviendo su cabello oscuro y colándose entre las aperturas de la sudadera con un abrazo frío. El joven -de estatura media, rasgos japoneses y mirada profunda enmarcada en gris-, se frotó los brazos de manera inconsciente mientras bajaba las escaleras para tomar la bici que había dejado apoyada sobre el muro. Era tarde y, aunque quedaban tres días para el final de las vacaciones de verano, las noches ya habían comenzado a llegar acompañadas del aliento gélido de las montañas francesas.
Tadashi se ajustó la mochila antes de montar en la bicicleta e iniciar el camino a casa. Había tenido que salir de manera imprevista para atender un pedido de última hora y, aunque no le importaba ayudar a sus abuelos con el restaurante, hacer repartos ocupaba uno de los últimos puestos de la lista. Normalmente, Antoni era el encargado de la tarea pero, ese viernes, había pedido permiso para irse temprano; así que ya no estaba cuando llamó el cliente y, por tanto, Tadashi resultó ser el único candidato disponible.
Cumplir con el recado le había llevado algo más de media hora. Tadashi estaba acostumbrado a recorrer pedaleando las calles del pueblo, pero ese día se notaba cansado. Por esa razón, cuando abandonó las callejuelas y giró la esquina que desembocaba en una de las avenidas principales, se detuvo unos instantes a valorar la ruta. Podía volver a tomar el mismo camino que empleó a la ida o, como alternativa más rápida, atravesar el parque.
A pesar de que la segunda opción no contaba con el visto bueno de su abuela -debido a la ausencia de gente a partir de cierta hora y a la escasez de farolas-, el debate interno no duró demasiado antes de que la idea de tomar el atajo resultase ganadora. Después de todo, conocía el camino como la palma de la mano y, dado que ya no llevaba ninguna bolsa con sushi en la mochila, podía permitirse algunos baches.
Tomada la decisión, el joven retomó la marcha a buen ritmo de manera que, en apenas unos minutos, ya se había adentrado a través del camino de tierra que cruzaba la zona arbolada. El parque estaba sumido en la calma propia de la noche. Las zonas de penumbra se alternaban con las que disfrutaban del brillo apagado de las farolas. Como si la luz y la oscuridad se hubieran repartido el sendero, cortándolo en trozos.
Tadashi ya había recorrido la mitad del trayecto cuando un ruido fuerte, similar a un petardazo, rompió el silencio. Un estallido y un chispazo siguieron a la súbita detonación: el cristal de la farola que tenía delante acababa de desintegrarse. El sobresalto hizo que perdiera el control, haciendo derrapar la rueda delantera en un intento vano de esquivar los fragmentos de vidrio. La maniobra solo consiguió que terminara cayendo al suelo, golpeándose con rudeza.
El joven se levantó dolorido y cubierto de polvo. Tenía numerosos cortes y magulladuras repartidos por el cuerpo. Sin embargo, lo que más le preocupaba era la herida abierta cerca del codo. En esa zona, la piel se había levantado y un hilo de sangre resbalaba bajo el tejido desgarrado de la sudadera. Todavía seguía desconcertado cuando unas voces llegaron hasta él. Procedían de la izquierda.
―¡Ha sido una pasada! ―exclamó una de ellas―. Apuesto a que acertaste a la bombilla.
―¡Hagámoslo de nuevo! ―secundó otra.
Tadashi no tuvo tiempo de reaccionar antes de que cuatro figuras aparecieran en el camino, cambiando las expresiones de diversión por otras de sorpresa. Los recién llegados le evaluaron en silencio mientras el sorprendido maldecía su mala suerte para sus adentros. Conocía muy bien a aquel cuarteto: no solo eran compañeros de clase, sino que, además, llevaban años causándole problemas. En especial, Derek, el proclamado como ''líder'' del grupo.
Derek era unos centímetros más alto que Tadashi, de cuerpo atlético y proporcionado. Tenía rasgos atrayentes, con un mentón definido, nariz recta, pelo rubio e iris azules y profundos de mirada calculadora. Vestía ropa deportiva a la última moda. Una escopeta de balines le colgaba del hombro.
Tras el silencio inicial, producto del encuentro inesperado, Derek tomó la palabra, adoptando un gesto guasón:
―¡Pero qué ven mis ojos! ―comentó, malicioso―. Si es nuestro camarero favorito, el mismísimo ''Tadashit'' ―recalcó la última palabra, provocando risas entre sus acompañantes y la ira del nombrado, que llevaba años aguantando ese mote malintencionado-. ¿No deberías estar fregando los platos o algo así?
Tadashi apretó el puño con fuerza, conteniendo las ganas de devolver el insulto. Aunque estaba harto de soportar las burlas de ese niñato arrogante, iniciar una pelea era, con seguridad, la peor alternativa posible. Se mordió la lengua, lanzando a su rival una mirada acerada. A continuación, le dio la espalda, dispuesto a recoger la bici caída y abandonar el lugar.
