«Quisiera comprender la idea.
Pero quisiera entender,
más que nada, cómo fue que
me afectó tanto y por qué.»
Caleb.
Tenía otros planes. Para el momento en que el despertador hacía de las suyas, él ya llevaba consigo otras cosas, muy distintas, en mente. Solo había dos cosas que permanecieron intactas en su pensamiento: Jeremy-Y y Jeremy-Z.
Aquel par se le aparecía, de tanto en tanto, solo para hacerlo pensar, de maneras un tanto absurdas, lo que con tanto hincapié se encargó en sembrarle, desde un principio, la idea.
Ella sola, desde su propia y absurdamente mágica individualidad, seguía susurrándole cosas a Caleb, a veces a hurtadillas, a veces muy insensiblemente; a veces con la voz de Nathaniel, a veces con la voz de Jeremy. Así se encargaba de abarcar lo más posible.
Caleb, a falta de un consejo, a falta de un hombro sobre el cual echarse a llorar, porque estaba estresado y medio, se libró de ciertas palabras en el transcurso de la noche y decidió hacer de las suyas, nuevamente, a costa de masificar aquella tan disparada mentira sin pensar. Recordarla le avergonzaba.
–Si no fuese por los rumores –se dijo mientras terminaba de arreglarse; –Si no fuese por él.
De camino al instituto se daría un aire presto y más calmado. Una segunda bocanada de aire, de paz y tranquilidad le permitirían refigurarse los posibles que, sin duda alguna, el Jeremy-Y o el Jeremy-Z podrían proponerle ante su propio intento de aproximación.
Sabía que rompería ciertos límites establecidos, de manera tácita, por Samuel, así como también mandaría al diablo el pacto de neutralidad y todo porque quería estarse más cerca del príncipe. Lo sentía justo y necesario, precisamente, porque las clases habían culminado.
–Nathaniel se pondrá de un insoportable –se dijo al momento de cruzar la puerta principal, de atravesar el lobby y enfilarse, directamente, hacia el patio, con una prisa ligeramente disimulada. En su mente llevaba claro un propósito, uno recién esbozado.
La hora le decía que lo vería ahí. La probabilidad le decía que no se confiara demasiado. La mente le decía que no se ilusionara, pero el corazón ya se había hecho a la idea desde antes del amanecer. Y, efectivamente, ahí lo encontró, completamente a solas, esperando no ser notado por nadie.
–Imposible lo notarte –pensó Caleb admirando al muchacho que vestía de blanco y resplandecía, ante sus ojos, como si estuviese hecho de luz pura.
Suspira. Se hace a la idea, primordial, de no perder la compostura. Se hace, luego, a la idea de solo llegar y saludar, de mostrarse normal, como si nada. Ambas cosas, ambos pensamientos le resultan un tanto complicados, un tanto incomprensibles.
Suspira. Se sabe tenso e intenta relajarse un poco apartando su mirada del príncipe. Fracasa. Su mirada lo busca nuevamente ni bien la ha apartado.
Entonces, hecho sorpresivo, se cruza con la de él, quien lo mira un tanto cabizbajo, luego lo saluda tímidamente con la mano. Caleb titubea ante el saludo y, segundos después, lo corresponde igualmente tímido, igualmente esquivo y huidizo.
Lo piensa por un segundo, quizá por menos, quizá más, entonces cambia de opinión y enfila sus pasos en aquella dirección.
Todavía no sabe cómo dirá 'hola' o cómo va a responderlo, pero de igual modo va, con la confianza fracturada, con su ego disuelto y un montón de inseguridades punzándole la mente.
Cuando lo tiene ya próximo, ya de frente, es cuando todo él, en su interior, se viene abajo. La mirada tranquila, la voz huidiza y cálida, la manera de mover los labios al decir palabra alguna. Todo cuanto tiene al alcance de la vista lo deja atónito, lo deja increíblemente perplejo.
–Buenos días –saluda Jeremy haciendo un leve gesto con la mano; –No pensaba verte hoy.
–¿Por qué no, si es el último día? –pregunta Caleb saltando el saludo sin notarlo; – Hay fiesta y no hay clases. Es el día para las celebridades. Para ti, por ejemplo. Y para mí, obviamente.
