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Me amarás unas vez más del mismo modo (Parte III)

Ser padres nos cambió la vida

III Parte

LILY PEROZO

©

Me amarás unas vez más del mismo modo.

Majestuoso, misterioso y poderoso, como una esmeralda en bruto, en medio del Océano Atlántico, resaltaba Fernando de Noronha, franqueado por las enigmáticas aguas azules de la profundidad, que vacilaban con el inigualable color turquesa, ese tono increíble que se degradaba justo al llegar a la costa, donde las olas besaban la arena. El archipiélago volcánico se dejaba ver a través de las casi inexistentes nubes que intermitentemente vetaban el paradisíaco lugar.

Rachell se encontraba realmente ensimismada admirando a través de la ventanilla del avión, ese lugar donde se convertiría en madre, donde le daría la bienvenida a ese maravilloso ser al que le estaba dando vida. Los latidos del corazón se le aceleraban ante la felicidad, al saber que su esposo había elegido lo más cercano al paraíso para mirarse por primera vez en los ojos de su hijo o hija, sin saber qué sería, ya lo amaba como a nada en el mundo.

Recordó ese momento en que colmada de dudas y miedos, decidió suspender todos los métodos anticonceptivos, así mismo rechazó a Samuel en varias oportunidades, tal vez porque no estaba completamente segura de dar ese paso, y él sin saberlo, aprovechó una mañana de un sábado de septiembre, pronto a su cumpleaños número veintinueve,  y arruinó a punta de besos y caricias, todas sus murallas, como siempre lo había hecho. Entre los brazos de ese hombre, olvidó por completo el temor de formar una familia y se entregó plenamente al disfrute que él prometía.  

No podía controlar la sonrisa nerviosa que bailaba en sus labios, siendo apenas consciente de la calidez de la mano de Samuel prodigándole caricias  a su abultado vientre, viajando en perezosos círculos, aseguraba  que esos mimos los brindaba con todo el amor que su alma guardaba.

—¿Te sientes mareada? —preguntó en un susurró y le dejaba caer un suave beso sobre el hombro.

Desvió la vista del increíble lugar que esperaba por ellos, y atendió a la pegunta de su esposo.

—Un poco —contestó buscando con su mirada las pupilas de Samuel para ser completamente sincera—. También tengo náuseas, pero se me pasará —aseguró regalándole una sonrisa tranquilizadora, y posó una de sus manos sobre la de Samuel. Él intentó detener las caricias, pero ella lo instó a seguir.  

Estaba en el último trimestre del embarazo y empezaba a sufrir de síntomas que no se hicieron presente antes, sin embargo eran realmente leves, con los cuales lidiaba perfectamente.

—Si quieres te acompaño al baño.

—No, no es necesario. Creo que Snow está más mareado que yo —sonrió desviando la mirada a su enorme mascota que iba en la jaula. Ella no quería exponerlo a ese viaje, pero no tenía el corazón para dejarlo por tanto tiempo al cuidado de otra persona. Estaba segura de que Sophia lo cuidaría muy bien en Río, sin embargo prefería tenerlo en todo momento—. Ya falta poco mi pequeño —captó la atención del perro.

Snow estaba acostado, con el hocico apoyado sobre sus patas delanteras, le dedicó una mirada de súplica y gimió, como si entendiera lo que Rachell acababa de decirle.

—Pasajeros, nos encontramos próximos a aterrizar

en el

Aeropuerto Fernando de Noronha, por favor, hacer uso del cinturón de seguridad y dejar los actos lascivos para otro momento, ya tendrán tiempo para coger como si el mundo estuviese a punto de irse a la mierda —se dejó escuchar la voz de Ian a través de los altavoces—. Porque después de que se agrande la familia deberán suspender todo tipo de actividad sexual por cuarenta días, y eso sí es fin de mundo —siguió en medio de carcajadas que inundaban la aeronave, mientras sobrevolaba el archipiélago. 

—No te preocupes Sam, después recuperarás el tiempo perdido —interrumpió la voz de Thais, que fungía como copiloto. Tratando de animar al que consideraba su cuñado, mientras sonreía y le guiñaba un ojo a su esposo, que ocupaba el asiento de al lado, comandando el avión privado de la familia Garnett Winstead, y que fue el regalo de bodas por parte de ellos para la pareja.  

Samuel hizo un divertido mohín, mientras le ajustaba el cinturón de seguridad a Rachell y mentalmente intentaba hacerse a la idea de lo que Ian acababa de decir; resopló cuando sintió algunos latidos en sus testículos como si protestaran ante ese mandamiento de resignación que su cerebro enviaba a su cuerpo.

—Tranquilo —sonrió Rachell acunándole una mejilla—. Puedo ser muy creativa —de manera provocativa, se relamió los labios con la punta de la lengua, haciéndolo con una lentitud que provocó un roncó jadeo en su esposo. Entonces quiso jugar un poco con las emociones de Samuel, y con toda la alevosía que poseía, llevó su lengua contra la parte interna de su mejilla izquierda, empujando descaradamente en un claro gesto sexual.   

—Deberás ser muy creativa —carraspeó removiéndose en el asiento, mientras nerviosamente se ajustaba el cinturón de seguridad.

—¿Estás dudando de mis habilidades? Podría dejarte loco con una felación —aseguró entornando los párpados. 

Samuel echó la cabeza hacia atrás en el asiento y soltó una sonora carcajada.

—¿Te estás burlando? —inquirió golpeándole el hombro y ella misma reía, sin embargo sus pupilas se anclaban en el mágico y excitante movimiento de la nuez de Adán de su marido, subiendo y bajando ante la carcajada.

—No dudo de tus habilidades, me sorprende tu expresión tan “científica” ¿en qué momento mi mujer se ha vuelto tan recatada? —se preguntó sin dejar de reír.

—Es una manera de prometerte una mamada —explicó sintiendo que el sonrojo se le apoderaba de las mejillas.  

—¿Y por qué no me lo prometiste de esa manera? Me gusta cada vez que me dices palabras obscenas, sabes que me excita —susurró acercándose a ella, tanto como para dejar su cálido aliento sobre los labios femeninos.

—Tal vez porque en este momento no estamos cogiendo y no es lo mismo —sus pupilas bailaban en los labios de su esposo, esos labios que le arrebataban la cordura.

—Las promesas también deben ser impúdicas. ¿En serio vas a volverme loco con una mamada?

—De remate —sonrió con seguridad y sus ojos brillaban con intensidad a causa del deseo que ardía en su ser.

—No creo que puedas volverme más loco de lo que ya estoy, dependo absolutamente de ti —la tomó por la barbilla, mirándola a los ojos y en ese momento no necesitaba mirar el paisaje en el que estaban aterrizando, porque el color de los ojos de su mujer era mucho más hermoso que el de las cristalinas aguas de las costas Noronhenses.

—¿Entonces las mamadas durante la cuarentena se suspenden? —murmuró con las ganas de besarlo latiendo desesperadamente en sus labios.

—¡No! —soltó casi enseguida.

—Es que si ya estás loco, temo asesinarte —sonrió como una niña en medio de una travesura.

—Puede que eso pase, pero seguro moriré feliz y con una expresión de placer inigualable —aseguró enarcando las cejas en un gesto divertido.

—No quiero quedar viuda tan pronto —confesó aferrándose a las mejillas de Samuel y lo besó, lo hizo sin recato y sin prisas. Le permitió a su lengua deslizarse con lentitud en esa boca, robándose sabores que no encontraba en ninguna otra parte, aceptando gustosa la sensual danza que la lengua de él sugería. Hicieron menguar el beso en medio de sugerentes succiones y toques de labios, alargando quedamente el contacto entre sus bocas.

El avión tocó tierra y Snow volvió a gemir, aunque la jaula estaba asegurada con cinturones, sentía la vibración de la aeronave, mientras se desplazaba por la pista, aumentando la angustia en el animal.  

Justo en el momento en que el jet se detuvo, la tripulación compuesta por dos aeromozas se presentaron, interrumpiendo la soledad en la que habían viajado Rachell y Samuel. Las mujeres de piel color canela y unos ojos tan oscuros que parecían malignos, aún sonreían por haber escuchado las indicaciones del piloto, que era nada más y nada menos que el mismísimo dueño de EMBRAER.

Al asomarse en las escaleras, la brisa tropical acarició el rostro de Rachell, agitándole los cabellos, mientras Samuel la tomaba por la mano para ayudarla a bajar. Admiró la pista franqueada por el verdor que reinaba en el archipiélago, al tiempo que inhalaba profundamente, llenándose los pulmones con el aire puro de la naturaleza.

Un Jeep negro con franjas verdes, los esperaba, para llevarlos a su destino final. Ian y Thais en muy pocos minutos se les unieron junto al automóvil, mientras Rachell esperaba a que Samuel le colocara la correa a Snow.

—Tranquilo bola de pelos, que ya casi llegamos —lo animaba mientras le acariciaba los costados. Le entregó la correa a Rachell para que ella lo guiara, y caminó hasta donde estaba un hombre moreno, que vestía una bermuda y una camiseta sin mangas, dejando a la vista algunos tatuajes en sus brazos.

—Bienvenido señor Garnett, aquí tiene las llaves, el tanque está lleno —informó con una amable sonrisa, mientras el viento movía los rulos de su cabello.

—Gracias —Samuel recibió las llaves y le palmeó el hombro, mostrándose familiar con él y desviando la mirada hacia los otros dos que lo acompañaban.

—Yo conduzco —lo abordó Ian.

—No, ya has piloteado y aún te queda el viaje de regreso.

—Pantera, ve con Rachell que yo conduzco —repitió la decisión que ya había tomado y prácticamente le arrebató las llaves—. Cómo si no estuviese acostumbrado a este tipo de rutinas —masculló, sin dejarle opciones a su primo.

Thais con una caída de párpados y unas de esas sonrisas conciliadoras que siempre regalaba, le dejaba saber a Samuel que no lograría nada con llevarle la contraria a Ian.

—Snow, sube —le pidió Rachell a su mascota palmeándole un costado para que brincara dentro del vehículo, no tuvo que repetir la orden. El gran canino de un extraordinario brinco, se ubicó en el asiento trasero del Jeep.

Con la ayuda de Samuel, ella subió al lado de Snow, mientras observaba como el equipaje era colocado en la parte de atrás del Jeep y la otra parte la llevarían los hombres en los boogie en los que andaban.

Cuando todo estuvo listo, subió a la parte trasera del Jeep junto a su esposa y su mascota, mientras que Ian y Thais ocupaban los asientos delanteros, sin más demoras el auto todoterreno se puso en marcha, saliendo de la pista y tomando la carretera, para animar lo que restaba de viaje, Thais encendió la radio, paseándose por varias emisoras musicales, hasta dar con algún tema que fuese de su agrado.

—Baby did a bad bad thing, baby did a bad bad thing —al encontrar el apropiado empezó a cantar y a mover los hombros con gran entusiasmo, al ritmo del clásico entonado por el sex simbol de los años noventa, Chris Isaak—.

You ever love someone so much you thought your little heart was gonna break in two?

I didn't think so —pilló a su esposo sonriendo y mirándola de soslayo, por lo que le llevó una de sus mano a la nuca y empezó a acariciársela con las yemas de los dedos—.

You ever tried with all your heart and soul to get you lover back to you?

Rachell y Samuel se miraron, ante las muestras de afecto que Ian y Thais, siempre se prodigaban sin importar los presentes. Anhelaban poder seguir el ejemplo de ellos, que con un segundo hijo de cinco meses, seguían amándose con locura y se divertían juntos, como si llevasen apenas una semana de novios.

Samuel le agarró la mano a Rachell y le besó el dorso en varias oportunidades, ella aprovechó la muestra de cariño de su esposo, para acariciarle con el pulgar los labios, mientras le sonreía, sintiendo el corazón brincándole sin control, así como el viento silbándole en los oídos, también le agitaba fuertemente los cabellos.  

Con la mano libre se llevó los lentes de sol a la cabeza para admirar sin ningún tipo de filtro la belleza que la rodeaba.

Se desplazaban por una carretera doble vía, pero era como si estuviesen prácticamente solos en el lugar, hasta el momento, solo había visto dos vehículos pasar. Algunos árboles y la grama enmarcaban el camino de asfalto, en el horizonte se apreciaban algunas montañas, y sobresaliente e imponente el Morro de Pico, formado de piedra volcánica millones de años atrás, mucho antes que la misma humanidad. Desde ese punto robándole protagonismo a todo. Sobre ellos una gran nube gris entristecía ese espacio que transitaban, pero encima de esa Torre de Babel, creada por la naturaleza, brillaba intensamente el sol. Posándose con sus rayos y creando un efecto casi increíble. Iluminando como la esperanza hacía con las almas.

Un agradable aroma a lluvia, mezclado con el salitre del mar, inundaba sus fosas nasales, haciéndola  sentir completamente en paz.

Snow observaba atento todo lo que lo rodeaba, una vez más se le notaba lleno de entusiasmo, ya el mareo de vuelo se le había pasado.

—Rachell, vas a quedar enamorada de Noronha —dijo Thais, bajándole un poco al volumen de la radio, donde los locutores hablaban de los eventos sociales de la élite brasileña—. Es un lugar paradisíaco, he viajado por todo el mundo y sin temor a equivocarme puedo decir que no hay playas que se le comparen.

—Estoy segura de que así será, desde que Samuel me dijo que vendríamos, no paré de buscar información sobre el lugar —le dedicó una fugaz mirada al hombre a su lado, que le pasó el brazo por encima de los hombros.

—Supongo que han asimilado que estarán prácticamente incomunicados. El internet es pésimo y la señal telefónica falla en muchos puntos del archipiélago —intervino Ian, sin desviar la mirada del camino.

—Decidimos que así fuera —respondió Samuel frotándole cariñosamente el hombro a su mujer.

—Estaremos aquí para la semana programada de parto, necesitaran ayuda —comentó Thais, lo que ya habían pautado en Río, de que toda la familia estuviese presente para el tan esperado momento.

El jeep se detuvo a la espera de que uno de los hombres que lo habían seguido en los boogies, bajara y les abriera la verja. Su destino se encontraba ubicado en el sector, Floresta Velha, después de tragar algo de polvo por las calles del pueblo que aún no eran asfaltadas, así mismo como las sencillas edificaciones que caracterizaban al lugar, donde aún y con gran esfuerzo se mantenía la preservación ambiental.

El lugar dónde se quedarían Samuel y Rachell, era un bungalow de dos pisos, propiedad de los Garnett; estaba cercado por media pared de piedras volcánicas, con dos verjas de madera, una para vehículos y otra más angosta para el paso peatonal.  

El jardín frontal estaba hermosamente cuidado, con grama natural y prolijamente recortada, solo dos caminos de piedra por donde debían seguir las llantas de los vehículos.