―Ohhh, venga, no te vayas ―escuchó decir a Derek con falsa pena―. ¿Por qué no te quedas un rato? Podrás ver cómo hago explotar otra farola o, mejor aún, ¿por qué no usamos ese montón de hierros oxidados como diana?
Se escuchó otro coro de risotadas. El increpado no necesitaba mirar para saber que Derek se estaba refiriendo a la bicicleta. No obstante, volvió a quedarse en silencio, terminando de enderezar el manillar. Acababa de ajustarlo cuando Bernard, el perrillo faldero de Derek, se interpuso en el camino.
―Deberías responder cuando te hablan, camarero ―espetó.
Aquel comentario consiguió terminar con la paciencia de Tadashi.
-Y tú deberías usar el cerebro de vez en cuando, simio -replicó, sin pararse a pensar.
El golpe llegó con la celeridad de un galgo, pillando a Tadashi desprevenido y haciendo que cayera al suelo. El joven se llevó la mano al pómulo izquierdo, donde sentía una punzada intensa de dolor. Las lágrimas le nublaron la visión. Bernard hizo otro ademán con la mano, dispuesto a golpear de nuevo. Tadashi se encogió en un acto reflejo, esperando el impacto. Sin embargo, Derek se interpuso, sujetando el brazo de su colega con firmeza.
―Olvídalo ―dijo, tajante―. Este pringao no vale la pena. Vamos a disparar al almacén abandonado.
Bernard resopló, contrariado. Después dio una patada rabiosa a la bici y se alejó en dirección a los árboles. Claudette y Paul, los otros dos miembros del grupo, no tardaron en seguirle. Derek se demoró algo más.
―No creas que lo hice para ayudarte ―comentó, cruzando los brazos con altanería―. No eres tan importante.
Tras la afirmación, se unió a los otros, adentrándose en la foresta. Tadashi se mantuvo en tensión hasta que el sonido de los pasos desapareció, confirmándole que estaba solo.
Se levantó pesaroso, recolocándose la ropa lo mejor que pudo y recogiendo la bicicleta del suelo por segunda vez aquella noche. Montó sobre el sillín y retomó el camino a casa. El dolor del brazo, donde la herida continuaba sangrando, parecía competir con el de la mejilla que, con toda seguridad, tendría enrojecida. ¿Cómo iba a explicarlo en casa? Tendría que inventar alguna excusa para evitar más problemas. El pensamiento hizo que la ira le invadiera. Ese engreído de Derek siempre andaba provocando situaciones como aquella, consciente de que Bernard le cubría las espaldas. Ojalá, algún día, pudiera darle una muestra de su propia medicina.
El resto del trayecto transcurrió sin incidentes y Tadashi por fin llegó a su destino. Se trataba de una antigua casona reformada, al final de una calle estrecha. La planta baja había sido reconvertida en restaurante mientras que, el piso superior, era la vivienda privada de la familia.
Tadashi detuvo la bici, observando la entrada principal. Era consciente de que debía tener un aspecto lamentable y, sus abuelos, no iban a pasarlo por alto. Si entraba por ahí le verían en seguida. El interrogatorio sería inmediato, seguido del sermón de su abuela sobre los peligros de atajar por el parque y, casi seguro, de un castigo.
La única alternativa para evitarlo era entrar por el patio trasero ya que, desde allí, podría escabullirse hasta el primer piso sin ser visto. Después solo tendría que cambiarse, curarse la herida y olvidar el asunto. Con un poco de suerte, la mejilla no seguiría enrojecida por la mañana y no le haría falta inventar una excusa. Con todo eso en mente, Tadashi bordeó el edificio, dispuesto a ejecutar el plan. Nada más girar la esquina, una forma familiar le llamó la atención, haciendo que se detuviera en seco por la sorpresa.
Junto al muro, aparcado cerca de la puerta, había un Toyota rosa. Tadashi sabía muy bien que, la presencia de ese coche, solo podía significar una cosa: Juliette.
Recuento de palabras
Capítulo 1436 / Total: 1436
¿Qué te ha parecido el inicio? ¿Crees que engancha?
¿Te ha gustado conocer a Derek y su pandilla? Te aseguro que no tienen permiso para usar la escopeta de balines pero, ahí les tienes, haciendo gamberradas por el pueblo.
Por cierto, ¿quién crees que es Juliette? Te animo a poner tu ingenio a prueba y compartir tus hipótesis. En el próximo capítulo, averiguaremos si has acertado.
Recuerda que me ayudas infinito con tu estrellita y que siempre me hace feliz leer y responder tus comentarios.
¡Nos leemos pronto!
❤️❤️
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