–Celebridades –musita Jeremy como pensativo.
–Eres el príncipe otra vez ¿o no?
–Gracias a ti, supongo –responde con cierto reproche; –Sigue sin gustarme eso.
–Bueno, lo que he visto –dice Caleb sentándose a su lado en la banca; –me dice todo lo contrario.
Jeremy se sonroja. Sabe que todo cuanto hace o dice está bajo el escrutinio público: todos lo miran, todos lo oyen, todos están siempre atentos al siguiente movimiento del príncipe, sobre todo cuando socializa.
Está, incluso, consciente de los rumores más recientes. Esos donde su nombre y el de Caleb aparecen juntos, donde dicen que la supuesta guerra entre ambos ha terminado y, a su vez, dicen que también intentan hacer las pases, un día a la vez.
Caleb conoce, por otras lenguas, otros rumores más escabrosos, más venenosos. Inclusive unos que no quiere siquiera recordar, simplemente, porque tienen que ver demasiado con la idea. Entonces recuerda la idea, todo por culpa de los rumores.
Mal momento para tenerla en mente, sobre todo mientras aquellos ojos lo miran tan fijamente y él no encuentra comodidad plausible para no comportarse extraño.
Entre la idea y otras molestias, entre la conversa y una que otra risa surgida en el momento, Caleb y Jeremy no escatiman el tiempo para dejarse llevar por lo que sea que les venga en tema. Entonces sonríen más, charlan más, se cohíben menos, desconfían menos también.
Jeremy nota, entonces, una expresión celosa en el semblante del recién llegado Samuel. No lo ha saludado, ni siquiera se ha acercado esperando que Caleb se haga a un lado y se aparte del príncipe. Pero no lo hace, sobre todo porque no lo ha visto, no se ha percatado de su presencia.
Samuel, irritado, le tantea el hombro un par de veces esperando llamar su atención. Lo consigue. Caleb, volviendo la mirada hacia él, sonriente, hace un gesto con la mano a modo de saludo.
–Buen día, Samus –dice totalmente tranquilo, despreocupado. Samuel no responde.
Nota en su mirada un enojo que, sabe, solo puede causarlo una cosa: él mismo. Entonces, por cosa de no incomodar a quien lo acompaña, se pone de pie, le tiene la mano y se despide con una sonrisa cálida y verdadera. Samuel no está del todo complacido.
–Ya veré cómo –dice antes de alejarse del sitio; –pero seguiremos hablando.
–También me toca hacer mi parte –responde Jeremy bajando la mirada haciendo alusión a Samuel.
Así ha quedado, entonces, un pendiente firmado y sellado. Un pendiente muy distinto al que dejó, casi olvidado, cuando se apareció ante la puerta de su casa y no pudo decir nada congruente.
Ésta vez se las ingeniaría porque, maquinando lo sucedido, tiene que romper su regla número uno y pedirle ayuda a Nathaniel. Inmiscuirlo en un asunto tan complicado, tan delicado, tan peligroso. Sobre todo, peligroso, porque ahora Nathaniel estaría también en el tablero de juego.
–¿Qué hacías tú allá? –le pregunta Nathaniel al llegar y no hallarlo en el sitio correcto. Caleb titubeó.
–Te dije que haría algo estúpido ¿no es así?
–Entonces debí haber apostado enserio –suspira Nathaniel cruzándose de brazos; –Ahora dime ¿de qué se trata?
Caleb se quedó en blanco. Procesó los rumores y trató de amalgamar algunas de sus propias ideas, de sus propias intenciones, para así decir y no decir lo que de verdad pretende hacer o lo que intenta sacar de ello.
Nathaniel, todavía de brazos cruzados, capta las mentiras, una por una, y señala las intenciones ocultas mientras, por dentro, se muere de risa al ver cómo la idea ha hecho lo que le ha venido en gana con su mejor amigo.
–No argumentes demasiado –dice Nathaniel simulando seriedad mientras, en su mente, se arma toda una fiesta; –podrías decir algo inadecuado.
Caleb no entendió lo que quiso decir, así que intentó, nuevamente, explicar sin explicar nada, decirle todo sin decirle nada, aunque Nathaniel ya lo sabía todo y más.
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