Rachell sentía mariposas en el estómago, al ver lo hermoso que era el lugar, la fachada con grandes ventanales, el porche servía de terraza a la parte superior, el techo triangular de paja y sus paredes de madera. Había dos árboles de mango a cada extremo frontal, que estaban completamente cargados del exquisito fruto, por lo que la boca se le aguó y tragó en seco.  Estaba segura de que la sombra que ofrecían los árboles sería realmente placentera.

Con la ayuda de su esposo descendió del vehículo, y bajaron a Snow que alegremente empezó a correr por todo el lugar, como si al igual que ella se sintiera en el paraíso, empezó a reír al ver a su mascota rodar de un lado a otro sobre el césped, como si le picara el lomo. 

Una de las paredes laterales por la parte interna estaba totalmente forrada por hermosas cayenas rojas, sin si quiera ser consciente sus pasos la llevaron a admirar ese maravilloso espectáculo.

—Estas cayenas, mis abuelos las trajeron desde Venezuela, y las plantaron en este lugar —le informó Samuel llegando hasta ella y sorprendiéndola—. Al fondo de la casa hay rosadas y blancas —arrancó una de esas flores tropicales y se la colocó entre el cabello y la oreja—. Ahora se ve más hermosa —confesó sonriente, sintiéndose completamente hechizado por la belleza de su mujer, ese enigmático brillo que el sol le sacaba a sus ojos.  

—Estoy segura de eso —alardeó guiñándole un ojo y se mordió el labio, sin tener ninguna intención de provocar a su hombre, lo hizo solo por instinto.

—Vamos adentro —pidió tomándola de la mano.

Subieron la escalinata de tres escalones y los recibió el porche con un reluciente piso de madera, había un recibo de sofá de ratán con cojines blancos de tela de lino, en uno de los ángulos colgaba de una de las vigas del techo una especie de huevo gigante, igualmente de ratán, y cómodamente acolchado, que se balanceaba suavemente con la brisa. Los cuatro pilares de madera que sostenían la estructura, eran adornados por macetas de donde se desbordaba un sinfín de petunias fucsia, que llenaban de alegría y colorido el lugar, ofreciendo a los presentes su agradable aroma cada vez que la brisa balanceaba el macetero.     

Ian, abrió la puerta doble que era de cristal tallado con marco de madera, concediéndole el paso a todos, incluyendo a los hombres que se encargaban del equipaje.

La mirada violeta de Rachell, recorrió el lugar que inmediatamente empezó a amar. Una espaciosa sala adornada por dos sofás de cuero blanco, varias mesas, algunas de cristales y otras de madera pulida, alfombras blancas y beige con algunos detalles en negro.

—Es hermosa —expresó sonriente, mientras el viento que se colaba en el lugar y agitaba suavemente las cortinas de telas ligeras, casi todo era de un blanco impoluto que contrastaba perfectamente con el marrón de la madera.

La cocina se encontraba al extremo derecho, solo dividida por un desnivel en el piso de parqué,  con los muebles y gabinetes en un regio y elegante negro, asimismo el cromado de los electrodomésticos como un brillante espejo le devolvían su imagen sonriente. A ella que odiaba la cocina, le dieron ganas de pasar el día en ese rincón del bungalow.

Siguieron por un pasillo completamente de cristal que los hacía sentir como si estuviesen a la intemperie, Rachell pudo ver en los jardines laterales, las cayenas rosadas y blancas, que Samuel le había mencionado, pero no se limitaban exclusivamente a ese tipo de flor, había una gran variedad que sin duda alguna, requeriría de gran atención y cuidado para mantener cada especie; el aroma de las flores danzaba en el ambiente, colándose por los ventanales abiertos, el corredor los condujo a otro salón, donde habían unos sofás y una biblioteca de piso a techo, repleta de libros que estaba segura no le alcanzarían cinco años para leerlos todos.  

—Ahora vamos al mejor lugar de la casa —informó guiándola hacia las escaleras de madera, que estaban al final de ese salón, que parecía ser una biblioteca en medio del mismísimo jardín secreto.

—¿Cuál es el mejor lugar? —preguntó con la curiosidad latiendo en ella.

—Ya lo verás.

—Pueden ir tranquilos, nosotros los esperamos aquí —intervino Ian dejándose caer sentado en el sofá color crema que había en la biblioteca, y agarró el control de la tv, su esposa se sentó a su lado, mientras él no hacía nada más que pulsar sin cesar los botones del mando,  saltando de un canal a otro, mientras quedamente le acariciaba uno de los muslos a su mujer.  

—¿Quieres algo de tomar? —preguntó Thais a su esposo, mientras le acariciaba el pecho.  

—Agua —le dijo mirándola a los ojos con esa intensidad en su mirada que despertaba nerviosismo en cualquiera, pero que ella tanto adoraba.

Thais  sonrió y se puso de pie para ir en busca de un poco de agua para los dos, cuando la sorprendió una sonora nalgada que le dejó la piel ardiendo. Así era Ian Garnett, impulsivo, dominante y juguetón.  

—Me la cobraré —aseguró mirándolo por encima del hombro.

—De regreso ponemos el piloto automático, para que te cobres lo que quieras.

Ella sonrió y siguió su camino, mientras que la mirada de Ian fue captada por Snow que corría de un lado a otro en el jardín.

—El puto perro está loco —soltó una corta carcajada siguiendo las ocurrencias de Snow.

La boca de Rachell, inevitablemente se abrió cuando Samuel le abrió la puerta de la habitación, y su atención fue captada en su totalidad por el paisaje que se exponía ante sus ojos.

A través de la puerta de cristal corrediza que daba a la terraza de la parte trasera de la casa, pudo ver el majestuoso Océano Atlántico con su turquesa hechizante, solo para ella, sin poder ser consciente de nada más adentro de la estancia.  

—¡Esto es increíble! —casi corrió a la terraza, que sobresalía en medio de la vegetación que los rodeaba, y a lo lejos se dejaba ver la playa, con sus arenas doradas que brillaban ante los rayos del sol, esos que a ella también le calentaban la piel.

Se carcajeó de la felicidad, de ver ante ella la inmensidad de la naturaleza, en un lado del magnífico horizonte, estaba el Morro de Pico, y desde ahí parecía una torre de grafito, resaltando oscura entre la exótica vegetación, a diferencia de la otra cara salpicada de verde que les había mostrado cuando venían por la carretera.

Una y otra vez se llenaba los pulmones del aire más puro, mientras la cálida brisa le acariciaba la piel y le mecía los cabellos.

—¿Crees que es el lugar adecuado? —preguntó Samuel acariciándole la espalda, haciéndole saber que no estaba sola en el paraíso.

—Es el mejor lugar del mundo —aseguró volviéndose, cerró con sus brazos el cuello de su esposo, y recibió gustosa el par de besos que él le dejó caer en los labios.

Al soltarse del abrazo siguió explorando el lugar, y descubrió que la terraza formaba una U alrededor de la habitación, en la parte trasera, la única donde había una pared de madera que le impedía la visibilidad al recinto de paz. Estaba techada igualmente de paja con vigas de madera, del que colgaba una hamaca blanca, con vuelos hermosamente tejidos, como si fuera una atractiva mariposa, en el suelo había unos cojines en diferentes tonos y un mueble con algunas toallas dobladas.

Bordeó la habitación y llegó al otro extremo de la terraza, donde había una piscina rectangular con la parte frontal en cristal, exponiéndolos aún más a la naturaleza. Desde cualquier punto del inmenso balcón se podía ver la playa y el Morro de Pico.

Samuel se mantenía en silencio, estaba seguro de que Rachell no había visto lo más importante, porque el paisaje la había abducido, pero no quería apresurar el momento, porque disfrutaba de la curiosidad con la que ella se paseaba por el lugar.  

—Sam, esto es maravilloso —suspiró y le tendió la mano para que se acercara.

Él mansamente caminó hasta ella, mientras sonreía y la abrazó por detrás, dejándole caer lentos besos en el cuello, arrastrado por esa adicción que había creado en él la piel de su mujer.

—Vamos a pasarla muy bien, ya verás —prometió, y ella le regaló un suspiro.  

—Gracias por traerme a este lugar. Ya tendré tiempo para pasar mis días en esta terraza.

—No quiero que límites tus días a pasarlos en esta terraza, hay mucho que ver por fuera.

—Estoy segura de eso. Podemos proponerle a Ian y Thais que se queden, así descansan un poco del viaje.

—No pueden quedarse, deben regresar, Renatinho debe estar extrañando a la madre.

—Entonces no los hagamos esperar tanto, vamos a despedirlos.

Se dejó guiar por su esposo y con la emoción en niveles aceptables, entró a la habitación, y pudo darse cuenta de la hermosa cuna de madera que estaba a un lado de la cama matrimonial.

Miles de emociones estallaron en ella, y caminó hasta lo más tierno que hubiese visto en su vida, con extrema delicadeza acarició la suave tela del dosel blanco que cubría el mueble. Separó la gasa y repasó con las yemas de sus dedos el colchón cubierto por sábanas, cobijas y almohadas, todo enfundado en blanco, lo único que le daba color era un oso de peluche en color marrón, con un lazo rojo en el cuello. Sentía que la garganta se le inundaba, y la ansiedad en ella aumentaba.

Habían dejado la habitación preparada en la casa de Nueva York, pero para el primer mes de vida de su hijo o hija, solo tenían un moisés. No esperaba que Samuel tomara en cuenta hacerle un espacio en ese lugar.  

—Es hermosa —murmuró y un sollozo se le escapó de la garganta, se dio media vuelta y enterró la cara en el pecho de Samuel, echándose a llorar como una tonta—. Es la cuna de nuestro bebé.

—Sí, es la cuna de nuestro bebé —reafirmó acariciándole los cabellos—. Mi tío dijo que no era conveniente que durmiera con nosotros —hablaba con voz conciliadora, ya había tenido siete meses para acostumbrarse a los extremos cambios hormonales de su mujer—. ¿Acaso no te gusta? —preguntó sonriente.

—Me encanta, ya quiero tenerlo en mis brazos, quiero conocerlo, quiero verle la cara —dijo elevando la cabeza y dejando que su esposo le enjugara las lágrimas con los pulgares. 

—Falta muy poco, también estoy ansioso, pero sé que cuando llegue el momento, extrañaré esta panzona —sonrió acariciando la dura barriga.

—Eso lo dices para no hacerme sentir mal —sorbió las lágrimas y correspondió a la sonrisa que él le regalaba.  

—No, lo digo porque es la verdad, eres la embarazada más sensual que he conocido en mi vida, y quiero que al igual que en la casa de Nueva York te pasees desnuda sin ningún tipo de limitaciones.

—¿Acaso has tenido a otras embarazadas? —interrogó cerrándole el cuello con las manos, amenazando con ahorcarlo. 

—Si me lo preguntas de esa manera, me toca decir que no.

Rachell apretó sus manos alrededor del cuello, haciéndolo con fuerza, y Samuel se carcajeó, sin embargo se ahogó con la tos.

—Has tenido a otras —dijo con dientes apretados, torturándolo aún más, pero por más que intentara no podía ocultar la alegría en sus gestos.  

—Te juro que no —llevó sus manos a las caderas de su mujer que aflojó el agarre—. En mi vida solo tú has hecho la diferencia, por eso te embaracé.

—Me embarazaste sin saberlo —se alejó y caminó a la salida de la habitación.

Samuel intentó decir algo pero sabía que no tenía argumentos, no obstante él no podía perder.

—Eras tú la que me limitaba, te recuerdo que dejé de usar condón desde la segunda vez que te cogí, siendo más específico, en el vestidor de tu apartamento.

—Samuel Garnett, no intentes aclarar nada porque la estás cagando —advirtió llevándole varios pasos adelantados.

—En realidad, si contamos por asaltos sexuales, podría decir que fue exactamente la cuarta vez —aligeró el paso, hasta apostarse a su lado—. Las cosas que he vivido contigo las tengo muy presente, gracias por elegir al océano incierto del que no sabías nada, gracias por haberte dejado arrastrar por mis corrientes —le dijo tomándole la mano, llenando perfectamente los espacios entre los dedos de ella.

Rachell apenas sonrió y bajó la mirada, aferrándose a ese agarre que Samuel le ofrecía, a esa seguridad en la que se había convertido para ella.

Recordó ese momento en que tuvieron la discusión en el polígono, donde lo comparó metafóricamente con el océano y a Brockman con Richard Parker. En ese entonces no podía saber que su océano incierto, solo intentaba protegerla, no de un simple tigre, se estaba dejando la piel por protegerla del mismísimo Diablo.

Al bajar despidieron a Ian y Thais, que prometieron mantenerse en contacto con ellos y regresar en unas semanas junto a todos, para estar presentes en el momento en que Rachell diera a luz y así conocer al nuevo integrante de la familia Garnett.

Quedarse dormida arrullada por el sonido de las olas, y despertar con la misma cacofonía susurrándole en los oídos, era una experiencia que la llevaba al más placentero de los estados.

La barriga impidiéndole  rodar en la cama y estirarse como si fuese una gata, le recordaba que estaba embarazadísima, le había tocado acostumbrarse a dormir exclusivamente de lado y no desperezarse en la cama, sino en el baño, porque las ganas de orinar la atormentaban. Miró el reloj digital sobre la mesa de noche y marcaba las cinco y veinte minutos de la mañana. 

—Parece que hubiese dormido sobre nubes —se dijo al tiempo que buscaba el interruptor de la luz del velador, y aguantaba las ganas de ir al baño.

La débil luz iluminó la estancia y le extrañó no ver a Samuel a su lado, suponiendo que estaría en el baño o en la planta baja, se levantó, llevándose las manos a la parte baja del vientre, al sentir esa presión que ejercía su hijo o hija, sobre la vejiga y aumentaba las ganas de orinar. Desnuda como se encontraba caminó hasta el baño y casi corrió hasta el inodoro, donde se sentó y era como si liberara litros de orina.

—¿Dónde se habrá metido? —sin levantarse del inodoro, se armó un moño de tomate en lo alto de la cabeza.

Al terminar la primitiva necesidad, se levantó y entonces sí le dio tiempo de encender la luz blanca que inundó el lugar, se miró al espejo y se dio a la tarea de lavarse la cara y los dientes. Era realmente temprano, pero ya no tenía sueño, y esperaría a Samuel para bañarse juntos, como habían hecho la noche anterior, todo por no gastar agua de más, y seguir el ejemplo de concientización de los habitantes de Noronha, aunque eso muy poco lo respetaban los turistas.

Salió del baño, apagó el aire acondicionado y se colocó un kimono de satén, rosado con estampados florales. Mientras sentía la mullida alfombra de pelo largo, mimarle las plantas de los pies, al tiempo que acomodaba la cama. Al estar completamente satisfecha con el resultado, caminó hasta las cortinas de chifón y las corrió a los extremos, despejando las puertas de cristales que formaban una L y que daban a la terraza.

Afuera todavía estaba oscuro, pero en el horizonte, justo donde el cielo se juntaba con el océano, una delgada línea color naranja, anunciaba la aurora de un nuevo día, era su primer amanecer en Noronha y la dejaba sin aliento.

