20.
Akaashi estaba parado frente a la puerta de Shoyo, se preguntaba si debía tocar, abrir y llamarlo en un tono bajo o dejar que se despertara por sí mismo. Se cuestionó cómo tendría que ser cuando vivieran juntos, tal vez en las mañanas de escuela podría llamarlo dulcemente.
Abrió la puerta y se enterneció cuando vio que sólo se veía un cabello revuelto en la almohada. Apoyó su mano en la zona que creyó que estaba el hombro y sacudió suavemente.
—Despierta, Shoyo, ya salió el sol— su tono fue suave, amoroso, buscando hacer sentir cómodo al niño.
El cuerpecito se removió bajo la cobija, sacó los brazos y las empujó para liberar la mitad de su torso.
—Buenos días— dijo adormilado.
—Buenos días— peinó los cabellos con la mano— Te espero en el comedor.
Había preparado unos huevos y hotcakes, Bokuto le había dicho que era su desayuno favorito. Esperó pacientemente, con una extraña emoción, Shoyo apareció con sus pantuflas de pollito, se tallaba sus ojos y la pijama con estampado de pelotas de vóley le hacía ver demasiado apachurrable, pero debía controlarse, no sabía cómo se sentiría el niño.
—Se ve rico— dijo cuándo se sentó frente a la mesa.
—Espero que te guste.
Le miró atentamente hasta que comió el primer bocado, Shoyo le mostró el pulgar arriba y continuó comiendo. Akaashi nunca se había planteado tener hijos, porque sabía que por lo menos de forma biológica era imposible y los procesos de adopción eran lentos y más para alguien homosexual. Cuando Bokuto le propuso vivir juntos, sabía que Shoyo venía incluido, no le molesta, quiere a Shoyo, pero no sabe qué hacer con un niño propio, una cosa era ser maestro de preescolar y otra criar a uno.
—¿Qué te gusta hacer? — preguntó, pues la verdad quería pasar bien el fin de semana.
—Me gustan muchas cosas, los videojuegos, el voleibol, cocinar postres— Terminó de enumerar y sonrió dulcemente.
—La pasaremos bien, pequeño Shoyo.
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