esos días
Esos días.
septiembre, 2019.
Oxigeno entra y sale por esos dos orificios de tu nariz, pero no hacen gran diferencia en nada, pierdes la cuenta de las veces que parpadeas y las veces que tu lengua pasa por tus labios resecos, tu garganta arde al igual que tus ojos. Suspiras las veces que sean necesarias para darte cuenta de que estás despierta, pero eso no basta; la cortina es removida y enseguida los rayos de luz atraviesan la ventana así como lo hacen los pensamientos malos al martillar tu cabeza. Pones la pesada almohada sobre tu rostro con el deseo de volver a ese sueño extraño e irreal, pero sabes que ya es tarde. Te obligan a responder a tu rutina la cual consiste en llenar el vacío con comida e ignorar los pensamientos con la primera tontería que llame tu atención en internet, y lo haces, lo haces porque no sabes qué más hacer. Suspiras otra vez y quizá sonríes al encontrarte con un vídeo sin sentido, pero el vídeo dura 5 minutos y tu alegría también.
No existe noción del tiempo para ti, no sabes cuántos días han pasado, los minutos e incluso las horas parecen pasar rápido, cuando en realidad cada segundo te carcome viva. Y cuando el calendario y el reloj te golpean hasta botarte fuerte al suelo, notas que han pasado días desde la última vez que cuidaste de ti misma, que estás usando la misma ropa de aquella selfie rara que te tomaste por aburrimiento el sábado pasado. Tal vez te avergüence tu estado, pero das click al siguiente capítulo de la serie que estás viendo y así sucesivamente hasta que aparecen los créditos en la pantalla oscura. Das click otra vez al mismo tiempo que suspiras.
No tienes el lujo de quedarte encerrada porque las responsabilidades te agarran y no tienes tiempo para dudar o pensar si las quieres hacer. Debes. Con dificultad tratas de ignorar la sensación de querer caer al suelo, ponerte en posición fetal y respirar pesado. Las puntas de tus dedos están helados al tocar el rímel y la brocha que ocultará las ojeras hinchadas y oscuras debajo de tus ojos cansados y la pequeña amenaza de acné que brota en tu barbilla y frente. Y cuando estás frente al portón de tu casa, bajo la brisa fresca de la mañana y el olor del césped cortado, lo que te enfrenta no es el miedo de salir al exterior, no hay hesitación que te pone nerviosa, lo único que hay es cansancio y rendición al hecho de que esto es lo debes de hacer. Pasas por todo mientras que en tu cabeza se oyen gritos de anhelo de volver a esconderte en tu cama en la oscuridad, cubrirte con las almohadas y sostenerte a ti misma.
El alivio llega al tocar el cerrojo de tu habitación después de haber drenado las pocas energías que hay en tu cuerpo, pero ahí no para nada, hay otras obligaciones que deben ser hechas, echar toda tu ropa en detergente porque no te has dispuesto a hacer nada en
semanas y las cosas se han acumulado. Y mientras cuentas las prendas de ropa al arrojarlas al balde, tu mirada no puede evitar desviarse al estante de madera con varias botellas de detergente y venenos, te le quedas viendo con los pensamientos podridos rondando por tu cabeza hasta que escuchas el agua rebalsarse de la pileta. Haces contacto visual con el diablo rojo en la primera repisa y quizá, solo quizá, hayas buscado en Google lo que pasa si ingresa a tu cuerpo, tienes las ganas de tomarle entre tus manos, pero estás demasiado ocupada quitándole una mancha a tu camisa favorita y tratando de luchar contigo misma.
Siempre regresas a tu cama y haces como si no existieras cuando la realidad es que te pesa todo y eso sí que no desaparece. La lucha interna contigo misma regresa cuando es hora de llenar tu estómago con comida y tienes que ir a la cocina, uno de los lugares que más te tienta; tomas con fuerza el mango del cuchillo al cortar rebanadas de queso, te quedas viendo el brillo en la hoja de metal, tu curiosidad pica y sin pensarlo colocas el filo en la palma de tu mano hasta llegar a tu antebrazo, la vena parece salir a saludar como si supiese tus pensamientos, pero un ruido en la sala te hace seguir con la labor de preparar tu cena. Y te la tragas mientras te debates qué series verás ahora para ahogar lo podrido en tu cabeza.
Estás consciente de que no hay algo bien contigo, que todo esto te puede llevar al último acto de tu vida, pero no lo controlas del todo, no tienes fuerzas en lo absoluto, sabes que estás en esa época, en esa temporada que quieres terminar con rapidez y no te sorprendes o sientes esa sensación de rareza porque esto ya lo has vivido antes, pero no logras recordar si es igual o peor, quizá es similar a aquella vez que intentaste asfixiarte en la ducha, pero no lo sientes así porque estás familiarizada con todo y nada es nuevo. Si eres honesta contigo misma, no sabes a qué le tienes más miedo, si a vivir, a morir o a ti. Es una duda con la que tienes que cargar para toda tu vida o el tiempo que esta dure, porque también estás consciente que tarde o temprano algo va a suceder. Y ahora que lo piensas mejor, siempre ha habido algo mal contigo, desde pasarte una aguja para perforarte la piel con aros o tinta, cortarte el cabello sin razonamiento y otras decenas de cosas extrañas que ni siquiera eres capaz de decir; estás trastornada y ya no buscas a quién echarle la culpa de todo porque has aceptado que es parte de ti y ahora tienes que lidiar con ello, así como también tienes que aprender a cargar con el pesado vacío dentro de ti.
Te agobia pensar en lo que pasaría si llegas a obedecer a tus pensamientos, te agobia un futuro donde ya no estarías, el futuro incierto en general te agobia, así que decides cambiar la playlist triste por una llena de música antigua y mientras escuchas las voces de gente que seguro ya están muertas, te preguntas cuánto van a durar estos días, hasta que es la 3AM y el sueño te gana, mandándote a dormir por fin. Y sin pedirlo, al día siguiente te espera lo mismo de todo lo anterior, como si estuvieses en un bucle.
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