Deslizó la puerta frontal y el viento frío le rozó las mejillas, la naturaleza la envolvía con sus sonidos y aromas. A cada paso que daba hacia la terraza, disfrutaba de la sensación tan deliciosa que provocaba el piso de madera a sus pies descalzos.

Poco a poco el sol como una naranja inmensa, empezaba a asomarse,  tiñendo con una variedad de colores que iban desde el naranjado hasta el dorado, filtrándose entre las espesas nubes.

Y en la orilla de la playa a esa hora, un solo ser, se llenaba de la infinita energía de la naturaleza, mientras practicaba capoeira.

—Debí suponerlo —murmuró sonriente, y sus pupilas habían olvidado al astro rey, por anclarse en su marido, que practicaba su religiosa rutina de todas las mañanas.

Nunca se cansaría de admirarlo, le fascinaba ver a Samuel viviendo su pasión, haciendo sus espectaculares acrobacias y que los años no le restaban agilidad. Suspiró complacida, y en ese momento el pequeño ser en su vientre pataleó, tensándole la piel, y una vez más volvió a sentir ese maravilloso movimiento.

Rachell se carcajeó y se llevó las manos a la barriga, regalándole caricias.

—¿Quieres practicar capoeira? ¿Acaso vas a ser capoeirista igual que tu padre? —le preguntó tiernamente sin dejar de acariciarlo.

Le extrañaba que se moviera a esa hora, normalmente se antojaba a hacerlo por las noches cuando ella tenía más ganas de dormir, manteniéndola despierta por más tiempo del que deseaba. 

El sol empezaba a iluminar por completo la playa y pintaba de naranja a su esposo, que se apoyaba sobre sus manos, con los pies perfectamente elevados, poniendo a prueba su resistencia corporal.

Parecía no cansarse, se movía al ritmo de la capoeira sin cesar, con esos movimientos felinos, ágiles, sensuales, y en algunos momentos agresivos, que rozaban los límites del deseo en ella.

Lo vio terminar la rutina de Capoeira, se acercó a la playa, para lavarse las manos y la cara, luego emprendió el camino a casa, antes de que pudiese llegar, logró verla en la terraza y ambos se saludaron agitando alegremente las manos.

Rachell, aprovechó y bajó a la cocina para preparar el desayuno. Esperando adelantar un poco, mientras Samuel llegaba. Buscó en el refrigerador, algunas frutas. Las que sacó y colocó sobre la isla.

Cuando Samuel entró al bungalow, ella apenas picaba la piña, observándolo con su perfecto torso desnudo, que seguramente en pocos días se pintaría de bronce por el incesante sol de Noronha.

—¿Te has caído de la cama? —preguntó quitándose el calça de capoeira

[1]

, que aún tenía arena de playa, y lo lanzó sobre uno de los sofá, quedándose únicamente con el sunga

[2]

en color blanco.

—No, simplemente dormí toda la noche —respondió mientras fileteaba unas fresas, y podía sentir esa energía que Samuel desprendía, cerca, muy cerca de ella.

Se paró detrás de su mujer, regalándole caricias a la a barriga, le dejó caer un lluvia de besos en las mejillas, mientras ella sonreía y seguía con su labor.

—¿Cómo se porta? —preguntó frotándole el abultado vientre, sintiendo como las manos se le deslizaban con ligereza a causa del satén.

—Muy bien, aunque pareció enloquecer hace un momento, cuando te estaba viendo practicar. Creo que también le va a gustar la capoeira.

—¿En serio? —preguntó incrédulo, dando un paso hacia atrás y la tomó por una mano para que girara de frente a él.

—Sí, no tengo porqué mentirte —aseguró con la mirada brillante por la felicidad, y dejaba el cuchillo sobre la tabla de picar.

—Me encantaría que le gustase la capoeira, debe llevarla en la sangre —se acuclilló frente a su esposa y con dedos rápido deshizo el nudo de la cinta del kimono y lo abrió, para sentir más cerca a su hijo, dejándola desnuda, deleitándose con la nívea piel de Rachell.  

Sin perder tiempo, empezó a tocar palmas y a chasquear la lengua al ritmo de la capoeira, algunas veces creaba una percusión realmente sincronizaba al palmearse las piernas, mientras el corazón le brincaba descontrolado ante la emoción.

—A E I O U

U O I E A

A E I O U

Vem criança vem jogar

Eu aprendi a ler

Aprendi a cantar

E foi na capoeira

Que eu aprendi a jogar…

Empezó a cantar, mientras tocaba palmas, y las lágrimas se le anidaban en los ojos, otras tantas hacían remolinos en su garganta, haciéndole entonar el tema roncamente.

Rachell admiraba la dicha en Samuel, y el corazón le latía presuroso, sin poder controlar la sonrisa, empezó a tocar palmas al ritmo que su marido imponía. Soltó una carcajada y las lágrimas se le derramaron cuando sintió a su bebé moverse una vez más.

Samuel pausó por segundos las palmadas para poder limpiarse las lágrimas y continuó:

A E I O U

U O I E A

A E I O U

Eu estudo na escola

E treino na academia

Eu respeito a minha mãe

O meu pai e a minha tia…

A E I O U

U O I E A

A E I O U

Sou criança sou pequeno

Mas um dia vou crescer

Vou treinando capoeira

Pra poder me defender…

Samuel lograba ver a través de su mirada empañada por las lágrimas, los movimientos en la barriga de Rachell, mientras no dejaba de tocar palmas y entonaba esa primera canción que le enseñaron en la academia de Capoeira, donde su tío lo inscribió cuando tenía nueve años.

Para él la capoeira lo era todo, en ese entonces fue su salvación, era eso que lo hacía sentir tan cerca de su madre, eso que lo enseñó a ser fuerte y llenarse de toda esa AXÉ

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, que silenciosamente pedía a gritos. 

—Creo que no te han quedado dudas —dijo Rachell acunando el rostro de su esposo, que se encontraba bañado en lágrimas.

Automáticamente negó con la cabeza, y empezó a repartir sonoros besos por toda la barriga, susurrando mil y un cariños para su bebé.

—Estoy seguro que con diez años ya será un Bamba

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.  

—O una Bamba —dijo Rachell soltando risitas por las cosquillas que los besos de Samuel le provocaban. Ya ella conocía en su totalidad los términos. Él esperaba que su hijo o hija a los diez años dominara a la perfección la capoeira—. Vamos a desayunar, porque este pequeñín me tiene hambrienta con tanta voltereta.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó poniéndose de pie, miró de soslayo el recipiente de cristal y le dio un beso en los labios a su esposa.

—Hay papaya, patilla, fresa, mango. Me puedes ayudar con los kiwis, mientras pongo a tostar unos panes —pidió caminado hacia el gabinete donde estaban los panes.

Samuel se lavó las manos, y le ayudó con las frutas restantes; también exprimió naranjas para sacar suficiente zumo para los dos.

Después de haber digerido el desayuno y descansar lo suficiente, se bañaron juntos para ahorrar agua.

Rachell agitó el palito de madera en su mano, para captar la atención de Snow, mientras el viento agitaba fuertemente sus cabellos que empezaban a secarse y las olas morían en sus pies, mientras Samuel, estaba tirado sobre su canga

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de la bandera de Brasil, observando como ella se divertía con su mascota.

Lanzó con fuerza el palito y Snow se echó a correr.

—Tráelo, ven… debes ser un buen chico —pidió Rachell riendo emocionada al ver como Snow le regresaba el palito.

—Préstamelo —le pidió Samuel desde donde se encontraba sentado. Mientras Snow vigilaba hacia donde se llevaban lo que consideraba su juguete.

Samuel lo lanzó con fuerza hacia el agua, y el perro sin esperar un segundo más, corrió.

—No Sam, al agua no, puede ahogarse —protestó Rachell.

—No va a ahogarse, sabe nadar, lo hace por instinto.

—Nunca antes lo ha hecho —le hizo saber metiéndose al agua donde las suaves olas golpeaban sus piernas.

Fue en busca de su perro, necesitaba salvarlo, pero se detuvo cuando lo vio regresar con el palo en la boca, mientras tranquilamente chapoteaba en el agua.

Snow salió y trotó hasta Samuel, dejando caer el palo en la arena y se sacudió con energía, bañando por completo a su dueño.

Rachell empezó a carcajearse al ver como Samuel brincó para no ser blanco del agua que salpicaba Snow, pero no le dio tiempo.

—También se sacude por instinto —le dijo Rachell entre carcajadas.

Samuel en medio de risas corrió al agua para alcanzarla, y ella no pudo alejarse mucho.

Ambos se sumergieron en las cristalinas aguas, dejando al tiempo pasar, en medio de besos, mimos y abrazos. Ella se preparaba para ese parto que había elegido, y al que en muy poco tiempo le tocaría enfrentarse.

—¿Qué haremos mañana? —preguntó Rachell abrazaba a él y dejándose mecer por la suave corriente.

—No sé, tal vez iremos a la cascada o a ver los tiburones, también si quieres podremos bucear.

—Prefiero ir por la mañana a ver lo tiburones y por la tarde a la cascada, así me refresco la piel.

—Entonces eso haremos —estuvo de acuerdo y le dejó caer varios besos en los hombros, saboreando las gotas saladas que vibraban en la piel bronceada de su esposa, mientras le acariciaba la espalda—. ¿Quieres flotar?

—Me encantaría.

Samuel la cargó, sosteniéndola entre sus brazos, acostada boca arriba y la gran barriga sobresalía del agua, meciéndola suavemente, Rachell pesaba lo mismo que una pluma, mientras ella sonría con los ojos cerrados, él no pudo contener sus impulsos por besarle la barriga y también por robarle de las pestañas las gotas de agua, a punta de besos.

Rachell aún con los párpados caídos, era consciente de los destellos que los rayos del sol le sacaban al agua, sintiéndose completamente en paz.

Ese instante de tranquilidad fue interrumpido por un sonido proveniente de la barriga de Rachell, y ambos soltaron la carcajada.

—Tengo hambre —confesó entre risas y furiosamente sonrojada, más que por el bronceado, era por la  vergüenza.

—Creo que si sigues comiendo al mismo ritmo vas a acabar con las reservas de Noronha —se burló poniéndola de pie dentro del agua, que le llegaba a la altura del pecho—. Vamos a comer.

Salieron y caminaron hasta donde estaban sus cosas, Rachell llevaba puesto un traje de baño de dos piezas en color fucsia y negro.

Samuel la sorprendió parándose detrás de ella, y le sacó de en medio de las nalgas la tanga que se la había metido.

Ella sonrió al ver que eso había sido una acción a causa de los celos, cuando por encima del hombro vio a dos hombres que pasaban caminando por la orilla de la playa.

Él nunca expresaba abiertamente sentir celos, pero siempre sus acciones gritaban que era sumamente celoso.

—Estoy con la barriga a la boca, no creo que le parezca atractiva —Dijo agarrando el faralao y se lo amarraba cruzado al cuello.

—No pienso lo mismo, luces realmente atractiva, muy, pero muy provocativa —le murmuró al oído y no se reprimió a morderle el lóbulo de la oreja.

Caminaron agarrados de la mano, siendo seguidos por Snow, hasta un sencillo puesto de comida. Samuel no tenía en sus planes regresar por el momento a la casa.

Se sentaron en una mesa de madera rustica, con bancos del mismo material, bajo una enramada de paja. Era un lugar realmente sencillo, atendido por una pareja de esposos que llevaban treinta años en Noronha. La mujer era afrobrasileña de contextura bastante robusta, mientras que el esposo era italiano, realmente delgado, alto, de ojos azules y la piel extremadamente bronceada por los años en el lugar.

—¿Qué deseas comer? —preguntó Samuel, después de ver a Rachell estudiar por varios minutos la carta, que era una hoja plastificada.

—Quiero, pescado asado en hoja de plátano, pero no sé si es bueno.

—Es muy bueno, pídelo y si no te gusta intercambiamos.

—¿Qué vas a pedir tú?

—Voy a pedir una moqueca de peixe —explicó y sonrió al ver que Rachell puso la cara como si le hubiese hablado en ruso—. Es un cocido de pescado y camarones, con aceite de dendê

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y leche de coco. Es muy bueno y dicen que es bastante afrodisiaco —le guiñó un ojo, y ella negó con la cabeza mientras sonreía.

—Entonces pedimos eso, yo quiero zumo de maracuyá con banana.

—Yo tomaré zumo de açaí

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, pide para postre bolo de rolo

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, es buenísimo, realmente muy bueno —aseguró señalando el lugar donde se nombraban los dulces, en la carta.

Samuel le hizo un ademán al hombre para que se acercara a la mesa, mientras la mujer intentaba sintonizar una emisora en el viejo radio que parecía tener grillos adentro.

Una vez que hicieron el pedido, Rachell suspiró como si se quitara un peso de encima, escuchaba el tintineo que creaban los móviles de metal que colgaban de las vigas del techo, al ser balanceados por la brisa; los delfines, caracoles y estrellas de mar, se chocaban entre sí, enredándose y volviéndose a desenredar.

Mientras preparaban los alimentos, la mujer logró sintonizar una emisora, y un clásico brasileño empezó a confundirse con el sonido relajante del mar.

O amor não tem tom

Nem nacionalidade

Dispensa palavras

Basta um olhar

O amor não tem hora

Nem fórmula certa

Não manda recado

Chega prá ficar...

O amor entrou na minha vida

Quando te encontrei

Olhei no teu olhar

E me apaixonei

Foi tanta emoção

Não deu prá segurar

¡Não deu!

Ninguno de los dos se sabía la letra, tan solo con las miradas acordaron un pacto de silencio, para estar atento a lo que la canción decía, mientras sonreían. Samuel apoyó el codo sobre la mesa, e instó a que Rachell hiciera lo mismo, ambos elevaron las manos, uniendo palma con palma, dedo a dedo, hasta que después de varios segundos entrelazaron los dedos, él se levantó, dejando la mesa por medio y le dio un beso a su esposa en la boca, apenas un contacto de labios, para una vez más dejarse caer sentado.

El hombre les trajo las comidas y las bebidas, Rachell sonrió como muestra de agradecimiento.

—Gracias —dijo Samuel con total sinceridad.

—Es un placer —respondió el hombre siguiendo con la mirada a Rachell, que observaba las aves que volaban muy bajo, y que Snow intentaba atrapar.  

—¿Le gustan las fragatas? —preguntó el hombre al ver a Rachell con las pupilas fijas en las aves negras y de pecho blanco.

—Son hermosas, espero que Snow no les haga daño.

—No lo hará, son muy rápidas, solo están jugando con él, pueden alimentarlas, aquí tenemos sardinas.

—¿Cómo se alimentan? —curioseó mientras descubría de la hoja de plátano, a su pargo rosado de un tamaño exagerado, y el aroma que liberó le aguó la boca.

—Con la mano, podría explicarle, pero debe colocarse lentes de sol, porque podría terminar tuerta —soltó una carcajada corta, que resonó ronca por la edad del hombre, que alguna vez tuvo cabello rubio y ahora era totalmente blanco.

