Parte 8
Recuerdos:
Después de la primera noche en su casa, Claire y yo nos volvimos prácticamente inseparables. Comíamos juntas, pasábamos el día cuchicheando en la escuela y, por supuesto, íbamos a clase de ballet juntas. Claire, Anni y yo éramos las mejores de la clase. Las demás chicas nos miraban. Pero incluso Anni sabia que Claire y yo éramos amigas intimas. Nuestras madres se turnaban para llevarnos en coche a clase. Después del ballet, íbamos a casa de una o de otra, según quién nos recogiera, y pasábamos allí la tarde.
Una vez estábamos en mi casa y cuando la señora Hurley llegó para recoger a Claire, mamá estaba buscando cualquier excusa para retrasar el rellenar su solicitud de entrada a la universidad.
- Deja que terminen de jugar. ¿Te gustaría una taza de café? -le dijo a la señora Hurley.
- Genial -dijo la señora Hurley sonriendo.
La señora Hurley parece una modelo. Las personas guapas, como mi padre, intimidan a mamá. Sacó su mejor juego de tazas, las que ha heredado de sus padres, las que no nos deja tocar nunca.
Claire y yo estábamos a media entrevista, en un programa imaginario, en mi habitación. Le estábamos explicando al público, mis muñecos de peluche, como nos sentíamos siendo las dos primeras bailarinas más guapas del mundo, como habíamos conseguido no sentir jamás celos la una de la otra, y cómo nos turnábamos en el papel principal.
- ¡Oh! Por supuesto que existen diferencias. Claire tiene el cuello más largo. -dije
Claire agarró el peine que usábamos para micrófono e insistió en que mi giro de pies era mucho mejor que el suyo.
Me encogí de hombros con humildad, y coloqué los pies con las puntas señalando hacia extremos opuestos de la habitación. Los peluches aplaudieron cuando cortamos la emisión para dar pasó a la publicidad. Puesto que una de las tres puertas de mi habitación da a la cocina, Claire y yo utilizamos el descanso en la entrevista para espiar a nuestras madres. Recuerdo perfectamente que nos sonreímos mientras esperábamos oír algún chisme jugoso de los mayores.
Mi madre hablaba de lo inmaduro que era mi padre, su tema preferido en aquella época (y en la actual también).
- De modo que decía que no sabía quien era. Yo le dije: «Eres el padre de dos niños, eso es lo que eres» -
- Claro -contesto la madre de Claire.
- Pero se fue. A la mañana siguiente, cargo el coche y se marcho -la voz de mi madre se quebró, como si fuera a llorar.
Oí que la señora Hurley exclamaba algo mostrándose comprensiva, luego, el ruido de la cafetera contra una taza. Yo tenía los ojos cerrados, y no sé lo que hacia Claire, pero ya no tenía ganas de reírme.
- Ahora esta por Los Ángeles, viviendo como un actor muerto de hambre -oí que decía mi madre.
- ¿Si? -pregunto la señora Hurley.
- Prefiero no hablar de ello -contesto mamá.
Rogué en silencio, con los ojos cerrados y los puños cerrados, para que la señora Hurley no la animara a hacerlo.
- ¿Los Ángeles? -pregunto la señora Hurley, como si aquella fuera la parte más increíble de la historia. Mire a Claire. Tenia el rostro escondido entre las manos.
Mi madre se rió pero, como siempre, pareció que hubiera tosido.
- Los Ángeles. Y mientras tanto yo no tengo ni para una lata de atún. Así que menos aún clases de ballet. Ya me han enviado tres avisos y me han dejado un mensaje en el contestador automático diciendo que, si no les llevo el dinero, que naturalmente no tengo, no van a dejar entrar a Génesis a la clase - dijo mi madre.
- ¡Oh, mi Dios! -susurro la señora Hurley.
Recuerdo sus palabras porque nunca había oído aquella expresión y pensé que era una expresión soez por el modo en que lo susurró: «Oh, mi Dios. » Mi madre no tenia por qué explicarle a aquella mujer sus problemas económicos. Parecía una niña. Daba la sensación de que necesitaba a un adulto que cuidara de ella. Yo solo tenía nueve años pero... ¿a quien más tenía?
Abrí la puerta contra la esquina de la mesa, la señora Hurley se asustó tanto que se derramó el café por encima del jersey blanco. "Que horror ",pensé. Ella se levanto. Mi madre también se levanto y fue a buscar un pañuelo de papel que, por supuesto, no serviría de nada.
- Odio el ballet -le dije a mi madre.
- ¡Génesis! -exclamo, y sonrió a la señora Hurley -. Tengo un quitamanchas que va muy bien. Lo siento mucho. Deje que...-
- ¡No bromeo! -grite mientras agarraba el trapo de la cocina que colgaba de la puerta del horno y se lo alcanzaba a la señora Hurley -. ¡Lo odio! Es muy aburrido. Si pudiera dejarlo seria más feliz del mundo. -
Estaba a punto de llorar, así que desvíe la mirada y vi a Claire, que seguía sentada con las piernas cruzadas. Llevaba unas medias de danza de color rosa pálido.
- Claire también quiere dejarlo. Lo odia tanto como yo, ¿no es cierto, Claire? ¿Claire? Me lo ha dicho. ¡Lo que pasa es que no se atravesar a decirlo! - dije. Su rostro se puso verde como sus ojos.
