Ser la elegida (Segunda Etapa)
Ítaca abandonó la universidad ensimismada. No dejaba de darle vueltas a la manera de lograr que alguien como Raquel quisiera entrar a trabajar en Mengod&Asociados; porque si algo tenía claro la pelirroja es que no iba a renunciar a su Alicia...
Por su lado Raquel, terminado su almuerzo, se vio incapaz de continuar con su tesis y regresó a casa. La cabeza no dejaba de darle vueltas y tras saludar brevemente a sus padres, se encerró en el que era su dormitorio.
Ellos, aunque extrañados de la temprana vuelta de su hija, no preguntaron nada.
Muy pronto se habían dado cuenta de lo especial que era Raquel y preferían respetarla sin agobios. Sabían que amar, no es solo querer sino que sobre todo es tratar de comprender al ser amado.
Así que la apoyaban lo mejor que sabían, fomentando tanto como pudieron esa brillantez que su hija demostraba en los estudios. Lamentaban no haber podido comprarle más libros ni llevarla a una escuela más especializada pero el presupuesto de la familia siempre había sido muy limitado.
Así que las bibliotecas públicas fueron su segundo hogar. Su madre, además, siempre se ocupó de hablar con tutores y profesores para que no obligaran a su hija a estar en el curso que, por edad, le correspondería.
Gracias a eso, la carrera académica de su hija fue meteórica y excelsa, eclipsando así las relaciones sociales en las que Raquel no se desenvolvía nada bien.
Aunque en ese momento nada de eso preocupaba a Raquel, que tumbada en la cama, estaba experimentando algo que jamás había experimentado. No podía quitarse de la cabeza a la mujer pelirroja.
Por primera vez en sus diecinueve años de vida, sentía curiosidad e interés por otro de sus congéneres. Por primera vez, no la habían tratado como una niña rara, ni le habían hecho preguntas estúpidas. Por primera vez se había sentido fascinada a unos niveles que ni ella misma creía capaz. Y eso la puso nerviosa.
Ninguna de sus novelas favoritas, ningún libro de fórmulas matemáticas, ni los acertijos de lógica que tanto le gustaban, conseguían calmarla y no lograba olvidar esos ojos castaños que la habían mirado sin dobleces.
Quería saber quién era esa mujer, aunque no tenía ni una pista... Repasó la conversación un millón de veces, pero fue inútil, ni siquiera sabía su nombre. Y por primera vez supo, que ni con toda su inteligencia y conocimientos podría encontrarla.
No le quedaba más remedio, pues, que olvidarse de esa mujer...
Aunque la vida iba a demostrarle que a veces, no todo depende de uno mismo, que hay que confiar en el destino.
Al cabo de unos días, en casa de los Salazar, llegó una carta dirigida a Raquel.
Era de la multinacional Mengod&Asociados y le informaban que gracias a su expediente académico estaban interesados en ofrecerle un puesto de trabajo que tendría numerosos beneficios para ella. La carta incluía una pequeña nota manuscrita de su vicepresidenta de operaciones, Ítaca Mengod, acerca de que la empresa estaba dispuesta a negociar todas y cada una de las condiciones de su contrato para que Raquel no rechazara el puesto.
Ítaca había dudado mucho sobre si incluir o no esa nota, pero al final pensó que a su Alicia no le gustarían los subterfugios y las palabras banas. No quería ser el conejo blanco del libro.
Maribel obligó a su hija Raquel a ir a la peluquería y le compró un traje nuevo "para dar buena impresión", a pesar de sus reticencias.
—Mamá, tengo que impresionarles con mis conocimientos, no con mi aspecto—rezó Raquel.
—No está de más, Quelita —contestó enérgica su madre, usando el diminutivo cariñoso que empelaban con ella.
—No tenemos dinero para este dispendio —protestó una vez más, pero Maribel le dio un beso en la sien y con esto, zanjó toda discusión.
Al día siguiente, Raquel se presentaba puntual en las imponentes oficinas de la multinacional con su nuevo aspecto; algo nerviosa porque no disponía de experiencia previa en el campo laboral y además tendría que lidiar con gente, y la gente no era lo suyo; la aburrían sobremanera las conversaciones protocolarias, las preguntas superfluas y todo lo que estuviera relacionado con socializar; tampoco la tranquilizaba que la oportunidad que le brindaban, si bien parecía inmejorable, había sido ofrecida sin ni siquiera una entrevista previa. Pero sus padres necesitaban que ella aportara todo lo posible a la economía familiar y no podía negarse, al menos, a acudir a la cita.
La sorprendió gratamente que nada más entrar y decir su nombre, la recepcionista abandonó su puesto de trabajo y la condujo directamente, sin obligarla a intercambiar ningún tipo de conversación baladí, a un despacho. Tocó la puerta, la hizo pasar y despareció por su espalda.
Y entonces, al mirar al frente, la vio.
Ahí estaba ella.
Con su sofisticado maquillaje, sus ojos castaños perfilados y esa mirada penetrante. La mujer, que a pesar de su empeño, no había dejado de colarse en su mente una y otra vez a todas horas desde la semana anterior.
—Hola, Alicia —saludó ésta con una sonrisa pícara —, el otro día no tuve ocasión de presentarme. Soy Ítaca Mengod y voy a ser tu nueva jefa.
Raquel, sintiendo de pronto un extraño calor que le subía por las entrañas, no pudo evitar replicar con una sonrisa mordaz:
—Eso será si acepto el puesto... ¿verdad?
Ítaca soltó una carcajada y asintió con la cabeza.
—Entonces... tendré que emplearme a fondo con esta negociación.
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