—Entonces prefiero no hacerlo —dijo Rachell sin dejar de lado su comida, mientras Samuel miraba atento y probaba de sus alimentos.

—Es una experiencia inolvidable, debe dejar el miedo de lado —aconsejó el hombre que se presentó como Lucca, y se sentó en la mesa de al lado.

—Lo haremos —intervino Samuel—. Si quieres lo hago primero.

—Si tú lo haces, yo lo hago —aseguró Rachell sonriente, y gimió bajito al probar la delicia que era el pescado asado en hoja de plátano.

—¿Cuánto tiempo llevan en Noronha? —averiguó Lucca y sus ojos azules brillaban.

—Un par de días, pero vamos a quedarnos por dos meses. Queremos que nuestro niño nazca aquí —respondió Samuel.

—Han elegido el paraíso, fue lo que dijo Américo Vespuscio, cuando llegó. “El paraíso es aquí” —parafraseó con el pecho hinchado de orgullo y algo que hacía una y otra vez con cada turista—. Dos meses serán suficientes para conocer el lugar, deben ir a cada rincón, están las fortificaciones que fueron creadas para evitar las invasiones extranjeras. En este lugar hay muchas historias, era un destino fijo para los piratas, algunas leyendas dicen que aún hay tesoros enterrados, también fue una prisión donde traían a los que practicaban capoeira.

Samuel y Rachell, escuchan atentos todo lo que el hombre decía, sin dejar de lado sus comidas. También les explicó cómo llegar a las playas, y los mejores lugares, desde dónde se podían ver los tiburones casi en la orilla, las piscinas naturales y los mejores puntos para hacer snorkel.

Repentinamente un ladrido resonó en el lugar y Rachell volteó a mirar a Snow, pero no había sido su mascota.

—¡Cachorrão! —saludó Lucca a un hombre delgado de piel quemada por el sol, con un extraño corte de cabello, rapado la base y arriba los llevaba realmente alborotados, teñido de un rojo casi anaranjado. Vestía una bermuda verde y una camisa playera con estampados florales, pero lo más singular era el collar canino que llevaba en el cuello.

Samuel sonrió y Rachell también lo hizo, al ver al extraño hombre, que los saludaba y empezaba a parlotear chistes que le arrancaron más de una carcajada a la pareja, hasta aseguró en medio de bromas y ladridos, que Rachell estaba esperando a una niña por la forma de su barriga.

Samuel sabía que solo habían dos posibilidades, niño o niña, cualquiera sería bienvenida, sin embargo el corazón se le instaló en la garganta, al suponer que las responsabilidades para criar una niña serían el doble de lo que podía ser con un niño. Sus preocupaciones y pretensiones por resguardarla serían aún mayores.

Cuando el hombre se fue, Lucca les comentó que Cachorrão era una gran personalidad en Noronha, y que muchos turistas habían conseguido hacerlo reconocido internacionalmente.

Cada vez que llegaba a un grupo de personas saludaba con un ladrido, como si realmente fuese un cachorro.

Después de la comida, Samuel intentó comprar unas sardinas para alimentar a las fragatas, pero Lucca no lo permitió, se las regaló, en un recipiente de plástico, con un agua, para que el olor no alertara tan rápido a las aves.

Tanto Rachell como Samuel se colocaron los lentes, a la espera de que Lucca les explicara cómo hacer.

El hombre agarró una sardina por la cabeza, y apenas la sostuvo con las yemas de los dedos, elevó el brazo y en menos de un minuto una fragata lo sobrevoló y se lanzó en picada hacia la presa, arrebatándosela a Lucca de la mano en un abrir y cerrar de ojos.

Rachell aplaudió emocionada y Samuel que había entendido cómo hacer, agarró una sardina, de la misma manera en que lo había hecho Lucca, segundos después la presa había desparecido de sus dedos.

Era el turno de Rachell y Samuel se paró detrás de ella, acoplándose al cuerpo de su mujer y le cerró el brazo a la altura del codo para ayudarle a que lo mantuviese elevado y firme.

Ella soltó un grito de emoción cuando sintió que el ave le robaba la sardina de la mano, era algo maravilloso, podía parecer algo simple, pero era algo cargado de adrenalina.

Cuando gastaron todas las sardinas, regresaron al pequeño puesto de comida, donde se lavaron las manos

Caminaron por varios minutos hasta llegar a otra playa, donde Samuel alquiló una tabla y un traje para surfear, cubriendo su dorado cuerpo que hasta el momento solo adornaba por un sunga verde selva, que se amoldaba a la perfección a sus caderas, trasero y miembro, que aunque ajustado dejaba a la imaginación lo poderosa que era esa magnum.

Rachell se ubicó bajo una palmera, mientras disfrutaba al ver a Samuel desafiar a las olas que alcanzaban los cuatro metros, aunque él se mostraba seguro, no podía evitar esa zozobra que se le instalaba en el pecho, intentaba calmarse mientras acariciaba al perro echado a su lado.

Después de aproximadamente una hora, la presión en el pecho la abandonaba al ver que su esposo salía del agua y caminaba hacia ella, mientras traía la tabla, debajo del brazo.

—¿Quieres regresar a casa? —preguntó con la voz agitada por el esfuerzo y dejaba caer la tabla sobre la arena.

—Solo si tú quieres, podría pasarme toda la noche aquí. 

—Si quieres ser la cena para los mosquitos, podemos quedarnos aquí —dijo sonriente y empezaba a quitarse el traje de surf—. Mejor  te llevaré a otro lugar —propuso, y se acuclilló para buscar algo de ropa en el bolso.

El destino al que Samuel llevó a Rachell, fue al mirador de la playa del Boldró, desde donde observarían al sol una vez más ahogarse en el horizonte, dónde parecía que el océano lo apagaba poco a poco.

Habían varias mesas bajas, como si de alguna cultural Oriental se tratase, no habían sillas, solo almohadones en los que se sentaron a esperar el tan anhelado momento en que la noche sorprendería a Noronha.

Del bar Portinho do Boldró, que estaba justo al lado de ese mágico lugar, les ofrecieron aperitivos y bebidas. Ambos rechazaron los aperitivos y prefirieron pedir solo para tomar.

Samuel pidió para Rachell una piña colada sin alcohol, y para él una caipirinha, era su preferida, porque jamás reemplazaría la tradicional cachaça por el vodka, por lo que la caipiroska podía quedarse para los turistas. Mientras sus oídos eran acariciados los sonidos silvestres y del mar, que se mezclaban con el bolero entonado por Silvinho, que escuchaban en el bar.

Junto a Samuel y Rachell, estaban otras personas, que también ansiaban unos de los momentos en que la naturaleza les reafirmaba que Dios definitivamente existía.

Rachell recibió su piña colada, que estaba servida en la misma fruta y hermosamente decorada, con sombrilla, cereza y rodajas de lima. La caipirinha de Samuel igualmente se encontraba en una presentación muy brasileña, incluyendo una pajilla con la bandera del país.

Maravilloso, único e irrepetible, segundo a segundo el sol descendía, con un anaranjado intenso, casi de un color cobre, dejando una estela en el cielo que se degradaba hasta llegar al celeste, en lo más alto de ese cielo que los amparaba, justo en el momento en que el Astro rey desapareció, las personas empezaron a aplaudir y algunos hasta a silbar, agradeciendo a ese día que había sido magnifico. A las seis de la tarde ya la oscuridad se cernía sobre ellos, por lo que decidieron regresar a la casa.

                                                                                                            

Al día siguiente decidieron no salir, Samuel no quería agotar a su esposa, por lo que lo pasaron en la casa, gran parte en el jardín frontal, donde jugaron con Snow, y Rachell pretendía acabar con la cosecha de mangos y todo lo que estuviera a su alcance.

—¿Qué traes ahí? —preguntó Samuel, al ver a través de sus lentes de sol, a Rachell  acercarse con un recipiente entre las manos.

Él solo vestía una bermuda celeste, exponiendo su perfecto torso bronceado al sol, y disfrutaba de la relajante sensación de la grama en las plantas de sus pies.  

—Algo que me provocó —dijo ella llevándose a la boca una cuchara, y gimió gustosa mientras saboreaba lo que al olfato de Samuel era maracuyá.

—Casi has acabado con los mangos, ahora piensas dejarme sin ningún tipo de fruta.

—Está bien, come un poco, para que no pienses que quiero acabar con todo —le extendió la cuchara y Samuel gustosamente abrió la boca, pero no retuvo por mucho tiempo la pulpa con semillas, porque la escupió.

—¿Qué es eso? —inquirió limpiándose los labios con el dorso de la mano y con cara de asco.

—Maracuyá con sal. Es divino —se alzó de hombros y se llevó nuevamente la cuchara a la boca—. No sé por qué no te gusta —exageró su gemido al disfrutar de la extraña combinación que había hecho.

—No me gusta, para nada me gusta —expresó agarrando la pelotita de goma que Snow le acercaba.

—Mucho mejor, no tendré que ir a preparar más —se encaminó al porche y se sentó en el huevo de ratán que colgaba del techo, donde empezó a balancearse, mientras observaba a Samuel jugar con Snow,  a ninguno de los dos parecía agotárseles las energías—. Quiero salir por la tarde.

—¿A dónde quieres ir? —preguntó lanzando la pelota.

—A conocer gente, ver más personas, qué hacen por las noches, ver la vida nocturna en Noronha.

—Si no hay una fiesta exclusiva de algún evento, no hay mucho que ver, realmente no hay nada que ver. A menos que quieras ir a la Iglesia Nuestra Señora de Dos Remédios, los habitantes se reúnen en la plaza y hacen presentaciones de maracatú.

—¿Qué es maracatú?

—Estás muy curiosa últimamente —dejó que Snow jugara solo y caminó hasta donde se encontraba su esposa, sin pedir permiso le abrió las piernas y se acuclilló ante ella, acunándole la barriga—. Es una fiesta de nuestras raíces africanas.

—¿Pero no son descendientes de irlandeses ustedes? —jugueteó elevando una ceja, solo por molestar a Samuel.

Él se carcajeó ruidosamente y le dejó caer un par de besos en la barriga.

—Qué mierda importa de dónde somos, lo que verdaderamente importa es de dónde nos sentimos, fronteras y razas son estupideces creadas por el hombre y somos más que eso, somos esencia. Cuando estaba en el colegio en Río, apenas hablaba a medias el portugués, y algunos compañeros de clases se burlaban porque decían que no era brasileño, me hacían sentir mal, porque yo quería ser brasileño, era lo que mi madre me había inculcado desde que tenía uso de razón —explicaba mirando a su esposa a los ojos.

Los de él brillaban a causa de la luz del sol, haciéndolos lucir más claros.

Ella lo escuchaba atentamente mientras le sonreía con dulzura, sintiéndose fascinada como lo hacía siempre que él hablaba de su madre.

Samuel comprendiendo que tenía toda la atención de Rachell, y continuó: 

—Llegaba molesto a la casa, porque sabía que no importaba cuánto me  esforzara por aprender todo lo de Brasil, jamás sería brasileño, era un yankee y eso nada ni nadie podría cambiarlo, hasta que el gran Reinhard Garnett, preocupado por mis molestias me preguntó, y aunque no quería contarle, él siempre lograba sacarme confesiones. Escuchó atentamente cada una de mis preocupaciones y al final me dijo. “Eres brasileño, eres un carioca, porque no importa dónde nacemos sino a dónde pertenecemos, y cuánto amor puedas sentir por una tierra, eso es suficiente, Sam. Amas a este país porque mi hermana te inculcó ese amor, lo amas más que muchos que han nacido aquí, a tu edad, con tan solo doce años, conoces más cultura brasileña que esos chicos y eso te hace más brasileño que ellos”. No dejó de darme explicaciones hasta que hizo que me sintiera completamente seguro de que era brasileño, y siento en mi sangre vibrar la cultura afrobrasileña, siento la capoeira como si fuese un negro más en un quilombo, que lanza un grito en exigencia de libertad, verdaderamente la siento, no solo la practico por tontería o moda, la siento correr por mis venas, siento cada una de sus danzas, más allá de una simple diversión.

—Eres un brasileño al que no le gusta la maracuyá con sal —sonrió probando un poco más de su fruta—. Tu tío tiene toda la razón, de hecho creo que en ti reencarnó uno de esos capoeiristas que exigían libertad, porque era lo justo y es por eso que buscas la justica en todos los aspectos de tu vida. Tal vez no te hayas dado cuenta, pero cuando prácticas capoeira algo en ti cambia —aseguró apretándole la punta de la nariz—. No físicamente, es algo en tu esencia, algo que aún no logro explicarme, más allá de lo malditamente sensual que te ves —puso los ojos en blanco y negó ligeramente con la cabeza, como si intentara sacudir los deseos impuros que se le arremolinaban, con tan solo pensar en su esposo contorsionándose y haciendo volteretas.

—¿Te excita verme practicando capoeira? —preguntó con la mirada aún más brillante, cargada de picardía.

—Ya puedo lidiar con eso —aseguró en medio de un suspiro—. ¿Entonces me llevarás a conocer la vida nocturna de Noronha? —preguntó desviando el tema, queriendo alejarse de a dónde la estaban arrastrando sus bajas pasiones.

—Gracias por dejarme saber que te excito mientras práctico capoeira, la próxima vez se te dé por discutir por cualquier cosa, ya no me limitaré a quedarme callado y ser blanco de lo primero que tengas a mano. Ahora sé exactamente qué es lo que tengo que hacer —le guiñó un ojo, mientras Rachell boqueaba al no tener argumentos—. Te llevaré a conocer la vida nocturna de Noronha —prometió incorporándose un poco y la besó en los labios.

 A las cinco de la tarde, después de haberse bañado juntos, estaban listos para ir a recorrer las empedradas calles de Noronha. Vestían los colores típicos de la zona, Rachell llevaba puesta una falda larga y una camiseta sin mangas de lycra que se le adhería al cuerpo, ambas prendas de un virtuoso blanco, y en la cadera una pañoleta en color amarillo.

Samuel vistió una bermuda blanca y una camiseta sin mangas, en el mismo color, usando como cinturón un cordón trenzado amarrillo, dejando los extremos largos al lado derecho.

Decidieron no llevar a Snow con ellos y salieron tomados de la mano, respondiendo a más de un saludo que le hacían los habitantes de Noronha, todo lo que les rodeaba era precario, las calles y las casas, no había ningún tipo de lujo, ciertamente lo más ostentoso era el bungalow donde se estaban hospedando, además de algunas posadas, pero era decisión de los mismos Noronhenses conservarlo intacto, como Patrimonio de la Humanidad que era. No era necesario recurrir a cosas materiales, porque el verdadero lujo se lo brindaba la naturaleza que los rodeaba.