La señora Hurley se llevo a Claire de mi casa tan pronto como pudo. Ni siquiera termino de limpiarse el jersey. Mamá las siguió hasta el coche, ofreciéndole el quitamanchas.
Me encerré en el cuarto de baño. Mi madre llamo a la puerta.
- Desde luego, tienes el don de arruinar cualquier conversación -dijo.
Yo no estaba de humor para bromas.
- Al menos tengo algún don -respondí.
- ¡Eh! -mamá abrió la puerta y me encontró acurrucada en el suelo del cuarto de baño -. A veces deberías cerrar tu boca, señorita.
No había querido decirlo de aquel modo. Solo quise decir que me dejara en paz. De modo que añadí:
- No es nada personal -
-¿No? -se acercó con las manos apoyadas en la cadera. En aquella postura parecía muy potente y furiosa, aunque solo mide un metro sesenta, lo mismo que mido yo ahora.
- Quiero decir que... Me alegro de que pienses que tengo algún don. -dije
Mamá me miro con desdén.
- No lo he dicho como un cumplido. -
- ¿En serio? -en aquella época nos llevábamos bastante mal. Bueno, tampoco es que ahora congeniamos perfectamente.
Se dio la vuelta, salio del cuarto de baño, cruzo mi habitación y fue a la sala de estar, dando portazos. Yo me quede sentada durante un rato. Me parece que incluso tomé un baño, pero tal vez sólo se trate de imaginaciones mías.
Lo siguiente que recuerdo es estar en la puerta de su habitación, ya tarde por la noche, y preguntarle si quería jugar conmigo al gin.
Le encantaba jugar cartas. Muchas noches me había quedado dormida escuchando cómo papá y mamá jugaban en la mesa. Me parece que entonces lo pasaban muy bien.
- Odio jugar al gin con siete cartas -gruño mamá.
Tenía la televisión encendida y se había tapado con el edredón. Sobre la mesita de noche había un vaso de yogur y una cuchara dentro.
- Ahora ya puedo sostener diez cartas a la vez -dije mientras alzaba la mano para enseñarle lo mucho que me habían crecido. Recuerdo que pensé: "Me da igual todo pero... no me odies.»
- Muy bien -dijo mientras extendía la mano hacia la mesita de noche donde guardaba las cartas, en la caja de piel marrón que mi padre le había regalado, cuando iban al instituto juntos y estaban locamente enamorados.
-¿Quieres que te enseñe un truco? -le pregunte mientras pensaba que tal vez un poco de magia la animaría.
-¿No podemos limitarnos a jugar? -
- Claro. De todas formas es un truco tonto -dije
Jugamos varias partidas. En una ocasión se me cayeron todas las cartas. No me grito, simplemente las recogió y dijo que, de todas formas, no tenia nada, y que le había hecho un favor.
- De nada. ¿Papá y tú tenían un confidente? -dije
- ¿Que? -
- Nada -dije rápidamente, y me volví para mirar el anuncio de un chocolate que daban por la televisión.
- ¿Génesis? -mamá barajo las cartas.
- ¡Nada! -la mire con mi expresión dura.
Empezó a repartir las cartas.
- Acerca de lo del ballet...-
-Lo odio -conteste tan deprisa como pude - ¿No me toca repartir a mi?
Recogió las cartas y me paso la baraja.
- Gracias -susurro.
En aquel momento empezaba una película. Las dos nos volvimos hacia el televisor y vimos el principio. Me esforcé para concentrarme de nuevo en las cartas. Mamá llevaba tiempo jugando solitarios; la había oído barajar las cartas.
- ¿Quieres que paremos un rato y veamos esta película? -me preguntó.
Me encogí de hombros.
- Me da lo mismo -
- Pues yo si -dijo
Recogió las cartas y las volvió a guardar en la caja de piel. Metí bajo el edredón con ella y vimos la película.
Aquella noche me quede dormida en su cama, y jamas volví a ponerme las zapatillas de ballet. No quería herir a mamá.
Fin de los recuerdos
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Evidentemente, Claire no dejo el ballet cuando yo lo hice. Este verano ha pasado al nivel superior, lo que significa que tendrá que ir a clase cinco veces por semana. Estaba tan orgullosa que me alegre por ella, a pesar de que tuve que recordarle que no podría jugar al fútbol como hacen las personas normales. Me pregunto si eso le molesto. Pero ella sabe que sólo se lo digo porque me gusta que sigamos siendo inseparables como hemos sido siempre. Pensé que ya lo sabía.
Claire jamas le contó a nadie la verdadera razón por la que deje el ballet. Le dijo a Anni que me aburría, y Anni puede pensar lo que quiera. Claire y yo siempre hemos pensado que Anni es muy aburrida. Mi postura era mejor que la de Anni. Ella estaba celosa por esto y por mi amistad con Claire. Yo también podía haber llegado a ser una primera bailarina.
Emma esta enseñando su llavero y nos explica que tiene dos casas, la de su madre y la de su padre, y que le resulta bastante duro porque jamas sabe dónde tiene los zapatos ni a quien debe pedirle que le firme los permisos de la escuela, pero al menos le dejan que se lleve a su perro. Al oír aquello, todo el mundo sintió vergüenza ajena.
Eran cosas demasiado personales. Emma es una chica muy agradable, pero no es muy lista.
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