No Estoy Loca
Ella sabe que no está loca. En realidad, sólo algunas pocas personas lo pensaban así. Su madre, el ex, la esposa del ex, los vecinos... pero, ¿qué carajo saben ellos del amor?
-¿Por qué te involucras con un hombre casado Reina?- Le preguntó casualmente su mamá, con voz preocupada. La tarde estaba fría y gris-rosada. Andaban en el auto y regresaban de la usual incómoda cena forzada, que juntas compartían, una vez al mes.
La opaca mirada de Reina se quedó fija en las nubes nimboestrato que veía a la derecha a través de la ventana del pasajero. Estas, le dejaban saber que truenos y una lluvia furiosa, caería pronto. Se encogió de hombros sin hablar ni cambiar de rumbo sus pequeños, hipnotizados ojos, atraídos por los relámpagos danzantes en la lejanía.
Porque sí , pensó molesta.
Y, ¿qué le importaba a ella lo que hace, o no, con su vida? Ya era tarde para tratar de hacer enmiendas en su relación de madre e hija. Pero, al Reina hacerse la misma pregunta el día de hoy, se le ocurrio que, quizá en parte pudo haber sido porque a su madre le molestó tanto el que lo haya hecho y, por ende, quiso estar atada a esa relación prohibida, aún más.
Respiró hondo y con sus dedos calmó los pequeños vellos de su cabello que le flotaban alrededor de la sien. Sus ojos de tono avellana, se perdían entre la decena de pacientes que recorrían de arriba para abajo el vestíbulo del hospital. Rió entre sí meneando la cabeza de lado a lado, sin poder creer a dónde fue a parar. Posando sus pupilas de un humano al otro, con mala cara, dedujo que definitivamente, ella no debería estar ahí, entre tanta gente desquiciada.
-Reina, el doctor Lajarreta está listo para verte.
El tono estéril de su voz demostraba apatía y muchos años de trabajar allí. Reina observó a la enfermera pelirroja de reojo y esperó que se marchara para pararse del asiento y abrir la puerta de la oficina del tal doctorcito. Estaba decidida a decirle lo que opinaba de él y esa institución.
-Buenos dias Reina, toma asiento. - El Psiquiatra alzó la mano y con sus dedos, señaló a la silla que estaba frente a su gran escritorio tallado en cedro.
Inmediatamente Reina olvidó su razón de estar ahí, cuando lo vio por vez primera. Su corazón se exaltó, sus pupilas se dilataron y su piel se enrojeció. Sin quitarle los ojos de encima, calmadamente fue moviendo su cuerpo hasta quedar frente al psiquiatra. Relamiendo los labios, se comía con los ojos todo lo que podía ver de él de detrás de su escritorio, memorizando su rostro, su piel y sus manos.
-Buen día doctor. - Los nervios se le pusieron de punta.
-¿Entiendes la razón por la cual estás aquí?
El melodioso tono de su voz entró por el canal de su oído y casi le hace fallecer. Varias veces asintió automáticamente con la cabeza, pero en realidad no recordaba el porqué estaba ahí.
-¿Y, qué me puedes decir sobre eso? - Insistió él.
¿Sobre qué?
Recorrió su memoria pero ésta, seguía en blanco. El verde dorado de sus ojos brillaba, mientras apretaba la mirada tratando de enfocar sus erráticos pensamientos. Sólo existía él y su abundante pelo negro, corto, salpicado de unos pocos mechones grises. Lo deseaba, queriendo acariciar los rizos con sus finos dedos.
-¿Reina? - El eco de su calmada y varonil voz rompió el pensamiento concentrado de Reina.
-Perdón, ¿cuál es la pregunta?
-¿Sabes porqué estás aquí? - Repitió.
Bajando la mirada, se encogió de hombros, -no recuerdo.
Con preocupación, el psiquiatra pensativamente pasó los dedos de su mano derecha por los labios, -pero, me acabas de decir que sí recuerdas.
-En realidad no recuerdo. - Confesó.
-¿No recuerdas lo que hiciste ayer en la noche? ¿Y, porque dijiste que sí?
-Bueno... Porqueeee, no quería que supiera que no le estaba prestando atención.
Con paciencia, Lorenzo se lo recordó. -Prendiste en llamas el carro de tu novio, ¿ahora recuerdas?
No recordaba nada. El resplandor de los dientes de su nuevo médico, y futuro novio, era en lo único que podía pensar.
-No creo haber hecho eso Dr. Lajarreta. - Aseguró pasando nerviosamente la mano por el cuello. -De seguro lo hizo él mismo, le encanta llamar la atención. -Dijo con asco. -Además, eso de novio es como algo, no sé, muy fuerte. Eramos sólo amigos. - Sonrió coquetamente.
-¿Sólo amigos? - Levantó una gruesa ceja con escepticismo. -¿Usted no amenazó a la esposa de su novio de muerte si no se divorciaban?
Llevó la mano al pecho ofendida. -¡Jamas! ¿Cómo va a ser doctor? Yo ni quería a ese tipo. - Mintió.
-Él tiene la prueba, que usted así dijo, en mensaje de voz. ¿Sabía esto?
Reina acercó la silla y puso el codo derecho en el escritorio, recostando la cabeza en la palma de la mano, tratando de conquistarlo. -Debe haber sido otra persona. - Los ojos de Reina destellaban alucinados por su nuevo amor.
¿Manuel? Eso fue algo pasajero pero, éste hombre esbelto, con nariz romana, sentado frente a ella, esto sí es amor. Amor de la clase que se envuelve y entremete en el cuerpo hasta perder la cordura. Por él, ella haría hasta lo inmencionable.