Llegaron a la Iglesia Nuestra Señora de Dos Remédios y se hicieron algunas fotografías, volvieron a encontrarse con Cachorrão, que los invitó  al Bar do Cachorro, ellos no se negaron y se dejaron guiar, mientras el hombre parloteaba, contándole muchas anécdotas de otros turistas, como uno, que meses atrás intentó imitar a un habitante de la zona, al lanzarse de los altos a una de las piscinas naturales, calculando mal la caída y terminó muerto en una piedra.

Era su manera de pedirle que tuviesen cuidado. Rachell pensó que sería más lejos a donde los llevaría, pero a muy pocos pasos había una bajada a la playa que llevaba el mismo nombre del bar, y el viento les anunció que la fiesta estaba muy cerca.

Cuando llegaron al lugar, estaba lleno de turistas que aplaudían entusiasmados, con grandes sonrisas y miradas brillantes, observaban una presentación de hombres y mujeres que con sombrillas en manos bailaban, cada uno pasaba y hacía una corta presentación al ritmo de los instrumentos de percusión y vientos.

—Esto es frevo pernambucano —le dijo Samuel al oído a Rachell para que escuchara, mientras ella observaba encantada, como movían con gran destreza las sombrillas de llamativos colores—. Al igual que la capoeira, es un patrimonio inmaterial de la humanidad.

—Es maravilloso, me encanta —expuso entusiasmada, como estaban todos los turistas, y una vez más sentía los movimientos de ese pequeño ser que llevaba en su vientre. Por instinto le agarró una mano a Samuel y se la llevó a la barriga para que apreciara, porque era consciente de cuánto a él le emocionaba sentir los movimientos de su hijo o hija.

Samuel se quedó muy tranquilo, sólo para poder vivir ese momento a plenitud, sonriendo y con el corazón a punto de reventarle el pecho ante la felicidad.

Cuando la presentación terminó, el público estalló en vítores, agradeciendo la muestra de esas raíces que tanto les enorgullecía. Rápidamente se armó una rueda, Samuel y Rachell tuvieron que moverse varios pasos, para acoplarse a todos los demás.

En ese momento, en medio de palmadas y percusiones los que habían hecho la presentación del frevo empezaron a corear.

Quem não aguentar

que corra, corra, corra

Corra, corra do meu paredão

Una de las mujeres salió y se paseó por la rueda, eligiendo a un compañero de baile, e iniciaron una demostración de movimientos rápidos, sincronizados, llenos de energía y alegría, incluyendo algunos pasos realmente sugerentes.  

Soltó al compañero, que regresó a la rueda y ella eligió a otro, esta vez a un turista que no se animaba, y en su natal alemán decía que no sabía bailar, sin embargo lo animaron, y terminó cediendo algunos pasos, suponiendo que lo que pasaba en Noronha, se quedaba en Noronha.

Quem não aguentar

que corra, corra, corra

nessa zorra só toca o Avião

—Este no es el mismo ritmo —le comentó Rachell a Samuel.

—No, esto es forró, todos son ritmos pernambucanos —explicó, con gran entusiasmo, sonriendo al ver a más de un europeo haciendo el intento por llevarle el ritmo a la bailarina de piel canela y un cuerpo con curvas que le quitaban el aliento cualquier hombre.  

A la vista de la mujer no se le escapó Samuel, pero antes de arrastrarlo al centro de la rueda, le pidió permiso a Rachell. Si por ella fuese hubiese dicho que no, pero no quería demostrar delante de todas las personas que se moría de celos, envidia, e impotencia, porque definitivamente su condición no le permitía bailar, algo que a Samuel le encantaba. No le quedó más que obligarse a sonreír y asentir, concediendo el permiso, él antes de alejarse un paso, le dio un beso en los labios, un rápido contacto, pero eso fue suficiente para hacerla sentir segura.

Al primer paso Samuel demostró que dominaba el baile y sus pies se movían con ligereza sobre el piso de concreto, guiando a la mujer con una destreza impresionante. Cómo si anteriormente hubiesen tenido tiempo para practicar los rápidos y sincronizados movimientos, aunque era la mujer la que debía destacar, no sería lo mismo sino contaba con un hábil bailarín que la guiara.

Rachell vivía un Déjà vu, era como rememorar una vez más, ese momento hace años atrás cuando en Ipanema, él bailó con otra mujer Kizomba, esa sensación de ardor en su estómago y sentirse impotente, por no contar con la habilidad para el baile latino, al menos no como lo hacían las brasileñas, había puesto todo su empeño por aprender Kizomba y había logrado defenderse, al menos para no tener que cederle su hombre a otra mujer, pero era consciente de que le faltaba mayor naturalidad.

Se prometía a sí misma, que apenas saliera el embarazo practicaría forró y todos esos bailes que él conocía, no se lo propondría esa misma noche para no demostrarle sus estúpidas inseguridades, pero no esperaría una semana para hacerle la propuesta.

Trató de disimular como empuñaba la tela de su falda, cada vez que la pelvis de Samuel chocaba contra la de esa mujer, contrariamente a separarlos cómo le pedían a gritos sus instintos, solo le limitaba a corresponder con falsas sonrisas a las que él le dedicaba, mientras le llevaba perfectamente el ritmo a la bailarina.

Sintió que todo el oxígeno atascado en sus pulmones se liberaba a través de un imperceptible suspiro, cuando los hombres dejaron de corear y cesaron las percusiones, mientras todos los presentes aplaudían la presentación de cada uno de los valientes que le llevaron el ritmo a la mujer. Y empezaban a contar brevemente la historia del forró, al igual que hicieron con el frevo.

Samuel regresó a su lado, sonriente, algo sonrojado y con la respiración agitada, escudriñando en las pupilas de ella algo que no pudo definir.

 Ella, por celos, lo besó con arrebato. Sabía que era una tonta al hacer eso, pero no podía evitarlo, sintiendo que toda su tácita molestia se esfumaba a medida que su esposo correspondía con gran exaltación a ese íntimo encuentro.

Apenas se separaron, y antes de que ella pudiera decir algo, la tomó por la mano y se la llevó a un lugar apartado, debajo de un árbol del que colgaban farolas de varios colores, por lo que proyectaban la débil iluminación en los mismos tonos. Sin previo aviso, la besó, lo hizo con pasión desmedida, con sus manos viajó por cada sendero de su cuerpo, se le aferró a la nalgas, intentando pegarla más a su cuerpo, pero un gran obstáculo de ocho meses se lo impedía. En medio de toques de labios, sonrió ante sus acciones truncadas, pero regresó a la boca de su mujer a robarle el aliento, imponiendo el ritmo al movimiento de sus lenguas, le acunó el rostro a Rachell para dominar la situación.

—¿Todo bien? —preguntó contra los labios de ella, al tiempo que elevaba los párpados y se fundía en ese violeta oscuro.

Rachell asintió, al tiempo que llenaba sus pulmones, en medio de una larga inhalación.

—Me he puesto celosa —confesó sintiendo que las mejillas y orejas empezaban a arderle—. Soy una estúpida, pero no pude evitarlo. Te mueves tan malditamente bien Samuel Garnett, que seguramente esa mujer se excitó mientras bailaban —resopló como si se quitara un peso de encima.

—No debes sentir celos, porque estoy seguro de que ella habrá tenido mejores compañeros de baile, sólo que tú me ves como el ser supremo en todo, no te culpo, estás jodidamente enamorada de mí —rió bajito y se quejó cuando Rachell le pellizcó una tetilla. 

—En mi defensa admito que en comparación con el alemán…

—No te burles —advirtió con tono divertido.

En ese momento, una vez más el sonido de las percusiones a otro ritmo, retumbó en el lugar, y él la tomó por la mano, para regresar al lugar.

—Este es el maracatú —le informó con una gran sonrisa.

Ella observó tanto a hombres como mujeres, tocando las percusiones, mientras formaban tres filas y emprendían un camino, que todos los turistas empezaron a seguir, mientras aplaudían, tomaban fotografías o grababan la presentación.

Cantaban, sin dejar el incesante y lleno de vida ritmo. Hipnotizando a los turistas, que aunque no supieran bailar, el alegre son los invitaba a moverse por el regodeo que se les metía en el cuerpo. Con grandes sonrisas y sin vergüenza danzaban de un lado a otro, moviendo los hombros y riendo abiertamente. Era una fiesta que se estaban gozando a lo grande.

Los maracatus se detuvieron sin dejar de bailar, ni de tocar, demostrando que contaban con gran resistencia, mostrándose felices, mientras una de las mujeres, movía a una muñeca vestida de blanco. Al igual que ellos, con alguna prenda amarilla.

—No es una simple muñeca —le hizo saber Samuel al ver que Rachell miraba atentamente a la mujer que en ese momento era la principal figura—. Le llaman Calunga, representa el poder de los dioses.

Mientras Samuel le explicaba, Rachell observaba a un hombre de piel oscura y cabello rapado, vestido con un pantalón blanco y una camiseta sin mangas en color amarillo, acercársele y la tomó de la mano. Ella buscó rápidamente la mirada de Samuel sin saber qué hacer, pero él asintió, concediéndole el permiso, entonces se dejó guiar. La pusieron en medio y alguien tocó un pito, e iniciaron nuevamente el ensordecedor, pero contagiante ritmo, al tiempo que le entregaban un ramo de diez gardenias atadas por una cinta amarilla.

No sabía qué hacer, sólo miraba a Samuel y en algunas ocasiones a todos los presentes, sonriendo al sentirse algo desorientada. La mujer que había tenido la muñeca se la cedió a otra, y se arrodilló frente a Rachell, acunándole la barriga y pegándole la frente, mientras cantaba con los ojos cerrados.  Al terminar le dio un beso en la barriga y con agilidad se puso de pie, como si su robusta contextura no le pesara en lo más mínimo.

Rachell agradeció con una gran sonrisa y un asentimiento, y siguió el camino que la mujer le indicaba. El destino no era otro que su esposo. Él la recibió con un suave beso en los labios.

Minutos después, la presentación de los maracatus terminó. Samuel y Rachell, regresaron al bar donde pidieron dos aguas de coco, y mientras la bebían emprendieron el camino a su hogar.

—¿Qué fue eso? —preguntó ella, sin soltar el ramo de gardenias que le habían obsequiado.

—Estaban bendiciendo a nuestro bebé, el maracatú es un cortejo semi religioso, normalmente salen de la iglesia después de rendir homenaje a Nuestra señora del Rosario, aunque no siempre fue así, se han ido derivando sus creencias, como pasa con todo.

—Me gustó mucho toda esa energía que tienen. Estos días aquí han sido realmente maravillosos, descubrir tantas cosas.

—Aún queda mucho por descubrir.

Al llegar a la casa, Rachell puso en agua el ramo de flores que le habían regalado, inhaló profundamente para disfrutar del intenso y agradable aroma de las gardenias, mientras Samuel intentaba mantenerse en pie ante el arrebato de alegría que Snow mostraba, y le llevaba las patas al pecho.

 —Tranquilo, tranquilo. Ya llegamos, ve a dormir, ve a dormir —le pedía al canino que daba vueltas a su alrededor. Notó las intenciones de hacer lo mismo con Rachell—. Hey no, no. Recuerda el bebé —lo reprendió—. Sentado.

Snow acató la orden de su dueño y se sentó, mientras movía enérgicamente el rabo a la espera de los mismos de Rachell. Ella empezó a acariciarlo y a hablarle como si de un niño se tratara, como siempre lo hacía.

—Voy a darme un baño antes de dormir. ¿Quieres acompañarme?

—Buff, que aburrido, aún no quiero dormir, es muy temprano Sam, si quiero bañarme porque siento la piel llena de polvo, pero me gustaría hacer otra cosa.

—¿Ver TV? —preguntó mientras se deshacía del cordón trenzado que había usado como cinturón.

—Me pegunto ¿dónde habrán metido a mi fiscal? —buscó con su mirada por varios rincones del lugar.

—Bueno vamos a bañarnos, y me dices qué quieres hacer.

—Cualquier cosa menos ver TV.

Samuel la agarró por la mano y se la llevó al baño, la desnudó en medio de besos y caricias, mientras ella le regalaba suspiros y algunos estremecimientos.

—¿Crees que dolerá mucho? —preguntó en un susurró mientras su esposo le acariciaba entre los muslos, ayudándole a lavar entre sus pliegues, y ella le acariciaba el pecho.

—¿Tienes miedo? —susurró mirándola a los ojos.

—Un poco, temo que mis fuerzas no sean suficientes. Temo no poder traer al mundo a nuestro bebé.

—Lo harás, eres una mujer muy fuerte, luchas por lo que quieres, y estoy seguro de que quieres a este bebé —sacó su mano de entre los muslos de su mujer, las deslizó por las caderas y le acarició la barriga con infinita ternura. Mientras con su mirada le pedía a gritos un beso. Por primera vez, Rachell pareció no interpretar su petición, lo dejó esperando, pero él necesitaba que ella calmara ese miedo que también se apoderaba de su alma, por lo que se decidió a besarla.

Rachell se apoderó de las mejillas de Samuel y le regalaba constante toques de labios, mientras sentía el agua tibia de la regadera mojarle la espalda. Sentía ganas de llorar, las lágrimas empezaban a formarle remolinos en la garganta y el corazón le martillaba fuertemente contra el pecho.

—Todo va a salir bien, todo saldrá bien, menina —murmuró él entre beso y beso—. No tengas miedo porque estaré a tu lado, en todo momento, para brindarte valor, te recordaré lo fuerte que eres —la abrazó, frotándole la espalda.

—Gracias —murmuró.

—Por nada, ahora debemos darnos prisa porque estamos gastando mucha agua. Ya sé que vamos a hacer.

—¿Qué? —preguntó alejándose un poco de él y con un ademán le pedía que se diera la vuelta.

—Vamos a ver las estrellas, mientras cantamos un poco, tú eliges la primera canción.

—Me gusta la idea, es mucho mejor que ver TV —sonrió con alevosía mientras le apretaba las nalgas y él sonreía, porque sabía que no podía hacer nada contra esa manía de ella por agarrarle el culo.

Terminaron de bañarse. Samuel, se colocó un bóxer de algodón y ella un albornoz de seda en color champagne.

—Vamos a la terraza —le dijo tomándola de la mano.

—Yo te alcanzó, voy por un poco de agua de coco.

—¿Otra vez?

—Solo un poco, ya te alcanzo —dijo y salió de la habitación.

Samuel buscó la guitarra acústica que había llevado y se fue a la terraza, estudiando el lugar desde donde mirarían las estrellas y cantarían. Rachell salió a la terraza y buscó con su mirada a Samuel, los acordes de la guitarra la guiaron al lugar donde estaba la hamaca.

Él detuvo sus dedos abruptamente al ver que Rachell traía en sus manos una jarra de dos litros, llena de agua de coco y con pulpa entera.

—No tomarás todo eso, no voy a llevarte al baño a media noche.

—Seguramente no la tomaré toda, pero es para no tener que estar bajando —dijo colocándola en el suelo, al lado de dónde Samuel se encontraba sentado sobre los cojines. Ella se ubicó en la hamaca.

—¿Tienes algún tema pensado? —preguntó él jugando con algunos acordes, mientras afinaba la guitarra.

