Capítulo único: Sentimientos de Papel
Un día nublado y frío de invierno. Las calles empapadas por la llovizna de madrugada. El cálido sentir generado por dos cuerpos unidos en un abrazo desnudo. No existía forma de mejorar ese instante. O tal vez si, con una taza de café con leche compartida entre dos amantes.
Tal como la lluvia, ese momento tuvo que terminar con la salida del sol. Sol que a su vez era ajeno a aquellos momentos en secreto, llenos de sudor e ímpetu, que la luna deleitaba silenciosa, junto a las estrellas titilantes en el negro firmamento.
Ambos se mostraban ante el mundo como mejores amigos, hermanos de la vida y engranajes perfectos que se movían al compás del otro. Pero en compañía de las luces opacas y paredes frías de un cuarto escondido, las llamas de la pasión y las llamas del peligro se juntaban, envolviéndolo todo en destrucción.
Para cuando el ojo del sol se cerraba, solo un cruce de miradas bastaba para desatar el frenesí. En ese momento no importaba la cena especial hecha por la esposa de uno, ni tampoco el compromiso con los suegros del otro. Eran cuatro almas puestas en una ruleta, dos de ellas ajenas al juego, mientras que los otros tentando a la suerte y caminando por un filo cada vez más delgado. Siempre temiendo y teniendo presente que en el momento que salga a la luz sus pasiones secretas, todo sería tragado por el caos. Aunque ese temor a ser descubiertos sazonaba el ya gustoso y peligroso juego prohibido.
Mientras más osado se volvía ese acto profano, más alcance tendría su destrucción. Pero esos dos hombres con corazones negros, estaban poco a poco, con pasos lentos pero firmes, sembrando las hiedras venenosas que tarde o temprano terminarían asfixiando sus vidas y matando todo aquello por lo que tanto trabajaron.
Ninguno entendía la totalidad las razones que incentivaban a cometer ese acto tan riesgoso, que los llevaba a poner en riesgo todo lo que habían construido con sudor y esfuerzo. No había motivos aparentes para justificar el jugarse la vida por unos sentimientos tan ligeros como el papel.
Ellos no lo notaban, pero desde lo alto del cielo, la luna que había sido testigo silenciosa de sus noches de pasión, sabía con perfección lo que ocurría dentro de esos corazones ennegrecidos por el deseo. Pero prefirió guardar el secreto, más que nada, para que esos hombres comprendieran por si mismos que aquello que sentían el uno por el otro no eran volátiles sentimientos de papel, como pensaban. Si no que eran algo más bonito y a la vez maligno, que terminaría por destruir sus almas de un solo tiro.
Pero mientras eso no ocurriese, todo seguiría con normalidad. Como si lo que ocurría en la cama de un motel lejano era simplemente olvidado, como palabras llevabas por el viento. Una vez que el ojo del público los enfocaba, solo eran los amigos inseparables que la vida se encargó de juntar, era la actuación perfecta. Nada sospechoso o fuera de lo común surgía de mirarlos. Solo envidia por querer una amistad así de buena.
Ni siquiera las mujeres sospechaban de esa relación. No se imaginaban que detrás de esa máscara de mejores amigos, existía una turbia historia secreta, llena de besos desenfrenados y actos carnales perfumados con una imperceptible fragancia de amor. Ellas habían caído en esa falsa historia durante muchos años. No se les podía culpar, ya que el código entre ellos era muy estricto y claro. Cuando solo eran ellos dos, la realidad podía ser mostrada. De resto, el mundo se tenía que conformar con la falsa y convincente careta de amigos.
Pero como la vida se encarga de enseñarnos, ningún secreto es oculto eternamente y la caprichosa verdad siempre quiere hacerse notar. Es bien sabido que si se juega con fuego, se corre el riesgo de quemarse, y la confianza tiende a dar una falsa fragancia de seguridad. Ellos tentaron al destino muchas veces, poniéndose cómodos con el confort que daba la osadía. Olvidándose del temor y jugando a la ruleta sin detenerse a pensar en todo lo que podían perder. Pero finalmente la pasión pudo más que la razón, desencadenando así el inicio del caos.
Para cuando la caja de Pandora fue abierta, ya nada se podía hacer. La verdad que amenazaba con destruirlo todo, cumplió gustosa con su anhelo de desastre. Derrumbando la torre creada con mentiras y secretos. Quedando solo las ruinas de aquello que tanto se cuidó.
No solo ellos dos fueron afectados por la destrucción. Los más cercanos a la tempestad terminaron atrapados en ella. Dejando en evidencia que las decisiones no nada más afectan a quienes las toman, sino que atrapa en sus consecuencias a todo aquel cerca de ellos.
Ya el mal estando hecho, solo quedaba intentar reconstruir la copa con los pedazos de cristal que quedaron. Aunque obviamente ya nada sería igual. Las piezas rotas no se podían juntar con simple pegamento.
Los testigos de antes y después del desastre desaparecían como los buenos recuerdos. La familia se apartaba o volteaba la mirada para no tener que cruzarla con la razón de la deshonra. Ni siquiera sus sombras parecían confiables, ya que éstas los abandonaron cuando la oscuridad se cernía sobre ellos. Ni la mutua compañía servía de consuelo, solo avivaba más el ardor de las quemaduras causada por el fierro de las malas decisiones.
Con el paso del tiempo, poco a poco el mar se fue calmando y las heridas sanando. La distancia uno del otro fue el mejor remedio ante la incertidumbre. Aunque aún existía el amargo pesar por la ausencia. El anhelo por esos momentos dulceamargos, donde uno descansaba apacible en el pecho del otro, entrelazando sus manos y preguntándose por el porvenir y futuro de esa relación prohibida. Pensar en todos esos momentos era el detonante de lágrimas en los días nebulosos y las noches más oscuras.
Una noche de lluvia moderada. Uno de ellos deambulaba por las calles vacías. Pensando en todo y a la vez en nada. Buscando el sueño que desde hacía mucho había perdido. El otro caminaba solitario por la calle empapada, en sentido inverso e igual de errante. Llorándole a la luna oculta entre las nubes de tormenta.
Ambos alzaron la mirada, cruzándose por primera vez desde hacía mucho tiempo. Dos extraños frente a frente bajo la lluvia, mirándose con alegría y los ojos aguados. Comprendiendo por fin lo que había detrás de esas noches secretas, reinante de impulsos carnales y sentimientos de papel. En ese momento, la luna salió de entre las nubes para sellar con su luz el amor que había entre ellos. Fin.
Hola queridos humanos que se acercaron a este relato. Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo lo hice al escribirlo.
Me encantaría conocer sus opiniones y sugerencias para mejorar. Pueden dejarlas aquí, en mi muro o por privado. De cualquier manera serán bien recibidas.
Si me regalan un voto, también me harían muy feliz.
Me despido, no sin antes invitarlos a que se pasen por mis otros escritos de géneros variados. Estaré muy agradecido.
Ahora sí, chao, chao.
—Miguel Vald
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