-Además, ¿qué sabe él? Pero usted, usted se ve que sabe de todo. En especial, cómo tratar a una mujer.
-Reina, - Lorenzo pausó ignorando a su nueva paciente. Ya estaba acostumbrado a que muchas de las internadas le hicieran insinuaciones de amor, pero Reina, en su demencia, no solo intentaba seducirlo, había olvidado al supuesto gran amor de su vida. Al hombre que acosó luego de haber vuelto con su esposa cuando terminó la relación con ella.
-Reina, - repitió firmemente. -Necesito que enfoques tu mente y pensamientos, y me ayudes, para poder ayudarte, ¿sí? - Nuevamente sonrió con paciencia. -¿Me asistes en esto?
Sus dientes perfectos la hipnotizaron y suspiró. -Doctor, voy a cooperar con usted al máximo. Quiero estar saludable y poder salir de aquí algún día.
Jamás. Moriría al no verlo...
Llevaba allí ya un mes y se ponía peor. La obsesión le quemaba el vientre y jugaba con su cabeza. Postrar las pupilas sobre su médico, la torturaba. El ardor que sentía en la barriga cada vez que lo veía, la consumía tanto, que a veces no podía comer, formar oraciones coherentes o dormir. Solo los días de la semana que tenía consulta, que eran tres, sentía poder vivir.
-¿Reina?
¿Por qué no le pedía salir a cenar o, a bailar ya? ¿Qué esperaba este doctor? ¿Qué lo hiciera ella?
-Reina, ¿me escuchas? Voy a tener que subir la dosis del medicamento que tomas. - Comentó él mientras decepcionado estudiaba los más recientes resultados que tenía en la mano. Ya había hablado con la madre de ella al respecto y, derrotada accedió.
-Creo que tenemos que vernos más días a la semana doctor. - Sugirió. -Seguro eso es lo que me hace falta. - La obvia desesperación, atada a su voz acongojante.
Trató de ocultar la tristeza cuando sus pupilas descansaron sobre ella. Ésta sería la última vez que la vería de este modo. Como paciente consciente. La psicosis aumentaba y, pronto ella ya no viviría en la poca realidad que le quedaba.
-Sí Reina, creo que esa es una gran idea. - Se paró de su asiento. Sus largas piernas llegaron hasta donde ella estaba sentada y aunque no era su costumbre, ni profesional, se arrodillo dándole un dulce beso en la mejilla. La extranaría. Más de lo que quería admitir. -Adiós Reina.
-¿adiós? Querá decir, hasta mañana, ¿no? - Le corrigió excitada.
Con dolor en el alma asintió sin decir una sola palabra más. Tocaron a la puerta y la usual enfermera pelirroja que la lleva y la trae hasta su oficina, asomó la cara con una sonrisa soldada en los labios que enseñaba su edad alrededor de los ojos.
Reina frunció el labio. Estaba segura que esta mujercita, le trataba de quitar al amor de su vida. Cuando estén casados, le pedirá que la despida. Rió entre si, triunfante. -Acuérdame que debemos hablar de ella. - Apuntó hacia Miranda con una obvia movida de la cabeza. -Creo que te hace ver mal.- Mi vida. -No es tan profesional como parece. Te engaña.
-¿Está lista? - La voz de la enfermera era plana y, mostraba poco interés.
-Sí Miranda, pasa.
La derrota de no poder ayudar y curar a Reina, le derrumba la moral. Como su doctor la iría a visitar, pero ella nunca volverá a saber que, él estaría allí, frente a su lecho, evaluando su poca mejoría. Ya se había vuelto un peligro para ella misma, y para los demas. Sus arrebatos de celos y agresión contra otros pacientes, mujeres u hombres por igual, era inaceptable.
Al siguiente día la fue a ver. De casualidad era el día del amor, catorce de Febrero. Postrada en la cama, con ojos cerrados, sonreía.
-¿Cómo sigue?
-Igual. - Le contestó Miranda. -¿En qué pensará que se ve tan contenta? Tan serena.
-No sé. - Pero sí tenia una idea... Dé haber estado cuerda, encontró que Reina era una mujer interesante y atractiva y, deseó, dentro de lo más profundo de su corazón, poder ayudarla. Pero, no lo logró conseguir.
En la mente de Reina sólo existían ella y él. Se veían a los ojos y se agarraban de manos mientras se besaban apasionadamente. Él no podía dejar de trazarle la cara con sus largos dedos masculinos y ella, de posar los suyos sobre su pecho desnudo. Al fin era feliz y lo serían por siempre.
Lorenzo es el amor de su vida. Su único amor verdadero y la aceptaba tal y como ella es, sin importarle todos los errores del pasado.
Al pasar de los días, le pidió que se casara con él. De rodillas bajo un árbol de cerezo, mientras las delicadas flores rosadas caían en su largo pelo suelto. Le dijo que sí, sin pensarlo dos veces, y lo besó profundamente.
Su propia ceremonia fue la más bella que vio en su vida. Su madre y ella hicieron enmiendas meses antes de la ceremonia, y la ayudó a planificar. caminó con ella y hasta la entregó a su nuevo esposo. Más feliz no iba a poder ser jamás...
Eso pensó hasta que supo estar embarazada de su primer hijo. Una niña, y el día en que dió a luz agradeció a Dios por encima de todo, sus bendiciones, y el poder respirar el mismo aire que su hija y su marido respiraban.
Al fin era feliz, y hasta el final de sus días lo sería. Viviría en paz, con él, su gran amor, Lorenzo. Hasta llegar a ser muy viejos, hasta marcharse de éste mundo... con él, su amado. El hombre que le dio toda la dicha que le podía ofrecer el universo en esta vida.
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