—No, déjame pensar.

—Maroon 5, no —limitó inmediatamente.

Rachell bufó y agarró un pedazo de pulpa tierna de coco, que se llevó a la boca.

—Tiene las mejores canciones, pero ya que no quieres tú te los pierdes, entonces tampoco cantaremos nada de Muse.

—Golpe bajo —sonrió negando con la cabeza.

—OneRepublic —pidió Rachell.

—No me sé ninguno de sus acordes.

Rachell ancló la mirada en el impactante cielo, que parecía que estaba a punto de caérseles encima, millones de estrellas destellaban sobre ellos. Mientras pensaba en un tema, escuchaba las olas del mar y algunos grillos, que Samuel opacó con armónicas notas que no decían nada, al menos no para ella.

—¡Imagine Dragons! —soltó de pronto como si hubiese descubierto un nuevo continente.

—Quieres que haga el ridículo, solo tengo una guitarra —alzó el instrumento, consciente de la insuperable composición de sonido con la que contaba la banda.

—Bueno —masculló como una niña malcriada—.

¿Te sabes, Can't take my eyes off you de Lady Antebellum?

—preguntó mientras se balanceaba suavemente en la hamaca y agarraba otro pedazo de coco, que goteó sobre su regazo, pero sin importarle, igualmente se lo llevó a la boca.

—Supongo que hemos encontrado una canción antes de que acabes con el coco. Déjame intentarlo.

—Pero me acompañas en el coro.

—Está bien, te acompañaré.

Samuel inició los acordes, que acompañaban al tema, mientras Rachell asentía y esperaba la nota exacta para iniciar.

—know that the bridges that I’ve burned, along the way —empezó a cantar, con la mirada brillante en la de Samuel, mientras sonreía e intentaba entonar armónicamente la letra—.

Have left me with these walls and these scars, that won’t go away, and opening up has always been the hardest thing, until you came.

Samuel asintió, indicándole que venía el coro y entre ambos empezaron a entonarlo.

—So lay here beside me just hold me and don’t let go

This feelin’ I’m feelin’ is somethin’ I’ve never known

And I just can’t take my eyes off you

And I just can’t take my eyes off you.

En medio de sonrisas y tiernas miradas siguieron con el tema, logrando con éxito terminarlo; ella aplaudió emocionada, viendo una vez en ese hombre que tenía en frente a su complemento perfecto, ese con el que nunca se aburría, con Samuel cada momento era entretenido y único.

Al terminarlo Samuel dejó a un lado la guitarra, y se refrescaron la garganta con un poco de agua de coco, para después admirar la noche que los acompañaba, ese lugar mágico en que la luna se mecía sobre el Océano Atlántico, pintándolo de plateado.

—¡Mira, Sam! Los delfines —dijo Rachell emocionada, al ver que un par de delfines brincaban en el mar, mostrándose plateados por la luz nocturna—. Son hermosos.

—Mañana podremos ir a verlos, pero debemos levantarnos temprano para estar en el puerto.

Los delfines desaparecieron de sus vistas, mientras seguían a la espera de que aparecieran una vez más, Rachell admiraba atenta al mar, y algunas veces la mirada se le escapaba a ese manto de terciopelo adornado por diamantes, pasó tanto tiempo que no pudo contar, simplemente sintiéndose hipnotizada por esa noche irrepetible. Sin ser consciente que era en pleno, el objeto de afecto de su esposo, que no podía fijar su atención en nada más que no fuese ella.

A medianoche Rachell se vio sorprendida por las notas de las guitarra, y rápidamente desvió la mirada hacía Samuel, que empezaba a entonar.

When I look into your eyes

It's like watching the night sky

Or a beautiful sunrise

There's so much they hold

And just like them old stars

I see that you've come so far

To be right where you are

How old is your soul?

Cuando miro tus ojos,

Es como ver el cielo nocturno

O un hermoso amanecer

Hay tanto en ellos,

Justo como las más antiguas estrellas.

Veo que has venido desde tan lejos.

Para estar justo donde estás.

¿Cuán vieja es tu alma?

Rachell lo miraba sonriente y con el corazón brincándole en la garganta, él siempre lograba impresionarla con gestos tan simples, pero tan cargados de sentimientos. Le gustaba, le gustaba muchísimo, ese Samuel Garnett que en algunas ocasiones era tan tierno, y que estaba segura solo se mostraba de esa manera en esa soledad que compartían. 

Ese hombre al que provocaba comérselo a besos, ese por el que sería capaz de sacarse el corazón, y mostrarle que cada uno de sus latidos llevaba su nombre, ese hombre ojos de sol, ojos del más dulce fuego.

I won't give up on us

Even if the skies get rough

I'm giving you all my love

I'm still looking up

And when you're needing your space

To do some navigating

I'll be here patiently waiting

To see what you find

No renunciaré a nosotros,

Incluso si los cielos se hacen ásperos

Te daré todo mi amor

Sigo mirando hacia arriba.

Y cuando necesites de tu espacio,

Para navegar un poco,

Estaré aquí esperando pacientemente

Para ver lo que encuentras.

Rachell no lo interrumpía, por nada del mundo lo haría, solo se miraba en esos ojos que brillaban más que las mismas estrellas, él se encontraba totalmente inspirado, demostrándole a través de ese tema, cuanto la amaba.

Sin duda alguna los mejores momentos de su vida los había vivido junto a Samuel, y aun así él prometía muchos, muchos más.

Cause even the stars they burn

Some even fall to the earth

We've got a lot to learn

God knows we're worth it

No, I won't give up.

I don't wanna be someone who walks away so easily

I'm here to stay and make the difference that I can make…

Porque incluso las estrellas arden

Algunas incluso caen a tierra

Tenemos mucho que aprender

Dios sabe que valemos la pena

No, no me daré por vencido.

No quiero ser alguien que se va tan fácilmente

Estoy aquí para quedarme y hacer la diferencia que puedo hacer…

Al terminar, no dijo una sola palabra, solo dejó a un lado la guitarra y se arrodilló acercándose a su mujer, sin pedirle permiso jaló lentamente la cinta que amarraba el albornoz y separó la tela, los pezones sonrojado y erectos, le gritaban que Rachell lo deseaba tanto como él lo hacía con ella en ese momento.

Llevó sus labios al medio de los senos y empezó a besar lentamente, repartiendo cortos besos por el pecho, sintiendo el palpitar enloquecido de ese corazón que le pertenecía, así como el de él le pertenecía a ella.

Rachell lo despeinaba a caricias, mientras se estremecía entre los brazos de su esposo, suspirando gustosa ante cada caricia y beso.

—¿No habrá algún curioso por la playa a esta hora? —preguntó con la voz ronca cargada de deseo, y con la punta de los pies se fijaba en el piso de madera para que el balanceo de la hamaca no la alejara de la boca de Samuel.

—Podría haber una multitud, eso no me desviará de mi objetivo de cogerte en este lugar. Con la estrellas como testigo.

Rachell gimió bajito cuando Samuel rozó con sus dientes uno de sus pezones, y no podía negarle a ese hombre que le hiciera lo que le diera la gana, justo en ese lugar.

Le regaló enérgicas caricias a la espalda, donde cada músculo marcado, hacía estallar en ella el más crudo deseo.

Los labios de él empezaron a vagar por la barriga, era una arrebatadora mezcla de lujuria y ternura, que provocaba en ella húmedas reacciones.

La brisa fría y el sonido de las olas muriendo en la orilla, le amenizaban la velada, que acompañaba a los susurros de ambos.

—¿Quieres subir a la hamaca? —preguntó aferrándose a los brazos de Samuel, que le acariciaban los muslos.

—No será fácil hacerlo en la hamaca.

—Pero tampoco imposible —dijo poniéndose de pie y quitándose el albornoz que cayó como una cascada dorada y se arremolinó tras sus pies.  

Samuel siguió sentado sobre sus talones y empezó a besarle los muslos, con una de sus manos liberó su pene del bóxer que lo estaba torturando, y en medio de caricias empezó a calmar un poco su necesidad, así como a darle vida a la erección que prometía llevar una vez más a su mujer a las puertas del cielo.

Sacó la punta de la lengua y empezó a recorrer en una húmeda y suave caricia, desde el monte de venus, sombreado por la gran barriga, subió lentamente, siguiendo la curva del vientre, mientras poco a poco se ponía de pie, hasta meter la lengua en la boca de su mujer, que gustosamente se la chupó.

Uniendo sus bocas en un beso voraz, la giró de espaldas a la hamaca, mientras Rachell le bajaba el bóxer y reemplazaba su mano por la de ella, en una ágil caricia que le arrancaba temblores y roncos jadeos.

Con el embarazo se había vuelto bastante sensible y era poco lo que podía esperar, prácticamente desesperaba porque Samuel le regalara toda su locura en contados segundos.

Él había logrado interpretar la petición, por lo que se metió en la hamaca, buscando la manera de poder hacer el momento lo más cómodo posible para ella.

Se sentó a ahorcajadas y tomándole una mano la guió, ella se sentó de igual manera de espaldas a él, aferrándose a los bordes de la hamaca, se balanceó un par de veces, hasta que encontró el premio entre los muslos de su esposo, ahogando un largo jadeó mientras era llenada completamente.

—Sam —masculló en medio de un jadeó, sintiendo arder las piel de las caderas cuando él se la apretó con brío—. Así, así —pidió ante las lentas acometidas.

—Rach, mi Rach, mi menina —murmuró pegándosele a la espalda y con una mano se le aferraba al moño de tomate, jalando de ahí, la hizo volver un poco, solo lo suficiente para poder mirarla a los ojos, mientras se movía muy lentamente dentro de su mujer, conquistando una y otra vez cada pliegue, mojándose en ella—. Mi mujer, te amo Rachell.

—Mi pantera arrebatada, así me gustas, implacable… te amo Sam, más que nada en el mundo.

Él volvió a tironear sensualmente del moño de tomate y ella se vio obligada a echar la cabeza hacia atrás, disfrutando del instinto libidinoso de su esposo, que empezaba a mordisquearle hombros y cuello, mientras ella amenazaba con desintegrar  los bordes de la hamaca.

Trataba de mantenerse fija, al apoyar la punta de los dedos de sus pies sobre los de Samuel, que esteban en el piso de madera, donde encontraba el apoyo para impulsarse y hacerle ver las estrellas más de cerca.

Arqueó la espalda y apretó los dientes fuertemente al sentir como su espalda era lentamente bañada, y Samuel se bebía lo que suponía era el agua de coco. No le quedaron dudas cuando la pulpa empezó a tantear sus labios y la mordió, casi tragándola entera.

El agua empezó a escurrir por su espalda e inundar la unión de sus cuerpos, mientras su esposo famélicamente lengüeteaba el líquido que corría cuesta abajo, haciendo un charco a los pies ambos. 

Samuel dejó nuevamente la jarra sobre el suelo, y volvió a abrazar a Rachell justo por debajo de los senos, donde se aferró con delicadeza, porque sabía que los tenía algo sensible. Mientras con su lengua surcaba cada espacio que le era posible en la espalda de su mujer, bañada por la refrescante bebida natural.

Rachell empezó a necesitarlo más y ella misma buscó acercarse cada vez más a las puertas del placer, siendo casi inmediatamente atendida por su hombre.

En medio del frenesí alcanzaron un solo latido, desbocado, frenético, en medio de jadeos y palabras cargadas de amor y lujuria, una combinación que solo los amantes lograban entender.

Rachell con el cuerpo tembloroso, se dejó caer sobre Samuel que con una carcajada cansada se quejó.

—Vas a matarme, no puedo con este dos contra uno —le dijo sofocando la risa en la oreja.

—Te toca soportarme hasta que recupere la fuerzas —entrelazó sus dedos en los de Samuel, que descansaba las manos sobre la barriga y ahí estaba una vez más moviéndose ese pequeño ser, cómo siempre lo hacía después de que tenían sexo, era como si fuese participe de ese momento, en que sus padres se entregaban físicamente a ese amor que los unía.

El sol apenas despuntaba imponente en el horizonte, pintado de un magnifico dorado el paisaje, siendo la atracción para todas las personas en el puerto que aprovechaban para tomarse algunas fotografías. Samuel y Rachell no perdieron la oportunidad de hacerlo.

Después de varias sesiones fotográficas. Estaban listos para abordar el bote navi, y conocer a través de su piso de cristal la maravillosa vida marina que yacían bajos las aguas noronhenses.

Tomaron asiento en el sofá redondo en color blanco que bordeaba la gran cúpula de cristal, y desde ese instante se convertían en testigos de las más hermosas especies marinas.

Los guías especializados explicaban cada una de las especies, además del delicado ecosistema de las costas y por qué la infinita preservación del mismo.

Rachell miraba atenta y se maravillaba con lo grandiosa que era la naturaleza. Una hora y media por las costas le llevó a descubrir especies marinas que no conocía, peces con brillantes y llamativos colores, tortugas inmensas que parecían estar ahí desde la época de la prehistoria, otras más pequeñas y menos extrañas. El corazón se le instaló en la garganta cuando un tiburón les mostró muy de cerca sus dos hileras de dientes. Sabiendo que no podía hacerles daño, el solo hecho de verlo tan de cerca le heló la sangre.

De regresó al puerto, subieron a otra embarcación, un bote que lo llevaría a recorrer algunas de las islas que formaban parte del archipiélago, y que estaban completamente deshabitadas, por exigencias gubernamentales.

Rachell admiraba los destellos que el sol le sacaba al agua, mientras le calentaba la piel y la brisa se estrellaba contra su rostro, mientras Samuel hacía fotografías.

A medio camino, la embarcación se detuvo, concediéndoles la oportunidad para que se refrescaran un poco.

—Vamos al agua —le dijo Samuel quitándose del cuello el cordón de la cámara fotografía y la dejó encima del bolso que Rachell había llevado.

—No, aquí estoy bien.

—No me digas que tienes miedo de bañarte en pleno océano —se burló, mientras se quitaba la bermuda y se quedaba con el sunga en color azul marino, que se le ajustaba perfectamente al cuerpo, mostrándolo realmente provocativo para cualquier ojo femenino.

—No, realmente no tengo miedo, es que no quiero broncearme más de la cuenta.

—Vamos Rachell, no sabes de lo que te pierdes. Ven mi amor —le pidió tomándola por una mano y con la otra le soltaba el nudo al canga que llevaba amarrado y cruzado al cuello, dejándola con el traje de baño de dos piezas, la parte de abajo era blanca y los triángulos en sus senos tenían la bandera de Brasil.

Rachell observó cómo algunos niños sin el mínimo temor, se lanzaron al agua, suponía que no debía temer, si se habían detenido en ese lugar, era porque no había ningún tipo de peligro.

—Está bien, pero solo uno minutos.

Como respuesta recibió un sonoro beso en la mejilla, y él la guió hasta donde estaban las escaleras, se lanzó al agua y a los segundos emergió, nadando hasta las escaleras, para desde ahí ayudarla, también recibió la colaboración de un hombre que aparentaba tener unos cincuenta años.

—Gracias —le dijo aferrándose a la mano de él, mientras bajaba con total cautela las escaleras, donde Samuel la recibió.

El agua estaba fría y eso hizo que los labios empezaran a tiritarle, siendo el blanco de burla de su esposo, que soltó una carcajada.

—En segundos te acostumbrarás —aseguró mientras la ayudaba a mantener a flote—. Vamos  abajo.

—Ok, dame tiempo para llenarme de valor.

—Todo el que desees, mi vida.

—Estás muy adulador, como se nota que quieres convencerme de que esté aquí contigo —con un manotazo le lanzó agua en la cara, mientras reía, y se sumergió nadando un par de metros, temía alejarse más de la cuenta.

Samuel la alcanzó abrazándola por la espalda, mientras le acomodaba los cabellos, le dio varios besos en el hombro y mejilla.

A muy pocos metros de ellos, vieron un par de aletas acercarse, y Rachell no pudo evitar llenarse de pánico, aún tenía muy viva la imagen de las dos hileras de dientes del tiburón, por lo que rápidamente se volvió.

—Tranquila, son delfines y no se acercaran —intentó tranquilizarla Samuel.

—Como sea, prefiero regresar al barco —pidió llena de miedo, y sin esperar a Samuel nadó de regreso a la embarcación.

Él sin pensarlo siguió a Rachell que se aferraba a las escaleras, a la espera de que su esposo la ayudara a subir, cuando vio bajo sus pies a uno de los delfines, atacada por el miedo se aferró a la baranda de acero inoxidable.

—No se mueva, quédese tranquila, que no le harán daño —le informó el hombre que la había ayudado a bajar las escaleras.

Ella quería creerle, pero sintió la piel suave del delfín rozarle la parte baja del vientre, y temió que la golpeara.

Samuel llegó hasta ella, y el animal se alejó, pero no por mucho tiempo, volvió a rozarle con el hocico la barriga.

—Sácame de aquí —le suplicó a Samuel con la voz ronca por el miedo, sentía que el corazón iba a ahogarla con sus latidos desbocados.

—Tranquila, no hagas movimientos bruscos —intentó asegurar Samuel pero él también temía, porque eran delfines que no estaban domesticados.  

—No le hará daño, déjelos tranquilo —le pidió nuevamente el hombre—. Déjela dentro del agua, se han acercado por los latidos de la criatura, están creando conexión con el bebé a través de las ondas sonoras, es muy bueno para su hijo.

—¿Qué debo hacer? —preguntó Rachell apenas posando su mirada en el hombre.

—Tiene que tranquilizarse, porque está alterando los latidos del bebé y es por eso que los mantiene cerca, los delfines están intentando calmarlo. Siéntese en las escaleras.

El hombre le explicaba, mientras todos en el barco admiraban maravillados lo que para ellos era un tierno espectáculo.

—Usted siéntese en las escaleras y sostenga a su esposa —le pidió sonriente a Samuel.

A él no le quedó más opción que acatar la petición del hombre. Se sentó un escalón más arriba que Rachell y ella de espaldas a él se sentó un poco más abajo, mientras sentía que todo el cuerpo le temblaba.

—Shhh, tranquila, tranquila —le pidió Samuel al oído al sentir lo temblorosa que estaba.

Los delfines pegaron los hocicos en la barriga de Rachell y la acariciaban, mientras emitían sonidos como si los dientes les castañearan.

Samuel más aventurero, extendió la mano y empezó a acariciarle con cuidado el melón, el cetáceo no se alejó. Era como un intercambio, él dejaba que Samuel lo tocara, mientras él se deleitaba acariciándole la barriga a Rachell.  

—No te hará daño, tócalo —le pidió Samuel, con una gran sonrisa, el animal se había ganado su confianza.

Rachell temerosa empezó a tocarlo, solo con las yemas de sus dedos, sintiendo como la piel suave y babosa del animal, que empezaba a tranquilizarla.

Alrededor de quince minutos estuvieron permitiéndole a los delfines que se comunicaran con su bebé, según lo que les dijo el hombre. Rachell sonreía con las lágrimas arremolinadas en la garganta, pero ya no de miedo, sino de ternura, de lo increíble que podía ser la naturaleza y cómo esos delfines atendieron a los latidos de su niño o niña.

Cuando ayudaron a Rachell a subir, los tiernos animales solo nadaron hacia atrás, permitiéndole la retirada a ella, mientras movían sus cabezas alegremente y castañeaban los dientes con más fuerza, haciendo el sonido más audible, cómo si con eso estuviesen agradeciendo.

Siguieron con su recorrido, conociendo más del paraíso, cada islote tenía su historia y mito, en uno en particular, decían que la forma de su roca era de un dragón que se había convertido en piedra volcánica. No pudieron llegar porque estaba completamente prohibido el paso, a menos que fuese con fines científicos y para los cuales se requería una gran cantidad de permisos.

De regreso al puerto, decidieron ir hasta la playa y pasar el resto de la tarde, en ese lugar, almorzaron en el puesto del italiano Lucca. Casi con el ocaso sobre ellos, Rachell vio un par de Delfines y estaba segura de que eran los mismos con lo que había tenido contacto.

Esa madrugada y antes de tiempo, llegó al mundo la hermosa
Elizabeth, con un llanto que retumbaba en el lugar, mientras era arrullada por la canción interpretada por Lana Del Rey, Once Upon A Dream.

Samuel lloró por lo menos dos horas, sin poder creer que esa niña tan hermosa, vestida de un blanco virtuoso era de él, carne de su carne, sangre de su carne. Quería mirarla a los ojos y tener la certeza de que estaba ahí con él, pero era una dormilona que no se dejaba descubrir el color de la mirada.

Sonrosada, con unos labios rojos como una fresa y una boca pequeña, toda ella era tan diminuta, que solo se atrevía a acariciarla con las yemas de los dedos, mientras luchaba con sus ganas por  despertarla, pero debía dejarla dormir.  

Rachell ya estaba en la habitación y al igual que él admiraba a su niña. Ambos sonreían, incrédulos y al mismo tiempo fascinado.

—¿Cómo te sientes? —preguntó en un murmullo, sentado en una silla de ratán, no se atrevía a sentarse en la cama para no maltratar a su esposa.

—Cansada y un poco adolorida, pero eso no se compara con la felicidad que siento. Es demasiado hermosa nuestra Elizabeth, siempre me la imaginaba, pero nada se compara con la realidad.

—Parece una muñeca, es una hermosa muñeca —se puso de pie y caminó hasta la mesa donde estaba la cámara fotográfica.

—¿No crees que ya tienes suficientes fotografías? —preguntó sonriente, ya Samuel debía haberle tomado unas doscientas fotografías a su niña.

—Nunca serán suficientes —dijo y caminó de regreso a la cuna, hizo a un lado el dosel y la fotografío muy de cerca, le hizo al menos unas diez.

—¿Ya le avisaste a tu tío y a Sophie? —preguntó acomodándose un poco los cabellos, al ser ella el blanco del lente fotográfico de Samuel.

—¡No! Mierda, lo olvidé por completo —dejó la cámara sobre la mesa y salió corriendo a la planta baja a buscar el teléfono, sin saber dónde estaba. 

Rachell contuvo la carcajada para no lastimar los vestigios del parto, se tanteó el vientre, mientras respiraba profundo para no reír, y volvió la mirada una vez más hacía su nena, que la tenía muy cerca.

Nunca pensó sentir esa sensación que le invadía el pecho, era algo que abarcaba todo, Elizabeth, era el resultado de su más grande amor, ¿cómo no amarla más que a ella misma?

Samuel regresó y caminó por toda la habitación en busca del teléfono móvil.

—Está en la terraza —le dijo ella al recordar que lo había dejado ahí la noche anterior.

—Gracias —casi corrió a la terraza y agarró su móvil, que aún tenía pila para al menos una llamada.

Marcó al número móvil de su tío, para no perder tiempo en que se lo pusieran al teléfono. Después del segundo repique se dejó escuchar la voz de Reinhard Garnett.

—Samuel, ¿pasó algo? —preguntó el hombre al otro lado de la línea.

—Ya soy padre, soy padre, tío —dijo ahogando una carcajada de felicidad y también reteniendo las lágrimas que se le anidaban en la garganta.

—¿No era para la próxima semana? Ya mismo salimos para allá.

—Se adelantó. Tío, tengo a una niña hermosa, parece una muñeca. No puedo creer que haya hecho algo tan bonito.

—Que no la hiciste solo, si es hermosa es porque se parece a la madre —dijo sonriendo, sintiéndose realmente feliz, por ese que era más que sobrino su hijo, y volvía a convertirse en abuelo, por tercera vez y de su primera nieta.  

—Se llama Elizabeth —la voz se le quebró y no pudo retener el sollozo—. Rachell, quiere que la llamemos como mi  mamá —mientras se limpiaba las lágrimas.

—Es un nombre hermoso, seguro será igual a la abuela —aseguró con voz ronca—. Estoy seguro de que mi hermana estaría muy feliz, por ver a su niño convertirse en padre. ¿Estás feliz?

—Nunca en mi vida lo había estado tanto. No sé qué hacer con esta felicidad que se me desborda.

—Solo debes vivirla. Quien te viera ahora, cinco años atrás rechazabas la idea de ser padre.

—Creo es que mi momento perfecto para ser padre —dijo riendo y escuchó el característico sonido del teléfono a punto de apagarse por lo que se apresuró—. Tío, estoy sin batería.

—Nosotros salimos esta misma tarde para allá.

—Lo espero —finalizó la llamada y caminó de regreso a la habitación en busca del adaptador de electricidad, para poner a cargar el teléfono, ya que Noronha solo contaba con voltaje 220.

—Vienen esta tarde —le comunicó a Rachell, mientras conectaba el teléfono.

—Que bien, así Sophia podrá ayudarme un poco —expresó y se notaba agotada.

—Será mejor que duermas —aconsejó acariciándole la frente con ternura.

—Tú también deberías hacerlo. Ven aquí —pidió palmeando a un lado de la cama.

—No quiero lastimarte.

—No lo harás.

Se acercó a la cama y con mucho cuidado se acostó al lado de su esposa, temiendo hasta respirar para no hacer ningún movimiento. Ella le agarró la mano y se la llevó  a los labios, regalándole un beso en el dorso.

—Gracias por brindarme tanta fuerza, si no hubieses estado alentándome, seguramente no lo hubiese conseguido.

—Estoy seguro que lo hubieses conseguido, eres realmente fuerte, estoy muy orgulloso de ti, realmente estoy orgulloso —aseguró y esta vez era él quien se llevaba la mano de su mujer a los labios.

No necesitaban prender el aire acondicionado, tenía un ventilador que colgaba del techo y la brisa marina se colaba en la habitación a través de las puertas abiertas.

Rachell se quedó dormida a los pocos minutos, pero a él, por más que le pasaran los párpados y se sintiera cansado, la adrenalina que hormigueaba en su cuerpo no le permitía dormir, tampoco quería  a hacerlo, porque su mirada de soslayo, no podía apartarla de ese pedacito de cielo que estaba a muy pocos pasos de él.

Y  cómo si fuese un tonto pedazo de metal y ella un gran imán, no pudo mantenerse acostado por mucho tiempo, se levantó y caminó hasta la cuna, volvió a ubicarse en la silla de ratán y miraba atentamente, si estaba respirando o no, una extraña preocupación lo invadía, y quería supervisar cada signo vital de su pequeño tesoro. Por más que la mirara, le costaba creer que pudiera existir algo tan hermoso.

Estaba acostada de medio lado y él debía agazaparse en la silla para poder mirarle la cara, eso no era suficiente con cautela introdujo una mano a través del dosel, y la acercó a la nariz de la niña para sentir su respiración. No le bastaba solo verle el influjo en la espalda.

Esa pequeña bolita blanca empezó a moverse, captando por completo la atención de su padre, que rió divertido al verla bostezar y abrir los ojos, pero por muy poco tiempo, era como si la luz le molestara.

¿Quién podía controlar al padre orgulloso y deseoso que era? Nadie, absolutamente nadie podía detener sus impulsos por querer cargar a su niña, unos pocos minutos después del nacimiento no habían sido suficientes, y en ese preciso momento no anhelaba nada más que acercarla a su pecho, cada segundo que se mantuvo dormida suplicó porque despertara, solo para vivir ese instante en que se ponía de pie y con mucho cuidado la cargaba.

Ella, gimió bajito al sentir las manos de su padre elevándola y se removió gustosa. Justo como una de las señoras que había atendido el parto de Rachell le había explicado, le sostuvo con mucho cuidado la cabeza y el cuerpo. Era tan pequeña que perfectamente cabía en sus manos.

No quería despertar a Rachell, por lo que se escaparía con su niña, con una frazada se la llevó a la terraza y se sentó en la hamada, no le hacía falta mirar al paisaje, eso no era más hermoso que su pequeña.

—Mi mariposita —sonrió enternecido mientras le acariciaba la sonrojada mejilla con la yema de sus dedos. Ella apenas espabilaba queriendo mirarlo, pero aún no se acostumbraba—. Que hermosa eres, desde este instante mi vida te pertenece, juro que te cuidaré con mi alma, nunca nada malo te pasará, velaré cada segundo de tu tiempo, cada latido —susurraba y en el momento en que ella se le aferró a uno de los dedos, era como si acordara ese pacto, provocando que la garganta de Samuel se inundara—. Eres perfecta, mi Elizabeth… Me robaron la oportunidad de presentarte con tu abuela, pero sé que está aquí admirando lo hermosa que eres. 

Se la acostó sobre el pecho y se mecía suavemente en la hamaca, mientras le acariciaba la espalda, viviendo a plenitud el momento, mientras dejaba que sus pensamientos volaran.

—Creo que tengo la canción para ti, pero no se lo digas a tu madre, porque seguro que no le gustará, será un secreto entre los dos, no soy bueno para las canciones de cuna, pero no creo que justamente una nana tenga que expresar el amor que siento por ti.

Mientras la suave brisa se arremolinaba en el lugar y el sonido del mar los arrullaba, empezó a entonar.

—When darkness falls

And surrounds you.

When you fall down,

When you’re scared

And you’re lost. Be brave,

I’m coming to hold you now.

When all your strength has gone

And you feel wrong,

Like your life has slipped away.

Cantó en un suave murmullo todo el tema y de vez en cuando la sentía removerse, sobre su pecho, estaba seguro que ella podía sentir los latidos embravecidos de su corazón, ese que estaba tan hinchado de orgullo que casi no le cabía en el pecho.

—Te mantendré segura, mi pequeña y tierna mariposa, mi Elizabeth.

Escuchó que llamaban a la puerta y con mucho cuidado se levantó, caminó a la habitación y dejó a la niña en la cuna, para poder ir más rápido a atender a quien llamaba y no despertaran a Rachell.

Snow esperaba sentado frente a la puerta mientras movía el rabo, por instinto Samuel le acarició la cabeza y abrió.

—¿Cómo está? —preguntó una de las parteras a la que tenía como cuatro horas sin ver.

Ella después de dejar a Rachell en la habitación y a la niña dormida, decidieron retornar a sus casas para descansar y dejar que la pareja lo hiciera.

—Bien, muy bien. La niña está despierta, pero mi esposa hace poco que se quedó dormida.

—Deberá despertar, tiene que amamantar a la pequeña, si ya nos falló el primer intento, seguramente ahora sí estará hambrienta.

—Sí, acompáñeme —pidió Samuel haciendo un ademán hacia el pasillo que conducía a las escaleras. Al llegar a la habitación, vio a la niña chupándose el puño, pero prefirió despertar a Rachell antes de cargarla—. Amor —susurró, mientras le acariciaba los cabellos.

La señora Cecilia, cargó a la niña, para hacerla sentir segura.

Rachell despertó ante las caricias y los susurros de Samuel, la molestia en su cuerpo, le recordaron que había dado a luz y que apenas había dormido menos de una hora. Se sentía cansada pero feliz, por lo que correspondió a la sonrisa que su Pantera le regalaba.

La señora Cecilia, le pidió al señor Garnett que se lavara las manos y le explicó cómo debía estimular el pezón de su esposa, para que fuese más fácil para la niña atraparlo.

Le hizo saber a Rachell, todos los procedimientos para evitar que se le agrietaran los pezones, y que lo mejor era, no solo ofrecerle el pezón sino también parte de la aréola, y que al momento de retirarla, metiera un dedo de por medio y así la niña no iba a tironear.

Samuel se quedó sentado al borde de la cama, atento a ese pequeño momento en que Elizabeth, se le aferró al pecho de su madre, no pudo evitar sonreír al escuchar cómo se alimentaba.  

Elizabeth llevaba nueve horas con ellos, y era momento de presentársela a Snow, que hasta el momento se había mantenido inocente de la llegada del nuevo miembro a la familia.

Rachell no podía bajar las escaleras por lo que Samuel, subió a Snow al segundo piso, ella esperaba sentada en el sofá de la sala de recibo, con la niña acostada sobre sus muslos.

Samuel sabía que Snow era realmente manso, sobre todo demasiado mimado por Rachell y que no se mostraría agresivo con Elizabeth, no obstante su instinto protector lo obligó a que le colocara la correa.

Desde la distancia Snow, miró extrañado a ese nuevo ser que reposaba sobre el regazo de su dueña y que como de costumbre le sonreía, alentándolo a que se acercara. Dudoso acortó el trayecto.

Samuel retenía por la correa a Snow, que empezó a olfatear la cabeza de Elizabeth.

—¿Te gusta? Es hermosa, verdad —le dijo Rachell acariciándole la cabeza, mientras el animal seguía olisqueando a la niña y gimió como una expresión de aceptación.

Rachell y Samuel sonrieron, al ver que Snow se echó en el suelo, sin dejar de rozarle con la nariz la cabeza a Elizabeth, atento a cada movimiento que la niña hacía.

El mágico momento fue interrumpido por una bocina de auto.

—Llegaron —dijo Samuel sonriente—. ¿Lo dejo o me lo llevo?  

—Déjalo, está más encantado con Elizabeth que nosotros.

Samuel le dio un beso en los labios a su esposa, y salió trotando, lo menos que quería era hacer esperar a su familia.

Al abrir la puerta, se encontró con su tío bajando del jeep, pero más que alegrarse por ver a Reinhard Garnett, lo hizo cuando vio a Thor. Su primo que había estado de viaje con Megan, habían regresado sin avisarle, suponía que iban a retornar a América en un mes.

Ambos se fundieron en un abrazo, mientras se palmeaban afectuosamente la espalda.

—Felicidades papá, desde ya entras al reglón de viejo verde.

—Cabrón —le dijo entre risas—. ¿Cuándo regresaste? —preguntó alejándose un poco y recibió el abrazo de su hermana a la que besó en los cabellos.

—Regresamos ayer, no llegamos a Nueva York, decidimos llegar a Río primero —explicó Thor, buscando la mirada gris de Megan.

—¿Por qué adelantaron el viaje? —preguntó realmente extrañado.

—No íbamos a perdernos este momento —contestó Megan aferrada a la cintura de su hermano.

Samuel alargó la mirada hacia Ian que se acercaba con Renatinho en brazos.

—¿Dónde está Liam y las gemelas? —preguntó al ver que faltaban los demás niños.

—Lo hemos dejado en la posada en compañía de Diogo y Gina —acotó Sophia acercándose a Samuel y dándole un abrazo.

—Van a volverlos locos —se carcajeó Samuel—. Al parecer hicimos viajar a todos.

—Casi todos, ¿cómo se portó Rachell? ¿Qué tan hermosa es mi sobrina? —preguntó Sophia.

—Rachell es una guerrera, se quejó menos que tú. Y Elizabeth es lo más lindo que he visto en mi vida —explicó con el orgullo a punto de explotar.

—Te recuerdo fiscal, que yo luché con dos. Estoy segura que debe ser hermosa, seguro que del padre no tiene nada —en medio de su burla arrugó la nariz y eso hizo que las pecas se le acentuaran.

—Para tu mala suerte es idéntica a mí.

—Entonces no es tan linda como dices —le palmeó el hombro y caminó hacia el interior del bungalow, ella no podía esperar para ver a su mejor amiga, en plan de madre.

Samuel en un gesto pícaro le guiñó un ojo a tu tío y se encogió de hombros, a la espera de ese abrazo.

—Muchas felicidades, hijo —declaró refugiándolo en sus brazos—. Estoy seguro que serás un buen padre.

—Voy a serlo, porque mi Elizabeth se lo merece —aseguró elevando un poco la barbilla en un gesto de valentía—. Todos los días me replantearé lo hermosa que es y que es mi deber protegerla.

—Hasta que se enamoré y ya no vea más por ti —azuzó Ian, queriendo molestarlo.

A Samuel una extraña sensación de pérdida devastadora lo azotó, y unos celos incontrolables se despertaron, rechazando la remota idea de que le quitaran a su niña. Pero no iba a caer en el juego de su primo.

—Igual seguiré siendo su padre, y ningún otro hombre será más importante que yo en su vida —condicionó levantando el dedo índice—. Y  estaré a su lado siempre, aún para sanar las heridas de su corazón si algún cabrón intenta lastimarla, no sin antes partirle el alma al hijo de puta.

—Le partirás el alma con el bastón —Ian siguió con su burla.

—No jodas, Ian —bufó, recibiendo a Renatinho que extendía los brazos hacia su tío, mostrándose feliz de verlo y sus hermoso ojos azules brillaban—. Crees que estás a salvo porque tienes dos varones, te recuerdo que a los hombres también nos rompen el corazón.

Ian soltó una carcajada, satisfecho por haber obtenido el resultado esperado. Thor lo acompañó en esa broma hacia Samuel.

Sophia subió las escaleras casi corriendo, encontrándose a Rachell sentada en el sofá, mientras cargaba a la niña y hablaba con Snow como si el animal pudiese entenderle.

—¡Fea! —chilló emocionada corriendo hacia su amiga.

—Sophie —se alegró, pero sabía que no podía levantarse y correr.

En muy pocos pasos Sophia la alcanzó y se sentó a su lado, fijando su mirada en la hermosa criaturita rendida en los brazos de Rachell.

—Es hermosa, parece una muñequita —le dio un beso a su amiga en la mejilla y en respuesta también recibió uno—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal fue el parto?

—Estoy agotada, tengo sueño, pero no puedo dormir, la adrenalina no me deja, solo he logrado descansar una hora. El parto fue horrible, no creo que tenga otro hijo, pensé que sería menos doloroso. Intentaba hacerme la valiente delante de Samuel, pero era caso perdido. Sin embargo creo que el  premio a mi esfuerzo ha valido la pena.

—No te preocupes por otro niño por ahora, creo que por un tiempo, al menos el primer año, la vida rondara en torno a la niña y hasta los encuentros sexuales, serán esporádicos.

—Eso verdaderamente lo dudo, lo de los encuentros sexuales —aclaró con una sonrisa y con la yema de su dedo le acariciaba el mentón a su pequeña—. ¿Quieres cargarla?

—¡Claro! Está gordita.

—Comí sin remordimientos las últimas semanas —le confesó mientras le bajaba la camiseta a su niña.

—Por cierto te hemos traído cositas femeninas, porque necesita un poco de color.

—Gracias, loca —le frotó el hombro en señal de cariño—. ¿Y las niñas? Diles que suban que quiero verlas.

—La he dejado en la posada con Diogo y Gina, ellos vendrán mañana comprenden que debes estar cansada.

—Hubiese traído a las niñas.

—Después, creo que terminaran por volverme loca, son tan tremendas, me agotan, ya los días no me rinden —torció la boca en un gesto divertido al ver la cara de Rachell—. Supongo que  no es mucho lo que te estoy alentando.

—No mucho —se rió.

—Tal vez estoy exagerando —le guiñó un ojo y le sonrió con total sinceridad—. Son mayores los hermosos momentos que nos regalan. Si me dieran la oportunidad para cambiar algo en mi vida, definitivamente la rechazaría, porque todo es perfecto, creo que hasta de los malos momentos he aprendido cosas buenas.

—Tienes razón, aunque muchas veces extraño a Oscar, no puedo olvidarlo, está mañana anhelé poder ver su rostro, intenté imaginar qué cara pondría al ver a Elizabeth. 

—Estoy totalmente segura de que estaría muy feliz —suspiró, para no llorar.

El melancólico momento fue interrumpido por Samuel en compañía de los visitantes.

Rachell recibió, felicitaciones, besos y abrazos de todos. Además de varias bolsas de regalos en los que reinaban ropas, mantas, biberones y muchas cosas más, en colores muy femeninos.

Megan se apoderó de la niña, sintiéndose muy feliz, pero al mismo tiempo la golpeaba la triste realidad, ya llevaba más de un año intentando salir embarazada y sus esperanzas se habían hecho polvo varias veces, algunas cuando los retrasos menstruales llegaban a su fin, y otras tantas cuando los test le gritaban a la cara que no estaba embarazada. Sin embargo intentaba mantenerse fuerte por Thor, porque él se mostraba incondicional con ella.

Se dio cuenta de que a dónde caminara, Snow la seguía y no pudo evitar reír, era como si la estuviese vigilando. Lo confirmó cuando tuvo que dejar a la niña en la cuna, y entonces el canino se echó a un lado, vigilando el sueño de Elizabeth.

Miró a la niña por largo rato y después decidió salir, quería estar sola y liberar a través del llanto la impotencia que sentía, suponía que no debía sentirse de esa manera porque era la felicidad merecida de su hermano, pero no podía evitarlo, ya se había sentido así cuando nació Renatinho.

Todas las nueras de Reinhard podían darle nietos, menos ella, y estaba segura de que tarde o temprano, le reprocharían por negarle a Thor el derecho de convertirse en padre.

Aprovechó, que todo estaban entretenidos conversando, acerca de la experiencia que tuvo Rachell con los delfines, para no ser vista en su huida.

Se fue al porche y se sentó en el huevo de ratán que colgaba del techo, donde sin poder soportar más sus pena, se echó a llorar, porque deseaba ser madre.

—Meg, esposa mía —Thor la sorprendió y ella empezó a limpiarse las lágrimas. No quería que la viera llorando.

Megan no sabía que su esposo estaba atento a cada uno de sus pasos, porque era consciente del sufrimiento que la embargaba. Por lo que apenas la vio salir, esperó un par de minutos para no ser tan imprudente, y la siguió.

—Es hermosa Elizabeth —dijo con la voz quebrada, pero sonreía intentando ocultar su conmoción.

—Sí, es hermosa, se parece a Rachell —dijo sentándose en una de las sillas de ratán y acercándose a ella, le agarró las manos, mientras observaba como le temblaba la barbilla—. Todo estará bien, ya verás —intentó colocarle un mechón de cabello detrás de la oreja, pero Megan no se dejó.

—Sabes que no va a estar bien, que nunca estará bien —una vez más el muro de contención se hizo polvo y las lágrimas salieron al ruedo—. No intentes tapar el sol con un dedo. Thor te entusiasmas con los niños y…

—Y nada —la detuvo—. Nada Megan, sí me entusiasmo, porque son mis sobrinos, pero eso no quiere decir que esté desesperado por tener un hijo.

—¿Por qué me mientes? —reprochó ahogada por un sollozo—. No lo hagas por hacerme sentir bien, porque solo empeoras las cosas, no te muestres pasivo ante tus deseos, exígeme que te dé un hijo. ¿Por qué no te molestas cuando derrumbó tus esperanzas, cada vez que los test dan negativo?

—Porque soy paciente, porque los dos estamos luchando con esto, y no te voy a dejar sola, para eso somos una pareja. Estoy seguro de que vamos a tener un bebé, pero solo cuando sea el momento justo.

Antes de que Megan pudiera rebatir la respuesta de su esposo, escuchó unos pasos provenientes del interior del bungalow, por lo que se puso de pie y casi corrió a la salida. Thor inmediatamente se puso de pie.

—¿Pasa algo? —preguntó Samuel asomándose al porche.

—No, nada. Todo está bien —aseguró Thor, fingiendo una sonrisa.

—¿Seguro? —inquirió en alerta al ver a Megan alejarse.

—Sí, es que vamos a la playa, regresamos en un rato —se encaminó para seguir a su esposa.

—Tengan cuidado —pidió, tratando de parecer normal, sin embargo era plenamente consciente de que las cosas entre Thor y Megan no estaban bien.

Ya tendría tiempo para hablar con su primo y pedirle que le fuese completamente sincero.

Continuará…

PlayList

Baby did a bad bad thing: Chris Isaak.

AEIOU Capoeira: Pretinho.

Pra poder te amar: Martinho da Vila

Tu és o maior amor da minha vida: Silvinho.

Corra, Corra: Aviões do Forró.

Can't take my eyes off you: Lady Antebellum.

I won't give up: Jason Mraz.

Once Upon A Dream: Lana Del Rey.

Follow me: Muse.

[1]

Calça de capoeira:

Pantalón  para la práctica de capoeira, que permite los movimientos exigidos por el deporte.

[2]

Sunga o Zunga:

es un bañador o traje de baño masculino apegado al cuerpo. Muy resistente al calor y al agua, normalmente tiene un cordón para afirmar a la cintura

[3]

AXÉ:

En Capoeira hace referencia a la buena energía.

[4]

Bamba:

Es como se le define a los expertos en capoeira.

[5]

Canga o Faralao:

reemplazo de toallas para los brasileños, cuando van a la playa.

[6]

Aceite de dendê:

Aceite de Palma.

[7]

Açaí:

Es el fruto de una palmera que crece únicamente en estado silvestre, en la selva Amazónica en  Brasil.

[8]

Bolo de rolo:

Postre hecho con harina de trigo y relleno de dulce de guayaba, originario de Pernambuco.

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